
EL CAMINO DE MARÍA
Edición 774 - Domingo 11 de agosto de
2013
Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
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“¿Cuál es
la realidad que atrae mi corazón como un imán?”
invitó esta vez el Papa Francisco a que nos
preguntásemos, en su reflexión previa a la oración del
Ángelus del domingo 11 de agosto con los peregrinos de
la Plaza del Santuario de San Pedro.
“El
cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo muy
grande y profundo: aquel de encontrarse con el Señor
junto a sus hermanos, a sus compañeros de camino. Y todo
esto se resume en un famoso dicho de Jesús: ‘Donde está
tu tesoro, allí estará también tu corazón’ (Lc.12,34).”
dijo Francisco inspirado en el Evangelio de la liturgia
del domingo. Por esto, aunque la realidad más importante
sea llevar adelante la familia, el trabajo, “es el
Amor de Dios el que da sentido a los pequeños empeños
cotidianos y el que también ayuda a afrontar las grandes
pruebas”. Éste es el verdadero tesoro del hombre
-afirmó el Papa-, un amor que no es vago, sino que
tiene un nombre: Jesucristo, que “nos permite ir más
allá de las experiencias negativas; no quedar
prisioneros del mal, nos abre a la esperanza, al
horizonte final de nuestra peregrinación”. El deseo
del encuentro definitivo con Cristo “nos hace estar
siempre preparados, con espíritu despierto, porque
esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo
nuestro ser.”
Después de
rezar el Ángelus el Papa Francisco recordó que el 15 de
agosto se celebra la Asunción de María, alentando a
recordar a nuestra Madre que está en el Cielo con Jesús.
Luego empezó
sus saludos, dirigiéndose a los musulmanes de todo el
mundo y reiterando su deseo de que cristianos y
musulmanes se comprometan en el respeto mutuo:
«Quisiera dirigir un saludo a los musulmanes del mundo
entero, nuestros hermanos, que desde hace poco han
celebrado la conclusión del mes de Ramadán, dedicado en
particular al ayuno, a la oración y a la limosna. Como
escribí en mi Mensaje para esta ocasión, deseo que
cristianos y musulmanes se comprometan en el respeto
mutuo, en especial a través de la educación de las
nuevas generaciones».

El 15 de agosto
celebraremos la Solemnidad de la Asunción de la
Bienaventurada Virgen María al Cielo. La Novena de
preparación en honor a la Santísima Virgen comienza el
martes 7 de agosto.
Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de
toda mancha de pecado original, terminado el curso de su
vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la
gloria del Cielo y enaltecida por Dios como Reina del
universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo,
Señor de los señores y vencedor del pecado y de la
muerte" (LG 59; cf. Pío XII, Munificentissimus
Deus, 1 noviembre 1950: DS 3903). La Asunción de la
Santísima Virgen constituye una participación singular
en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la
resurrección de los demás cristianos. (Catecismo de la
Iglesia Católica, 966)

MEDITACIÓN DEL PAPA FRANCISCO
NUESTRO DESEO GRANDE Y PROFUNDO
DE LA FIESTA SIN FIN
Ángelus del Domingo 11 de agosto de 2013
Queridos hermanos y
hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12,32-48) nos habla del
deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que
nos hace estar siempre preparados, con el espíritu
despierto, porque esperamos este encuentro con todo el
corazón, con todo nuestro ser. Este es un aspecto
fundamental de la vida. Hay un deseo que todos nosotros,
sea explícito, sea escondido, tenemos en el corazón,
todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.
También es importante ver esta enseñanza de Jesús en el
contexto concreto, existencial en el que Él lo ha
transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos
muestra a Jesús que está caminando con sus discípulos
hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y
resurrección, y en este camino los educa confiándoles a
ellos aquello que Él mismo lleva en el corazón, las
actitudes profundas de su ánimo. Entre estas actitudes
se encuentran el desapego a los bienes terrenos, la
confianza en la providencia del Padre y, precisamente,
la vigilancia interior, la espera operosa del Reino de
Dios. Para Jesús es la espera del retorno a la casa del
Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que
vendrá a buscarnos para llevarnos a la fiesta sin fin,
como ya ha hecho con su Madre María Santísima, que la ha
llevado al cielo, con Él.
Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es uno
que lleva dentro de sí un deseo grande, profundo: aquel
de encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los
compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice se
resume en un famoso dicho de Jesús: «Donde está tu
tesoro, allí estará también tu corazón» (Lc 12,34).
El corazón que desea. Todos nosotros tenemos un deseo.
Pero, pobre gente aquella que no tiene deseo, el deseo
de ir adelante, hacia el horizonte. Para nosotros
cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el
encuentro propiamente con él, que es nuestra vida,
nuestra alegría, Aquel que nos hace felices.
Yo les
haría dos preguntas, la primera: ¿Todos ustedes tienen
un corazón deseoso? Piensen y respondan en silencio en
el corazón: ¿Tú tienes un corazón que desea o tienes un
corazón cerrado, un corazón dormido, un corazón
anestesiado por las cosas de la vida? El deseo, ir
adelante al encuentro con Jesús.
La segunda pregunta:¿Dónde está tu tesoro, aquello que
tú deseas, porque Jesús nos ha dicho: “donde está tu
tesoro, allí estará tu corazón”? yo pregunto: ¿Dónde
está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más
importante, más preciosa, la realidad que atrae mi
corazón como un imán?, ¿Qué atrae tu corazón? ¿Puedo
decir que es el amor de Dios?, ¿Que es el deseo de hacer
el bien a los otros, de vivir para el Señor y para
nuestros hermanos?, ¿Puedo decir esto? Cada uno responde
en su corazón.
Alguno me responderá: Padre, pero yo soy uno que
trabaja, que tiene familia, para mí la realidad más
importante es sacar adelante a mi familia, el trabajo…
Cierto, es verdad, es importante. Pero ¿Cuál es la
fuerza que tiene unida a la familia? Es justamente el
amor. Y quien siembra el amor en nuestro corazón es
Dios. El amor de Dios es el que da sentido a los
pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a
afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero
tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con
aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón.
Pero el Amor de Dios ¿Qué es? No es algo vago, un
sentimiento genérico; el Amor de Dios tiene un nombre y
un rostro: Jesucristo. ¡Jesús! El Amor de Dios se
manifiesta en Jesús porque nosotros no podemos amar el
aire, el todo. No se puede. Amamos personas. Y la
persona a la que amamos es Jesús, el don del Padre entre
nosotros. Es un amor que da valor y belleza a todo el
resto. Es un amor que da fuerza a la familia, al
trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda
actividad humana. Y también da sentido a las
experiencias negativas, porque nos permite ir más allá
de estas experiencias, más allá, de no quedar
prisioneros del mal, sino que nos hace pasar más allá,
nos abre siempre a la esperanza. El amor de Dios, en
Jesús, siempre nos abre a la esperanza, a aquel
horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestra
peregrinación. De esta manera también las fatigas y las
caídas encuentran un sentido, también nuestros pecados
encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este
Amor de Dios en Jesús nos perdona siempre. Nos ama tanto
que nos perdona siempre.
Queridos hermanos, hoy en la Iglesia hacemos memoria de
santa Clara de Asís, que tras las huellas de Francisco
dejó todo para consagrarse a Cristo en la pobreza. Santa
Clara nos da un testimonio muy bello de este Evangelio
de hoy: que ella nos ayude, junto con la Virgen María, a
vivirlo también nosotros, cada uno según la propia
vocación.
Video (2:25) en la
siguiente dirección
http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=NeL_M4zL75Y

El
15 de agosto de 2010 el Papa emérito Benedicto XVI celebró la Santa Misa en Solemnidad de la
Asunción de la Bienaventurada Virgen María, en
la iglesia parroquial de Santo Tomás de
Villanueva en Castel Gandolfo, donde transcurre
este período de verano.
En su homilía, dirigiéndose a los fieles que abarrotaban la iglesia
parroquial de Santo Tomás de Villanueva en
Castel Gandolfo, el Santo Padre comenzó
diciendo:
Hoy la Iglesia celebra una de las fiestas más
importantes del año litúrgico dedicadas a María
Santísima: la Asunción. Al término de su vida
terrena, María fue llevada con alma y cuerpo al
Cielo, es decir a la gloria de la vida eterna,
en la plena y perfecta comunión con Dios.
A continuación, Benedicto XVI recordó que este
año se celebra el 60° aniversario de la
definición solemne de este dogma por parte del
Venerable Papa Pío XII, que tuvo lugar el 1° de
noviembre de 1950 y glosó un párrafo de la
Constitución apostólica Munificentissimus Deus. De
este modo, Pío XII escribía: “De tal modo la
augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a
Jesucristo desde toda la eternidad con un mismo
decreto de predestinación, inmaculada en su
concepción, virgen sin mancha en su divina
maternidad, generosa socia del divino Redentor,
que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y
sobre sus consecuencias, al fin, como supremo
coronamiento de sus privilegios, fue preservada
de la corrupción del sepulcro y, vencida la
muerte, como antes por su Hijo, fue elevada en
alma y cuerpo a la gloria del Cielo, donde
resplandece como Reina a la diestra de su Hijo,
Rey inmortal de los siglos” (Munificentissimus Deus, AAS 42 (1950), 768-769).
Por tanto, prosiguió Benedicto XVI, este es el núcleo
de nuestra fe en la Asunción: nosotros creemos
que María, como Cristo su Hijo, ya ha vencido la
muerte y triunfa en la gloria celeste en la
totalidad de su ser, “con alma y cuerpo”. Y
recordando que San Pablo, en la segunda lectura
de hoy, nos ayuda a iluminar este misterio,
partiendo del hecho central de la historia
humana y de nuestra fe, es decir, de la
Resurrección de Cristo, que es “la primicia de
aquellos que han muerto”, añadió textualmente:
San Pablo nos dice que todos somos
“incorporados” en Adán, el primero y viejo
hombre, todos tenemos la misma herencia humana a
la que pertenece: el sufrimiento, la muerte, el
pecado. Pero añade a esto que todos nosotros
podemos ver y vivir cada día algo nuevo: que no
sólo estamos en esta herencia del único ser
humano, que comenzó con Adán, sino que somos
“incorporados” también en el hombre nuevo, en
Cristo resucitado, y así la vida de la
Resurrección ya está presente en nosotros. Por
lo tanto, esta primera “incorporación” biológica
es incorporación en la muerte, que genera la
muerte. La segunda, nueva, que se nos dado en el
bautismo, es “incorporación” que da la vida.
Tras citar nuevamente a san Pablo en su primera
carta a los Corintios, en la que afirma que así
como en Adán todos mueren, en Cristo todos
recibirán la vida, Benedicto XVI explicó en su
homilía:
Lo que San Pablo afirma de todos los hombres,
la Iglesia, en su Magisterio infalible, lo dice
de María, pero de un modo y con un sentido
preciso: la Madre de Dios está insertada hasta
tal punto en el Misterio de Cristo que es
partícipe de la Resurrección de su Hijo con todo
su ser ya al término de la vida terrena; vive,
es decir, lo que nosotros esperamos al final de
los tiempos, cuando será aniquilado “el último
enemigo”, la muerte; vive ya lo que proclamamos
en el Credo “espero la resurrección de los
muertos y la vida del mundo que vendrá”.
Entonces –prosiguió diciendo
Benedicto XVI–
podemos preguntarnos: ¿cuáles son las raíces de
esta victoria sobre la muerte prodigiosamente
anticipada en María? Y afirmó: las raíces están
en la fe de la Virgen de Nazaret, como lo
testimonia el pasaje del Evangelio que hemos
escuchado de san Lucas: una fe que es obediencia
a la Palabra de Dios y abandono total a la
iniciativa y a la acción divina, según cuanto le
anuncia el Arcángel. Por tanto, dijo el Papa,
“la fe es la grandeza de María, como lo proclama
gozosamente Isabel: María es “bendita entre las
mujeres” y “bendito es el fruto de su seno”,
porque es “la madre del Señor”, porque cree y
vive de modo único la “primera” de las
bienaventuranzas, la bienaventuranza de la fe".
Benedicto XVI, llamando “queridos amigos” a los
numerosos fieles que participaron esta mañana en
la Santa Misa de la Asunción de María, afirmó
que “hoy no nos limitamos a admirar a María en
su destino glorioso, como a una persona muy
lejana a nosotros”. “¡No! –prosiguió–
Estamos
llamados al mismo tiempo a ver cuanto el Señor,
en su Amor, ha querido también para nosotros,
para nuestro destino final: vivir a través de la
fe en la comunión perfecta de amor con Él y así
vivir verdaderamente para siempre”.
El Papa emérito también se detuvo brevemente
en su homilía sobre un aspecto de la afirmación
dogmática, en la que se habla de asunción a la
gloria celeste. Y afirmó que “todos nosotros hoy
somos conscientes de que con el término ‘cielo’
no nos referimos a un lugar preciso del
universo, a una estrella o a algo: no. Sino que
nos referimos a algo mucho más grande y difícil
de definir con nuestros limitados conceptos
humanos":
Con este término “cielo” queremos afirmar que
Dios -el Dios que se hizo cercano a nosotros- no
nos abandona ni siquiera en la muerte o más allá
de ella, sino que tiene un lugar para nosotros y
nos da la eternidad, que en Dios es un lugar
para nosotros. Para comprender un poco esta
realidad miremos nuestra misma vida: todos
experimentamos que una persona, cuando está
muerta, sigue subsistiendo de alguna manera en
la memoria y en el corazón de quienes la han
conocido y amado. Podríamos decir que en ellos
sigue viviendo una parte de esta persona, pero
es como una “sombra”, porque también esta
supervivencia en el corazón de los propios seres
queridos está destinada a terminar. Dios, en
cambio, no pasa jamás y todos existimos en
virtud de su amor eterno; existimos porque Él
nos ama, porque Él nos ha pensado y nos ha
llamado a la vida. Existimos en los pensamientos
y en el Amor de Dios. Existimos en toda nuestra
realidad, no sólo en nuestra “sombra”. Nuestra
serenidad, nuestra esperanza, nuestra paz se
fundan precisamente en esto: en Dios, Él en su
pensamiento y en su Amor, no sobrevive sólo una
“sombra” de nosotros mismos, sino en Él, en su
Amor creador, nosotros somos custodiados e
introducidos con toda nuestra vida, con todo
nuestro ser en la ’eternidad.
“Es el Amor de Dios el que vence la muerte y nos
da la eternidad, y a este Amor lo llamamos Cielo: Dios es tan grande que tiene un lugar
también para nosotros", afirmó el Papa
emérito y añadió:
Esto quiere decir que de cada uno de nosotros no
seguirá existiendo sólo una parte que nos es,
por decirlo de alguna manera, arrancada,
mientras otras se arruinan; quiere decir más
bien que Dios conoce y ama a todo el hombre, lo
que nosotros somos. Y Dios acoge en su eternidad
lo que ahora, en nuestra vida, hecha de
sufrimiento y amor; de esperanza, de alegría y
de tristeza, crece y llega a ser. Todo el
hombre, toda su vida es tomada por Dios y en Él
purificada, y recibe la eternidad. Queridos
amigos, yo pienso que ésta es una verdad que nos
debe colmar de alegría profunda. El Cristianismo
no anuncia sólo algún tipo de salvación del alma
en un impreciso más allá, en el que todo lo que
en este mundo ha sido para nosotros precioso y
querido sería borrado con un golpe de esponja,
sino que promete la vida eterna, “la vida del
mundo que vendrá”: nada de lo que nos es
precioso y querido se arruinará, sino que
encontrará plenitud en Dios.
Y tras recordar que Jesús dijo que todos los
cabellos de nuestra cabeza están contados, y que
como cristianos estamos llamados a edificar este
mundo nuevo, a trabajar a fin de que llegue a
ser un día el «mundo de Dios», un mundo que
sobrepasará todo lo que podemos construir, el
Santo Padre concluyó su homilía con las
siguientes palabras:
Oremos al Señor a fin de que nos haga
comprender cuán preciosa es toda nuestra vida
ante sus ojos; refuerce nuestra fe en la vida
eterna; nos haga hombres de esperanza, que
trabajan para construir un mundo abierto a Dios,
hombres llenos de alegría, que saben vislumbrar
la belleza del mundo futuro en medio de los
afanes de la vida cotidiana y que en esta
certeza viven.
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¡Ave María, Mujer humilde, bendecida por el Altísimo! Virgen de la esperanza, profecía de tiempos
nuevos, nosotros nos unimos a tu cántico de alabanza para celebrar las misericordias del Señor, para anunciar la venida del Reino y la plena liberación del hombre.
¡Ave
María, humilde Sierva del Señor, gloriosa Madre de Cristo! Virgen fiel, morada santa del Verbo, enséñanos a perseverar en la escucha de la
Palabra, a ser dóciles a la voz del Espíritu Santo, atentos a sus llamados en la intimidad de la
conciencia y a sus manifestaciones en los acontecimientos
de la historia.
¡Ave
María, Mujer de dolor, Madre de los vivientes! Virgen Esposa ante la Cruz, Eva nueva, sed nuestra guía por los caminos del mundo, enséñanos a vivir y a difundir el Amor de
Cristo, a detenernos Contigo ante las innumerables
cruces en las que tu Hijo aún está crucificado.
¡Ave
María, Mujer de fe, primera entre los discípulos! Virgen Madre de la Iglesia, ayúdanos a dar
siempre razón de la esperanza que habita en nosotros, confiando en la bondad del hombre y en el Amor
del Padre. Enséñanos a construir el mundo desde adentro: en la profundidad del silencio y de la oración, en la alegría del amor fraterno, en la fecundidad insustituible de la Cruz.
Santa María, Madre de los
creyentes, Nuestra Señora de Lourdes, ruega por nosotros.
Oración al finalizar
el rezo del Santo Rosario. 14 de agosto de 2004
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