EL CAMINO DE MARIA

Editores de

"El Camino de María"

Newsletter  57

Marisa y Eduardo Vinante

Directores de Contenido

 

 

María, el Tesoro de Dios
 

«Dios Padre juntó todas las aguas, y las llamó mar; juntó todas sus gracias, y las llamó María. Este gran Señor tiene un tesoro o almacén riquísimo, en el que ha encerrado cuanto tiene de más hermoso, refulgente, raro y precioso, hasta su mismo Hijo; y este inmenso tesoro es María, a quien los santos llaman el 'Tesoro de Dios', y de cuya plenitud se enriquecen los hombres».(Tratado de la Verdadera Devoción a la Santísima Virgen. San Luis María Grignion de Montfort)

 

 

 
La máxima expresión de amor filial a la Virgen la encontramos sin dudas  en el Papa Juan Pablo II, quien, en su libro "Cruzando el umbral de la esperanza", reveló a un periodista detalles de la devoción mariana que nació en la infancia y se consolidó con el paso de los años ante los acontecimientos de los tiempos, hasta convertirse en santo y seña de su pontificado. En esta edición de "El Camino de María" transcribimos el capítulo XXIII.

 

Otro signo del amor filial del Santo Padre Juan Pablo II  a Santa María es su escudo pontificio: sobre un fondo azul, una cruz amarilla, y bajo el madero horizontal derecho, una "M", también amarilla, representando a la Madre que estaba "al pie de la cruz", donde -a decir de San Pablo- en Cristo estaba Dios reconciliando el mundo consigo. En su sorprendente sencillez, su escudo es, pues, una clara expresión de la importancia que el Santo Padre le reconoce a Santa María como eminente cooperadora en la obra de la reconciliación realizada por su Hijo.

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

 

SAN LUIS MARÍA GRIGNION:

 ESPIRITUALIDAD TRINITARIA EN COMUNIÓN CON MARÍA

  Mensaje del Santo Padre a los participantes del

VIII Coloquio internacional de Mariología (13 de octubre de 2000)

"TOTUS-TUOS": ABANDONO TOTAL EN MARÍA

 Capítulo VIII del Libro "Cruzado el umbral de la Esperanza"

 ESPIRITUALIDAD TRINITARIA EN COMUNIÓN CON MARÍA
 

 

 

Con motivo del 160 aniversario de la publicación del "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen", de San Luis María Grignion de Montfort, Juan Pablo II ha escrito una carta a los religiosos y religiosas de las familias "monfortanas" sobre la doctrina mariana de su fundador.

A los religiosos y a las religiosas
de la familia monfortana

Un texto clásico de la espiritualidad mariana

      1. Hace ciento sesenta años se publicaba una obra destinada a convertirse en un clásico de la espiritualidad mariana. San Luis María Grignion de Montfort compuso el Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen a comienzos del año 1700, pero el manuscrito permaneció prácticamente desconocido durante más de un siglo. Finalmente, en 1824 fue descubierto casi por casualidad, y en 1843, cuando se publicó, tuvo un éxito inmediato, revelándose como una obra de extraordinaria eficacia en la difusión de la "verdadera devoción" a la Virgen santísima. A mí personalmente, en los años de mi juventud, me ayudó mucho la lectura de este libro, en el que "encontré la respuesta a mis dudas", debidas al temor de que el culto a María, "si se hace excesivo, acaba por comprometer la supremacía del culto debido a Cristo" (Don y misterio, BAC 1996, p. 43). Bajo la guía sabia de san Luis María comprendí que, si se vive el misterio de María en Cristo, ese peligro no existe. En efecto, el pensamiento mariológico de este santo "está basado en el misterio trinitario y en la verdad de la encarnación del Verbo de Dios" (ib.).

      La Iglesia, desde sus orígenes, y especialmente en los momentos más difíciles, ha contemplado con particular intensidad uno de los acontecimientos de la pasión de Jesucristo referido por san Juan:  "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dijo a su madre:  "Mujer, ahí tienes a tu hijo". Luego dijo al discípulo:  "Ahí tienes a tu madre". Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19, 25-27). A lo largo de su historia, el pueblo de Dios ha experimentado este don hecho por Jesús crucificado:  el don de su Madre. María santísima es verdaderamente Madre nuestra, que nos acompaña en nuestra peregrinación de fe, esperanza y caridad hacia la unión cada vez más intensa con Cristo, único salvador y mediador de la salvación (cf. Lumen gentium, 60 y 62).

      Como es sabido, en mi escudo episcopal, que es ilustración simbólica del texto evangélico  recién citado, el lema Totus tuus se inspira en la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort (cf. Don y misterio, pp. 43-44; Rosarium Virginis Mariae, 15). Estas dos palabras expresan la pertenencia total a Jesús por medio de María:  "Tuus totus ego sum, et omnia mea, tua sunt", escribe san Luis María; y traduce:  "Soy todo vuestro, y todo lo que tengo os pertenece, ¡oh mi amable Jesús!, por María vuestra santísima Madre" (Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, 233, Editorial Esin, S.A., Barcelona, 1999, p. 150). La doctrina de este santo ha ejercido un profundo influjo en la devoción mariana de muchos fieles y también en mi vida. Se trata de una doctrina vivida, de notable profundidad ascética y mística, expresada con un estilo vivo y ardiente, que utiliza a menudo imágenes y símbolos. Sin embargo, desde el tiempo en que vivió san Luis María en adelante, la teología mariana se ha desarrollado mucho, sobre todo gracias a la decisiva contribución del concilio Vaticano II. Por tanto, a la luz del Concilio se debe releer e interpretar hoy la doctrina monfortana, que, no obstante, conserva su valor fundamental.

      En esta carta quisiera compartir con vosotros, religiosos y religiosas de la familia monfortana, la meditación de algunos pasajes de los escritos de san Luis María, que en estos momentos difíciles nos ayuden a alimentar nuestra confianza en la mediación materna de la Madre del Señor.

"Ad Iesum per Mariam"

      2. San Luis María propone con singular eficacia la contemplación amorosa del misterio de la Encarnación. La verdadera devoción mariana es cristocéntrica. En efecto, como recordó el concilio Vaticano II, "la Iglesia, meditando sobre ella (María) con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación" (Lumen gentium, 65).

      El amor a Dios mediante la unión con Jesucristo es la finalidad de toda devoción auténtica, porque -como escribe san Luis María- Cristo "es el único maestro que debe enseñarnos, es nuestro único Señor de quien debemos depender, nuestro único jefe a quien debemos pertenecer, nuestro único modelo al que debemos conformarnos, nuestro único médico que nos debe sanar, nuestro único pastor que debe alimentarnos, nuestro único camino por donde debemos andar, nuestra única verdad que debemos creer, nuestra única vida que debe vivificarnos, y nuestro único todo en todas las cosas que debe bastarnos" (Tratado de la verdadera devoción, 61, o.c., p. 47).

      3. La devoción a la santísima Virgen es un medio privilegiado "para hallar a Jesucristo perfectamente, para amarle tiernamente y servirle fielmente" (ib., 62, o.c., p. 48). Este deseo central de "amar tiernamente" se dilata enseguida en una ardiente oración a Jesús, pidiendo la gracia de participar en la indecible comunión de amor que existe entre él y su Madre. La orientación total de María a Cristo, y en él a la santísima Trinidad, se experimenta ante todo en esta observación:  "Porque no pensaréis jamás en María sin que María, por vosotros, piense en Dios; no alabaréis ni honraréis jamás a María, sin que María alabe y honre a Dios. María es toda relativa a Dios, y me atrevo a llamarla la relación de Dios, pues sólo existe con respecto a él, o el eco de Dios, ya que no dice ni repite otra cosa más que Dios. Si dices María, ella dice Dios. Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada por haber creído, y María, el eco fiel de Dios, exclamó:  Mi alma glorifica al Señor. Lo que en esta ocasión hizo María, lo hace todos los días; cuando la alabamos, la amamos, la honramos o nos damos a ella, alabamos a Dios, amamos a Dios, honramos a Dios, nos damos a Dios por María y en María" (ib., 225, o.c., p. 146).

      También en la oración a la Madre del Señor san Luis María expresa la dimensión trinitaria de su relación con Dios:  "Te saludo, María, hija predilecta del Padre eterno. Te saludo, María, Madre admirable del Hijo. Te saludo María, Esposa fidelísima del Espíritu Santo" (El Secreto de María, 68). Esta expresión tradicional, que ya usó san Francisco de Asís (cf. Fuentes franciscanas, 281), aunque contiene niveles heterogéneos de analogía, es sin duda eficaz para expresar de algún modo la peculiar participación de la Virgen en la vida de la santísima Trinidad.

      4. San Luis María contempla todos los misterios a partir de la Encarnación, que se realizó en el momento de la Anunciación. Así, en el Tratado de la verdadera devoción María aparece como "el verdadero paraíso terrenal del nuevo Adán", la "tierra virgen e inmaculada" de la que él fue modelado (n. 261). Ella es también la nueva Eva, asociada al nuevo Adán en la obediencia que repara la desobediencia original del hombre y de la mujer (cf. ib., 53; san Ireneo, Adversus haereses, III, 21, 10-22, 4). Por medio de esta obediencia, el Hijo de Dios entra en el mundo. Incluso la cruz ya está misteriosamente presente en el instante de la Encarnación, en el momento de la concepción de Jesús en el seno de María. En efecto, el ecce venio de la carta a los Hebreos (cf. Hb 10, 5-9) es el acto primordial de obediencia del Hijo al Padre, con el que aceptaba su sacrificio redentor "ya cuando entró en el mundo".

      "Toda (...) nuestra perfección -escribe san Luis María Grignion de Montfort- consiste en estar conformes, unidos y consagrados a Jesucristo; la más perfecta de todas las devociones es sin duda alguna la que nos conforma, une y consagra más perfectamente a este acabado modelo de toda santidad; y pues que María es entre todas las criaturas la más conforme a Jesucristo, es consiguiente que, entre todas las devociones, la que consagra y conforma más un alma a nuestro Señor es la devoción a la santísima Virgen, su santa Madre, y cuanto más se consagre un alma a María, más se unirá con Jesucristo" (Tratado de la verdadera devoción, 120, o.c., p. 83). San Luis María, dirigiéndose a Jesús, expresa cuán admirable es la unión entre el Hijo y la Madre:  "de tal modo está ella transformada en vos por la gracia, que no vive, no existe, sino que sólo vos, mi Jesús, vivís y reináis en ella... ¡Oh! si fuere conocida la gloria y el amor que recibisteis, Señor, en esta admirable criatura... María os está tan íntimamente unida...; porque ella os ama más ardientemente y os glorifica más perfectamente que todas vuestras criaturas juntas" (ib., 63, o.c., p. 49).

María, miembro eminente del Cuerpo místico y Madre de la Iglesia

      5. Como dice el concilio Vaticano II, María "es también saludada como miembro muy eminente y del todo singular de la Iglesia y como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el amor" (Lumen gentium, 53). La Madre del Redentor también ha sido redimida por él, de modo único en su inmaculada concepción, y nos ha precedido en la escucha creyente y amorosa de la palabra de Dios que nos hace felices (cf. ib., 58). También por eso María "está íntimamente unida a la Iglesia.

      La Madre de Dios es figura (typus) de la Iglesia, como ya  enseñaba san Ambrosio:  en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo. Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada con razón madre y virgen, la santísima  Virgen  María  fue por delante mostrando en forma eminente y singular el modelo de virgen y madre" (ib., 63). El mismo Concilio contempla a María como Madre de los miembros de Cristo (cf. ib., 53, 62), y así Pablo VI la proclamó Madre de la Iglesia. La doctrina del Cuerpo místico, que expresa del modo más fuerte la unión de Cristo con la Iglesia, es también el fundamento bíblico de esta afirmación. "La cabeza y los miembros nacen de una misma madre" (Tratado de la verdadera devoción, 32, o.c., p. 30), nos recuerda san Luis María. En este sentido, decimos que, por obra del Espíritu Santo, los miembros están unidos y son configurados con Cristo Cabeza, Hijo del Padre y de María, de modo que "todo hijo verdadero de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre" (El Secreto de María, 11).

      En Cristo, Hijo unigénito, somos realmente hijos del Padre y, al mismo tiempo, hijos de María y de la Iglesia. En el nacimiento virginal de Jesús, renace de algún modo toda la humanidad. A la Madre del Señor "se le pueden aplicar, con más verdad que a san Pablo estas palabras:  "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19). Yo doy a luz todos los días hijos de Dios, para que Jesucristo, mi Hijo, se forme en ellos en la plenitud de su edad" (Tratado de la verdadera devoción, 33, o.c., p. 31). Esta doctrina tiene su expresión más bella en la oración:  "Oh Espíritu Santo, concédeme una gran devoción y una gran inclinación hacia María, un sólido apoyo en su seno materno y un asiduo recurso a su misericordia, para que en ella tú formes a Jesús dentro de mí" (El Secreto de María, 67).

      Una de las expresiones más altas de la espiritualidad de san Luis María Grignion de Montfort se refiere a la identificación del fiel con María en su amor a Jesús, en su servicio a Jesús. Meditando en el conocido texto de san Ambrosio:  "Que el alma de María esté en cada uno para glorificar al Señor; que el espíritu de María esté en cada uno para exultar en Dios" (Expos. in Luc., 12, 26:  PL 15, 1561), escribe:  "¡Qué dichosa es un alma, cuando... está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que es un espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y fecundo!" (Tratado de la verdadera devoción, 258, o.c., p. 162). La identificación mística con María está totalmente orientada a Jesús, como se expresa en la oración:  "Por último, mi queridísima y amadísima Madre, haz que, si es posible, no tenga yo otro espíritu que el tuyo para conocer a Jesucristo y sus divinos designios; que no tenga otra alma que la tuya para alabar y glorificar al Señor; que no tenga otro corazón que el tuyo para amar a Dios con caridad pura y ardiente como tú" (El Secreto de María, 68).

La santidad, perfección de la caridad

      6. La constitución Lumen gentium afirma también:  "La Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27). En cambio, los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad. Por eso dirigen sus ojos a María, que resplandece ante toda la comunidad de los elegidos como modelo de todas las virtudes" (n. 65). La santidad es perfección de la caridad, del amor a Dios y al prójimo, que es el objeto del principal mandamiento de Jesús (cf. Mt 22, 38), y es también el don más grande del Espíritu Santo (cf. 1 Co 13, 13). Así, en sus Cánticos, san Luis María presenta sucesivamente a los fieles la excelencia de la caridad (Cántico 5), la luz de la fe (Cántico 6) y la firmeza de la esperanza (Cántico 7).

      En la espiritualidad monfortana, el dinamismo de la caridad se expresa especialmente a través del símbolo de la esclavitud de amor a Jesús, según el ejemplo y con la ayuda materna de María. Se trata de la comunión plena en la kénosis de Cristo; comunión vivida con María, íntimamente presente en los misterios de la vida del Hijo:  "No hay, asimismo, nada entre los cristianos que nos haga pertenecer tanto a Jesucristo y a su santa Madre como la esclavitud voluntaria, según el ejemplo del mismo Jesucristo, que "tomó la forma de esclavo" (Flp 2, 7) por nuestro amor, y el de la santísima Virgen, que se llamó sierva y esclava del Señor. El apóstol se llama por altísima honra "siervo de Cristo" (Ga 1, 10). Los cristianos son llamados muchas veces en la Escritura sagrada, servi Christi" (Tratado de la verdadera devoción, 72, o.c., p. 55).

      En efecto, el Hijo de Dios, que por obediencia al Padre vino al mundo en la Encarnación (cf. Hb 10, 7), se humilló después haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Flp 2, 7-8). María correspondió a la voluntad de Dios con la entrega total de sí misma, en cuerpo y alma, para siempre, desde la Anunciación hasta la cruz, y desde la cruz hasta la Asunción. Ciertamente, entre la obediencia de Cristo y la obediencia de María hay una asimetría determinada por la diferencia ontológica entre la Persona divina del Hijo y la persona humana de María, de la que se sigue también la exclusividad de la eficacia salvífica fontal de la obediencia de Cristo, de la cual su misma Madre recibió la gracia de poder obedecer de modo total a Dios y colaborar así con la misión de su Hijo.

      Por tanto, la esclavitud de amor debe interpretarse a la luz del admirable intercambio entre Dios y la humanidad en el misterio del Verbo encarnado. Es un verdadero intercambio de amor entre Dios y su criatura en la reciprocidad de la entrega total de sí. "El espíritu de esta devoción... consiste en hacer que el alma sea interiormente dependiente y esclava de la santísima Virgen y de Jesús por medio de ella" (El Secreto de María, 44). Paradójicamente, este "vínculo de caridad", esta "esclavitud de amor", hace al hombre plenamente libre, con la verdadera libertad de los hijos de Dios (cf. Tratado de la verdadera devoción, 169). Se trata de entregarse totalmente a Jesús, respondiendo al amor con el que él nos ha amado primero. Todo el que viva en este amor puede decir como san Pablo:  "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).

La "peregrinación de la fe"

      7. En la carta apostólica Novo millennio ineunte escribí que "a Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe" (n. 19). Precisamente este fue el camino que  siguió  María  durante toda su vida terrena, y es el camino de la Iglesia peregrinante hasta el fin de los tiempos. El concilio Vaticano II insistió mucho en la fe de María, misteriosamente compartida por la Iglesia, poniendo de relieve el itinerario de la Virgen desde el momento de la Anunciación hasta el de la pasión redentora (cf. Lumen gentium, 57 y 67; Redemptoris Mater, 25-27).

      En los escritos de san Luis María encontramos el mismo énfasis en la fe que vivió la Madre de Jesús a lo largo de un camino que va desde la Encarnación hasta la cruz, una fe en la que María es modelo y "tipo" de la Iglesia. San Luis María lo expresa con una gran riqueza de matices cuando expone a su lector los "efectos maravillosos" de la perfecta devoción mariana:  "Cuanto más ganéis la benevolencia de esta augusta Princesa y Virgen fiel, más fe verdadera tendréis en toda vuestra conducta; una fe pura, que hará que no os inquietéis de lo sensible y de lo extraordinario; una fe viva y animada por la caridad, que hará que no obréis sino por motivos de puro amor; una fe firme e inquebrantable como una roca, que os mantendrá firmes y constantes en medio de las tempestades y las tormentas; una fe activa y penetrante que, como un divino salvoconducto, proporcionará entrada en todos los misterios de Jesucristo, en los fines últimos del hombre, y en el corazón de Dios mismo; una fe animosa que os animará e inducirá a emprender y llevar a cabo, sin titubear, grandes cosas por la gloria de Dios, y para la salud de las almas; en fin, una fe que será vuestra lumbrera ardiente, vuestra vida divina, vuestro tesoro escondido y rico de la divina sabiduría, y vuestra poderosísima arma, de la que os serviréis para iluminar a los que están en las tinieblas y en la sombra de la muerte, para abrasar a los tibios y a los que tienen necesidad de la caridad, para dar vida a los que están muertos por el pecado, para conmover y convertir por vuestras dulces y poderosas palabras los corazones de mármol y arrancar los cedros del Líbano, y en fin, para resistir al demonio y a todos los enemigos de la salvación" (Tratado de la verdadera devoción, 214, o.c., p. 139).

      Como san Juan de la Cruz, san Luis María insiste sobre todo en la pureza de la fe, y en su esencial y a menudo dolorosa oscuridad (cf. El Secreto de María, 51-52). Es la fe contemplativa la que, renunciando a las cosas sensibles o extraordinarias, penetra en las misteriosas profundidades de Cristo. Así, en su oración, san Luis María se dirige a la Madre del Señor, diciendo:  "No te pido visiones o revelaciones, ni gustos o delicias, aunque fueran espirituales... Aquí en la tierra no quiero para mí otro don, fuera del que tú recibiste, es decir, creer con fe pura, sin gustar ni ver nada" (ib., 69). La cruz es el momento culminante de la fe de María, como escribí en la encíclica Redemptoris Mater:  "Por medio de esta fe María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento... Es esta tal vez la más profunda kénosis de la fe en la historia de la humanidad" (n. 18).

Signo de esperanza cierta

      8. El Espíritu Santo invita a María a "reproducirse" en sus elegidos, extendiendo en ellos las raíces de su "fe invencible", pero también de su "firme esperanza" (cf. Tratado de la verdadera devoción, 34). Lo recordó el concilio Vaticano II:  "La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el pueblo de Dios en marcha como señal de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium, 68). San Luis María contempla esta dimensión escatológica especialmente cuando habla de los "santos de los últimos tiempos", formados por la santísima Virgen para dar a la Iglesia la victoria de Cristo sobre las fuerzas del mal (cf. Tratado de la verdadera devoción, 49-59). No se trata, en absoluto, de una forma de "milenarismo", sino del sentido profundo de la índole escatológica de la Iglesia, vinculada a la unicidad y universalidad salvífica de Jesucristo. La Iglesia espera la venida gloriosa de Jesús al final de los tiempos. Como María y con María, los santos están en la Iglesia y para la Iglesia, a fin de hacer resplandecer su santidad y extender hasta los confines del mundo y hasta el final de los tiempos la obra de Cristo, único Salvador.

      En la antífona Salve Regina, la Iglesia llama a la Madre de Dios "Esperanza nuestra". San Luis María usa esa misma expresión a partir de un texto de san Juan Damasceno, que aplica a María el símbolo bíblico del ancla (cf. Hom. I in Dorm. B.V.M., 14:  PG 96, 719):  "Unimos (...) las almas a vuestras esperanzas, como a un ancla firme. Los santos se han salvado porque han sido los más unidos a ella, y han servido a los demás para perseverar en la virtud. Dichosos, pues; mil veces dichosos los cristianos que ahora se unen fiel y enteramente a María como a un ancla firme y segura" (Tratado de la verdadera devoción, 175, o.c., p. 116). A través de la devoción a María, Jesús mismo "escuda el corazón con una firme confianza en Dios, haciéndole mirar a Dios como su Padre; le inspira un amor tierno y filial" (ib., 169, o.c., p. 111).

      Junto con la santísima Virgen, con el mismo corazón de madre, la Iglesia ora, espera e intercede por la salvación de todos los hombres. Son las últimas palabras de la constitución Lumen gentium:  "Todos los cristianos han de ofrecer insistentes súplicas a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente en los comienzos de la Iglesia con sus oraciones, también ahora en el cielo, exaltada sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en comunión con todos los santos, interceda ante su Hijo, hasta el momento en que todos los pueblos, los que se honran con el nombre de cristianos, así como los que todavía no conocen a su Salvador, puedan verse felizmente reunidos en paz y concordia en el único pueblo de Dios para gloria de la santísima e indivisible Trinidad" (n. 69).

      Haciendo nuevamente mío este deseo, que juntamente con los demás padres conciliares expresé hace casi cuarenta años, envío a toda la familia monfortana  una  especial  bendición apostólica.

SAN LUIS MARÍA GRIGNION:

 ESPIRITUALIDAD TRINITARIA EN COMUNIÓN CON MARÍA

  Mensaje del Santo Padre a los participantes del

VIII Coloquio internacional de Mariología (13 de octubre de 2000)

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros hoy, con ocasión del VIII Coloquio internacional de mariología sobre el tema: "San Luis María Grignion de Montfort: espiritualidad trinitaria en comunión con María".

Este encuentro nos trae a la memoria el que tuvo lugar en 1706 aquí en Roma entre mi venerado predecesor Clemente XI y el misionero bretón Grignion de Montfort, que vino a pedir al Sucesor de Pedro luz y fortaleza para el camino apostólico que había emprendido. Pienso también con gratitud en la peregrinación que la Providencia me concedió realizar a la tumba de este gran santo en Saint-Laurent-sur-Sèvre, el 19 de septiembre de 1996.

San Luis María Grignion de Montfort constituye para mí una significativa figura de referencia, que me ha iluminado en momentos importantes de la vida. Cuando trabajaba en la fábrica Solvay de Cracovia siendo seminarista clandestino, mi director espiritual me aconsejó meditar en el "Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen". Leí y releí muchas veces y con gran provecho espiritual este valioso librito de ascética, cuya portada azul se había manchado con sosa cáustica.

Al poner a la Madre de Cristo en relación con el misterio trinitario, Montfort me ayudó a comprender que la Virgen pertenece al plan de la salvación por voluntad del Padre, como Madre del Verbo encarnado, que concibió por obra del Espíritu Santo. Toda intervención de María en la obra de regeneración de los fieles no está en competición con Cristo, sino que deriva de él y está a su servicio. La acción que María realiza en el plan de la salvación es siempre Cristocéntrica, es decir, hace directamente referencia a una mediación que se lleva a cabo en Cristo. Comprendí entonces que no podía excluir a la Madre del Señor de mi vida sin dejar de cumplir la voluntad de Dios trino, que quiso "comenzar a realizar" los grandes misterios de la historia de la salvación con la colaboración responsable y fiel de la humilde Esclava de Nazaret.

Asimismo, ahora doy gracias al Señor por haber podido experimentar cuanto habéis profundizado también vosotros en este coloquio, o sea, que la acogida de María en la vida en Cristo y en el Espíritu introduce al creyente en el centro mismo del Misterio Trinitario.

2. Amadísimos hermanos y hermanas, durante vuestro simposio habéis estudiado la espiritualidad trinitaria en comunión con María: un aspecto que caracteriza la enseñanza de Montfort.

En efecto, él no propone una teología sin influencia alguna en la vida concreta y tampoco un cristianismo "por encargo", sin asumir personalmente los compromisos que derivan del bautismo. Al contrario, invita a una espiritualidad vivida con intensidad; estimula a entregarse, con una decisión libre y consciente, a Cristo y, por medio de él, al Espíritu Santo y al Padre. Desde esta perspectiva se comprende cómo la referencia a María perfecciona la renovación de las promesas bautismales, puesto que María es precisamente la criatura "más semejante a Cristo" (cf. Tratado de la verdadera devoción a la santísima Virgen, 121).

Sí, toda la espiritualidad Cristocéntrica y Mariana que enseña Montfort deriva de la Trinidad y lleva a ella. A este respecto, impresiona su insistencia en la acción de las tres Personas divinas en relación con María. Dios Padre "dio a su Hijo único al mundo sólo por medio de María" y "quiere tener hijos por medio de María hasta el fin del mundo" (ib., 16 y 29). Dios Hijo "se hizo hombre por nuestra salvación, pero en María y por medio de María" y "quiere formarse y, por decirlo así, encarnarse día a día, por medio de su amada madre, en sus miembros" (ib., 16 y 31). Dios Espíritu Santo "comunicó a María, su Esposa fiel, sus dones inefables" y "quiere formarse, en ella y por medio de ella, a elegidos" (cf. ib., 25 y 34).

3. María aparece, por tanto, como espacio de amor y de acción de las Personas de la Trinidad, y Montfort la presenta en una perspectiva relacional: "María es totalmente relativa a Dios, y yo la llamaría muy bien la relación con Dios, la que sólo existe en relación con Dios" (ib., 225). Por esta razón la Toda Santa lleva hacia la Trinidad. Repitiéndole a diario Totus tuus y viviendo en sintonía con ella, se puede llegar a la experiencia del Padre mediante la confianza y el amor sin límites (cf. ib., 169 y 215), a la docilidad al Espíritu Santo (cf. ib., 258) y a la transformación de sí según la imagen de Cristo (cf. ib., 218-221).

Sucede a veces que en la catequesis, y también en los ejercicios de piedad, se da por supuesto el aspecto Trinitario y Cristológico, que en ellos es intrínseco y esencial (cf. Marialis cultus, 25). Por el contrario, en la visión de Grignion de Montfort la fe trinitaria impregna totalmente las oraciones dirigidas a María: "Te saludo, María, Hija amabilísima del Padre eterno, Madre admirable del Hijo, Esposa fidelísima del Espíritu Santo, templo augusto de la santísima Trinidad" (Métodos para rezar el rosario, 15). De igual modo, en la Oración ardiente, dirigida a las tres Personas divinas y proyectada hacia los últimos tiempos de la Iglesia, se contempla a María como la montaña de Dios (n. 25), ambiente de santidad que eleva hacia Dios y transforma en Cristo.

Ojalá que todo cristiano haga suya la doxología que Montfort pone en los labios de María en el Magníficat: "Adoremos y bendigamos a nuestro único y verdadero Dios. Que resuene el universo y se cante por doquier: Gloria al Padre eterno, gloria al Verbo adorable. La misma gloria al Espíritu Santo, que con su amor los une en un vínculo inefable" (Cántico, 85, 6).

Implorando sobre cada uno de vosotros la asistencia continua de la Virgen Santísima, para que viváis vuestra vocación en comunión con ella, nuestra Madre y modelo, os imparto de corazón una especial bendición apostólica.
 

"TOTUS TUOS": ABANDONO TOTAL EN MARÍA
 
  

Honrando a la Virgen Santísima, Glorificamos a Dios

 

"...Nunca pensáis en María, sin que Ella en vuestro lugar,

piense en Dios. Nunca alabáis ni honráis, sin que Ella con vosotros alabe y honre a Dios. María está en total conexión con Dios, y con toda propiedad yo la llamaría: la relación de Dios, que sólo existe en referencia a Dios, el eco de Dios, que sólo habla y repite a Dios. Santa Isabel alabó a María y la llamó bienaventurada porque Ella creyó, y María, el eco fidelísimo de Dios entonó: «Magnificat anima mea Domino», -Mi alma glorifica al Señor- (Lc I, 46). Lo que obró María en esa ocasión, lo repite todos los días; cuando la alabamos, honramos, amamos, o la ofrecemos algo, Dios es alabado, honrado, amado y ese agasajo lo recibe por María y en María..." (San Luis María Grignion de Montfort. "Tratado de la Verdadera Devoción")

 

 

PREGUNTA DEL PERIODISTA:

Desde una perspectiva cristiana, hablar de maternidad lleva espontáneamente a hablar de la otra parte, con la ininterrumpida tradición católica- es otro de los caracteres distintivos de la enseñanza y de la acción de Juan Pablo II.

Entre otras cosas, hoy se multiplican las voces y las noticias que hablan de misteriosas apariciones y mensajes de la Virgen; masas de peregrinos se ponen en camino como en otros siglos. ¿Qué puede decirnos, Santidad, de todo esto?

RESPUESTA DE JUAN PABLO II

Totus Tuus. Esta fórmula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción: es algo más. La orientación hacia una devoción tal se afirmó en mí en el período en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo cristocéntrico. Gracias a san Luis Grignon de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es, sin embargo, cristocéntrica, más aún, que está profundamente radicada en el Misterio trinitario de Dios, y en los misterios de la Encarnación y la Redención.

Así pues, redescubrí con conocimiento de causa la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años: sus frutos son la "Redemptoris Mater"  y la "Mulieris dignitatem"

Respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata sólo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a la verdad objetiva sobre la Madre de Dios. María es la nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán-Cristo, comenzando por la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento en Belén, el banquete de bodas en Caná de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el cenáculo del Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es Madre de la Iglesia.

El Concilio Vaticano II da un paso de gigante tanto en la doctrina como en la devoción mariana. No es posible traer aquí ahora todo el maravilloso capítulo VIII de la Lumen gentium, pero habría que hacerlo. Cuando participé en el Concilio, me reconoci a mí mismo plenamente en este capítulo, en el que reencontré todas mis pasadas experiencias desde los años de la adolescencia, y también aquel especial ligamen que me une a la Madre de Dios de forma siempre nueva.

La primera forma, la más antigua, está ligada a las visitas durante la infancia a la imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en la iglesia parroquial de Wadowice, está ligada a la tradición del escapulario del Carmen, particularmente elocuente y rica en simbolismo, que conocí desde la juventud por medio del convento de carmelitas que se halla «sobre la colina» de mi ciudad natal. Está ligada, además, a la tradición de las peregrinaciones al santuario de Kalwaria Zebrzydowska, uno de esos lugares que atraen a multitudes de peregrinos, especialmente del sur de Polonia y de más allá de los Cárpatos. Este santuario regional tiene una particularidad, la de ser no solamente mariano, sino también profundamente cristocéntrico. Y los peregrinos que llegan allí, durante su primera jornada junto al santuario de Kalwaria practican antes que nada los «senderos», que son un Viacrucis en el que el hombre encuentra su sitio junto a Cristo por medio de María. La Crucifixión, que es también el punto topográficamente más alto, domina los alrededores del santuario. La solemne procesión mariana, que tiene lugar antes de la fiesta de la Asunción, no es sino la expresión de la fe del pueblo cristiano en la especial participación de la Madre de Dios en la Resurrección y en la Gloria de su propio Hijo.

Desde los primerísimos años, mi devoción mariana estuvo relacionada estrechamente con la dimensión cristológica. En esta dirección me iba educando el santuario de Kalwaria.

Un capítulo aparte es Jasna Góra, con su icono de la Señora Negra. La Virgen de Jasna Góra es desde hace siglos venerada como Reina de Polonia. Éste es el santuario de toda la nación. De su Señora y Reina la nación polaca ha buscado durante siglos, y continúa buscando, el apoyo y la fuerza para el renacimiento espiritual. Jasna Góra es lugar de especial evangelización. Los grandes acontecimientos de la vida de Polonia están siempre de alguna manera ligados a este sitio; sea la historia antigua de mi nación, sea la contemporánea, tienen precisamente allí su punto de más intensa concentración, sobre la colina de Jasna Góra

REDEMPTORIS MATER - Punto 8

 María es introducida definitivamente en el Misterio de Cristo a través de la Anunciación del Ángel

María es introducida definitivamente en el misterio de Cristo a través de este acontecimiento: la anunciación del ángel. Acontece en Nazaret, en circunstancias concretas de la historia de Israel, el primer pueblo destinatario de las promesas de Dios. El mensajero divino dice a la Virgen: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). María «se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo» (Lc 1, 29). Qué significarían aquellas extraordinarias palabras y, en concreto, la expresión «llena de gracia» (Kejaritoméne).21

Si queremos meditar junto a María sobre estas palabras y, especialmente sobre la expresión «llena de gracia», podemos encontrar una verificación significativa precisamente en el pasaje anteriormente citado de la Carta a los Efesios. Si, después del anuncio del mensajero celestial, la Virgen de Nazaret es llamada también «bendita entre las mujeres» (cf. Lc 1, 42), esto se explica por aquella bendición de la que «Dios Padre» nos ha colmado « en los cielos, en Cristo». Es una bendición espiritual, que se refiere a todos los hombres, y lleva consigo la plenitud y la universalidad («toda bendición »), que brota del amor que, en el Espíritu Santo, une al Padre el Hijo consubstancial. Al mismo tiempo, es una bendición derramada por obra de Jesucristo en la historia del hombre desde el comienzo hasta el final: a todos los hombres. Sin embargo, esta bendición se refiere a María de modo especial y excepcional; en efecto, fue saludada por Isabel como « bendita entre las mujeres ».

La razón de este doble saludo es, pues, que en el alma de esta «hija de Sión» se ha manifestado, en cierto sentido, toda la «gloria de su gracia», aquella con la que el Padre « nos agració en el Amado ». El mensajero saluda, en efecto, a María como « llena de gracia »; la llama así, como si éste fuera su verdadero nombre. No llama a su interlocutora con el nombre que le es propio en el registro civil: «Miryam» (María), sino con este nombre nuevo: «llena de gracia ». ¿Qué significa este nombre? ¿Porqué el arcángel llama así a la Virgen de Nazaret?

En el lenguaje de la Biblia « gracia » significa un don especial que, según el Nuevo Testamento, tiene la propia fuente en la vida trinitaria de Dios mismo, de Dios que es amor (cf. 1 Jn 4, 8). Fruto de este amor es la elección, de la que habla la Carta a los Efesios. Por parte de Dios esta elección es la eterna voluntad de salvar al hombre a través de la participación de su misma vida en Cristo (cf. 2 P 1, 4): es la salvación en la participación de la vida sobrenatural. El efecto de este don eterno, de esta gracia de la elección del hombre, es como un germen de santidad, o como una fuente que brota en el alma como don de Dios mismo, que mediante la gracia vivifica y santifica a los elegidos. De este modo tiene lugar, es decir, se hace realidad aquella bendición del hombre «con toda clase de bendiciones espirituales», aquel « ser sus hijos adoptivos ... en Cristo » o sea en aquel que es eternamente el « Amado » del Padre.

Cuando leemos que el mensajero dice a María «llena de gracia», el contexto evangélico, en el que confluyen revelaciones y promesas antiguas, nos da a entender que se trata de una bendición singular entre todas las « bendiciones espirituales en Cristo ». En el misterio de Cristo María está presente ya «antes de la creación del mundo» como aquella que el Padre « ha elegido » como Madre de su Hijo en la Encarnación, y junto con el Padre la ha elegido el Hijo, confiándola eternamente al Espíritu de santidad. María está unida a Cristo de un modo totalmente especial y excepcional, e igualmente es amada en este « Amado »eternamente, en este Hijo consubstancial al Padre, en el que se concentra toda «la gloria de la gracia ». A la vez, ella está y sigue abierta perfectamente a este «don de lo alto» (cf. St 1, 17). Como enseña el Concilio, María «sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación».22 

Juan Pablo II, Carta Encíclica Redemptoris Mater, 8

NOVO MILLENNIO INEUNTE - Punto 2

Por eso, siento el deber de dirigirme a todos vosotros para compartir el canto de alabanza. Había pensado en este Año Santo del dos mil como un momento importante desde el inicio de mi Pontificado. Pensé en esta celebración como una convocatoria providencial en la cual la Iglesia, treinta y cinco años después del Concilio Ecuménico Vaticano II, habría sido invitada a interrogarse sobre su renovación para asumir con nuevo ímpetu su misión evangelizadora. 

¿Lo ha logrado el Jubileo? Nuestro compromiso, con sus generosos esfuerzos y las inevitables fragilidades, está ante la mirada de Dios. Pero no podemos olvidar el deber de gratitud por las «maravillas» que Dios ha realizado por nosotros. « Misericordias Domini in aeternum cantabo » (Sal 89-88,2).

Al mismo tiempo, lo ocurrido ante nosotros exige ser considerado y, en cierto sentido, interpretado, para escuchar lo que el Espíritu, a lo largo de este año tan intenso, ha dicho a la Iglesia (cf. Ap 2,7.11.17 etc.). 

Juan Pablo II, Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte, 2  (6-enero-2001)

EL CAMINO DE MARÍA

 

 INVITE A SUS AMIGOS Y CONOCIDOS A SUSCRIBIRSE

 GRATUITAMENTE A NUESTRA NEWSLETTER SEMANAL

"EL CAMINO DE MARÍA"

Meditaciones Marianas extraídas del Magisterio de la Iglesia en general y del Santo Padre Juan Pablo II en particular.

Deben llenar un simple formulario con el nombre y el e-mail en la siguiente dirección de nuestro sitio

http://www.MariaMediadora.com/formulario.htm

© 2003 MariaMediadora™ - All Rights Reserved

webmaster@SantoRosario.info - webmaster@MariaMediadora.com.ar

 

La Newsletter "El Camino de María" es procesada por el
Hosting Inteligente OptinMaster