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Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen María!, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestro auxilio, haya sido desamparado. Animado por esta confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso de mis pecados me atrevo a comparecer ante Vos. Oh Madre de Dios, no desechéis mis súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amén.


EL CAMINO DE MARÍA

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NOVENA A LA INMACULADA

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El pueblo cristiano, por inspiración del Espíritu Santo, ha sabido llegar a Dios a través de su Madre. Con una experiencia constante de sus gracias y favores la ha llamado «omnipotencia suplicante», y ha sabido encontrar en Ella el atajo «senda por donde se abrevia el camino»- para llegar a Dios.

El amor ha «inventado» numerosas formas de tratarla y honrarla. Hoy continuamos esta Novena a la Inmaculada, en la que procuramos ofrecer algo personal a Nuestra Señora, para preparar la Solemnidad de su Concepción Inmaculada.

En este segundo día de la Novena con que queremos honrar a Nuestra Madre del Cielo, nuevamente podemos hacernos el propósito firme de recurrir a su intercesión en cualquier necesidad en que nos encontremos, siguiendo el consejo de San Germán de Constatinopla.

"Madre, Tu protección va más allá de nuestro entendimiento"

¿Quién, después de Tu Hijo, se interesa como Tú en el género humano?
¿Quién nos defiende sin cesar en nuestras tribulaciones?
¿Quién nos libra tan pronto de las tentaciones que nos acosan?
¿Quién toma nuestra defensa para disculparlas en los casos desesperados?

En virtud de la fuerza que Tu maternidad te ha concedido ante Tu Hijo, aunque seamos condenados por nuestros pecados y que no nos atrevamos más a mirar hacia el Cielo, Tú por medio de Tus súplicas e intercesión nos salvas del suplicio eterno.

Por eso el afligido en Ti se refugia, el que padece la injusticia a Ti recurre, el que está dentro del mal invoca tu asistencia.

Todo lo que viene de Ti, Madre de Dios, es maravilloso, todo es más grande que la naturaleza, todo supera nuestra razón y nuestras fuerzas.


Edición 1141 - 30 de noviembre de 2017


II. MARÍA EN LA VIDA OCULTA DE JESÚS

SAN JUAN PABLO II

Carta Encíclica Redemptoris Mater, 17


 

17. Después de la muerte de Herodes, cuando la sagrada familia regresa a Nazaret, comienza el largo período de la vida oculta. La que «ha creído que se cumplirán las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1, 45) vive cada día el contenido de estas palabras. Diariamente junto a Ella está el Hijo a quien ha puesto por nombre Jesús; por consiguiente, en la relación con Él usa ciertamente este nombre, que por lo demás no podía maravillar a nadie, usándose desde hacía mucho tiempo en Israel. Sin embargo, María sabe que el que lleva por nombre Jesús ha sido llamado por el ángel «Hijo del Altísimo» (cf. Lc 1, 32).  María sabe que lo ha concebido y dado  a luz «sin conocer varón», por obra del Espíritu Santo, con el poder del Altísimo que ha extendido su sombra sobre Ella (cf. Lc 1, 35), así como la nube velaba la presencia de Dios en tiempos de Moisés y de los padres (cf. Ex 24, 16; 40, 34-35;1 Rom 8, 10-12). Por lo tanto, María sabe que el Hijo dado a luz virginalmente, es precisamente aquel «Santo», el «Hijo de Dios», del que le ha hablado el ángel.

A lo largo de la vida oculta de Jesús en la casa de Nazaret, también la vida de María está «oculta con Cristo en Dios» (cf. Col 3, 3), por medio de la fe. Pues la fe es un contacto con el misterio de Dios. María constantemente y diariamente está en contacto con el misterio inefable de Dios que se ha hecho hombre, misterio que supera todo lo que ha sido revelado en la Antigua Alianza. Desde el momento de la Anunciación, la mente de la Virgen-Madre ha sido introducida en la radical « novedad » de la autorrevelación de Dios y ha tomado conciencia del misterio. Es la primera de aquellos « pequeños », de los que Jesús dirá: « Padre ... has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños » (Mt 11, 25). Pues « nadie conoce bien al Hijo sino el Padre » (Mt 11, 27). ¿Cómo puede, pues, María « conocer al Hijo »? Ciertamente no lo conoce como el Padre; sin embargo, es la primera entre aquellos a quienes el Padre « lo ha querido revelar » (cf. Mt 11, 26-27; 1 Cor 2, 11). Pero si desde el momento de la Anunciación le ha sido revelado el Hijo, que sólo el Padre conoce plenamente, como Aquel que lo engendra en el eterno « hoy » (cf. Sal 2, 7), María, la Madre, está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por la fe. Es, por tanto, Bienaventurada, porque « ha creído » y cree cada día en medio de todas las pruebas y contrariedades del período de la infancia de Jesús y luego durante los años de su vida oculta en Nazaret, donde « vivía sujeto a ellos » (Lc 2, 51): sujeto a María y también a José, porque éste hacía las veces de padre ante los hombres; de ahí que el Hijo de María era considerado también por las gentes como « el hijo del carpintero » (Mt 13, 55).

La Madre de  Aquel Hijo, por consiguiente, recordando cuanto le ha sido dicho en la Anunciación y en los acontecimientos sucesivos, lleva consigo la radical « novedad » de la fe: el inicio de la Nueva Alianza. Esto es el comienzo del Evangelio, o sea de la buena y agradable nueva. No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una especie de a noche de la fe » —usando una expresión de San Juan de la Cruz—, como un « velo » a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio. Pues de este modo María, durante muchos años, permaneció en intimidad con el misterio de su Hijo, y avanzaba en su itinerario de fe, a medida que Jesús « progresaba en sabiduría ... en gracia ante Dios y ante los hombres » (Lc 2, 52). Se manifestaba cada vez más ante los ojos de los hombres la predilección que Dios sentía por Él. La primera entre estas criaturas humanas admitidas al descubrimiento de Cristo era María , que con José vivía en la casa de Nazaret.

Pero, cuando, después del encuentro en el templo, a la pregunta de la Madre: « ¿por qué has hecho esto? », Jesús, que tenía doce años, responde « ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre? », y el evangelista añade: «Pero María y José no comprendieron la respuesta que les dio» (Lc 2, 48-50) Por lo tanto, Jesús tenía conciencia de que «nadie conoce bien al Hijo sino el Padre» (cf. Mt 11, 27), tanto que aun Aquella, a la cual había sido revelado más profundamente el misterio de su filiación divina, su Madre, vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe. Hallándose al lado del hijo, bajo un mismo techo y «manteniendo fielmente la unión con su Hijo», «avanzaba en la peregrinación de la fe», como subraya el Concilio. Y así sucedió a lo largo de la vida pública de Cristo (cf. Mc 3, 21,35) de donde, día tras día, se cumplía en Ella la bendición pronunciada por Isabel en la Visitación: «Feliz la que ha creído».

 

HOMENAJE A LA INMACULADA

SAN JUAN PABLO II

8 DE DICIEMBRE DE 2004

 

¡Virgen Inmaculada!
Una vez más estamos aquí para honrarte,
al pie de esta columna,
desde la cual Tú velas con amor
sobre Roma y sobre el mundo entero,
desde que, hace 150 años,
el Beato Pío IX proclamó,
como verdad de la fe católica,
tu preservación de toda mancha de pecado,
en previsión de la Muerte y Resurrección
de tu Hijo Jesucristo.

¡Virgen Inmaculada!
Tu intacta belleza espiritual
es para nosotros manantial vivo
de confianza y esperanza.

Tenerte como Madre, Virgen Santísima,
nos alienta en el camino de la vida
como prenda de salvación eterna.

Por eso, a Ti, oh María,
recurrimos confiados.

Ayúdanos a construir un mundo
donde la vida del hombre se ame
y defienda siempre,
donde se destierre toda forma de violencia
y todos busquen tenazmente la paz.

¡Virgen Inmaculada!
En este Año de la Eucaristía,
concédenos celebrar y adorar
con fe renovada y ardiente amor
el santo misterio del Cuerpo
y la Sangre de Cristo.

En tu escuela, oh Mujer eucarística,
enséñanos a recordar las obras admirables
que Dios no cesa de realizar
en el corazón de los hombres.

Con solicitud materna, Virgen María,
guía siempre nuestros pasos
por las sendas del bien.

Amén

 

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