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EL CAMINO DE MARIA: Newsletter 634. EL SANTISIMO NOMBRE DE JESUS . SOLEMNIDAD DE LA EPIFANIA DEL SEÑOR. CRISTO ES LA EPIFANÍA DEL PADRE.  Editada por SantoRosario.info

Esta edición la puede leer y/o imprimir desde: http://www.mariamediadora.com/Oracion/Newsletter634.htm

El detalle de todas las ediciones de "El Camino de María" del año 2010.2011 y 2012 lo puede obtener en:

http://twitter.com/MariaMediadora


 

EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum! 

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"Queridos hijos, mientras con preocupación maternal miro sus corazones, veo en ellos dolor y sufrimiento. Veo un pasado herido y una búsqueda continua. Veo a mis hijos que desean ser felices, pero no saben cómo. ¡Ábranse al Padre! Ese es el camino a la felicidad, el camino por el que deseo guiarlos. Dios Padre jamás deja solos a sus hijos, menos aún en el dolor y en la desesperación. Cuando lo comprendan y lo acepten serán felices. Su búsqueda terminará. Amarán y no tendrán temor. Su vida será esperanza y verdad, que es mi Hijo. ¡Les agradezco! Les pido: oren por quienes mi Hijo ha elegido. No deben juzgarlos, porque todos serán juzgados."

Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 2/1/2012

 JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327)

EL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS

 3 de enero de 2012

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LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

 6 de enero de 2012

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Gloria a Dios Padre y al Hijo, Rey del universo. 
Gloria al Espíritu, 
digno de alabanza y Santísimo.

La Trinidad es un solo Dios que creó y llenó cada cosa: el Cielo de seres celestes y la tierra de seres terrestres. 
Llenó el mar, los ríos y las fuentes de seres acuáticos, vivificando cada cosa con su Espíritu, 
para que cada criatura honre a su sabio Creador, 
causa única del vivir y del permanecer.

Que lo celebre siempre más que cualquier otra 
la criatura racional 
como gran Rey y Padre bueno.

San Gregorio Nacianceno.
Poemas dogmáticos, XXXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511.

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste al Beato Juan Pablo II la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar al Beato Juan Pablo II y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).

A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria

 

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

El 3 de enero la Iglesia celebra el Santísimo Nombre de Jesús.  Al respecto el Beato Juan Pablo II expresó lo siguiente en uno de los párrafos de la Audiencia General del 14 de enero de 1987 cuyo título era "Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador" :

"...En el plan dispuesto por la Providencia de Dios, Jesús de Nazaret lleva un Nombre que alude a la salvación: 'Dios libera', porque Él es en realidad lo que el nombre indica, es decir, el Salvador. Lo atestiguan algunas frases que se encuentran en los llamados Evangelios de la infancia, escritos por Lucas: '...nos ha nacido... un Salvador' (Lc 2, 11), y por Mateo: 'Porque salvaría al pueblo de sus pecados' (Mt 1, 21). Son expresiones que reflejan la verdad revelada y proclamada por todo el Nuevo Testamento. Escribe, por ejemplo, el Apóstol Pablo en la Carta a los Filipenses: 'Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un Nombre, sobre todo nombre, para que al Nombre de Jesús se doble la rodilla y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor (Kyrios, Adonai) para gloria de Dios Padre' (Flp 2, 9-11). 

La razón de la exaltación de Jesús la encontramos en el testimonio que dieron de El los Apóstoles, que proclamaron 'En ningún otro hay salvación, pues ningún otro Nombre nos ha sido dado bajo el Cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos' (Hech 4, 12)..."

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El 6 de enero, Solemnidad de la Epifanía del Señor, la Iglesia da  gracias a Dios por el don de la fe que han compartido y comparten tantos hombres, pueblos y naciones.  La Epifanía es una fiesta muy antigua que resalta el misterio de la manifestación de Jesucristo a todos los pueblos, representados por los Magos que fueron a adorar al Rey de los Judíos recién nacido en Belén, como narra el Evangelio de San Mateo.
 
La Epifanía, la "manifestación" de nuestro Señor Jesucristo, es un misterio multiforme. La tradición latina lo identifica con la visita de los Magos al Niño Jesús en Belén y, por tanto, lo interpreta sobre todo como revelación del Mesías de Israel a los pueblos paganos. En cambio, la tradición oriental privilegia el momento del Bautismo de Jesús en el río Jordán, cuando se manifestó como Hijo Unigénito del Padre Celestial, consagrado por el Espíritu Santo. A su vez el Evangelio de San Juan invita a considerar "Epifanía" también las Bodas de Caná, donde Jesús, transformando el agua en vino, "manifestó su gloria y creyeron en El sus discípulos" (Jn 2, 11).
 
Todo el periodo de Navidad y de la Epifanía está caracterizado por el tema de la luz, ya que Jesús es el sol que ha aparecido en el horizonte de la humanidad para iluminar la existencia personal de cada uno de nosotros y guiarnos a todos juntos hacia la meta de nuestra peregrinación, hacia la tierra de la libertad y de la paz, en la que viviremos para siempre en plena comunión con Dios y entre nosotros.

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En la Solemnidad de la Epifanía del Señor del año 2012, el Papa Benedicto XVI ha presidido la Santa Misa en la Basílica Vaticana.El Santo Padre reflexionó en su homilía sobre la lectura del Evangelio de San Mateo, la historia de los Magos de Oriente que viajan a Belén para adorar al Niño Jesús, paragonándola a la misión de los obispos en la Iglesia:

"Los Magos de Oriente (...) inauguran el camino de los pueblos hacia Cristo. Durante esta Santa Misa conferiré a dos sacerdotes la ordenación episcopal, los consagraré pastores del pueblo de Dios. Según las palabras de Jesús, ir delante del rebaño pertenece a la misión del pastor. Por tanto, en estos personajes que encontraron el camino hacia Cristo, podemos hallar tal vez algunas indicaciones para la misión de los obispos". (...)

"Podemos decir que los Magos eran hombres de ciencia, pero no solo en el sentido de que querían saber muchas cosas: querían algo más. (...) Eran personas con un corazón inquieto, que no se conformaban con lo que es aparente o habitual. Eran hombres en busca (...) de Dios, vigilantes, capaces de percibir los signos de Dios, su lenguaje callado y perseverante. Pero eran también hombres valientes a la vez que humildes: podemos imaginar las burlas que debieron sufrir por encaminarse hacia el Rey de los Judíos, enfrentándose por ello a grandes dificultades. No consideraban decisivo lo que algunos, incluso personas influyentes e inteligentes, pudieran pensar o decir de ellos. Lo que les importaba era la verdad misma, no la opinión de los hombres. Por eso afrontaron las renuncias y fatigas de un camino largo e inseguro. Su humilde valentía fue la que les permitió postrarse ante un niño de pobre familia y descubrir en Él al Rey prometido, cuya búsqueda y reconocimiento había sido el objetivo de su camino exterior e interior".

(...) "Nuestro corazón está inquieto con relación a Dios y no deja de estarlo aun cuando hoy se busque, con 'narcóticos' muy eficaces, liberar al hombre de esta inquietud. (...) Pero (también) el Corazón de Dios está inquieto con relación al hombre. Dios nos aguarda. Nos busca. Tampoco Él descansa hasta dar con nosotros. (...) Por eso se ha puesto en camino hacia nosotros, hacia Belén, hacia el Calvario, desde Jerusalén a Galilea y hasta los confines de la tierra. Dios (...) busca personas que se dejen contagiar de su misma inquietud, de su pasión por nosotros. (...) Esta era la misión de los apóstoles: acoger la inquietud de Dios por el hombre y llevar a Dios mismo a los hombres". (...)

(...) "Los Magos siguieron la estrella. (...) Los Magos de Oriente (...) así como generalmente los santos, se han convertido ellos mismos poco a poco en constelaciones de Dios, que nos muestran el camino. (...) Los santos son estrellas de Dios, por las que nos dejamos guiar hacia Aquél que anhela nuestro ser. (...)".

¡DUC IN ALTUM!

¡Caminemos con esperanza!

Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo. El Hijo de Dios, que se encarnó hace dos mil años por amor al hombre, realiza también hoy su obra. Hemos de aguzar la vista para verla y, sobre todo, tener un gran corazón para convertirnos nosotros mismos en sus instrumentos ... El Cristo contemplado y amado ahora nos invita una vez más a ponernos en camino: «Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19). El mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos. Para ello podemos contar con la fuerza del mismo Espíritu, que fue enviado en Pentecostés y que nos empuja hoy a partir animados por la esperanza «que no defrauda» (Rm 5,5). (Beato Juan Pablo II. NOVO MILLENNIO INEUNTE, 58)

HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI 

   

LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA VIRGEN MARÍA

 Homilía en la Santa Misa de la Solemnidad de la Epifanía del Señor. 6 de enero de 2006

 LA EPIFANÍA DE DIOS Y LA VIRGEN MARÍA

 

Queridos hermanos y hermanas:  

La luz que en Navidad brilló en la noche iluminando la gruta de Belén, donde están en silenciosa adoración María, José y los pastores, hoy resplandece y se manifiesta a todos.  

La Epifanía es el misterio de luz, simbólicamente indicado por la estrella que guió en su viaje a los Magos. Ahora bien, el verdadero manantial luminoso, el "Sol que surge de lo alto» (Lucas, 1, 78), es Cristo. En el misterio de la Navidad, la luz de Cristo se irradia sobre la tierra, como si se difundiera en círculos concéntricos. Ante todo, sobre la Sagrada Familia de Nazaret: la Virgen María y José quedan iluminados por la divina presencia del Niño Jesús, manifestándose después esta luz del Redentor a los pastores de Belén, los cuales, informados por el ángel, acuden inmediatamente a la gruta y encuentran el «signo» que se les había preanunciado: un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre (Cf. Lucas 2, 12). Los pastores, junto a María y José, representan ese «resto de Israel», los pobres, los «anawim», a quienes se les anuncia la Buena Nueva. Por último, este fulgor de Cristo, alcaza también a los Magos, que constituyen las primicias de los pueblos paganos. Quedan ensombrecidos los palacios del poder de Jerusalén, adonde la noticia del nacimiento del Mesías llega, paradójicamente, a través de los Magos, sin que suscite felicidad, sino más bien temor y reacciones hostiles. Misterioso designio divino: «Vino la Luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la Luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3,19).

¿Pero qué es esta Luz? ¿Es sólo una sugerente metáfora o a esta imagen le corresponde una realidad? El apóstol Juan escribe en su primera carta: «Dios es Luz, en Él no hay tiniebla alguna» (1 Jn 1,5); y a más adelante añade: «Dios es Amor». Estas dos afirmaciones, unidas, nos ayudan a comprender mejor: la Luz, que aparece en Navidad, y que hoy se manifiesta a las gentes es el Amor de Dios, revelado en la Persona del Verbo Encarnado. Atraídos por esta Luz, vienen los Magos de Oriente.

En el misterio de la Epifanía, por tanto, junto a un movimiento de irradiación hacia el exterior, se manifiesta un movimiento de atracción hacia el centro, que lleva a su cumplimiento el movimiento ya inscrito en la Antigua Alianza. El manantial de este dinamismo es Dios, uno en su sustancia y trino en las personas, que atrae todo y a todos hacia sí. La Persona encarnada del Verbo se presenta como principio de recapitulación universal (Cf. Efesios 1, 9-10). Él es la meta final de la historia, el punto de llegada de un «éxodo», de un providencial camino de Redención, que culmina con su Muerte y Resurrección. Por este motivo, en la Solemnidad de la Epifanía, la liturgia prevé el llamado «Anuncio de Pascua»: el año litúrgico, de hecho, resume toda la historia de la salvación, en cuyo centro está «el Triduo del Señor Crucificado, Sepultado y Resucitado».

En la liturgia del Tiempo de Navidad se recurre a menudo, como estribillo, a un versículo del Salmo 97: «El Señor ha manifestado su salvación, a los ojos de los pueblos ha revelado su justicia» (v, 2). Son palabras que la Iglesia utiliza para subrayar la dimensión de «epifanía» de la Encarnación: el momento en el que el Hijo de Dios se hace hombre, entra en la historia, es el momento culminante de la autorrevelación de Dios a Israel y a todas las gentes. En el Niño de Belén, Dios se ha revelado con la humildad de la «forma humana», con la «condición de siervo», es más, de crucificado (Cf. Filipenses 2, 6-8). Es la paradoja cristiana. Este escondimiento constituye precisamente la más elocuente «manifestación» de Dios: la humildad, la pobreza, la misma ignominia de la Pasión, nos permiten saber cómo es Dios verdaderamente. El Rostro del Hijo revela fielmente al del Padre. Por este motivo, el misterio de la Navidad es, por así decir, todo una «epifanía». La manifestación a los Magos no añade nada ajeno al designio de Dios, sino que desvela una dimensión perenne y constitutiva, es decir: «que los gentiles sois coherederos, miembros del mismo Cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo por medio del Evangelio» (Ef. 3, 6).

Si se analiza superficialmente, la fidelidad de Dios a Israel y su manifestación a las gentes podrían parecer aspectos divergentes; en realidad son las dos caras de una misma moneda. De hecho, según las Escrituras, al ser fiel al pacto de amor con el pueblo de Israel, Dios revela su gloria también a los demás pueblos. «Gracia y fidelidad» (Salmo 88, 2), «Misericordia y verdad» (Salmo 84, 11) son el contenido de la gloria de Dios, son su «nombre», destinado a ser conocido y santificado por los hombres de toda lengua y nación. Pero este «contenido» es inseparable del «método» que Dios eligió para revelarse: la fidelidad absoluta a la alianza, que alcanza su cumbre en Cristo. El Señor Jesús es al mismo tiempo y de manera inseparable «Luz para iluminar a las gentes y gloria del pueblo de Israel» (Lucas 2,32), como exclamará el anciano Simeón, inspirado por Dios, al tomar al Niño entre sus brazos, cuando los padres lo presentaron en el templo. La luz que ilumina a las gentes, la luz de la Epifanía, emana de la gloria de Israel, la gloria del Mesías, nacido según las Escrituras, en Belén, «ciudad de David» (Cf. Lucas, 2, 4). Los Magos adoraron a un simple Niño en brazos de su Madre, María, porque en Él reconocieron el manantial de la doble luz que les había guiado: la luz de la estrella, y la luz de las Escrituras. Reconocieron en Él, al Rey de los judíos, gloria de Israel, pero también, al Rey de todas las gentes.

En el contexto de la Epifanía se manifiesta también el misterio de la Iglesia y su dimensión misionera. Está llamada a hacer resplandecer en el mundo la luz de Cristo, reflejándola en sí misma como la luna refleja la luz del sol. En la Iglesia, se han cumplido las antiguas profecías referidas a la ciudad santa, Jerusalén, como es el caso de la estupenda profecía de Isaías que acabamos de escuchar: «¡Arriba, resplandece, que ha llegado tu luz…! Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada» (Isaías 60, 1-3). Es lo que tendrán que hacer los discípulos de Cristo: habiendo aprendido de Él a vivir con el estilo de las Bienaventuranzas, tendrán que atraer, a través del testimonio del amor, a todos los hombres a Dios. «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5, 16). Escuchando estas palabras de Jesús, nosotros, miembros de la Iglesia tenemos que experimentar toda la insuficiencia de nuestra condición humana, marcada por el pecado.

La Iglesia es santa, pero está formada por hombres y mujeres con sus limitaciones y sus errores. Cristo, sólo Él, al darnos el Espíritu Santo, puede transformar nuestra miseria y renovarnos constantemente. Es Él la luz de las gentes, «Lumen Gentium», que ha querido iluminar el mundo a través de su Iglesia (Cf. Concilio Vaticano II, Constitución «Lumen Gentium», 1).

«¿Cómo podrá suceder esto?» nos preguntamos también nosotros con las palabras que la Virgen dirigió al arcángel Gabriel. Pues, es justo Ella, la Madre de Cristo y de la Iglesia, quien nos da la respuesta: con su ejemplo de disponibilidad total a la Voluntad de Dios -He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. (Lucas 1, 38)--, nos enseña a ser «epifanía» del Señor, con la apertura del corazón a la fuerza de la gracia y con la adhesión a la palabra de su Hijo, Luz del mundo y meta final de la historia."

    

 

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EL CAMINO DE MARIA . Edición número 634 para %EmailAddress%

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