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       "El Camino de 
      María" 
      Newsletter 65 
      Que María, Mediadora 
      de todas las Gracias, nos lleve de la mano y nos acompañe  durante esta Cuaresma  hacia la Pascua 
      para poder contemplar al Señor Jesucristo Resucitado! 
      Marisa y Eduardo 
      Vinante 
      Editores 
        
      
      
      
        
      
      
      
        
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              María
              impulsa a la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la
              voluntad del Padre, que nos ha manifestado Cristo. Las
              palabras que dirigió a los sirvientes, para el milagro de Caná,
              las repite a todas las generaciones de cristianos: "Haced
              lo que él os diga" (Jn 2, 5). 
              Esa misma invitación nos la dirige María hoy a nosotros.
              Es una exhortación a entrar en el nuevo período de la historia
              con la decisión de realizar todo lo que Cristo dijo en el
              Evangelio en nombre del Padre y actualmente nos sugiere mediante
              el Espíritu Santo, que habita en nosotros. 
              Por consiguiente, las palabras: "Haced lo que él os diga",
              señalándonos a Cristo, nos remiten también al Padre, hacia el
              que nos encaminamos. Coinciden con la voz del Padre que resonó en
              el monte de la Transfiguración: "Este es mi Hijo amado
              (...), escuchadlo" (Mt 17, 5). Este mismo Padre, con la
              palabra de Cristo y la luz del Espíritu Santo, nos llama, nos guía
              y nos espera. 
              Nuestra santidad consiste en hacer todo lo que el Padre nos
              dice. El valor de la vida de María radica precisamente en el
              cumplimiento de la voluntad divina. 
              
             
            (Juan
            Pablo II, María en el Camino hacia el Padre, 12 de enero de
            2000) 
          
          
            
            
              
              
              - Dirigíos con 
              frecuencia a María en vuestras oraciones, 
              porque «jamás se oyó decir que ninguno de los que han acudido a su 
              protección, implorado su socorro y pedido su intercesión haya sido 
              desamparado de Ella». 
               
              - Totus Tuus. 
              Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una 
              simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia 
              una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la 
              segunda guerra mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un 
              primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la 
              devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo 
              cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí 
              que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, 
              cristocéntrica, más aún, que está profundamente arraigada en el 
              Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación 
              y la Redención. 
               
              - María Santísima continúa siendo la amorosa consoladora 
              en tantos dolores físicos y morales que afligen y atormentan a la 
              humanidad. Ella conoce nuestros dolores y nuestras penas, porque 
              también Ella ha sufrido, desde Belén al Calvario: «Y una espada 
              atravesará tu alma.» María es nuestra Madre espiritual, y la madre 
              comprende siempre a los propios hijos y los consuela en sus 
              angustias. 
               
              - Además Ella ha recibido de Jesús en la cruz esa misión 
              específica de amarnos, y amarnos sólo y siempre para 
              salvarnos. María nos consuela sobre todo señalándonos al 
              Crucificado y al paraíso. 
               
              - Madre de misericordia, Maestra de sacrificio 
              escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, 
              pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo 
              nuestro amor; te consagramos también nuestra vida, nuestros 
              trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros 
              dolores. 
               
              - También os pueden llegar a vosotros momentos de 
              cansancio, de desilusión, de amargura por las dificultades de la 
              vida, por las derrotas sufridas, por la falta de ayudas y de 
              modelos, por la soledad que lleva a la desconfianza y a la 
              depresión, por la incertidumbre del futuro. Si alguna vez 
              os encontráis en estas situaciones, recordad que el Señor, en el 
              designio providencial de la creación y de la redención, ha querido 
              poner junto a nosotros a María Santísima, que, lo mismo que el 
              ángel para el profeta, está a nuestro lado, nos ayuda, nos 
              exhorta, nos indica con su espiritualidad dónde están la luz y la 
              fuerza para proseguir el camino de la vida. Siendo todavía joven, 
              el padre Maximiliano Kolbe escribía desde Roma a su madre: 
              «Cuántas veces en la vida, pero especialmente en los momentos más 
              importantes, he experimentado la protección especial de la 
              Inmaculada...! ¡Pongo en Ella toda mi confianza para el futuro!» 
  
          
            
            
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              Como esclava del 
              Señor, María estuvo dispuesta a la entrega generosa, a la renuncia 
              y al sacrificio a seguir a Cristo hasta la cruz. Ella 
              exige de nosotros la misma actitud y disposición cuando nos señala 
              a Cristo y nos exhorta: 
              «Haced lo que Él os diga». María no quiere ligarnos 
              a ella, sino que nos invita a seguir a su Hijo. Pero, para llegar 
              a ser en verdad discípulos de Cristo, debemos -como Cristo mismo 
              nos enseña- despojamos de nosotros mismos, liberamos de nuestra 
              propia autocomplacencia y, como María, abandonamos enteramente en 
              Cristo; debemos seguir su verdad, la que Él mismo nos ofrece como 
              único camino hacia la vida verdadera y permanente. 
               
              Tenemos necesidad de ti, Santa María de la 
              Cruz: de tu presencia amorosa. 
              Enséñanos a confiar en la providencia del Padre, que conoce  
              nuestras necesidades. 
              Muéstranos y danos a tu Hijo Jesús, camino, verdad y vida.  
              Haznos dóciles a la acción del Espíritu Santo, fuego que purifica 
              y renueva. 
               
              Oh, Madre de los hombres y de 
              los pueblos, tú que conoces todos sus sufrimientos y esperanzas, 
              tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el 
              mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo 
              contemporáneo, acoge nuestro grito que, como movidos por el 
              Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón y abraza, con 
              el amor de la Madre y de la Sierva, este nuestro mundo humano, que 
              ponemos bajo tu confianza y te consagramos, llenos de inquietud 
              por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos. 
               
              - El Rosario es un coloquio confidencial con María, una 
              conversación llena de confianza y abandono. Es confiarle 
              nuestras penas, manifestarle nuestras esperanzas, abrirle nuestro 
              corazón. Declararnos a su disposición para todo lo que ella, en 
              nombre de su Hijo, nos pida. Prometerle fidelidad en toda 
              circunstancia, incluso la más dolorosa y difícil, seguros de su 
              protección, seguros de que si lo pedimos ella nos obtendrá siempre 
              de su Hijo todas las gracias necesarias para nuestra salvación. 
               
              - Ella debe ahora acompañar vuestra vida. Debemos 
              confiarle esta vida. Y la Iglesia nos propone justamente 
              para ello una oración muy sencilla, el Rosario, ese Rosario que 
              puede tranquilamente desgranarse al ritmo de nuestras jornadas. El 
              Rosario, lentamente rezado y meditado, en familia, en comunidad, 
              individualmente, os hará entrar poco a poco en los sentimientos de 
              Cristo y de su Madre, evocando todos los acontecimientos que son 
              la clave de nuestra salvación. 
  
          
            
            
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              Seguid amando el 
              Santo Rosario y difundid su práctica en todos los ambientes en que 
              os encontréis. Es una oración que os forma según las 
              enseñanzas del Evangelio vivido, os educa el ánimo a la piedad, os 
              da perseverancia en el bien, os prepara a la vida y, sobre todo, 
              os lleva a ser amados de María Santísima, que os protegerá y 
              defenderá de las insidias del mal. Rezad a la Virgen también por 
              mí y yo os confío a cada uno a su protección maternal. 
               
              - En el rezo del Santo Rosario no se trata tanto de 
              repetir fórmulas sino, más bien, de entrar en coloquio 
              confidencial con María, de hablarle, de manifestarle las 
              esperanzas, confiarle las penas, abrirle el corazón, declararle la 
              propia disponibilidad para aceptar los designios de Dios, 
              prometerle fidelidad en toda circunstancia, sobre todo en las más 
              difíciles y dolorosas, seguros de su protección y convencidos de 
              que obtendrá de su Hijo todas las gracias necesarias para nuestra 
              salvación. 
               
              - 
              ¡Corazón Inmaculado de María, 
              ayúdanos a vencer el mal que con tanta facilidad arraiga en los 
              corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos 
              inconmensurables pesa ya sobre nuestra época y parece cerrar los 
              caminos del futuro! 
  
            
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              Toda su vida 
              terrena fue una peregrinación de fe. Porque caminó como 
              nosotros entre sombras y esperó en lo invisible. Conoció las 
              mismas contradicciones de nuestra vida terrena. Se le prometió que 
              a su Hijo se le daría el trono de David, pero cuando nació no hubo 
              lugar para Él ni en la posada. Y María siguió creyendo. El ángel 
              le dijo que su Hijo sería llamado Hijo de Dios; pero lo vio 
              calumniado, traicionado y condenado, y abandonado a morir en la 
              cruz como un ladrón. A pesar de ello, creyó María 
              «que se cumplirían las palabras de 
              Dios», y que 
              «nada hay imposible para 
              Dios». 
               
              - Esta Mujer de fe, María de Nazaret, Madre de Dios, se 
              nos ha dado por modelo en nuestra peregrinación de fe. De 
              María aprendemos a rendirnos a la voluntad de Dios en todas las 
              cosas. De María aprendemos a confiar en Dios también 
              cuando parece haberse eclipsado toda esperanza. De María 
              aprendemos a amar a Cristo, Hijo suyo e Hijo de Dios. 
               
              - Si tenemos confianza en la Madre de Cristo, 
              como la tuvieron los esposos de Caná de Galilea, podemos confiarle 
              nuestras preocupaciones como lo hicieron ellos; y confiarle 
              asimismo nuestras decisiones, las luchas interiores que acaso nos 
              atormentan; podemos confiárselo todo a Ella, a la Virgen de la 
              Confianza, a la Madre de nuestra entrega: «Yo me entrego a Ti; 
              quiero dedicarme a Cristo, pero me confío a Ti como lo hicieron 
              los esposos»; no fueron directamente a Cristo a pedirle un 
              milagro, sino a María, confiaron a María sus preocupaciones y 
              apuros. Claro está que al actuar así querían llegar a Cristo, 
              querían provocar -por así decir- a Cristo y su poder mesiánico. 
              Igualmente nosotros en nuestra vocación que es camino, camino 
              espiritual hacia Cristo para ser de Cristo, para ser
              "alter Christus", también 
              debemos acercarnos a esta Madre de nuestra entrega y darnos a Ella 
              para entregarnos a Cristo, donamos a Cristo, dedicarnos a Cristo. 
               
              - No olvidéis que la Virgen ocupa, después de Cristo, el 
              puesto más elevado y más cercano a nosotros, y que está 
              unida con todos los hombres que necesitan de la salvación. Cuando 
              esta Madre buena vislumbra nuestros límites, se acerca para 
              socorrernos antes de que pidamos ayuda. 
               
              - «Haced lo que Él os diga»
              En estas palabras, María expresa sobre todo el secreto más 
              profundo de su vida. En estas palabras, está toda Ella. 
              Su vida, de hecho, ha sido un «Sí» profundo al Señor. Un «Sí» 
              lleno de gozo y confianza. María, llena de gracia, Virgen 
              Inmaculada, ha vivido toda su existencia, completamente disponible 
              a Dios, perfectamente en acuerdo con su voluntad, incluso en los 
              momentos más difíciles, que alcanzaron su punto culminante en el 
              monte Calvario, al pie de la cruz. Nunca ha retirado su «Si», 
              porque había entregado toda su vida en las manos de Dios: «He aquí 
              la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. » (Juan Pablo 
              II, Libro "Orar") 
  
            
                
             
            
            
              
                
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                    María
                    Madre de misericordia, 
                    cuida de todos para que no se haga inútil 
                    la cruz de Cristo, 
                    para que el hombre 
                    no pierda el camino del bien, 
                    no pierda la conciencia del pecado y crezca 
                    en la esperanza en Dios, 
                    «rico en misericordia»  (Ef 2, 4), 
                    para que haga libremente las buenas obras 
                    que El le asignó (cf. Ef 2, 10) y, 
                    de esta manera, toda su vida sea 
                    «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).
                    
                     
                    Juan
                    Pablo II. Conclusión de la Carta-Encíclica "Veritaris
                    Splendor" 
                      
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