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"El Camino de
María" difunde textos del Magisterio de la
Iglesia en general, y, en particular, la enseñanza catequética y
magisterial de San JuanPablo II, del Papa emérito
Benedicto XVI y del Santo Padre Francisco.
Pidamos a María
Santísima, Mediadora de todas las Gracias, que nos
enseñe a crecer en la comunión con el Señor Jesús para
ser testigos de Su Amor, en el que está el secreto de la
alegría.
Marisa y Eduardo Vinante
Editores de "El Camino de María".
CATEQUESIS DE SAN JUAN PABLO II
MARÍA
SANTÍSIMA EN EL CAMINO HACIA EL PADRE
Audiencia General del miércoles 12 de enero de 2000
Amadísimos hermanos y hermanas:
1.Completando
nuestra reflexión sobre María al concluir el ciclo de
catequesis dedicado al Padre, hoy queremos subrayar su papel
en nuestro camino hacia el Padre. Él mismo quiso la
presencia de María en la historia de la salvación.
Cuando decidió enviar a su Hijo al mundo, quiso que viniera
a nosotros naciendo de una mujer (cf. Ga 4, 4). Así
quiso que esta mujer, la primera que acogió a su Hijo, lo
comunicara a toda la humanidad. Por tanto, María se
encuentra en el camino que va desde el Padre a la humanidad
como Madre que da a todos a su Hijo, el Salvador. Al
mismo tiempo, está en el camino que los hombres deben
recorrer para ir al Padre, por medio de Cristo en el
Espíritu (cf. Ef 2, 18).
2.Para comprender la presencia de María en el itinerario
hacia el Padre debemos reconocer, con todas las
Iglesias, que Cristo es "el camino, la verdad y la vida" (Jn
14, 6) y el único Mediador entre Dios y los hombres (cf.
1 Tm 2, 5). María se halla insertada en la única
mediación de Cristo y está totalmente a su servicio. Por
consiguiente, como subrayó el Concilio en la Lumen
gentium, "la misión maternal de María para con los
hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única
mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia"
(n. 60). No afirmamos un papel de María en la vida de la
Iglesia fuera de la mediación de Cristo o junto a ella, como
si se tratara de una mediación paralela o en competencia con
la de Cristo.
Como
afirmé expresamente en la encíclica Redemptoris Mater,
la mediación materna de María "es mediación en Cristo"
(n. 38). El Concilio explica: "Todo el influjo de la
santísima Virgen en la salvación de los hombres no tiene su
origen en ninguna necesidad objetiva, sino en que Dios lo
quiso así. Brota de la sobreabundancia de los méritos de
Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de
ella, y de ella saca toda su eficacia; favorece, y de
ninguna manera impide, la unión inmediata de los creyentes
con Cristo" (Lumen gentium, 60).
También María fue redimida por Cristo; más aún, es la
primera de los redimidos, dado que la gracia que Dios Padre
le concedió al inicio de su existencia se debe "a los
méritos de Jesucristo, Salvador del género humano", como
afirma la bula Ineffabilis Deus del Papa Pío IX (DS
2803). Toda la cooperación de María en la salvación está
fundada en la mediación de Cristo, la cual, como precisa
también el Concilio, "no excluye sino que suscita en las
criaturas una colaboración diversa que participa de la única
fuente" (Lumen gentium, 62).
La mediación de María, considerada desde esta perspectiva,
se presenta como el fruto más alto de la mediación de Cristo
y está esencialmente orientada a hacer más íntimo y profundo
nuestro encuentro con él: "La Iglesia no duda en
atribuir a María esta misión subordinada, la experimenta sin
cesar y la recomienda al corazón de sus fieles para que,
apoyados en su protección maternal, se unan más íntimamente
al Mediador y Salvador" (ib.).
3.En realidad, María no quiere atraer la atención hacia
su persona. Vivió en la tierra con la mirada fija en
Jesús y en el Padre celestial. Su deseo más intenso consiste
en hacer que las miradas de todos converjan en esa misma
dirección. Quiere promover una mirada de fe y de esperanza
en el Salvador que nos envió el Padre. Fue modelo de una
mirada de fe y de esperanza sobre todo cuando, en la
tempestad de la pasión de su Hijo, conservó en su corazón
una fe total en él y en el Padre. Mientras los discípulos,
desconcertados por los acontecimientos, quedaron
profundamente afectados en su fe, María, a pesar de la
prueba del dolor, permaneció íntegra en la certeza de que se
realizaría la predicción de Jesús: "El Hijo del hombre (...)
al tercer día resucitará" (Mt 17, 22-23). Una certeza
que no la abandonó ni siquiera cuando acogió entre sus
brazos el cuerpo sin vida de su Hijo crucificado.
4.Con esta mirada de fe y de esperanza, María impulsa a
la Iglesia y a los creyentes a cumplir siempre la Voluntad
del Padre, que nos ha manifestado Cristo. Las palabras
que dirigió a los sirvientes, para el milagro de Caná, las
repite a todas las generaciones de cristianos: "Haced
lo que Él os diga" (Jn 2, 5).
Los sirvientes siguieron su consejo y llenaron las tinajas
hasta el borde. Esa misma invitación nos la dirige María
hoy a nosotros. Es una exhortación a entrar en el nuevo
período de la historia con la decisión de realizar todo lo
que Cristo dijo en el Evangelio en nombre del Padre y
actualmente nos sugiere mediante el Espíritu Santo, que
habita en nosotros.Si hacemos lo que nos dice Cristo, el
milenio que comienza podrá asumir un nuevo rostro, más
evangélico y más auténticamente cristiano, y responder así a
la aspiración más profunda de María.
5. Por consiguiente, las palabras: "Haced lo que él os
diga", señalándonos a Cristo, nos remiten también al
Padre, hacia el que nos encaminamos. Coinciden con la voz
del Padre que resonó en el monte de la Transfiguración:
"Este es mi Hijo amado (...), escuchadlo" (Mt
17, 5). Este mismo Padre, con la palabra de Cristo y la luz
del Espíritu Santo, nos llama, nos guía y nos espera.
Nuestra santidad consiste en hacer todo lo que el Padre nos
dice. El valor de la vida de María radica precisamente en el
cumplimiento de la voluntad divina. Acompañados y
sostenidos por María, con gratitud recibimos el nuevo
milenio de manos del Padre y nos comprometemos a
corresponder a su gracia con entrega humilde y generosa.
Nos dirigimos en oración
a María, Madre de la
Iglesia y Madre de nuestra fe.
¡Madre, ayuda nuestra fe!
Abre nuestro oído a la Palabra, para que
reconozcamos la Voz de Dios y su llamada.
Aviva en nosotros el deseo de seguir sus
pasos, saliendo de nuestra tierra y confiando en su promesa.
Ayúdanos a dejarnos tocar por su Amor, para
que podamos tocarlo en la fe.
Ayúdanos a fiarnos plenamente de El, a creer
en su Amor, sobre todo en los momentos de tribulación
y de cruz, cuando nuestra fe es llamada
a crecer y a madurar.
Siembra en nuestra fe la alegría del Resucitado.
Recuérdanos que quien cree no está nunca solo
Enséñanos a mirar con los ojos de Jesús,
para que Él sea luz en nuestro camino.
Y que esta luz de la fe crezca continuamente
en nosotros, hasta que llegue el día sin ocaso, que
es el mismo Cristo, tu Hijo, nuestro Señor.
(Papa Franciscus.
Lumen Fidei, 60)
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