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"El
Camino de María"
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Marisa y Eduardo
Vinante
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Presentación
de Jesús en el Templo
2
de febrero
Esta
fiesta, antes llamada "de la Purificación de la Virgen María"
recuerda el cumplimiento, por parte de la Sagrada Familia, de la Ley
de Moisés que mandaba que a los 40 días el niño debía ser
presentado en el templo, y la madre debía realizar el rito de la
purificación. La celebración litúrgica de este día comienza con
la ceremonia de la bendición y subsiguiente procesión de los
cirios y candelas, que simbolizan a Jesús que aparece en el templo
"como la luz que ilumina a todas las naciones" –según
la expresión del anciano Simeón cuando recibe al Niño Jesús en
el templo de Jerusalén–. Por esa razón esta fiesta se conocía
antes con el nombre de "Fiesta de las candelas", o "Nuestra
Señora de la Candelaria". Con este último nombre aún se
celebra en muchos lugares. | |
NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA
Y
cumplidos los días de su purificación según la Ley de Moisés, lo
llevaron a Jerusalén para presentarlo al Señor, como está mandado
en la Ley del Señor: Todo varón primogénito será consagrado al
Señor; y para presentar como ofrenda un par de tórtolas o dos
pichones, según lo mandado en la Ley del Señor. Lc 2, 22-24.
Somos invitados también
nosotros a entrar en el Templo para meditar en el misterio
de Cristo
1. "Los padres
de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al
Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor"
(Lc 2, 22).
Cuarenta días
después de la Navidad, la Iglesia revive hoy el misterio
de la presentación de Jesús en el templo. Lo revive con el
estupor de la Sagrada Familia de Nazaret, iluminada por
la revelación plena de aquel "niño" que, como nos acaban
de recordar la primera y la segunda lectura, es el juez
escatológico prometido por los profetas (cf. Ml 3, 1-3),
el "sumo sacerdote compasivo y fiel" que vino para "expiar
los pecados del pueblo" (Hb 2, 17).
El Niño, que
María y José llevaron con emoción al templo, es el Verbo
encarnado, el Redentor del hombre y de la historia.
Hoy,
conmemorando lo que sucedió aquel día en Jerusalén, somos
invitados también nosotros a entrar en el Templo para
meditar en el misterio de Cristo, unigénito del Padre que,
con su Encarnación y su Pascua, se ha convertido en el
primogénito de la humanidad redimida.
Así, en esta
fiesta se prolonga el tema de Cristo luz, que caracteriza
las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía.
"Luz para
alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel"
(Lc 2, 32). Estas palabras proféticas las pronuncia el
anciano Simeón, inspirado por Dios, cuando toma en brazos
al niño Jesús. Al mismo tiempo, anuncia que el "Mesías del
Señor" cumplirá su misión como "signo de contradicción" (Lc
2, 34). En cuanto a María, la Madre, también ella
participará personalmente en la pasión de su Hijo divino (cf.
Lc 2, 35).
Por tanto, en
esta fiesta celebramos el misterio de la consagración:
consagración de Cristo, consagración de María, y
consagración de todos lo que siguen a Jesús por amor al
Reino.
...El icono de
María, que contemplamos mientras ofrece a Jesús en el
templo, prefigura el de la crucifixión, anticipando
también su clave de lectura: Jesús, Hijo de Dios, signo
de contradicción. En efecto, en el Calvario se realiza la
oblación del Hijo y, junto con ella, la de la Madre. Una
misma espada traspasa a ambos, a la Madre y al Hijo (cf.
Lc 2, 35). El mismo dolor. El mismo amor....
... A lo largo de
este camino, la Mater Jesu se ha convertido en
Mater Ecclesiae. Su peregrinación de fe y de
consagración constituye el arquetipo de la de todo
bautizado. Lo es, de modo singular, para cuantos abrazan
la vida consagrada....
... Oh María,
Madre de Cristo y Madre nuestra, te damos gracias por la
solicitud con que nos acompañas a lo largo del camino de
la vida, y te pedimos: preséntanos hoy nuevamente a Dios,
nuestro único bien, para que nuestra vida, consumada por
el Amor, sea sacrificio vivo, santo y agradable a él. Así
sea.
(Juan Pablo II,
extracto de la Homilía en la Fiesta de la Presentación, 2
de febrero de 2002)
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La Presentación de Jesús en el
Templo
Siempre a través de este
camino de la «obediencia de la fe» María oye algo más tarde
otras palabras; las pronunciadas por Simeón en el templo de
Jerusalén. Cuarenta días después del nacimiento de
Jesús, según lo prescrito por la Ley de Moisés, María y José «
llevaron al niño a Jerusalén para presentarle al Señor » (Lc
2, 22) El nacimiento se había dado en una situación de extrema
pobreza. Sabemos, pues, por Lucas que, con ocasión del censo
de la población ordenado por las autoridades romanas, María se
dirigió con José a Belén; no habiendo encontrado « sitio en el
alojamiento », dio a luz a su hijo en un establo y «le acostó
en un pesebre » (cf. Lc 2, 7).
Un hombre justo y piadoso,
llamado Simeón, aparece al comienzo del « itinerario» de la fe
de María. Sus palabras, sugeridas por el Espíritu Santo (cf.
Lc 2, 25-27), confirman la verdad de la anunciación. Leemos, en
efecto, que «tomó en brazos» al niño, al que —según la orden del
ángel— «se le dio el nombre de Jesús» (cf. Lc 2, 21). El
discurso de Simeón es conforme al significado de este nombre,
que quiere decir Salvador: «Dios es la salvación». Vuelto al
Señor, dice lo siguiente: «Porque han visto mis ojos tu
salvación, la que has preparado a la vista de todos los pueblos,
luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel»
(Lc 2, 30-32). Al mismo tiempo, sin embargo, Simeón se
dirige a María con estas palabras: «Este está puesto para
caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de
contradicción ... a fin de que queden al descubierto las
intenciones de muchos corazones»; y añade con referencia
directa a María: «y a ti misma una espada te atravesará el
alma»
(Lc 2, 34-35). Las
palabras de Simeón dan nueva luz al anuncio que María ha oído
del ángel: Jesús es el Salvador, es « luz para iluminar » a los
hombres. ¿No es aquel que se manifestó, en cierto modo, en la
Nochebuena, cuando los pastores fueron al establo? ¿No es aquel
que debía manifestarse todavía más con la llegada de los Magos
del Oriente? (cf. Mt 2, 1-12). Al mismo tiempo, sin embargo, ya
al comienzo de su vida, el Hijo de María —y con él su Madre—
experimentarán en sí mismos la verdad de las restantes palabras
de Simeón: «Señal de contradicción» (Lc 2, 34). El anuncio de
Simeón parece como un segundo anuncio a María, dado que le
indica la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo
cumplirá su misión, es decir en la incomprensión y en el dolor.
Si por un lado, este anuncio confirma su fe en el cumplimiento
de las promesas divinas de la salvación, por otro, le revela
también que deberá vivir en el sufrimiento su obediencia de fe
al lado del Salvador que sufre, y que su maternidad será oscura
y dolorosa. En efecto, después de la visita de los Magos,
después de su homenaje («postrándose le adoraron»), después de
ofrecer unos dones (cf. Mt 2, 11), María con el niño debe huir a
Egipto bajo la protección diligente de José, porque «Herodes
buscaba al niño para matarlo» (cf. Mt 2, 13). Y hasta la muerte
de Herodes tendrán que permanecer en Egipto (cf. Mt 2, 15).
(Redemptoris Mater, 16)
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