El próximo 14 y 15 de
septiembre la
Iglesia nos presenta dos celebraciones litúrgicas que nos
invitan a realizar una peregrinación espiritual hasta el
Calvario: la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y
la Memoria de la Virgen de los Dolores.
Ambas nos
invitan a unirnos a la
Virgen María en la contemplación del misterio de la Santa
Cruz, porque
toda situación de sufrimiento es también una situación
pascual.
El 14 de
septiembre del año 628, el emperador Heraclio rescató la Santa
Cruz de manos de los Persas, que se la habían robado de
Jerusalén. La Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida
en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a
Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata
en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para
repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se
llamaron "Veracruz" (Verdadera Cruz).
La Memoria de la Virgen
de los Dolores nos recuerda los dolores que sufrió la
Madre de Jesús, sobre todo el día de la Pasión y Muerte de su
Hijo, dolores que fueron profetizados por el anciano Simeón,
cuando en el templo de Jerusalén dijo a María que una espada le
traspasaría el corazón.
La piedad popular ha representado a la
Virgen Dolorosa con un corazón traspasado por siete
espadas que simbolizan otros tantos dolores de María (hasta hace
pocos años, esta conmemoración se denominaba "Los siete
dolores de la Virgen María"). El tema de los dolores de la
Madre de Jesús ha sido, en el correr de los siglos, fuente de
inspiración para el arte cristiano. Pinturas y esculturas,
poesías y cánticos tienen como motivo los dolores de la Virgen.
Entre ellos sobresale la antífona "Stabat Mater",
que ha inspirado a grandes maestros de la música.
El Papa Francisco explicó, en
la homilía de la Santa Misa matutina celebrada en Casa Santa
Marta el jueves 12 de septiembre de 2013, que para ser buen
cristiano y hacer aquello que Jesús pide se debe contemplar
la Pasión de Cristo e imitar el comportamiento de la Virgen
María:
“Necesitamos hoy de la
dulzura de la Madre de Dios, para entender estas cosas que
Jesús nos pide. Amad a los enemigos; haced el bien; dad sin
esperar nada a cambio; a quien te pega en una mejilla,
ofrece también la otra; a quien te arrebata el manto, no le
niegues también la túnica... Son cosas fuertes, ¿no? Pero
todo esto, a su modo, lo ha vivido la Madre de Dios: es la
gracia de la mansedumbre, la gracia de la humildad”.
“Pensar sólo en Jesús. Si nuestro corazón, si nuestra mente
está con Jesús, el triunfador, aquel que ha vencido a la
muerte, al pecado, al demonio, a todo, podremos lograr lo
que nos pide el mismo Jesús y el apóstol Pablo: la humildad,
la bondad, la ternura, la mansedumbre, la magnanimidad. Si
no miramos a Jesús, si no estamos con Jesús, no podremos
lograrlo. Es una Gracia: es la Gracia que procede de la
contemplación de Jesús”.
“Pensar en su silencio humilde: este será tu esfuerzo. Él
hará el resto. El hará todo lo que falta. Pero hay que hacer
eso: identificar tu vida en Dios con Cristo. Esto se hace
con la contemplación de la humanidad de Jesús, de la
humanidad que sufre. No existe otro camino: no existe. Es el
único. Para ser buenos cristianos: contemplar la humanidad
de Jesús y la humanidad que sufre. Para dar testimonio, para
poder dar este testimonio: aquello. Para perdonar: contempla
a Jesús que sufre. Para no odiar al prójimo: contempla a
Jesús que sufre. Para no murmurar contra el prójimo:
contempla a Jesús que sufre. Es el único camino. Identificar
tu vida con la de Cristo en Dios: Este es el consejo para
ser humildes, mansos y buenos, magnánimos, tiernos”.
Taddeo Gaddi: El
Árbol de la Cruz o Lignum Vitae. Basílica de Santa Croce. Florencia
La historia de
Dios y la historia del hombre se entrecruzan en el Árbol de la
Cruz. Una historia esencialmente de amor. Un misterio
inmenso, que por nosotros solos no podemos comprender. ¿Cómo
“probar esa miel de áloe, esa dulzura amarga del sacrificio de
Jesús”? El Papa Francisco indicó el modo en la mañana del
sábado 14 de septiembre de 2013, Fiesta de la Exaltación
de la Santa Cruz, durante la Misa que celebró en la
capilla de Santa Marta.
Comentando las lecturas del día, tomadas de la carta a los
Filipenses (2, 6-11) y del Evangelio de Juan (3, 13-17), el
Santo Padre dijo que es posible comprender “un poquito” el
misterio de la Cruz “de rodillas, en la oración”, pero
también "con las lágrimas”. Es más, son precisamente las
lágrimas las que “nos acercan a este misterio”. En
efecto, “sin llorar”, sobre todo “sin llorar en el
corazón, jamás entenderemos este misterio”. Es el “llanto
del arrepentido, el llanto del hermano y de la hermana que mira
tantas miserias humanas y las mira también en Jesús, de rodillas
y llorando”. Y, sobre todo, evidenció el Papa, “¡jamás
solos!”. Para entrar en este misterio que “no es un
laberinto, pero se le parece un poco”, tenemos siempre
“necesidad de la Madre, de la mano de la mamá”. Que María
-añadió- “nos haga sentir cuán grande y cuán humilde es este
misterio, cuán dulce como la miel y cuán amargo como el áloe”.
Los padres de la Iglesia, como recordó el Papa, “comparaban
siempre el árbol del Paraíso con el del pecado. El árbol que da
el fruto de la ciencia, del bien, del mal, del conocimiento, con
el Árbol de la Cruz”. El primer árbol “había hecho mucho
mal”, mientras que el Árbol de la Cruz “nos lleva a la
salvación, a la salud, perdona aquel mal”. Este es “el
itinerario de la historia del hombre”. Un camino que permite
“encontrar a Jesucristo Redentor, que da su vida por amor”.
Un amor que se manifiesta en la economía de la salvación, como
recordó el Santo Padre, según las palabras del evangelista Juan.
Dios -dijo el Papa- “no envió al Hijo al mundo para condenar
el mundo, sino para que el mundo sea salvado por medio de Él”.
¿Y cómo lo salvó? “Con este Árbol de la Cruz”.
A partir del otro
árbol comenzaron “la autosuficiencia, el orgullo y la
soberbia de querer conocer todo según nuestra mentalidad, según
nuestros criterios, también según la presunción de ser y llegar
a ser los únicos jueces del mundo”. Esta -prosiguió- “es
la historia del hombre”. En el Árbol de la Cruz, en cambio,
está la historia de Dios, quien “quiso asumir nuestra
historia y caminar con nosotros”. Es justamente en la
primera lectura que el apóstol Pablo “resume en pocas
palabras toda la historia de Dios: Jesucristo, aún siendo de la
condición de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”.
Sino que -explicó- “se despojó de Sí mismo, asumiendo una
condición de siervo, hecho semejante a los hombres”. En
efecto Cristo “se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta
la muerte, y una muerte de Cruz”. Es tal “el itinerario
de la historia de Dios”. ¿Y por qué lo hace?, se preguntó
Francisco. La respuesta se encuentra en las palabras de Jesús a
Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su
Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que
tenga vida eterna”. Dios, concluyó el Papa, “realiza este
itinerario por Amor; no hay otra explicación”.
La Santísima Virgen
María manifestó a Santa Brígida (1302-1373) que concedía siete
gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus
lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:
1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus
trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga
a la voluntad adorable de mi Hijo y a la
santificación de sus almas.
5.Los defenderé en los combates espirituales con el
enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes
de su vida.
6.Los asistiré visiblemente en el momento de su
muerte: verán el rostro de su Madre.
7.He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que
propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores
sean trasladadas de esta vida terrenal a la
felicidad eterna directamente, pues serán borrados
todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su
consolación y alegría.
|