Santa María
Madre de Dios y
Madre de Misericordia,
Tú has dado al mundo la verdadera Luz,
Jesús, tu Hijo, el Hijo de Dios.
Te has entregado por completo
a la llamada de Dios
y te has convertido así en fuente
de la bondad que mana de Él.
Muéstranos a Jesús. Guíanos hacia Él.
Enséñanos a conocerlo y amarlo,
para que también nosotros
podamos llegar a ser capaces
de un verdadero amor
y ser fuentes de agua viva
en medio de un mundo sediento.
(Benedicto
XVI. DEUS CARITAS EST, 42)
EL CAMINO DE MARÍA
Edición 1017 -
6 de agosto de 2016
LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
Misterio de luz por
excelencia es la Transfiguración, que según la tradición
tuvo lugar en el Monte Tabor. La gloria de la Divinidad
resplandece en el Rostro de Cristo, mientras el Padre lo
acredita ante los apóstoles extasiados para que lo
«escuchen» (cf. Lc 9, 35 par.) y se dispongan a vivir
con Él el momento doloroso de la Pasión, a fin de llegar
con Él a la alegría de la Resurrección y a una vida
transfigurada por el Espíritu Santo
(SAN JUAN PABLO II .
ROSARIUM VIRGINIS MARIAE, 21)
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Querido/a suscriptor/a de "El Camino de María" y de
"La Puerta de la Fe"
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El jueves 6 de
agosto, cuarenta días antes de la Exaltación de la Santa
Cruz (14 septiembre), celebramos la solemnidad de la
Transfiguración del Señor. Los evangelistas San Lucas,
San Marcos y San Mateo narran concordemente que Jesús
llevó "a un monte alto", identificado como el Tabor, en
Galilea, a los apóstoles Pedro, Santiago y Juan, y se
transfiguró en su presencia. "Su Rostro se puso
brillante como el sol y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz" (Mt 17, 1-2). Junto a Él
aparecieron las venerables figuras de Moisés y Elías. El
Padre mismo, desde "una nube luminosa", habló en aquel
momento, diciendo: "Este es mi Hijo amado, en quien me
complazco; escuchadle" (Mt 17, 5).
Este misterio, que el Señor entonces ordenó mantener en
secreto (cf. Mt 17, 9), después de su Resurrección se
convirtió en parte integrante de la buena nueva: Jesús
es el Cristo, el Hijo de Dios, al que hoy contemplamos
resplandeciente de luz en su gloria.
La Transfiguración del Señor fortaleció la fe de los
Apóstoles. Cristo manifestó su gloria a unos testigos
predilectos, y les dio a conocer en su Cuerpo en todo
semejante al nuestro, el resplandor de su Divinidad. De
esta forma, ante la proximidad de la Pasión, fortaleció
la fe de los apóstoles, para que sobre llevasen el
escándalo de la Cruz, y alentó la esperanza de la
Iglesia, al revelar en Sí mismo la claridad que brillará
un día en todo el cuerpo que le reconoce como Cabeza
suya .
En la
meditación antes del rezo del Ángelus del Domingo
16 de marzo de 2014 el Papa Francisco expresó.
Hoy el Evangelio nos
presenta el acontecimiento de la Transfiguración.
Jesús «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su
hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto»
(Mt 17, 1). La montaña en la Biblia representa el
lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con
Él; el sitio de la oración, para estar en presencia del
Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús se muestra a los
tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y
luego aparecen Moisés y Elías, que conversan con Él. Su
Rostro estaba tan resplandeciente y sus vestiduras tan
cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que
quería permanecer allí, casi deteniendo ese momento.
Inmediatamente resuena desde lo alto la voz del Padre
que proclama a Jesús su Hijo predilecto, diciendo:
«Escuchadlo» (v. 5) ¡Esta palabra es
importante! Nuestro Padre que dijo a los apóstoles, y
también a nosotros: «Escuchad a Jesús, porque es
mi Hijo predilecto». Mantengamos esta semana
esta palabra en la cabeza y en el corazón: «Escuchad a Jesús». Y esto no lo dice el Papa,
lo dice Dios Padre, a todos: a mí, a vosotros, a todos,
a todos. Es como una ayuda para ir adelante por el
camino de la Cuaresma. «Escuchad a Jesús».
No lo olvidéis.
Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros,
discípulos de Jesús, estamos llamados a ser personas que
escuchan su voz y toman en serio sus palabras. Para
escuchar a Jesús es necesario estar cerca de Él,
seguirlo, como hacían las multitudes del Evangelio que
lo seguían por los caminos de Palestina. Jesús no tenía
una cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro
itinerante, proponía sus enseñanzas, que eran las
enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de los
caminos, recorriendo trayectos no siempre previsibles y
a veces poco libres de obstáculos. Seguir a Jesús para
escucharle. Pero también escuchamos a Jesús en su
Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta:
¿vosotros leéis todos los días un pasaje del Evangelio?
Sí, no… sí, no… Mitad y mitad… Algunos sí y algunos no.
Pero es importante. ¿Vosotros leéis el Evangelio? Es
algo bueno; es una cosa buena tener un pequeño
Evangelio, pequeño, y llevarlo con nosotros, en el
bolsillo, en el bolso, y leer un breve pasaje en
cualquier momento del día. En cualquier momento del día
tomo del bolsillo el Evangelio y leo algo, un breve
pasaje. Es Jesús que nos habla allí, en el Evangelio.
Pensad en esto. No es difícil, ni tampoco necesario que
sean los cuatro: uno de los Evangelios, pequeñito, con
nosotros. Siempre el Evangelio con nosotros, porque es
la Palabra de Jesús para poder escucharle.
De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar
dos elementos significativos, que sintetizo en dos
palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos
ir a un lugar apartado, subir a la montaña en un espacio
de silencio, para encontrarnos a nosotros mismos y
percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la
oración. Pero no podemos permanecer allí. El encuentro
con Dios en la oración nos impulsa nuevamente a
«bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la
llanura, donde encontramos a tantos hermanos afligidos
por fatigas, enfermedades, injusticias, ignorancias,
pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros
que atraviesan dificultades, estamos llamados a llevar
los frutos de la experiencia que hemos tenido con Dios,
compartiendo la gracia recibida. Y esto es curioso.
Cuando oímos la Palabra de Jesús, escuchamos la Palabra
de Jesús y la tenemos en el corazón, esa Palabra crece.
¿Sabéis cómo crece? ¡Donándola al otro! La Palabra de
Cristo crece en nosotros cuando la proclamamos, cuando
la damos a los demás. Y ésta es la vida cristiana. Es
una misión para toda la Iglesia, para todos los
bautizados, para todos nosotros: escuchar a Jesús y
donarlo a los demás. No olvidarlo: esta semana,
escuchad a Jesús.
EL PADRE DA TESTIMONIO DEL HIJO
San Juan Pablo II
Audiencia General. 27 de mayo de 1987
1.Los Evangelios -y todo el Nuevo
Testamento- dan testimonio de Jesucristo
como Hijo de Dios. Es ésta una
verdad central de la fe cristiana.
Al confesar a Cristo como Hijo “de la misma
naturaleza” que el Padre, la Iglesia
continúa fielmente este testimonio
evangélico. Jesucristo es el Hijo de
Dios en el sentido estricto y preciso de
esta palabra. Ha sido, por consiguiente,
“engendrado” en Dios, y no “creado” por
Dios y “aceptado” luego como Hijo, es
decir, “adoptado”. Este testimonio
del Evangelio (y de todo el Nuevo
Testamento), en el que se funda la fe de
todos los cristianos, tiene su fuente
definitiva en Dios-Padre, que da
testimonio de Cristo como Hijo suyo.
2.Este testimonio único y fundamental,
que surge del misterio eterno de la vida
trinitaria, encuentra expresión
particular en los Evangelios sinópticos,
primero en la narración del
Bautismo de Jesús en el Jordán y
luego en el relato de la
Transfiguración de Jesús en el monte
Tabor. Estos dos acontecimientos
merecen una atenta consideración.
3. En el Evangelio según Marcos leemos:
“En aquellos días vino Jesús desde
Nazaret, de Galilea y fue bautizado por
Juan en el Jordán. En el instante en que
salía del agua vio los cielos abiertos y
el Espíritu, como paloma, que descendía
sobre Él, y una voz se hizo (oir) de los
cielos: 'Tú eres mi Hijo, el Amado,
en quien tengo mis complacencias'“
(Mc 1, 9-11).
Según el texto de Mateo, la voz que
viene del Cielo dirige sus palabras no a
Jesús directamente, sino a aquellos que
se hallaban presentes durante su
Bautismo en el Jordán: “Este es mi
Hijo amado” (Mt 3, 17). En el
texto de Lucas (cf. Lc 3, 22), el tenor
de las palabras es idéntico al de
Marcos.
4.Así somos testigos de una teofanía
trinitaria. La voz del Cielo que se
dirige al Hijo en segunda persona: “Tú
eres...” (Marcos y Lucas) o habla de Él
en tercera persona: “Este es...”
(Mateo), es la voz del Padre, que en
cierto sentido presenta a su propio Hijo
a los hombres que habían acudido al
Jordán para escuchar a Juan Bautista.
Indirectamente lo presenta a todo
Israel: Jesús es el que viene con la
potencia del Espíritu Santo: el Ungido
del Espíritu Santo, es decir, el Mesías/Cristo.
Él es el Hijo en quien el Padre ha
puesto sus complacencias, el Hijo “amado”.
Esta predilección, este amor, insinúa la
presencia del Espíritu Santo en la
unidad trinitaria, si bien en la
teofanía del Bautismo en el Jordán esto
no se manifiesta aún con suficiente
claridad.
5.El testimonio contenido en la voz que
procede “del Cielo” (de lo alto), tiene
lugar precisamente al comienzo de la
misión mesiánica de Jesús de Nazaret. Se
repetirá en el momento que precede a la
Pasión y al acontecimiento pascual que
concluye toda su misión: el momento de
la Transfiguración. A pesar de la
semejanza entre las dos teofanías, hay
una clara diferencia entre ellas, que
nace sobre todo del contexto de los
relatos:
-Durante el Bautismo en el Jordán, Jesús
es proclamado Hijo de Dios ante todo el
pueblo.
-La teofanía de la Transfiguración
se refiere sólo a algunas personas
escogidas: ni siquiera se introduce a
todos los Apóstoles en cuanto grupo,
sino sólo a tres de ellos: Pedro,
Santiago y Juan. “Pasados seis
días Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a
Juan, y los condujo solos a un monte
alto y apartado y se transfiguró ante
ellos...”.
Esta transfiguración va acompañada de la
“aparición de Elías con Moisés hablando
con Jesús”. Y cuando, superado el
“susto” ante tal acontecimiento, los
tres Apóstoles expresan el deseo de
prolongarlo y fijarlo (“bueno es
estarnos aquí”), “se formó una nube... y
se dejó oir desde la nube una voz:
Este es mi Hijo amado, escuchadle”
(cf. Mc 9, 2-7). Así en el texto
de Marcos. Lo mismo se cuenta en Mateo:
“Este es mi Hijo amado, en quien
tengo mi complacencia; escuchadle”
(Mt 17, 5). En Lucas, por su parte,
se dice: “Este es mi Hijo elegido,
escuchadle” (Lc 9, 35).
6.El hecho, descrito por los
Sinópticos, ocurrió cuando Jesús se
había dado a conocer ya a Israel
mediante sus signos (milagros), sus
obras y sus palabras. La Voz del
Padre constituye como una confirmación
“desde lo alto” de lo que estaba
madurando ya en la conciencia de los
discípulos. Jesús quería que,
sobre la base de los signos y de las
palabras, la fe en su misión y filiación
divinas naciese en la conciencia de sus
oyentes en virtud de la revelación
interna, que les daba el mismo Padre.
7.Desde este punto de vista, tiene
especial significación la respuesta que
Simón Pedro recibió de Jesús tras
haberlo confesado en las cercanías de Cesarea de Filipo. En aquella ocasión
dijo Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo
de Dios vivo” (Mt 16, 16). Jesús le
respondió: “Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre
quien esto te ha revelado, sino mi
Padre, que está en los cielos” (Mt 16,
17). Sabemos la importancia que tiene en
labios de Pedro la confesión que
acabamos de citar. Pues bien, resulta
esencial tener presente que la profesión
de la verdad sobre la filiación divina
de Jesús de Nazaret -“Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo”- procede del
Padre. Sólo el Padre “conoce al Hijo”
(Mt 11, 27), solo el Padre sabe “quién
es el Hijo” (Lc 10, 22), y sólo el Padre
puede conceder este conocimiento al
hombre. Esto es precisamente lo que
afirma Cristo en la respuesta dada a
Pedro. La verdad sobre la filiación
divina que brota de labios del Apóstol,
tras haber madurado primero en su
interior, en su conciencia, procede de
la profundidad de la autorrevelación de
Dios. En este momento todos los
significados análogos de la expresión
“Hijo de Dios”, conocidos ya en el
Antiguo Testamento, quedan completamente
superados. Cristo es el Hijo del Dios
vivo, el Hijo en el sentido propio y
esencial de esta palabra: es “Dios de
Dios”.
8.La voz que escuchan los tres
Apóstoles durante la Transfiguración en
el monte Tabor, confirma la convicción
expresada por Simón Pedro en las
cercanías de Cesarea (según Mt 16, 16).
Confirma en cierto modo “desde el
exterior” lo que el Padre había ya
“revelado desde el interior”. Y el
Padre, al confirmar ahora la revelación
interior sobre la filiación divina de
Cristo -“Este es mi Hijo amado:
escuchadle”-, parece como si
quisiera preparar a quienes ya han
creído en Él para los acontecimientos de
la Pascua que se acerca: para su muerte
humillante en la cruz. Es significativo
que “mientras bajaban del monte” Jesús
les ordenará: “No deis a conocer a
nadie esta visión hasta que el Hijo del
Hombre resucite de entre los muertos”
(Mt 17, 9, como también Mc 9, 9, y
además, en cierta medida, Lc 9, 21).
La teofanía en el monte de la
Transfiguración del Señor se halla así
relacionada con el conjunto del misterio
pascual de Cristo.
9.En esta línea se puede entender el
importante pasaje del Evangelio de Juan
(Jn 12, 20-28) donde se narra un hecho
ocurrido tras la resurrección de Lázaro,
cuando por un lado aumenta la admiración
hacia Jesús y, por otro, crecen las
amenazas contra Él. Cristo habla
entonces del grano de trigo que debe
morir para poder producir mucho fruto. Y
luego concluye significativamente:
“Ahora mi alma se siente turbada; ¿y qué
diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas
para esto he venido yo a esta hora!
Padre, glorifica tu nombre”. Y
“llegó entonces una voz del Cielo:
'¡Lo glorifiqué y de nuevo lo
glorificaré'!” (cf. Jn 12,
27-28). En esta voz se expresa la
respuesta del Padre, que confirma las
palabras anteriores de Jesús: “Es
llegada la hora en que el Hijo del
Hombre será glorificado” (Jn 12,
23).
El Hijo del Hombre que se acerca a su
“hora” pascual, es Aquel de quien la voz
de lo alto proclamaba en el bautismo y
en la transfiguración: “Mi Hijo...
amado... en quien tengo mis
complacencias... el elegido”. En
esta voz se contenía el testimonio del
Padre sobre el Hijo. El autor de la
segunda Carta de Pedro, recogiendo el
testimonio ocular del Jefe de los
Apóstoles, escribe pasa consolar a los
cristianos en un momento de dura
persecución: “(Jesucristo)... al recibir
de Dios Padre honor y gloria, de la
majestuosa gloria le sobrevino una voz (que
hablaba) en estos términos: 'Este
es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis
complacencias'. Y esta voz
bajada del Cielo la oímos los que con Él
estábamos en el monte santo” (2
Pe 1, 16-18).
|
Papa Francisco. Ángelus . Domingo 16 de marzo de 2014.
https://www.youtube.com/watch?v=zT51n8DyZ3w |