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¡FELIZ NAVIDAD 2015! 

 

Que la Paz de Cristo reine en nuestros corazones, en nuestras familias y en  nuestros países.

 

Sonetos de Navidad (*) dedicados a %EmailAddress% con el deseo profundo que el Divino  Niño y su Santísima Madre derramen abundantes bendiciones sobre Usted y todos sus seres queridos en esta Navidad.



Marisa y Eduardo

Editores de "El Camino de María" y

"La Puerta de la Fe"

 

Llegó la Navidad

Llegó la Navidad: Y engalanada,
nos anuncia gozosa un “nuevo día”,
paz,  unión amistad, canto, alegría…
tornando de esplendores la alborada.
 
   Nació el Amor de Madre Inmaculada:
atrás quedó la noche triste y fría;
brilla radiante el Sol del mediodía,
con la Luz y Fulgor de su mirada.
 
Llegó la Navidad: En cada hermano,
vive el Niño Divino renacido,
como en otro Belén, vivo y cercano.
 
Es el pobre, y el triste y afligido,  
que en unión fraternal tiende su mano,
y le ofrezco mi amor comprometido.

 


 Navidad es un "hoy" que permanece

“Jesucristo es el mismo, ayer, hoy, y siempre” (San Pablo, Heb, 13,8)



Navidad es un “hoy” que permanece;
cambian las fechas, pero no el sentido:
“El mismo Niño, por mi Bien nacido,
la misma Madre, que lo acuna y mece.”

Idéntico el Amor que permanece:
Todo un Dios, que de Carne revestido,
en el hombre más pobre y dolorido,
de manera especial se nos ofrece.

Navidad es un “hoy” siempre presente,
en el monte, en el valle y en el llano,
porque el “Mar del Amor” se ha desbordado.

Los Cielos a la tierra dan la mano;
y el hombre se arrodilla reverente,
ante el Fruto del Vientre Inmaculado.
 

(*) Autora: Paquita Sánchez Remiro.- Villanueva de los Infantes. (C.Real)  

 

 

¡VEN, SEÑOR JESÚS!

 

«¿Estamos en espera o estamos cerrados? ¿Estamos vigilantes o estamos seguros en un albergue en el camino y ya no queremos ir más adelante? ¿Somos peregrinos o somos errantes?».

 

En Navidad se viven las «percepciones interiores en femenino» propias de la «espera de un parto». Una actitud espiritual que prevé un estilo de «apertura». Por ello no se debe colocar nunca en la puerta de nuestra alma «un educado cartel» con la inscripción: «Se ruega no molestar».

Es una fuerte llamada al significado más auténtico de la Navidad la propuesta del Papa Francisco durante la Santa Misa celebrada el lunes 23 de diciembre de 2013 en la capilla de Santa Marta. «En esta última semana» que precede a la Navidad —recordó el Pontífice— «la Iglesia repite la oración: ¡Ven, Señor!». Y haciendo así, «llama al Señor con tantos nombres distintos, llenos de un mensaje sobre el Señor»:  «Oh sabiduría, oh Dios poderoso, oh raíz de de Jesé, oh sol, oh rey de las naciones, oh Emmanuel».

La Iglesia hace esto, explicó el Santo Padre, porque «está en espera de un parto». En efecto «también la Iglesia, esta semana, está como María: en espera del parto». En su Corazón la Virgen «sentía lo que sienten todas las mujeres en ese momento» tan especial: esas «percepciones interiores en su cuerpo y en su alma» de las cuales comprende que el hijo ya está por nacer. Y «en su corazón decía seguramente» al Niño que llevaba en su seno: «Ven, quiero mirarte a la cara porque me han dicho que serás grande».

Es una experiencia espiritual que vivimos también «nosotros como Iglesia», porque «acompañamos a la Virgen en este camino de espera». Y «queremos apresurar este nacimiento del Señor». Éste es el motivo de la oración: «Ven, oh llave de David, oh sol, oh sabiduría, oh Emanuel. ¡Ven!». Una invocación evocada también en los últimos versículos de la Biblia cuando, al final del libro del Apocalipsis, la Iglesia repite: «Ven, Señor Jesús». Y lo hace con «esa palabra aramea —maranathà— que puede significar un deseo o también una seguridad: el Señor viene».

En realidad, «el Señor viene dos veces». La primera, explicó Francisco, es «la que conmemoramos ahora, el nacimiento físico». Luego «vendrá al final, a cerrar la historia». Pero, añadió, «San Bernardo nos dice que hay una tercera venida del Señor: la de cada día». En efecto «el Señor cada día visita a su Iglesia. Nos visita a cada uno de nosotros. Y también nuestra alma entra en esta semejanza: nuestra alma se asemeja a la Iglesia; nuestra alma se asemeja a María». En esta perspectiva el Papa Francisco recordó que «los padres del desierto dicen que María, la Iglesia y nuestra alma son femeninas». Así «lo que se dice de una, análogamente se puede decir de la otra».

Por lo tanto «nuestra alma está en espera, en espera por la venida del Señor. Un alma abierta que llama: ¡ven, Señor!». Precisamente en estos días, dijo el Papa Francisco, el Espíritu Santo mueve el corazón de cada uno a «hacer esta oración: ¡ven, ven!». Por lo demás, «todos los días de Adviento —recordó— hemos dicho en el prefacio que nosotros, la Iglesia, como María, estamos “vigilantes en espera”». Y «la vigilancia es la virtud, es la actitud de los peregrinos. Somos peregrinos». Una condición que sugirió al Papa una pregunta: «¿Estamos en espera o estamos cerrados? ¿Estamos vigilantes o estamos seguros en un albergue en el camino y ya no queremos ir más adelante? ¿Somos peregrinos o somos errantes?».

He aquí por qué la Iglesia nos invita a rezar con este «¡Ven!». Se trata, en definitiva, de «abrir nuestra alma» para que en estos día esté «vigilante en la espera». Es una invitación a comprender «qué sucede» a nuestro alrededor: «si viene el Señor o si no viene; si hay sitio para el Señor o hay sitio para las fiestas, para hacer compras, hacer ruido». Una reflexión que, según Francisco, lleva a otra pregunta dirigida a nosotros mismos: «¿Nuestra alma está abierta, como está abierta la santa madre Iglesia y como estaba abierta la Virgen? ¿O nuestra alma está cerrada y hemos colgado en la puerta un cartel, muy educado, que dice: se ruega no molestar?».

«El mundo no acaba con nosotros», afirmó el Papa, y «nosotros no somos más importantes que el mundo». Así, continuó, «con la Virgen y con la madre Iglesia nos hará bien repetir hoy en oración estas invocaciones: oh sabiduría, oh llave de David, oh rey de las naciones, ven, ven».

Y será un bien, insistió, «repetir muchas veces: ¡ven!». Una oración que se convierte en examen de conciencia, para verificar «cómo es nuestra alma» y hacer que «no sea un alma que diga» a los demás que no le molesten, sino más bien «un alma abierta, un alma grande para recibir al Señor en estos días». Un alma, concluyó el Santo Padre, «que comienza a sentir lo que mañana en la antífona nos dirá la Iglesia: Hoy sabréis que vendrá el Señor, y mañana veréis su gloria».

 

 

"Tiempo de compromiso

para los cristianos en el mundo"

 

Benedicto XVI. 19 de diciembre de 2012

 

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”, fue la respuesta que Jesús dio cuando se le preguntó lo que pensaba sobre el pago de impuestos. Los que lo interrogaban, obviamente, querían tenderle una trampa. Querían obligarlo a tomar posición ante el encendido debate político sobre el dominio romano en tierra de Israel. Sin embargo había en juego mucho más: si Jesús era realmente el Mesías esperado, entonces seguramente se habría opuesto a los dominadores romanos. Por lo tanto la pregunta, estaba calculada para desenmascararlo, o como una amenaza para el régimen, o como un impostor. 

La respuesta de Jesús conduce hábilmente la cuestión hasta un nivel superior, advirtiendo sobre el peligro de la politización de la religión y la deificación del poder temporal, pero también ante la incansable búsqueda de la riqueza. Quienes lo escuchaban tenían que comprender que el Mesías no era César, y que César no era Dios. El Reino que Jesús venía a instaurar era de una dimensión absolutamente superior. Como respondió a Poncio Pilatos: “Mi Reino no es de este mundo”.

Las narraciones de Navidad del Nuevo Testamento tienen el objeto de expresar un mensaje similar. Jesús nació durante un “censo del mundo entero”, querido por César Augusto, el emperador famoso por haber llevado la Pax Romana a todas las tierras sometidas al dominio romano. Sin embargo este Niño, nacido en un oscuro y lejano rincón del imperio, estaba por ofrecer al mundo una paz mucho más grande, verdaderamente universal en sus objetivos y trascendente sobre cada límite de espacio y de tiempo. 

Jesús se nos presenta como heredero del rey David, pero la liberación que Él trajo a su propia gente no significaba ahuyentar los ejércitos enemigos sino vencer para siempre el pecado y la muerte.

El nacimiento de Cristo nos desafía a repensar nuestras prioridades, nuestros valores, nuestro mismo modo de vivir. Y mientras la Navidad es sin duda un tiempo de gran alegría, es también una ocasión de profunda reflexión, más aun, es un examen de conciencia. Al final de un año que ha significado privaciones económicas para muchos ¿qué cosa podemos aprender de la humildad, de la pobreza, de la sencillez de la escena del pesebre?

La Navidad puede ser el tiempo en el que aprendemos a leer el Evangelio, a conocer a Jesús no solamente como el Niño del pesebre, sino como Aquel en el cual reconocemos a Dios hecho Hombre. 

Es en el Evangelio donde los cristianos encuentran inspiración para toda su vida cotidiana y para su participación en los asuntos del mundo -sea que esto suceda en el Parlamento o en la Bolsa-. Los cristianos no deben escapar del mundo; por lo contrario, deben comprometerse en él. Pero su participación en la política y en la economía deben trascender cada forma de ideología. 

Los cristianos combaten la pobreza porque reconocen la dignidad suprema de cada ser humano, creado a imagen de Dios y destinado a la vida eterna. Los cristianos trabajan por una repartición equitativa de los recursos de la tierra porque están convencidos de que, en su calidad de administradores de la creación de Dios, tenemos el deber de hacernos responsables de los más pobres y de los más vulnerables.

Los cristianos se oponen a la avidez y a la explotación, convencidos de que la generosidad, y un amor que se olvida de sí mismo, enseñados y vividos por Jesús de Nazaret, son el camino que conduce a la plenitud de la vida. La fe cristiana en el destino trascendente de cada ser humano implica la urgencia de la tarea de promover la paz y la justicia para todos. 

Debido a que tales fines son compartidos por muchos, es posible una gran y fructífera colaboración entre los cristianos y los demás. Sin embargo los cristianos, dan a César solamente aquello que es de César pero no aquello que pertenece a Dios. Algunas veces a lo largo de la historia los cristianos no han podido condescender a las solicitudes hechas por César. Desde el culto del emperador de la antigua Roma hasta los regímenes totalitarios del siglo apenas transcurrido, César ha tratado de ocupar el puesto de Dios.

Cuando los cristianos rechazan de inclinarse ante los falsos dioses propuestos en nuestros tiempos no es porque tienen una visión anticuada del mundo. Por el contrario, es porque están libres de las ataduras de la ideología y animados por una visión tan noble del destino humano, que no pueden comprometerse con nada que la pueda socavar. 

En Italia, muchas escenas de nacimientos están adornadas con ruinas de los antiguos edificios romanos como fondo. Esto demuestra que el nacimiento del Niño Jesús marca el fin del antiguo orden, el mundo pagano, en el que las reivindicaciones de César parecían imposibles de desafiar.

Ahora hay un nuevo Rey que no confía en la fuerza de las armas, sino en la potencia del Amor. Él lleva la esperanza a todos aquellos que, como Él mismo, viven al margen de la sociedad. Lleva esperanza a cuantos son vulnerables en las fluctuantes fortunas de un mundo precario. Desde el pesebre, Cristo nos llama para vivir como ciudadanos de su Reino celestial, un Reino que cada persona de buena voluntad puede ayudar a construir aquí sobre la tierra. 

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EL CAMINO DE MARÍA . Edición especial para %EmailAddress%

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