EL CAMINO DE MARÍA

Edición 1198 -14/15 de septiembre de 2018

"Toda situación de sufrimiento es también una situación pascual"


"Mis queridos hermanos y hermanas: Junto a vosotros está siempre Santa María, como estuvo al pie de la Cruz de Jesús. Acudid a Ella exponiéndole vuestros dolores. La mano y la mirada maternales de la Virgen os aliviará y consolará, como sólo Ella sabe hacerlo. Cuando recéis el Santo Rosario, poned especial acento en aquella invocación de la letanía: "Salud de los enfermos, ruega por nosotros". "

(San Juan Pablo II .Conclusión del Discurso a los enfermos. Catedral de Córdoba (Argentina) . 8 de abril de 1987).


Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

 

El próximo 14 y 15 de septiembre la Iglesia nos presenta dos celebraciones litúrgicas que nos invitan a realizar una peregrinación espiritual hasta el Calvario:  la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz y la Memoria de la  Virgen de los Dolores.   Ambas nos invitan a unirnos a la Virgen María en la contemplación del misterio de la Santa Cruz, porque toda situación de sufrimiento es también una situación pascual.

El 14 de septiembre del año 628, el emperador Heraclio rescató la Santa Cruz de manos de los Persas, que se la habían robado de Jerusalén. La Santa Cruz (para evitar nuevos robos) fue partida en varios pedazos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron "Veracruz" (Verdadera Cruz).


 
La Memoria de la Virgen de los Dolores nos recuerda los dolores que sufrió la Madre de Jesús, sobre todo el día de la Pasión y Muerte de su Hijo, dolores que fueron profetizados por el anciano Simeón, cuando en el templo de Jerusalén dijo a María que una espada le traspasaría el corazón.
 
La piedad popular ha representado a la Virgen Dolorosa con un corazón traspasado por siete espadas que simbolizan otros tantos dolores de María (hasta hace pocos años, esta conmemoración se denominaba "Los siete dolores de la Virgen María").  El tema de los dolores de la Madre de Jesús ha sido, en el correr de los siglos, fuente de inspiración para el arte cristiano. Pinturas y esculturas, poesías y cánticos tienen como motivo los dolores de la Virgen. Entre ellos sobresale la antífona "Stabat Mater", que ha inspirado a grandes maestros de la música.
 
 
 
 
El Papa Francisco explicó, en la homilía de la Santa Misa matutina celebrada en Casa Santa Marta el jueves 12 de septiembre de 2013,  que para ser buen cristiano y hacer aquello que Jesús pide se debe contemplar la Pasión de Cristo e imitar el comportamiento de la Virgen María:
 
“Necesitamos hoy de la dulzura de la Madre de Dios, para entender estas cosas que Jesús nos pide. Amad a los enemigos; haced el bien; dad sin esperar nada a cambio; a quien te pega en una mejilla, ofrece también la otra; a quien te arrebata el manto, no le niegues también la túnica... Son cosas fuertes, ¿no? Pero todo esto, a su modo, lo ha vivido la Madre de Dios: es la gracia de la mansedumbre, la gracia de la humildad”.

“Pensar sólo en Jesús. Si nuestro corazón, si nuestra mente está con Jesús, el triunfador, aquel que ha vencido a la muerte, al pecado, al demonio, a todo, podremos lograr lo que nos pide el mismo Jesús y el apóstol Pablo: la humildad, la bondad, la ternura, la mansedumbre, la magnanimidad. Si no miramos a Jesús, si no estamos con Jesús, no podremos lograrlo. Es una Gracia: es la Gracia que procede de la contemplación de Jesús”.

“Pensar en su silencio humilde: este será tu esfuerzo. Él hará el resto. El hará todo lo que falta. Pero hay que hacer eso: identificar tu vida en Dios con Cristo. Esto se hace con la contemplación de la humanidad de Jesús, de la humanidad que sufre. No existe otro camino: no existe. Es el único. Para ser buenos cristianos: contemplar la humanidad de Jesús y la humanidad que sufre. Para dar testimonio, para poder dar este testimonio: aquello. Para perdonar: contempla a Jesús que sufre. Para no odiar al prójimo: contempla a Jesús que sufre. Para no murmurar contra el prójimo: contempla a Jesús que sufre. Es el único camino. Identificar tu vida con la de Cristo en Dios: Este es el consejo para ser humildes, mansos y buenos, magnánimos, tiernos”.
 
 
 
Taddeo Gaddi: El Árbol de la Cruz o Lignum Vitae. Basílica de Santa Croce. Florencia
 

La historia de Dios y la historia del hombre se entrecruzan en el Árbol de la Cruz. Una historia esencialmente de amor. Un misterio inmenso, que por nosotros solos no podemos comprender. ¿Cómo “probar esa miel de áloe, esa dulzura amarga del sacrificio de Jesús”? El Papa Francisco indicó el modo en la mañana del sábado 14 de septiembre de 2013, Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, durante la Misa que celebró en la capilla de Santa Marta.

Comentando las lecturas del día, tomadas de la carta a los Filipenses (2, 6-11) y del Evangelio de Juan (3, 13-17), el Santo Padre dijo que es posible comprender “un poquito” el misterio de la Cruz “de rodillas, en la oración”, pero también "con las lágrimas”. Es más, son precisamente las lágrimas las que “nos acercan a este misterio”. En efecto, “sin llorar”, sobre todo “sin llorar en el corazón, jamás entenderemos este misterio”. Es el “llanto del arrepentido, el llanto del hermano y de la hermana que mira tantas miserias humanas y las mira también en Jesús, de rodillas y llorando”. Y, sobre todo, evidenció el Papa, “¡jamás solos!”. Para entrar en este misterio que “no es un laberinto, pero se le parece un poco”, tenemos siempre “necesidad de la Madre, de la mano de la mamá”. Que María -añadió- “nos haga sentir cuán grande y cuán humilde es este misterio, cuán dulce como la miel y cuán amargo como el áloe”.

Los padres de la Iglesia, como recordó el Papa, “comparaban siempre el árbol del Paraíso con el del pecado. El árbol que da el fruto de la ciencia, del bien, del mal, del conocimiento, con el Árbol de la Cruz”. El primer árbol “había hecho mucho mal”, mientras que el Árbol de la Cruz “nos lleva a la salvación, a la salud, perdona aquel mal”. Este es “el itinerario de la historia del hombre”. Un camino que permite “encontrar a Jesucristo Redentor, que da su vida por amor”. Un amor que se manifiesta en la economía de la salvación, como recordó el Santo Padre, según las palabras del evangelista Juan. Dios -dijo el Papa- “no envió al Hijo al mundo para condenar el mundo, sino para que el mundo sea salvado por medio de Él”. ¿Y cómo lo salvó? “Con este Árbol de la Cruz”.

A partir del otro árbol comenzaron “la autosuficiencia, el orgullo y la soberbia de querer conocer todo según nuestra mentalidad, según nuestros criterios, también según la presunción de ser y llegar a ser los únicos jueces del mundo”. Esta -prosiguió- “es la historia del hombre”. En el Árbol de la Cruz, en cambio, está la historia de Dios, quien “quiso asumir nuestra historia y caminar con nosotros”. Es justamente en la primera lectura que el apóstol Pablo “resume en pocas palabras toda la historia de Dios: Jesucristo, aún siendo de la condición de Dios, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios”. Sino que -explicó- “se despojó de Sí mismo, asumiendo una condición de siervo, hecho semejante a los hombres”. En efecto Cristo “se humilló a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte, y una muerte de Cruz”. Es tal “el itinerario de la historia de Dios”. ¿Y por qué lo hace?, se preguntó Francisco. La respuesta se encuentra en las palabras de Jesús a Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna”. Dios, concluyó el Papa, “realiza este itinerario por Amor; no hay otra explicación”.

 

 

La Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida (1302-1373) que concedía siete gracias a quienes diariamente le honrasen considerando sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:

1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad adorable de mi Hijo y a la santificación de sus almas.
5.Los defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y protegeré en todos los instantes de su vida.
6.Los asistiré visiblemente en el momento de su muerte: verán el rostro de su Madre.
7.He conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a mis lágrimas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.

"Stabat Mater dolorosa..."

San Juan Pablo II .

Ángelus. Domingo 15 de septiembre de 1991

 

1."Stabat Mater dolorosa...". Hoy 15 de septiembre en el calendario litúrgico se celebra la memoria de los dolores de la Santísima Virgen María. Esta fiesta fue precedida por la de la Exaltación de la Santa Cruz que celebramos ayer.

¡Qué desconcertante es el misterio de la Cruz! Después de haber meditado largamente en él San Pablo escribió a los cristianos de Galacia "En cuanto a mí, ¡Dios me libre de gloriarme si no es en la Cruz de nuestro Señor Jesucristo, por la cual el mundo es para mí un crucificado y yo un crucificado para el mundo" (Ga 6, 14).

También la Santísima Virgen podría haber repetido —¡y con mayor verdad!— esas mismas palabras. Contemplando a su Hijo moribundo en el Calvario había comprendido que la "gloria" de su maternidad divina alcanzaba en aquel momento su ápice, participando directamente en la obra de la Redención. Además, había comprendido que a partir de aquel momento el dolor humano, hecho suyo por el Hijo Crucificado, adquiría un valor inestimable.

2.Hoy, por tanto, la Virgen de los Dolores, firme junto a la Cruz, con la elocuencia muda del ejemplo, nos habla del significado del sufrimiento en el Plan Divino de la Redención.

Ella fue la primera que supo y quiso participar en el misterio salvífico "asociándose con entrañas de madre a su sacrificio consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que Ella misma había engendrado" (Lumen gentium, 58). Íntimamente enriquecida por esta experiencia inefable, se acerca a quien sufre, lo toma de la mano y lo invita a subir con Ella al Calvario y a detenerse ante el Crucificado.

En aquel cuerpo martirizado está la única respuesta convincente para las preguntas que se elevan imperiosamente desde el corazón. Y con la respuesta se recibe también la fuerza necesaria para desempeñar el propio papel en la lucha que —como escribí en la carta apostólica Salvifici doloris— opone las fuerzas del bien a las del mal (cf. n. 27). Y agregué: "Los que participan en los sufrimientos de Cristo conservan en sus sufrimientos una especialísima partícula del tesoro infinito de la redención del mundo, y pueden compartir este tesoro con los demás" (ib.)

3. Pidamos a la Virgen de los Dolores que alimente en nosotros la firmeza de la fe y el ardor de la caridad, de forma que llevemos con valor nuestra cruz cada día (cf. Lc 9, 23) y así participemos eficazmente en la obra de la redención. "Fac ut ardeat cor meum", "¡haz que, amando a Cristo, se inflame mi corazón, para que pueda agradarle!"  Amén.

 

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EL CAMINO DE MARÍA . Edición número 1198

 

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