EL CAMINO DE MARÍA

Cum Maria contemplemur Christi vultum!

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¡Honor a María, honor y gloria. Honor a la Santísima Virgen! (...)
Aquel que creó el mundo maravilloso honraba en Ella a la propia Madre (...).
La amaba como Madre, vivió obedeciéndola.
Aunque era Dios, respetaba todas sus palabras.

JESUS, CONFIO EN TI

"Ofrezco a los hombres un Recipiente con el que han de venir a la Fuente de la Misericordia para recoger gracias. Ese Recipiente es esta Imagen con la firma: JESÚS, EN TI CONFÍO" (Diario, 327)

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Edición 395

21 de noviembre de 2008

LA PRESENTACIÓN DE MARÍA EN EL TEMPLO

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MES CONSAGRADO A MARÍA SANTÍSIMA

MEDITACIONES

8 de noviembre - 8 de diciembre de 2008

TOTUS TUUS

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

 

LA PRESENTACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN EL TEMPLO

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«Escucha, hija, mira, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna. Prendado está el Rey de tu belleza. Ya entra la princesa bellísima, vestida de perlas y brocado». (Salmo 44)

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«¡Qué deseables son tus moradas! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor. Dichosos los que viven en tu casa, alabándote siempre. Vale más un día en tus atrios que mil en mi casa». (Salmo 83)

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La niña María 
-¡qué gracia en su vuelo!-, 
paloma del cielo, 
al templo subía 
y a Dios ofrecía 
el más puro don.

Sagrario y mansión, 
por Él consagrada 
y a Él reservaba, 
en su corazón. 

¡Oh blanca azucena! 
La Sabiduría 
su trono te hacía, 
dorada patena, 
de la gracia llena, 
llena de hermosura.

Tu luz, Virgen pura, 
Niña Inmaculada, 
rasgue en alborada 
nuestra noche oscura.

Tu presentación, 
Princesa María, 
de paz y alegría 
llena el corazón.

De Dios posesión 
y casa habitada, 
eres la morada 
de la Trinidad.

A su Majestad 
la gloria sea dada.
Amén. 

 (Liturgia en el Oficio de Laudes)

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

La Virgen es conducida hoy a la Casa del Señor.
 
«El Templo purísimo del Salvador, la preciosa habitación nupcial, la Virgen, Tesoro sagrado de la gloria divina, es conducida hoy a la Casa del Señor y lleva con Ella la gracia del Espíritu divino; los ángeles la alaban: Ella es el Tabernáculo celeste» (de la Liturgia oriental.)
 
 

LA PRESENTACIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA

Queridos hermanos y hermanas:

El 21 de noviembre, con ocasión de la memoria litúrgica de la Presentación de María Santísima en el templo, celebraremos la Jornada pro orantibus, dedicada al recuerdo de las comunidades religiosas de clausura. Es una ocasión muy oportuna para dar gracias al Señor por el don de tantas personas que, en los monasterios y en los eremitorios, se dedican totalmente a Dios en la oración, en el silencio y en el ocultamiento.

Algunos se preguntan qué sentido y qué valor puede tener su presencia en nuestro tiempo, en el que hay numerosas y urgentes situaciones de pobreza y de necesidad que se deben afrontar. ¿Por qué "encerrarse" para siempre entre las paredes de un monasterio y privar así a los demás de la contribución de las propias capacidades y experiencias? ¿Qué eficacia puede tener su oración para la solución de los numerosos problemas concretos que siguen afligiendo a la humanidad?

Sin embargo, de hecho también hoy, suscitando con frecuencia la sorpresa de amigos y conocidos, muchas personas abandonan carreras profesionales a menudo prometedoras para abrazar la austera regla de un monasterio de clausura. Sólo las impulsa a un paso tan comprometedor el haber comprendido, como enseña el Evangelio, que el reino de los cielos es "un tesoro" por el cual vale de verdad la pena abandonarlo todo (cf. Mt 13, 44). En efecto, estos hermanos y hermanas nuestros testimonian silenciosamente que en medio de los acontecimientos diarios, a veces bastante turbulentos, el único apoyo que no vacila jamás es Dios, roca inquebrantable de fidelidad y de amor.

"Todo se pasa, Dios no se muda", escribió la gran maestra espiritual santa Teresa de Ávila en uno de sus célebres textos. Y ante la necesidad generalizada que muchos sienten de salir de la rutina diaria de las grandes aglomeraciones urbanas en busca de lugares propicios para el silencio y la meditación, los monasterios de vida contemplativa se presentan como "oasis" en los que el hombre, peregrino en la tierra, puede beber mejor en las fuentes del Espíritu y saciarse a lo largo del camino.
Por tanto, estos lugares, aparentemente inútiles, son en realidad indispensables, como los "pulmones" verdes de una ciudad: hacen bien a todos, incluso a quienes no los frecuentan y tal vez ignoran su existencia.

Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor, que en su providencia ha querido las comunidades de clausura, masculinas y femeninas. No les privemos de nuestro apoyo espiritual y también material, para que puedan cumplir su misión: mantener viva en la Iglesia la ardiente espera de la vuelta de Cristo. Para ello, invoquemos la intercesión de María, a quien, en la memoria de su Presentación en el templo, contemplaremos como Madre y Modelo de la Iglesia, que reúne en sí ambas vocaciones: a la virginidad y al matrimonio, a la vida contemplativa y a la activa.

Ángelus. 19 de noviembre de 2006.

Queridos Suscriptores de "El Camino de María"

El 21 de noviembre celebraremos la festividad de la  LA PRESENTACIÓN DE LA VIRGEN MARÍA EN EL TEMPLO. En este día celebramos la «dedicación» que María Santísima  hizo de Sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, cuya gracia la llenaba plenamente.

La festividad de la Presentación de María al Templo que procede de una antigua tradición está históricamente ligada a la consagración de una basílica en honor de Santa María, -el edificio fue deseado por Monseñor Elías, obispo de Jerusalén, y fue terminado bajo los auspicios del emperador Justiniano (527-565)- al lado de la zona del templo de Jerusalén, ahí donde la Virgen pasó su infancia dedicada al servicio divino. Esta iglesia fue consagrada el 21 de noviembre del año 543, y fue llamada Nueva Iglesia, para distinguirla de la antigua, dedicada a la Natividad de María. En el transcurso del siglo VIII la festividad se extendió por todas las Iglesias orientales, y, con el favor del pueblo de Dios, pasa a ser parte de las grandes doce festividades del año. Todavía hoy se celebra en Oriente con una vigilia preparatoria y algunos días de post-festividad, hasta el 25 de noviembre.

Esta festividad constituye una buena oportunidad para que hagamos un examen hondo sobre nuestras actitudes más íntimas para ser completamente hombres y mujeres de Dios. Esforcémonos más para ser muy fieles a la vocación cristiana que hemos recibido en el Bautismo. Y, para eso, consideremos con qué amor recibimos, con la frecuencia necesaria, el Sacramento de la Penitencia.

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Ella decidió amar a Dios con todo su Corazón  

Santa Brígida - Revelaciones III, VIII
Citada por San Alfonso de Ligorio, Doctor de la Iglesia
«Las Glorias de María»

Desde su tierna infancia, María fue habitada por el Espíritu Santo y a medida que crecía en edad crecía en gracia. Ella decidió desde niña amar a Dios con todo su Corazón, de manera que nunca lo ofendió ni de palabra ni de acción. Igualmente, no le daba importancia a lo bienes terrenales y daba a los pobres cuanto podía. Era tan moderada en sus alimentos que no tomaba más que lo estrictamente necesario para la salud de su cuerpo.

Cuando comprendió por medio de las Sagradas Escrituras que Dios debía nacer de una virgen para redimir el mundo, su Corazón se encendió totalmente del amor divino, que ya no otro pensamiento más que el deseo de Dios. No encontraba felicidad más que en Dios ...

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Recurramos confiadamente a María, Madre del Redentor y Mediadora de todas las Gracias en todos los momentos de nuestra vida, y especialmente durante este Mes consagrado a Ella que es nuestra Madre, conoce nuestras necesidades mejor que nosotros, y es tan poderosa con su Hijo Jesús que tiene su Omnipotencia en sus manos. Roguémosle, por lo tanto, que hable a Jesús en favor nuestro, con la Oración de la Santa Misa de la festividad de María Mediadora: "Acuérdate, Virgen Madre de Dios, cuando estés delante del Señor, de decirle cosas buenas de mí." .

MEDITACIONES  DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

     

LA ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

Audiencia Semanal, miércoles 5 de noviembre de 1997

LA ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA

Queridos hermanos y hermanas:

1. A lo largo de los siglos el culto mariano ha experimentado un desarrollo ininterrumpido. Además de las fiestas litúrgicas tradicionales dedicadas a la Madre del Señor, ha visto florecer innumerables expresiones de piedad, a menudo aprobadas y fomentadas por el Magisterio de la Iglesia.

Muchas devociones y plegarias marianas constituyen una prolongación de la misma liturgia y a veces han contribuido a enriquecerla, como en el caso del
Oficio en honor de la Bienaventurada Virgen María y de otras composiciones que han entrado a formar parte del Breviario.

La primera invocación mariana que se conoce se remonta al siglo III y comienza con las palabras: «Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios...». Pero la oración a la Virgen más común entre los cristianos desde el siglo XIV es el
«Ave María».

Repitiendo las primeras palabras que el Ángel dirigió a María, introduce a los fieles en la contemplación del misterio de la Encarnación. La palabra latina «Ave», que corresponde al vocablo griego cañre, constituye una invitación a la alegría y se podría traducir como «Alégrate». El himno oriental
«Akáthistos» repite con insistencia este «Alégrate». En el Ave María llamamos a la Virgen «llena de gracia» y de este modo reconocemos la perfección y belleza de su alma.

La expresión «El señor está contigo» revela la especial relación personal entre Dios y María, que se sitúa en el gran designio de la alianza de Dios con toda la humanidad. Además, la expresión «Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús», afirma la realización del designio divino en el cuerpo virginal de la Hija de Sión.

Al invocar «Santa María, Madre de Dios», los cristianos suplican a aquella que por singular privilegio es Inmaculada Madre del Señor: «Ruega por nosotros pecadores», y se encomiendan a Ella ahora y en la hora suprema de la muerte.
 
2. También la oración tradicional del Ángelus invita a meditar el misterio de la Encarnación, exhortando al cristiano a tomar a María como punto de referencia en los diversos momentos de su jornada para imitarla en su disponibilidad a realizar el plan divino de la salvación. Esta oración nos hace revivir el gran evento de la historia de la humanidad, la Encarnación, al que hace ya referencia cada «Ave María». He aquí el valor y el atractivo del Angelus, que tantas veces han puesto de manifiesto no sólo teólogos y pastores, sino también poetas y pintores.

En la devoción mariana ha adquirido un puesto de relieve el
Santo Rosario, que a través de la repetición del «Ave María» lleva a contemplar los misterios de la fe. También esta plegaria sencilla, que alimenta el amor del pueblo cristiano a la Madre de Dios, orienta más claramente la plegaria mariana a su fin: la glorificación de Cristo.

El Papa Pablo VI, como sus predecesores, especialmente León XIII, Pío XII y Juan XXIII, tuvo en gran consideración el rezo del Rosario y recomendó su difusión en las familias. Además, en la exhortación apostólica Marialis cultus, ilustró su doctrina, recordando que se trata de una «oración evangélica, centrada en el misterio de la Encarnación redentora», y reafirmando su «orientación claramente cristológica»
 
 

A menudo, la piedad popular une al
Santo Rosario las Letanías, entre las cuales las más conocidas son las que se rezan en el santuario de Loreto y por eso se llaman «lauretanas». Con invocaciones muy sencillas, ayudan a concentrarse en la persona de María para captar la riqueza espiritual que el amor del Padre ha derramado en ella.
 
3. Como la liturgia y la piedad cristiana demuestran, la Iglesia ha tenido siempre en gran estima el culto a María, considerándolo indisolublemente vinculado a la fe en Cristo. En efecto, halla su fundamento en el designio del Padre, en la voluntad del Salvador y en la acción inspiradora del Paráclito.

La Virgen, habiendo recibido de Cristo la salvación y la gracia, está llamada a desempeñar un papel relevante en la redención de la humanidad. Con la devoción mariana los cristianos reconocen el valor de la presencia de María en el camino hacia la salvación, acudiendo a Ella para obtener todo tipo de gracias. Sobre todo, saben que pueden contar con su maternal intercesión para recibir del Señor cuanto necesitan para el desarrollo de la vida divina y a fin de alcanzar la salvación eterna.

Como atestiguan los numerosos títulos atribuidos a la Virgen y las peregrinaciones ininterrumpidas a los santuarios marianos, la confianza de los fieles en la Madre de Jesús los impulsa a invocarla en sus necesidades diarias. Están seguros de que su corazón materno no puede permanecer insensible ante las necesidades materiales y espirituales de sus hijos.

Así, la devoción a la Madre de Dios, alentando la confianza y la espontaneidad, contribuye a infundir serenidad en la vida espiritual y hace progresar a los fieles por el camino exigente de las bienaventuranzas.
 
4. Finalmente, queremos recordar que la devoción a María dando relieve a la dimensión humana de la Encarnación, ayuda a descubrir mejor el rostro de un Dios que comparte las alegrías y los sufrimientos de la humanidad, el «Dios con nosotros», que Ella concibió como hombre en su seno purísimo, engendró, asistió y siguió con inefable amor desde los días de Nazaret y de Belén a los de la Cruz y la Resurrección.
 

 EL SECRETO DE MARÍA

 
 

PARA HALLAR LA GRACIA DE DIOS

HAY QUE RECURRIR A MARÍA SANTÍSIMA

 

 

6) Es necesario hallar un medio fácil con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios hay que recurrir a María. Por las siguientes razones:
 
7) Sólo María es la que ha hallado gracia delante de Dios, ya para Sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular; que ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la ley antigua pudieron hallarla.
 
8) María es Madre de la gracia, Mater gratiae, porque Ella es la que dio el ser y la vida al Autor de toda gracia.
 
9) Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia desciende como fuente esencial, dándole al Hijo, le dio todas las gracias; de suerte, que, como dice San Bernardo, se le ha dado en Él y con Él la voluntad de Dios.
 
10) Dios la ha escogido por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.
 
11) Así como en el orden de la naturaleza es necesario que tenga el niño padre y madre, así en el orden de la gracia es necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por Padre, sin la ternura de verdadero hijo para con María, está equivocado..."

 

San Luis María Grignion de Montfort.

"El Secreto de María"

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