1. "Puer
natus est nobis, filius datus est nobis" (Is 9,5).
En las
palabras del profeta Isaías, proclamadas en la primera
Lectura, se encierra la verdad sobre la Navidad, que esta
noche revivimos juntos.
Nace un Niño.
Aparentemente, uno de tantos niños del mundo. Nace un Niño
en un establo de Belén. Nace, pues, en una condición de
gran penuria: pobre entre los pobres.
Pero Aquél que
nace es "el Hijo" por excelencia: Filius datus est nobis.
Este Niño es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del
Padre. Anunciado por los profetas, se hizo hombre por obra
del Espíritu Santo en el seno de una Virgen, María.
Cuando, dentro
de poco cantemos en el Credo "... et incarnatus est de
Spiritu Sancto ex Maria Virgine et homo factus est", todos
nos arrodillaremos. Meditaremos en silencio el misterio
que se realiza: "Et homo factus est"! Viene a nosotros el
Hijo de Dios y nosotros lo recibimos de rodillas.
2. "Y la
Palabra se hizo carne" (Jn 1,14). En esta noche
extraordinaria la Palabra eterna, el "Príncipe de la paz"
(Is 9,5), nace en la mísera y fría gruta de Belén.
"No temáis,
dice el ángel a los pastores, en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Lc 2,11).
También nosotros, como los pastores desconocidos pero
afortunados, corramos para encontrar a Aquél que cambió el
curso de la historia.
En la extrema
pobreza de la gruta contemplamos a "niño envuelto en
pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12). En el recién
nacido inerme y frágil, que da vagidos en los brazos de
María, "ha aparecido la gracia de Dios, que trae la
salvación para todos los hombres" (Tt 2,11). Permanezcamos
en silencio y ¡adorémosle!
3. ¡Oh Niño,
que has querido tener como cuna un pesebre; oh Creador del
universo, que te has despojado de la gloria divina; oh
Redentor nuestro, que has ofrecido tu cuerpo inerme como
sacrificio para la salvación de la humanidad!
Que el fulgor
de tu nacimiento ilumine la noche del mundo. Que la fuerza
de tu mensaje de amor destruya las asechanzas arrogantes
del maligno. Que el don de tu
vida
nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de
todo ser humano.
¡Demasiada
sangre corre todavía sobre la tierra! ¡Demasiada violencia
y demasiados conflictos turban la serena convivencia de
las naciones!
Tú vienes a
traernos la paz. ¡Tú eres nuestra paz! Sólo tú puedes
hacer de nosotros "un pueblo purificado" que te pertenezca
para siempre, un pueblo "dedicado a las buenas obras" (Tt
2,14).
4. Puer
natus est nobis, filius datus est nobis!
¡Qué misterio inescrutable esconde la
humildad de este Niño! Quisiéramos como tocarlo;
quisiéramos abrazarlo.
Tú, María, que
velas sobre tu Hijo omnipotente, danos tus ojos para
contemplarlo con fe: danos tu corazón para adorarlo con
amor.
En su
sencillez, el Niño de Belén nos enseña a descubrir el
sentido auténtico de nuestra existencia; nos enseña a
"llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y
religiosa" (Tt 2,12).
5. ¡Oh Noche
Santa y tan esperada, que has unido a Dios y al hombre
para siempre! Tú enciendes de nuevo la esperanza en
nosotros. Tú nos llenas de extasiado asombro. Tú nos
aseguras el triunfo del amor sobre el odio, de la vida
sobre la muerte.
Por esto
permanecemos absortos y rezamos.
En el
silencio esplendoroso de tu Navidad, tú, Emmanuel, sigues
hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a escucharte.
Amén.