Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a recibir,
conservar y meditar la Palabra de Dios!:
Haz
que también nosotros, en medio de las dramáticas vicisitudes de la
historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana.
Llévanos de la mano y acompáñanos durante la Semana Santa hacia la Pascua para poder contemplar al Señor Jesucristo Resucitado
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Salmo 21
Dios mío, Dios
mío,
¿por qué me has abandonado?
Dios mío, Dios
mío,
¿por qué me has abandonado?
a pesar de mis gritos,
mi oración no te alcanza.
Dios mío, de día te grito,
y no respondes;
de noche, y no me haces caso;
aunque tú habitas en el santuario,
esperanza de Israel.
En tí confiaban nuestros padres;
confiaban, y los ponías a salvo;
a tí gritaban, y quedaban libres;
en tí confiaban, y no los defraudaste.
Pero yo soy un gusano, no un hombre,
vergüenza de la gente,
desprecio del pueblo;
al verme, se burlan de mí,
hacen visajes, menean la cabeza:
"acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre si tanto lo quiere".
Tú eres quien me sacó del vientre,
me tenías confiado
en los pechos de mi madre;
desde el seno pasé a tus manos,
desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos,
que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos,
me cercan toros de Basán;
abren contra mí las fauces
leones que descuartizan y rugen.
Estoy como agua derramada,
tengo los huesos descoyuntados;
mi corazón, como cera,
se derrite en mis entrañas;
mi garganta está seca como una teja,
la lengua se me pega al paladar;
me aprietas contra el polvo de la muerte.
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Ellos me miran triunfantes,
se reparten mi ropa,
echan a suerte mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
líbrame a mí de la espada,
y a mí única vida de la garra del mastín;
sálvame de las fauces del león;
a éste pobre, de los cuernos del búfalo.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
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Salmo 30
A tus manos
encomiendo mi espíritu
A ti, Señor, me
acojo:
no quede yo nunca defraudado;
tú, que eres justo, ponme a salvo,
inclina tu oído hacia mí;
ven aprisa a librarme,
sé la roca de mi refugio,
un baluarte donde me salve,
tú que eres mi roca y mi baluarte;
por tu nombre dirígeme y guíame:
sácame de la red que me han tendido,
porque tú eres mi amparo.
A tus manos encomiendo mi espíritu:
Tú, el Dios leal, me librarás
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15 de septiembre
Esta celebración recuerda los dolores que sufrió la
madre de Jesús, sobre todo el día de la Pasión y Muerte de su Hijo,
dolores que fueron profetizados por el anciano Simeón, cuando en el templo
de Jerusalén dijo a María que una espada le traspasaría el corazón. La
piedad popular ha representado a la Virgen Dolorosa con un corazón
traspasado por siete espadas que simbolizan otros tantos dolores de María,
y hasta hace pocos años, esta conmemoración se denominaba "Los siete
dolores de la Virgen María". El tema de los dolores de la Madre de
Jesús ha sido, en el correr de los siglos, fuente de inspiración para el
arte cristiano. Pinturas y esculturas, poesías y cánticos tienen como
motivo los dolores de la Virgen. Entre ellos sobresale la antífona "Stabat
Mater", que ha inspirado a grandes maestros de la música.
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LOS 7
DOLORES
DE LA VIRGEN MARÍA
1.LA
PROFECÍA DE SIMEÓN EN LA PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO.
Lucas 2: 25-35.
2.LA HUÍDA A EGIPTO CON JESÚS Y JOSÉ.
Mateo
2: 13-15.
3.EL NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO.
Lucas 2: 41-50.
4,EL ENCUENTRO DE MARIA CON CRISTO EN EL CAMINO DEL CALVARIO .
Via
Crucis - IV Estación.
5.LA CRUCIFIXIÓN Y MUERTE DE JESÚS
Juan 19: 25-30.
6.JESÚS ES DESCENDIDO DE LA CRUZ Y DESCANSA EN EL REGAZO DE SU MADRE.
Marcos 15, 42-46
7JESÚS ES COLOCADO
EN EL SEPULCRO LA SOLEDAD DE LA VIRGEN MARIA
Juan
19, 38-42
Nuestra Señora a Santa Brígida
"Miro a todos
los que viven en el mundo para ver si hay quien se compadezca de Mí y
medite mi dolor, mas hallo poquísimos que piensen en mi tribulación y
padecimientos. Por eso tú, hija mía, no te olvides de Mí que soy
olvidada y menospreciada por muchos. Mira mi dolor e imítame en lo que
pudieres. Considera mis angustias y mis lágrimas y duélete de que sean
tan pocos los amigos de Dios."
LAS 7 GRACIAS DE LA VIRGEN MARÍA
La
Santísima Virgen María manifestó a Santa Brígida (1303-1373) que
concedía siete gracias a quienes diariamente le honrasen considerando
sus lágrimas y dolores y rezando siete Avemarías:
1.Pondré paz en sus familias.
2.Serán
iluminados en los Divinos Misterios.
3.Los
consolaré en sus penas y acompañaré en sus trabajos.
4.Les daré cuanto me pidan, con tal que no se oponga a la voluntad
adorable de mi Divino Hijo y a la santificación de sus almas.
5.Los
defenderé en los combates espirituales con el enemigo infernal, y
protegeré en todos los instantes de su vida.
6.Los
asistiré visiblemente en el momento de su muerte; verán el rostro de su
Madre.
7.He
conseguido de mi Divino Hijo que las almas que propaguen esta devoción a
mis lágrimas y dolores sean trasladadas de esta vida terrenal a la
felicidad eterna directamente, pues serán borrados todos sus pecados, y
mi Hijo y Yo seremos su consolación y alegría.
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Señor Jesucristo,
Tú que en el momento de la agonía
no has permanecido indiferente a la suerte del hombre
y con tu último respiro
has confiado con Amor a la Misericordia del Padre
a los hombres y mujeres de todos los tiempos,
con sus debilidades y pecados,
llénanos a nosotros y a las generaciones futuras
de tu Espíritu de Amor,
para que nuestra indiferencia
no haga vanos en nosotros los frutos de tu Muerte.
A ti, Jesús Crucificado, Sabiduría y Poder de Dios.
Honor y Gloria por los siglos de los siglos.
R/.Amén.
(Juan Pablo II. Oración
. Vía Crucis. Año
2000)
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Oh María, tú que has
recorrido
el camino de la Cruz junto con tu Hijo,
quebrantada por el dolor en tu Corazón de
Madre,
pero recordando siempre el "fiat"
e íntimamente confiada en que Aquél para
quien nada es imposible
cumpliría sus promesas,
suplica para nosotros y para los hombres de
las generaciones futuras
la gracia del abandono en el Amor de Dios.
Haz que, ante el sufrimiento, el rechazo y
la prueba,
por dura y larga que sea, jamás dudemos de
su Amor.
A Jesús, tu Hijo, todo Honor y toda Gloria
por los siglos de los siglos.
R/.Amén.
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LA
ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN LA VIDA Y LA MISIÓN DE
CRISTO
Juan Pablo II. Audiencia 28 de marzo de 1990, 6
Del examen de los textos evangélicos emerge una
verdad esencial: no se puede comprender lo que ha
sido Cristo, y lo que es para nosotros,
independientemente del Espíritu Santo. Lo que
significa que no sólo es necesaria la luz del
Espíritu Santo para penetrar en el misterio de
Cristo, sino que se debe tener en cuenta el influjo
del Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo y en
toda la vida de Cristo para explicar el Jesús del
Evangelio (en su
Infancia, en la inauguración de la vida pública
mediante el Bautismo, en la permanencia en el
desierto, en la Oración, en la Predicación, en el
Sacrificio de la Cruz, y finalmente, en la
Resurrección y su Ascensión al Cielo) . El
Espíritu Santo ha dejado la impronta de la propia
personalidad divina en el Rostro de Cristo.
Por ello, toda profundización del conocimiento de
Cristo requiere también una profundización del
conocimiento del Espíritu Santo. 'Saber quién es
Cristo' y 'Saber quién es el Espíritu Santo':
son dos exigencias unidas indisolublemente, que se
influyen mutuamente.
Podemos añadir que también la relación del cristiano
con Cristo es solidaria con su relación con el
Espíritu. Lo hace comprender la Carta a los Efesios
cuando desea que "...los creyentes sean
fortalecidos por el Espíritu del Padre en el hombre
interior, para ser capaces de 'conocer el amor de
Cristo, que excede a todo conocimiento'..." (Cfr.
Ef 3, 16.19).
Esto significa que para llegar a Cristo en el
conocimiento y en el amor -como ocurre en la
verdadera sabiduría cristiana- tenemos necesidad
de la inspiración y de la guía del Espíritu Santo,
Maestro interior de verdad y de vida.
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EL ESPÍRITU SANTO EN EL MISTERIO DE LA CRUZ
Juan Pablo II. Audiencia 1 de agosto de 1990
1. En la Encíclica Dominum et vivificantem,
escribí: 'El Hijo de Dios, Jesucristo, como
hombre, en la ferviente oración de su Pasión,
permitió al Espíritu Santo, que ya había
impregnado íntimamente su humanidad, transformar
en sacrificio perfecto mediante el acto de su
muerte, como víctima de amor en la Cruz. Él solo
ofreció este sacrificio. Como único Sacerdote:
se ofreció a Sí mismo sin tacha a Dios (Hb 9,
14)' (n. 40).
El sacrificio de la Cruz es el culmen de una
vida en la cual hemos leído, siguiendo los
textos del Evangelio, la verdad sobre el
Espíritu Santo, a partir del momento de la
Encarnación.
2. Fijemos la atención en las últimas palabras
que pronunció Jesús en su agonía en el Calvario.
En el texto de Lucas se escribe: 'Padre,
en tus manos pongo mi espíritu' (Lc 23,
46). Aunque estas palabras, excepto la
invocación 'Padre', provienen del Salmo 30/31,
sin embargo, en el contexto del evangelio
adquieren otro significado. El salmista rogaba a
Dios que lo salvase de la muerte; Jesús en la
Cruz, por el contrario, precisamente con las
palabras del salmista acepta la muerte,
entregando "su espíritu" al Padre (es decir, "su
vida").
El salmista se dirige a Dios como al liberador;
Jesús encomienda (es decir, entrega) su
espíritu al Padre con la perspectiva de la
resurrección. Confía al Padre la plenitud
de su humanidad, en la cual subsiste el Yo
divino del Hijo unido al Padre en el Espíritu
Santo. Sin embargo, la presencia del
Espíritu Santo no se manifiesta de modo
explícito en el texto de Lucas, como sucederá en
la carta a los Hebreos (9,14).
3. Antes de pasar a este otro texto, hay que
considerar la formulación un poco diversa de las
palabras de Cristo moribundo en el evangelio de
Juan. Allí leemos: 'Cuando tomó Jesús el
vinagre, dijo: 'Todo está cumplido'. E
inclinando la cabeza entregó el espíritu' (Jn
19, 30). El evangelista no pone de relieve la
'entrega' (o 'encomienda') del espíritu al
Padre. El amplio contexto del evangelio de Juan,
y especialmente las páginas dedicadas a la
Muerte de Jesús en la Cruz, parecen más bien
indicar que en la muerte da comienzo el envío
del Espíritu Santo, como Don entregado en la
marcha de Cristo.
Sin embargo, tampoco aquí se trata de una
afirmación explícita. Aunque no podemos ignorar
la sorprendente vinculación que parece existir
entre el texto de Juan y la interpretación de la
muerte de Cristo que se halla en la carta a los
Hebreos. El autor de esta última habla de la
función ritual de los sacrificios cruentos de la
Antigua Alianza, que servían para purificar al
pueblo de las culpas legales, y los compara con
el sacrificio de la cruz, y luego exclama:
'¡Cuánto más la Sangre de Cristo, que por el
Espíritu Eterno se ofreció a Sí mismo sin tacha
a Dios, purificará de las obras muertas nuestra
conciencia para rendir culto a Dios vivo!' (Hb
9,14).
Como escribí en la encíclica
Dominum et
vivificantem, 'en su humanidad (Cristo)
era digno de convertirse en este sacrificio, ya
que Él solamente era sin tacha . Pero lo ofreció
por el Espíritu Eterno, lo que quiere decir que
el Espíritu Santo actuó de manera especial en
esta auto-donación absoluta del Hijo del hombre
para transformar el sufrimiento en Amor
Redentor' (núm. 40). El misterio de la
asociación entre el Mesías y el Espíritu Santo
en la obra mesiánica, contenido en la página de
Lucas sobre la Anunciación de María, se
vislumbra ahora en el pasaje de la carta a los
Hebreos. Aquí se manifiesta la profundidad de
esta obra, que llega a las 'conciencias' humanas
para purificarlas y renovarlas por medio de la
gracia divina, mucho más allá de la superficie
de la representación ritual.
4. En el Antiguo Testamento se habla varias
veces del fuego del cielo que quemaba las
oblaciones que presentaban los hombres (Cfr. Lv
9, 24; 1 Cor 21,26; 2 Cor 7, 1). Así en el
Levítico: 'Arderá el fuego sobre el altar sin
apagarse; el sacerdote lo alimentará con leña
todas las mañanas, colocará encima el
holocausto' (6, 5). Ahora bien, sabemos que
el antiguo holocausto era figura del sacrificio
de la Cruz, el holocausto perfecto. 'Por
analogía se puede decir que el Espíritu Santo es
el fuego del cielo que actúa en lo más profundo
del misterio de la Cruz . Proviniendo del Padre,
ofrece al Padre el Sacrificio del Hijo,
introduciéndolo en la divina realidad de la
comunión trinitaria' (Dominum et vivificantem,
41).
Por esta razón podemos añadir que en el reflejo
del misterio trinitario se ve el pleno
cumplimiento del anuncio de Juan Bautista en el
Jordán: 'Él (Cristo) os bautizará en Espíritu
Santo y fuego' (Mt 3, 11). En el
Antiguo Testamento, del que se hacía eco el
Bautista, el fuego simbolizaba la intervención
soberana de Dios que purificaba las conciencias
mediante su Espíritu (Cfr. Is 1, 25; Zac 13, 9;
Mt 13, 2.3). Ahora la realidad supera
las figuras en el Sacrificio de la Cruz, que es
el perfecto bautismo con el que Cristo mismo
debía ser bautizado (Cfr. Mc 10, 38), y al cual
El, en su vida y en su misión terrena, tiende
con todas sus fuerzas, como él mismo dijo:
'He
venido a arrojar un fuego sobre la tierra y
¡cuánto desearía que ya estuviera encendido! Con
un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué
angustiado estoy hasta que se cumplan' (Lc
12, 49.50). E! Espíritu Santo es el 'fuego'
salvífico que da actuación a ese sacrificio.
5. En la carta a los Hebreos leemos también que
Cristo, 'aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia' (5, 8). Al venir
al mundo dijo al Padre: 'He aquí que vengo a
hacer tu voluntad' (Hb 10, 9). En el
sacrificio de la Cruz se realiza plenamente esta
obediencia: 'Si el pecado ha engendrado el
sufrimiento, ahora el dolor de Dios en Cristo
crucificado recibe su plena expresión humana por
medio del Espíritu Santo..., pero, a la vez,
desde lo hondo de este sufrimiento... el
Espíritu saca una nueva dimensión del don hecho
al hombre y a la creación desde el principio.
En lo más hondo del Misterio de la Cruz actúa el
Amor, que lleva de nuevo al hombre a participar
en la vida, que está en Dios mismo' (Dominum
et vivificantem, 41 ) .
Por eso en las relaciones con Dios la humanidad
tiene 'un Sumo Sacerdote que (sabe)
compadecerse de nuestras flaquezas, habiendo
sido probado en todo igual a nosotros, excepto
en el pecado' (Cfr. Hb 4, 15): en este nuevo
misterio de la mediación sacerdotal de Cristo
ante el Padre, está la intervención decisiva del
'Espíritu eterno', que es fuego de amor
infinito.
6. 'El Espíritu Santo, como amor y don,
desciende, en cierto modo, al centro mismo del
sacrificio que se ofrece en la Cruz.
Refiriéndonos a la tradición bíblica podemos
decir: Él consuma este sacrificio con el fuego
del Amor, que une al Hijo con el Padre en la
comunión trinitaria. Y dado que el Sacrificio de
la Cruz es un acto propio de Cristo, también en
este sacrificio Él recibe el Espíritu Santo. Lo
recibe de tal manera que después Él, solamente
con Dios Padre, puede darlo a los Apóstoles, a
la Iglesia y a la humanidad' (Dominum et
vivificantem, 41 ) .
Es, pues, justo ver en el misterio del
Sacrificio de la Cruz el momento conclusivo de
la revelación del Espíritu Santo en la vida de
Cristo. Es el momento clave, en el cual
halla su centro el acontecimiento de Pentecostés
y toda la irradiación que emanará de él al
mundo. El mismo 'Espíritu eterno' operante en el
misterio de la cruz aparecerá entonces en el
Cenáculo sobre las cabezas de los Apóstoles bajo
la forma de 'lenguas como de fuego' para
significar que penetraría gradualmente en las
arterias de la historia humana mediante el
servicio apostólico de la Iglesia. Estamos
llamados a entrar también nosotros en el radio
de acción de esta misteriosa potencia salvífica
que parte de la Cruz y el Cenáculo, para ser
atraídos, en Ella y por Ella, a la comunión de
la Trinidad.
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LAS ÚLTIMAS PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ
Juan Pablo II. Meditación de la duodécima
estación-Vía Crucis-Año 2000
"Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34) .En el culmen de la Pasión, Cristo no olvida al hombre, no olvida en
especial a los que son la causa de su sufrimiento. El sabe que el
hombre. más que de cualquier otra cosa, tiene necesidad de amor:
tiene necesidad de la misericordia que en este momento se derrama
en el mundo.
"Yo te aseguro:
hoy estarás conmigo en el paraíso" (Lc 23,43).
Así
responde Jesús a la petición del malhechor que estaba a su
derecha: "Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino"
(Lc 23,42). La promesa de una nueva vida. Este es el primer fruto
de la pasión y de la inminente muerte de Cristo. Una palabra de
esperanza para el hombre.
A los pies de la Cruz
estaba la Madre, y a su lado el discípulo, Juan evangelista. Jesús
dice: "Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo:
Ahí tienes a tu Madre" (Jn 19,26-27).
"Y desde aquella
hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,27).
Es el testamento para las personas que más amaba. El testamento
para la Iglesia. Jesús al morir quiere que el amor maternal de
María abrace a todos por los que Él da la vida, a toda la
humanidad.
Poco después, Jesús
exclama:
"Tengo sed" (Jn 19,28). Palabra que deja ver la sed
ardiente que quema todo su cuerpo. Es la única palabra que
manifiesta directamente su sufrimiento físico.
Después Jesús añade:
"¡Dios mio, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" (Mt
27,46; cf. Sal 21 [22], 2);
son las palabras del Salmo con el que
Jesús ora. La frase, no obstante la apariencia, manifiesta su
unión profunda con el Padre. En los últimos instantes de su vida
terrena, Jesús dirige su pensamiento al Padre. El diálogo se
desarrollará ya sólo entre el Hijo que muere y el Padre que acepta
su sacrificio de amor.
Cuando llega la hora
de nona, Jesús grita:
"¡Todo está cumplido!" (Jn 19,30). Ha llevado a
cumplimiento la obra de la redención. La misión, para la que vino
a la tierra, ha alcanzado su propósito.
Lo demás pertenece al
Padre: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc
23,46). Dicho esto, expiró.
"El velo del Templo
se rasgó en dos..." (Mt 27,51).
El "santo de los santos" en el templo de Jerusalén se abre en el
momento en que entra el Sacerdote de la Nueva y Eterna Alianza.
(Juan Pablo II. Meditación de la duodécima
estación -Via Crucis-Año 2000)
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PRIMEROS SIGNOS DE LA FECUNDIDAD REDENTORA DE
LA MUERTE DE CRISTO
Juan Pablo II. Audiencia 14 de diciembre de 1988
1. El Evangelista Marcos escribe que,
cuando Jesús murió, el centurión que
estaba al lado viéndolo expirar de aquella
forma, dijo: "Verdaderamente este
hombre era Hijo de Dios" (Mc 15,
39). Esto significa que en aquel
momento el centurión romano tuvo una
intuición lúcida de la realidad de Cristo,
una percepción inicial de la verdad
fundamental de la fe.
El centurión había
escuchado los improperios e insultos que
habían dirigido a Jesús sus adversarios y,
en particular, las mofas sobre el título
de Hijo de Dios reivindicado por aquel que
ahora no podía descender de la Cruz ni
hacer nada para salvarse a sí mismo.
Mirando al Crucificado,
quizá ya durante a agonía pero de modo mas
intenso y penetrante en el momento de su
muerte, y quizá, quién sabe, encontrándose
con su mirada, siente que Jesús tiene
razón. Si, Jesús es un hombre, y muere de
hecho; pero en Él hay más que un hombre;
es un hombre que verdaderamente, como el
mismo dijo, es Hijo de Dios. Ese modo
de sufrir y morir, ese poner el espíritu
en manos del Padre, esa inmolación
evidente por una causa suprema a la que ha
dedicado toda su vida, ejercen un poder
misterioso sobre aquel soldado, que
quizá ha llegado al Calvario tras una
larga aventura militar y espiritual, como
ha imaginado algún escritor, y que en ese
sentido puede representar a cualquier
pagano que busca algún testigo revelador
de Dios.
2. El hecho es notable también porque
en aquella hora los discípulos de Jesús
están desconcertados y turbados en su fe
(cf. Mc 14, 50; Jn 16, 32). El
centurión, por el contrario, precisamente
en esa hora inaugura la serie de paganos
que, muy pronto, pedirán ser admitidos
entre los discípulos de aquel Hombre en el
que, especialmente después de su
Resurrección, reconocerán al Hijo de Dios,
como lo testificar los Hechos de los
Apóstoles.
El centurión del
Calvario no espera la Resurrección: le
bastan aquella muerte, aquellas palabras y
aquella mirada del moribundo, para llegar
a pronunciar su acto de fe. ¿Cómo no
ver en esto el fruto de un impulso de la
gracia divina, obtenido con su sacrificio
por Cristo Salvador a aquel centurión?
El centurión, por su
parte, no ha dejado de poner la condición
indispensable para recibir la gracia de la
fe: la objetividad, que es la
primera forma de lealtad. Él ha
mirado, ha visto, ha cedido ante la
realidad de los hechos y por eso se le ha
concedido creer. No ha hecho cálculos
sobre las ventajas de estar de parte del
sanedrín, ni se ha dejado intimidar por
él, como Pilato (cf. Jn 19, 8); ha mirado
a las personas y a las cosas y ha asistido
como testigo imparcial a la muerte de
Jesús. Su alma en esto estaba limpia y
bien dispuesta. Por eso le ha impresionado
la fuerza de la verdad y ha creído. No
dudó en proclamar que aquel hombre era
Hijo de Dios. Era el primer signo de
la redención ya acaecida.
3. San Juan registra
otro signo cuando escribe que "uno
de los soldados con una lanza le abrió el
costado y al punto salió sangre y agua"
(Jn 19, 34).Nótese que Jesús ya está
muerto. Ha muerto antes que los dos
malhechores crucificados con Él. Esto
prueba la intensidad de sus sufrimientos.
La lanzada no es por
tanto un nuevo sufrimiento infligido a
Jesús. Más bien sirve como signo del
don total que Él ha hecho de sí mismo,
signo inscrito en su misma carne con la
transfixión del costado, y puede decirse
que c on la
apertura de su Corazón, manifiesta
simbólicamente aquel amor por el que Jesús
dio y continuará dando todo a la
humanidad.
4. De aquella
abertura del Corazón corren el agua y la
sangre. Es un hecho que puede
explicarse fisiológicamente. Pero el
Evangelio lo cita por su valor simbólico:
es un signo y anuncio de la fecundidad del
sacrificio. Es tan grande la
importancia que le atribuye el Evangelista
que, apenas narrado el episodio, añade:
"El que lo vio lo atestigua y su
testimonio es válido, y él sabe que dice
verdad, para que también vosotros creáis"
(Jn 19, 35). Se apela por tanto a
una constatación directa, realizada por el
mismo, para subrayar que se trata de un
acontecimiento cargado de un valor
significativo respecto a los motivos y
efectos del sacrificio de Cristo.
5. De hecho el Evangelista reconoce en
el suceso el cumplimiento de lo que había
sido predicho en dos textos proféticos.
El primero, respecto
al cordero pascual de los hebreos, al
cual, "no se le quebrará hueso alguno"
(Ex 12, 46; Núm 9, 12; cf. Sal 34,
21). Para el Evangelista Cristo
crucificado es, pues, el Cordero pascual y
el "Cordero desangrado", como dice Santa
Catalina de Siena, el Cordero de la Nueva
Alianza prefigurado en la pascua de la ley
antigua y "signo eficaz" de la nueva
liberación de la esclavitud del pecado no
sólo de Israel sino de toda la humanidad.
6. La otra cita
bíblica que hace Juan es un texto
atribuido al Profeta Zacarías que dice:
"Mirarán al que traspasaron" (Zac
12, 10). La profecía se refiere a la
liberación de Jerusalén y Judá por manos
de un Rey, por cuya venida la nación
reconoce su culpa y se lamenta sobre aquel
que ella ha traspasado de la misma manera
que se llora por un hijo único que se ha
perdido. El Evangelista aplica el texto
a Jesús traspasado y crucificado, ahora
contemplado con amor. A las miradas
hostiles del enemigo suceden las miradas
contemplativas y amorosas de los que se
convierten. Esta posible
interpretación sirve para comprender la
perspectiva teológico-profética en la que
el Evangelista considera la historia
que ve desarrollarse desde el Corazón
abierto de Jesús.
7. La sangre y el agua han sido
interpretados de diversa forma en su valor
simbólico.
En el Evangelio de Juan es posible
observar una relación entre el agua que
brota del corazón traspasado y la
invitación de Jesús en la fiesta de los
Tabernáculos: "Si alguno tiene
sed, venga a mí y beba el que cree en mí.
De su seno correrán ríos de agua viva"
(Jn 7, 37-38; cf. 4, 10-14; Apoc 22, 1).
El Evangelista precisa después que Jesús
se refería al Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en Él (Jn 7, 39).
Algunos han
interpretado la sangre como símbolo de la
remisión de los pecados por el sacrificio
expiatorio y el agua como símbolo de
purificación. Otros han puesto en
relación el agua y la sangre con el
bautismo y la Eucaristía.
El Evangelista no ha ofrecido los
elementos suficientes para
interpretaciones precisas. Pero parece que
se haya dado una indicación en el texto
sobre el Corazón traspasado, del que manan
sangre y agua; la efusión de gracia que
proviene del sacrificio, como él mismo
dice del Verbo encarnado desde el comienzo
de su Evangelio: "De su plenitud
hemos recibido todos, y gracia por gracia"
(Jn 1, 16).
8. Queremos concluir observando que el
testimonio del discípulo predilecto asume
todo su sentido si pensamos que este
discípulo había reclinado su cabeza sobre
el pecho de Jesús durante la ultima Cena.
Ahora él veía ese pecho desgarrado. Por
esto sentía la necesidad de subrayar el
símbolo de la caridad infinita que había
descubierto en aquel Corazón e invitaba a
los lectores de su Evangelio y a todos los
cristianos a que contemplaran ese Corazón
"que tanto había amado a los hombres" que
se habían entregado en sacrificio por
ellos.
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