LA VIRGEN MARÍA Y EL ADVIENTO

  Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a recibir,
conservar y meditar la Palabra de Dios!:
Haz que también nosotros, en medio de las  dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana.

 

 

 

Lecturas diarias

 

 

 

Durante el tiempo de Adviento la Liturgia recuerda frecuentemente a la Santísima Virgen —aparte la solemnidad del día 8 de diciembre, en que se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de María, la preparación radical (cf. Is 11, 1.10) a la venida del Salvador y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga —, sobre todos los días feriales del 17 al 24 de diciembre y, más concretamente, el domingo anterior a la Navidad, en que hace resonar antiguas voces proféticas sobre la Virgen Madre y el Mesías , y se leen episodios evangélicos relativos al nacimiento inminente de Cristo y del Precursor . (Pablo VI, Marialis Cultus, 4)

De este modo, los fieles que viven con la Liturgia el espíritu del Adviento, al considerar el inefable amor con que la Virgen Madre esperó al Hijo, se sentirán animados a tomarla como modelo y a prepararse, "vigilantes en la oración y... jubilosos en la alabanza", para salir al encuentro del Salvador que viene. Queremos, además, observar cómo en la Liturgia de Adviento, uniendo la espera mesiánica y la espera del glorioso retorno de Cristo al admirable recuerdo de la Madre, presenta un feliz equilibrio cultual, que puede ser tomado como norma para impedir toda tendencia a separar, como ha ocurrido a veces en algunas formas de piedad popular el culto a la Virgen de su necesario punto de referencia: Cristo. Resulta así que este periodo, como han observado los especialistas en liturgia, debe ser considerado como un tiempo particularmente apto para el culto de la Madre del Señor: orientación que confirmamos y deseamos ver acogida y seguida en todas partes. (Pablo VI, Marialis Cultus, 5)

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

EL ADVIENTO

 

 Audiencia General del miércoles 29 de noviembre de 1978

LA REALIDAD DEL HOMBRE  

 Audiencia General del miércoles 6 de diciembre de 1978

PORQUÉ VIENE EL SEÑOR

Audiencia General del miércoles 13 de diciembre de 1978

EL SEÑOR ESTÁ CERCA

 

 Audiencia General del miércoles 20 de diciembre de 1978

NOVELA DE LA INMACULADA

 

SOLEMNIDAD DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 Audiencia General del miércoles 29 de mayo de 1996

MARÍA INMACULADA REDIMIDA POR PRESERVACIÓN

 Audiencia General del miércoles  5 de junio de 1996

EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN

 Audiencia General del miércoles 12 de junio de 1996

150 AÑOS DE LA PROCLAMACIÓN DEL DOGMA DE LA INMACULADA

Mensaje del Papa Juan Pablo II para la Jornada Mundial del Enfermo 2004

HOMENAJE A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, 8 de diciembre de 2003

 EL ADVIENTO

 
 
Viene Cristo, el Príncipe de la paz!
  
Prepararnos para su nacimiento significa despertar en nosotros y en el mundo entero la esperanza de la paz. La paz, ante todo, en los corazones, que se construye deponiendo las armas del rencor, de la venganza y de toda forma de egoísmo.

El mundo tiene mucha necesidad de esta paz. Pienso con profundo dolor, de modo especial, en los últimos episodios de violencia en Oriente Próximo y en el continente africano, así como en los que la crónica diaria registra en muchas otras partes de la tierra. Renuevo mi llamamiento a los responsables de las grandes religiones:  unamos nuestras fuerzas para predicar la no violencia, el perdón y la reconciliación. "Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra" (Mt 5, 4)

En este itinerario de espera y esperanza, que es el Adviento, la comunidad eclesial se identifica más que nunca con la Virgen santísima. Que la Virgen de la espera, nos ayude a abrir nuestro corazón a Aquel que trae, con su venida a nosotros, el don inestimable de la paz a la humanidad entera. (Juan Pablo II, Ángelus, Domingo 30 de noviembre de 2003)
 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Estamos ya habituados al término “adviento”, sabemos qué significa,  pero precisamente por el hecho de estar tan familiarizados con él, quizá no llegamos a captar toda la riqueza que encierra dicho concepto.

Adviento quiere decir “venida”. Por tanto, debemos preguntarnos: ¿Quién es el que viene?, y ¿para qué viene?
Enseguida encontramos la respuesta a esta pregunta. Hasta los niños saben que es Jesús quien viene para ellos y para todos los hombres. Viene una noche en Belén, nace en una gruta, que se utilizaba como establo para el ganado. Esto lo saben los niños, lo saben también los hombres que participan de la alegría de los niños y parece que se hacen niños ellos también la noche de Navidad. Sin embargo, muchos son los interrogantes que se plantean. El hombre tiene el derecho e incluso el deber de preguntar para saber. Hay asimismo quienes dudan y parecen ajenos a la verdad que encierra la Navidad, aunque participen de su alegría. Precisamente para esto disponemos del tiempo de Adviento, para que podamos penetrar en esta verdad esencial del cristianismo cada año de nuevo.
 
2. La verdad del cristianismo corresponde a dos realidades fundamentales que no podemos perder nunca de vista. Las dos están estrechamente relacionadas entre sí. Y justamente este vínculo íntimo, hasta el punto de que una realidad parece explicar la otra, es la nota característica del cristianismo. La primera realidad se llama “Dios”, y la segunda “el hombre”. El cristianismo brota de una relación particular entre Dios y el hombre. El misterio de la Encarnación  es el que explica por sí mismo esta relación.
 
Y justamente por esto el cristianismo no es sólo una “religión de adviento”, sino el Adviento mismo. El cristianismo vive el misterio de la venida real de Dios hacia el hombre, y de esta realidad palpita y late constantemente. Esta es sencillamente la vida misma del cristianismo. Se trata de una realidad profunda y sencilla a un tiempo, que resulta cercana a la comprensión y sensibilidad de todos los hombres y, sobre todo, de quien sabe hacerse niño con ocasión de la noche de Navidad. No en vano dijo Jesús una vez: “Si no os volviereis y os hiciereis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 18, 3).
 
3. Para comprender hasta el fondo esta doble realidad de la que late y palpita el cristianismo, hay que remontarse hasta los comienzos mismos de la Revelación o, mejor, hasta los comienzos casi del pensamiento humano.
En los comienzos del pensar humano pueden darse concepciones diferentes; el pensar de cada individuo tiene la propia historia en su vida ya desde la infancia. Sin embargo, hablando del “comienzo” no nos proponemos tratar propiamente de la historia del pensamiento. En cambio, queremos hacer constancia de que en las bases mismas del pensar, en sus fuentes, se encuentran el concepto de “Dios” y el concepto de “hombre”. A veces están recubiertos del estrato de muchos otros conceptos distintos (sobre todo en la actual civilización, de “cosificación materialista” e incluso “tecnocrática”); pero ello no significa que aquellos conceptos no existen o no están en la base de nuestro pensar. Incluso el sistema ateo más elaborado sólo tiene sentido en el caso de que se presuponga que conoce el significado de la idea “Theos”, Dios. A este propósito la Constitución Pastoral del Vaticano II nos enseña con razón que muchas formas de ateísmo se derivan de que falta la relación adecuada con este concepto de Dios. Por ello, dichas formas son o, al menos pueden serlo, negaciones de algo o, más bien, de Algún otro que no corresponde al Dios verdadero.

4. El Adviento, en cuanto tiempo litúrgico del año eclesial, nos remonta a los comienzos de la Revelación. Y precisamente en los comienzos nos encontramos enseguida con la vinculación fundamental de estas dos realidades: Dios y el hombre. 

Tomando el primer libro de la Sagrada Escritura, el Génesis, se comienza leyendo estas palabras: “Beresit bara: "Al principio creó...”. Sigue luego el nombre de Dios que en este texto bíblico suena Elohim”. Al principio creó, y el que creó es Dios. Estas tres palabras constituyen como el umbral de la Revelación. Al principio del libro del Génesis, no sólo con el nombre de “Elohim” se define a Dios; otros pasajes de este libro utilizan también el nombre de “Yavé”. Habla de Él aún más claramente el verbo “creó”. En efecto, este verbo revela a Dios, quién es Dios. Expresa su sustancia, no tanto en sí misma cuanto en relación con el mundo, o sea, con el conjunto de las criaturas sujetas a la ley del tiempo y del espacio. El complemento circunstancial “al principio”, señala a Dios como Aquel que existe antes de este principio, Aquel que no está limitado ni por el tiempo ni por el espacio, y que “crea”, es decir, que “da comienzo” a todo lo que no es Dios, lo que constituye el mundo visible e invisible (según el Génesis, el cielo y la tierra). En este contexto el verbo “creó” dice acerca de Dios, en primer lugar, que Él existe, que es, que Él es la plenitud del ser, que tal plenitud se manifiesta como Omnipotencia, y que esta Omnipotencia es a un tiempo Sabiduría y Amor. Esto es lo que nos dice de Dios la primera frase de la Sagrada Escritura. De este modo se forma en nuestro entendimiento el concepto de “Dios”, si nos queremos referir a los comienzos de la Revelación.

Sería significativo examinar la relación en que está el concepto “Dios”, tal y como lo encontramos en los comienzos de la Revelación, con el que encontramos en la base del pensar humano (incluso en el caso de la negación de Dios, es decir, del ateísmo). Pero hoy no nos proponemos desarrollar este tema.

5. En cambio, sí queremos hacer constar que en los comienzos de la Revelación -en el mismo libro del Génesis-, y ya en el primer capítulo, encontramos la verdad fundamental acerca del hombre que Dios (Elohim) crea a su “imagen y semejanza”. Leemos en él: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1, 26), y a continuación: “Creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra” (Gén 1, 27).

Sobre el problema del hombre volveremos el miércoles próximo. Pero hoy debemos señalar esta relación particular entre Dios y su imagen, que es el hombre. Esta relación ilumina las bases mismas del cristianismo.

Nos permite además dar una respuesta fundamental a dos preguntas: primera, ¿qué significa el Adviento?; y segunda, ¿por qué precisamente el Adviento forma parte de la sustancia misma del cristianismo?

Estas preguntas las dejo a vuestra reflexión. Volveremos sobre ellas en nuestras meditaciones futuras y más de una vez. La realidad del Adviento está llena de la más profunda verdad sobre Dios y sobre el hombre.

LA REALIDAD DEL HOMBRE

 
 
"Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas" (Lc 3, 4).

Ignoramos el tiempo en que se hará la consumación de la tierra y de la humanidad. Tampoco conocemos de qué manera se transformará el universo. La figura de este mundo, afeada por el pecado, pasa, pero Dios nos enseña que nos prepara una nueva morada y una nueva tierra donde habita la justicia, y cuya bienaventuranza es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón humano. Entonces, vencida la muerte, los hijos de Dios resucitarán en Cristo y lo que fue sembrado bajo el signo de la debilidad y de la corrupción, se revestirá de incorruptibilidad, y, permaneciendo la caridad y sus obras, se verán libres de la servidumbre de la vanidad todas las criaturas que Dios creó pensando en el hombre.

      Se nos advierte que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo si se pierde a sí mismo. No obstante, la espera de una tierra nueva no debe amortiguar, sino más bien avivar, la preocupación de perfeccionar esta tierra, donde crece el cuerpo de la nueva familia humana, el cual puede de alguna manera anticipar un vislumbre del siglo nuevo...El reino está ya misteriosamente presente en nuestra tierra; cuando venga el Señor, se consumará su perfección. (Gaudium et Spes 39,1-3).

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En este segundo domingo de Adviento resuena con vigor esta invitación de san Juan el Bautista, un grito profético que sigue resonando a lo largo de los siglos.

Lo escuchamos también en nuestra época, mientras la humanidad prosigue su camino en la historia. A los hombres del tercer milenio, en busca de serenidad y paz, san Juan Bautista les indica el camino que es preciso recorrer.

Toda la liturgia del Adviento se hace eco del Precursor, invitándonos a ir al encuentro de Cristo, que viene a salvarnos. Nos preparamos para recordar de nuevo su nacimiento, que tuvo lugar en Belén hace cerca de dos mil años; renovamos nuestra fe en su venida gloriosa al final de los tiempos. Al mismo tiempo, nos disponemos a reconocerlo presente en medio de nosotros, pues nos visita también en las personas y en los acontecimientos diarios.

Nuestro modelo y guía en este itinerario espiritual típico del Adviento es María, que es mucho más bienaventurada por haber creído en Cristo que por haberlo engendrado físicamente (cf. san Agustín, Sermón 25, 7:  PL 46, 937). En ella, preservada inmaculada de todo pecado y llena de gracia, Dios encontró la "tierra buena", en la que puso la semilla de la nueva humanidad.

Que la Virgen Inmaculada, a quien nos disponemos a celebrar mañana, nos ayude a preparar bien "el camino del Señor" en nosotros mismos y en el mundo. (Juan Pablo II, Ángelus, Domingo 7 de diciembre de 2003)

Queridos hermanos y hermanas:

1. Para penetrar en la plenitud bíblica y litúrgica del significado del Adviento, es necesario seguir dos direcciones. Hay que “remontarse” a los comienzos y al mismo tiempo “descender” en profundidad. Lo hicimos ya por vez primera el miércoles pasado, escogiendo como tema de nuestra meditación las primeras palabras del libro del Génesis: “Al principio creó Dios” (Beresit bara Elohim). Al final del tema desarrollado la semana pasada, hemos puesto de relieve, entre otras cosas, que para entender el Adviento en todo su significado hay que entrar también en el tema del “hombre”.

El significado pleno del Adviento brota de la reflexión sobre la realidad de Dios que crea y, al crear, se revela a Sí mismo (ésta es la Revelación primera y fundamental, y también la verdad primera y fundamental de nuestro Credo). Pero al mismo tiempo, el significado pleno del Adviento aflora de la reflexión profunda sobre la realidad del hombre. A esta segunda realidad que es el hombre, nos asomaremos un poco más durante la meditación de hoy.

2. Hace una semana nos detuvimos en las palabras del libro del Génesis con las que se define hombre como “imagen y semejanza de Dios”. Es necesario reflexionar con mayor intensidad sobre los textos que hablan de esto. Pertenecen al primer capítulo del libro del Génesis que presenta la descripción de la creación del mundo en el transcurso de siete días. La descripción de la creación del hombre, el sexto día, se diferencia un poco de las descripciones precedentes. En estas descripciones somos testigos sólo del acto de crear expresado con estas palabras: “Dijo Dios... hágase”; en cambio aquí, el autor inspirado quiere poner en evidencia primeramente la intención y el designio del Creador (del Dios-Elohim); así leemos: “Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y a nuestra semejanza” (Gén 1, 26).
Como si el Creador entrase en sí mismo; como si al crear, no sólo llamase de la nada a la existencia con la palabra “hágase”, sino que de forma particular sacase al hombre del misterio de su propio Ser. Y se comprende, pues no se trata sólo del existir, sino de la imagen. La imagen debe “reflejar”, debe como reproducir en cierto modo “la sustancia” de su Modelo. El Creador dice además “a nuestra semejanza”. Es obvio que no se debe entender como un “retrato”, sino como un ser vivo que vive una vida semejante a la de Dios.

Sólo después de estas palabras que dan fe, por así decirlo, del designio de Dios-Creador, la Biblia habla del acto mismo de la creación del hombre: “Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó, y los creó macho y hembra” (Gén 1, 27).

Esta descripción se completa con la bendición. Por tanto constan aquí el designio, el acto mismo de la creación y la bendición: “Y los bendijo Dios diciéndoles: Procread y multiplicaos, y henchid la tierra; sometedla y dominad sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre los ganados y sobre todo cuanto vive y se mueve sobre la tierra” (Gén 1, 28).

Las últimas palabras de la descripción “Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho” (Gén 1, 28), parecen el eco de esta bendición.

3. Hay certeza de que el texto del Génesis es de los más antiguos; según los estudiosos de la Biblia, fue escrito hacia el siglo IX antes de Cristo. Dicho texto contiene la verdad fundamental de nuestra fe, el primer artículo del Credo apostólico. La parte del texto que presenta la creación del hombre es estupenda dentro de su sencillez y su profundidad a un tiempo. Las afirmaciones que contiene se corresponden con nuestra experiencia y nuestro conocimiento del hombre. Está claro para todos, sin distinción de ideologías sobre la concepción del mundo, que el hombre, si bien pertenece al mundo visible, a la naturaleza, se diferencia de algún modo de esta misma naturaleza. En efecto, el mundo visible existe “para él”, y él “ejerce dominio” sobre aquél; aunque esté condicionado de varias maneras por la naturaleza, el hombre la “domina”. La domina bien seguro de lo que es, de sus capacidades y facultades de orden espiritual que lo diferencian del mundo natural. Son estas facultades precisamente las que constituyen al hombre. Sobre este punto el libro del Génesis es extraordinariamente preciso. Al definir al hombre como “ imagen de Dios”, pone en evidencia aquello por lo que el hombre es hombre, aquello por lo que es un ser distinto de todas las demás criaturas del mundo visible.

Son conocidos los muchos intentos que la ciencia ha hecho -y sigue haciendo- en los diferentes campos, para demostrar los vínculos del hombre con el mundo natural y su dependencia de él, a fin de inserirlo en la historia de la evolución de las distintas especies. Respetando ciertamente tales investigaciones, no podemos limitarnos a ellas. Si analizamos al hombre en lo más profundo de su ser, vemos que se diferencia del mundo de la naturaleza más de lo que a él se parece. En esta dirección caminan también la antropología y la filosofía cuando tratan de analizar y comprender la inteligencia, la libertad, la conciencia y la espiritualidad del hombre. El libro del Génesis parece que sale al encuentro de todas estas experiencias de la ciencia y, hablando del hombre en cuanto “imagen de Dios”, da a entender que la respuesta al misterio de su humanidad no se encuentra por el camino de la semejanza con el mundo de la naturaleza. El hombre se asemeja más a Dios que a la naturaleza. En este sentido el Salmo 82, 6 dice: “Sois dioses”, palabras que luego repetirá Jesús (cf. Jn 10, 34).

4. Esta afirmación es audaz. Hay que tener fe para aceptarla. Aunque es cierto que la razón libre de prejuicios no se opone a tal verdad sobre el hombre; al contrario, ve en ella un complemento de lo que resulta del análisis de la realidad humana y, sobre todo, del espíritu humano.

Es muy significativo que el mismo libro del Génesis, en la amplia descripción de la creación del hombre, ya obliga a éste -al primer creado, Adán- a hacer un análisis parecido. Lo que os vamos a leer puede “escandalizar” a alguno por el modo arcaico de expresión; pero al mismo tiempo es imposible no sorprenderse ante la actualidad de aquella narración, cuando se tiene en cuenta el meollo del problema. 

He aquí el texto: “Formó Yavé Dios al hombre y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado. Plantó luego Yavé Dios un jardín en Edén, al oriente, y allí puso al hombre a quien formara. Hizo Yavé Dios brotar en él de la tierra toda clase de árboles hermosos a la vista y sabrosos al paladar y el árbol de la vida, y en medio del jardín el árbol de la ciencia del bien y del mal. Salía del Edén un río que regaba el jardín y de allí se partía en cuatro brazos... Tomó, pues, Yavé Dios al hombre, y le puso en el jardín de Edén para que lo cultivase y guardase... Y se dijo Yavé Dios: No es bueno que el hombre esté solo, voy a hacerle una ayuda semejante a él. Y Yavé Dios trajo ante el hombre todos cuantos animales del campo y cuantas aves del cielo formó de la tierra, para que viese cómo los llamaría, y fuese el nombre de todos los vivientes el que él les diera. Y dio el hombre nombre a todos los ganados y a todas las aves del cielo y a todas las bestias del campo; pero entre todos ellos no había para el hombre ayuda semejante a él” (Gén 2, 7-20). 

¿De qué somos testigos? De esto: el primer hombre realiza el acto primero y fundamental de conocimiento del mundo. Al mismo tiempo, este acto le permite conocerse y distinguirse a sí mismo, hombre, de todas las otras criaturas y, sobre todo, de quienes en cuanto “seres vivos” -dotados de vida vegetativa y sensitiva- muestran proporcionalmente mayor semejanza con él, con el “hombre”, dotado también de vida vegetativa y sensitiva. Se podría decir que el primer hombre hace lo que de costumbre realiza el hombre de todos los tiempos, es decir, reflexiona sobre su propio ser y se pregunta quién es él.

Resultado de dicho proceso cognoscitivo es la constatación de la diferencia fundamental y esencial: Soy diferente. Soy más “diferente” que “semejante”. La descripción bíblica termina diciendo: “No había para el hombre ayuda semejante a él” (Gén 2, 20).

5. ¿Par qué hablamos hoy de todo esto? Lo hacemos para comprender mejor el misterio del Adviento, para comprenderlo desde los cimientos, y poder penetrar así con mayor hondura en nuestro cristianismo.

El Adviento significa “la Venida”. Si Dios “viene” al hombre, lo hace porque en su ser humano ha puesto una “dimensión de espera” por cuyo medio el hombre puede “acoger” a Dios, es capaz de hacerlo. Ya el libro del Génesis, y sobre todo este capítulo, lo explica cuando al hablar del hombre afirma que Dios lo “creó... a su imagen” (Gén 1, 27).

Majestad de Dios y dignidad del hombre

Salmo 8

2Señor, Dios nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

Ensalzaste tu majestad sobre los cielos.
3De la boca de los niños de pecho
has sacado una alabanza contra tus enemigos,
para reprimir al adversario y al rebelde.

4Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
5¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

6Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
7le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies:

8rebaños de ovejas y toros,
y hasta las bestias del campo,
9las aves del cielo, los peces del mar,
que trazan sendas por el mar.

10Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

ORACIÓN DE PETICIÓN

 
Inspira nuestras acciones, Señor, y acompáñalas con Tu ayuda, para que toda nuestra actividad tenga en Tí su inicio y en Tí su cumplimiento. Por Cristo Nuestro Señor. (Actiones nostras, quesumus Domine, aspirando preveni et adjuvando prosequere, ut cuncta nostra oratio et operatio a te semper incipiat et per te cepta finiatur) .
 
Oración para pedir a Dios el don de reconocer y seguir sus inspiraciones. (Oración del jueves después de Ceniza)

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