MADRE DE LA UNIDAD Y DE LA PAZ
Madre de la unidad y de la paz, afianza el
vínculo de comunión en la Iglesia de tu Hijo, reaviva los
compromisos ecuménicos, para que todos los cristianos, en virtud
del Espíritu Santo, se transformen en una familia de hermanos y
hermanas de Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y
siempre (cf. Hb 13, 8).
Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María, acepta nuestra
confianza, robustécela en nuestro corazón y preséntala ante el
Rostro del Dios único en la Santísima Trinidad. Amén.
ORACIÓN DE SAN JUAN PABLO II
A LA
VIRGEN DE JASNA GÓRA.
EL CAMINO DE MARÍA
Edición 1302
FIESTA DE SANTA MARÍA REINA DE LA PAZ
Viernes 24 de enero de 2020
FIESTA DE LA CONVERSIÓN DEL APÓSTOL
SAN PABLO
Sábado 25 de enero de 2020
Querido(a) suscriptor(a) de
El Camino de María:
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El 24 de enero la liturgia de
la Iglesia celebra la memoria de Santa María, Reina de
la Paz. Por ello comenzamos esta edición de El
Camino de María con la meditación sobre la
invocación Reina de la Paz que repetimos
cada vez que rezamos las Letanías Lauretanas. Para ello
transcribimos a continuación el capítulo Reina de la Paz
de las "MEDITACIONES SOBRE LAS LETANÍAS DE LA
SANTÍSIMA VIRGEN" del Beato Cardenal Newman.
SANTA MARÍA, REINA DE LA PAZ,
RUEGA POR NOSOTROS
Ardía la guerra mundial, el odio y los estragos se
extendían a todas las Naciones; los campos de
concentración llenos de fugitivos, de prisioneros, de
confinados; las familias deshechas; los hogares
abandonados; la loca carrera de la muerte sembraba
innumerables víctimas en los campos de batalla y en los
hospitales y despedazaba los corazones de millones de
esposas, de madres, de hijos, de novias y de amigos; el
espectro del hambre; el espectáculo de las inmensas
ruinas sembradas por la guerra; las terribles incógnitas
del mañana, mantenían en angustia a todos los corazones,
que cada día exploraban el futuro obstinadamente obscuro
y amenazador.
En esas circunstancias, el Papa Benedicto XV, el 30 de
Noviembre de 1915, concedió facultad a los obispos para
añadir a las Letanías Lauretanas, la Invocación "Reina
de la Paz, ruega por nosotros".
Veamos el sentido de esta Invocación:
La paz, la más noble aspiración del corazón humano, es,
según San Agustín, la tranquilidad del orden. La paz es
la constante serenidad del ambiente moral que hace que
la vida sea tranquila y fecunda. En este ambiente todo
prospera y crece.
El Divino Redentor quiso que toda su vida discurriera
entre dos mensajes de PAZ: la cantaron los Ángeles en
Belén y la anunció El mismo a los Apóstoles el día de su
Resurrección: "La paz sea con vosotros".
De dos clases de paz puede gozar el hombre: la externa y
la interna.
a) La paz exterior consiste en la tranquilidad del orden
externo, en las amistosas relaciones de los hombres
entre sí, cuando son excluidas las disensiones, las
contiendas, las disputas y las guerras.
Esta paz funde en armonía de intentos y de vida la
pequeña y la gran sociedad.
Todos los hombres creados a imagen y semejanza de Dios
estamos en la tierra para amarnos, no para oprimirnos y
matarnos. Todos nos dirigimos a la Patria común: el
Cielo. Jesucristo nos unió con el vínculo de la paz y
fraternidad que no tiene fronteras cuando dijo: "sois
todos hermanos". Pero se ha roto este vínculo sagrado,
su historia es una serie de guerras fratricidas. Y la
guerra constituye siempre una amenaza que pesa tanto más
terriblemente cuanto más poderosos son los medios de
destrucción. Esta paz pedimos a Dios por medio de la
Virgen María.
b) La paz interior, que es el germen y la condición de
la paz exterior, consiste en la posesión de la gracia
santificarte, de la vida sobrenatural. Este tesoro
inestimable que Jesucristo nos mereció al precio de SU
SANGRE nos hace hijos de Dios (en el Hijo), herederos
del Cielo ... de la felicidad eterna.
El Espíritu de Jesucristo y del Evangelio debe
vivificar, no solo a cada una de las almas, sino a toda
la sociedad de los hijos de Dios y también todas las
funciones del cuerpo social.
El Evangelio tiene una respuesta Divina para todos los
problemas, no solo para aquellos que reflejan las
relaciones del hombre con Dios y la consecución del
último fin, sino aún para los que se refieren a la vida
temporal de la sociedad humana.
Esta paz externa e interna, es la que imploramos a María
con la invocación Reina de la Paz. Y, nótese que no la
llamamos amiga o madre de la paz, sino que la llamamos
Reina, porque Ella ha poseído la paz en grado sumo:
-La paz interna, porque desde el primer instante de su
existencia Ella estuvo llena de gracia y fue elegida
para engendrar en su serio al Príncipe de Paz. María es
el gozo y el modelo de toda familia humana.
-La paz externa. porque Ella al pie de la Cruz abrazó
con caridad maternal a todos los hombres, mostrando
especial predilección y misericordia para los pecadores.
La llamamos Reina de la Paz para significar su poder
ante Dios. Ella poseía en grado sumo la tranquilidad en
el orden.
Sólo cuando se ha quitado la causa de todo mal, que es
el pecado, podernos vivir la paz estable, perfecta y
duradera: paz en la familia que es la primera célula de
la sociedad: paz en la Patria, entre las Naciones, en el
mundo entero: paz en la sociedad civil y paz en la
Iglesia para que los dos poderes, el civil y el
religioso, conduzcan a los hombres a la prosperidad
temporal y a la felicidad eterna
Como todas las cosas hermosas y buenas, la paz es fruto
del sacrificio, por consiguiente la paz nace de la
mortificación que frena el orgullo y el egoísmo y la paz
tiene su origen en la Caridad proclamada por Jesús
Crucificado y que se debe tener con todos los demás, aun
con los enemigos ... caridad que hace orar aun por los
verdugos.
María Santísima es siempre la benigna estrella que
dirige las almas descarriadas en la inmensidad del mar
hacia el puerto de salvación: la estrella que aun en la
noche más profunda del odio, señala el camino a los
navegantes, la estrella mensajera del día que nos trae
la luz, preludio del eterno día en que las almas
descansaran en paz.
Hoy en el mundo no hay paz. y es porque la busca donde
no la hay, porque ha olvidado las palabras de
Jesucristo: "Os dejo la paz. Os doy mi paz, no como la
da el mundo". (Juan 14, 27)
¡Virgen Santísima Reina de la paz, acoge benignamente
nuestra oración. Inspira pensamientos de paz a los que
gobiernan, y haz que la justicia y la caridad florezcan
en las almas, en las familias y en la sociedad.
La tarde del 25 de enero de 2020, día en el que Iglesia
celebra la fiesta litúrgica de la conversión del Apóstol
San Pablo, el Papa Francisco celebró las II vísperas en
la Basílica de San Pablo Extramuros, en Roma, y concluyó
la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos que
este año lleva como tema
“Nos trataron con amabilidad”,
palabras tomadas del libro de los Hechos de los
Apóstoles en referencia al naufragio del Apóstol Pablo
quien, durante su viaje a Roma siendo ya prisionero,
llega junto al resto de compañeros de navegación a las
costas de Malta, donde fueron
"recibidos con amabilidad, con una humanidad poco
común".
Dios desea ardientemente la unidad entre los cristianos
Un relato que refleja cómo ante la dificultad de la
tormenta que los hace navegar a la deriva durante varios
días, el Apóstol no pierde las esperanzas de sobrevivir
y alienta a sus compañeros a seguir hacia delante con la
confianza de que "Dios quiere que todos se salven".
(Hechos 27:24).
Esta narración -explicó el Papa- habla también de
nuestro camino ecuménico, orientado hacia la unidad que
Dios desea ardientemente, ya que en primer lugar, "nos
dice que los débiles y vulnerables, los que tienen poco
que ofrecer materialmente, como Pablo, pero que han
encontrado su riqueza en Dios pueden dar mensajes
preciosos para el bien de todos".
Los más débiles llevan el mensaje de salvación más
importante
En este sentido, el Santo Padre invitó a pensar en las
comunidades cristianas marginadas y perseguidas. "Como
en la historia del naufragio de Pablo, a menudo son los
más débiles los que llevan el mensaje de salvación más
importante. Porque a Dios le ha gustado así: salvarnos
no con la fuerza del mundo, sino con la debilidad de la
Cruz (cf. 1 Cor 1,20-25).
Por otra parte, Francisco señaló que el relato de los
Hechos nos recuerda un segundo aspecto: la prioridad de
Dios es la salvación de todos. "Este es el punto en el
que el Apóstol insiste. "Es una invitación a no
dedicarnos exclusivamente a nuestras comunidades, sino a
abrirnos al bien de todos, a la mirada universal de
Dios, que se encarnó para abrazar a todo el género
humano, y murió y resucitó para la salvación de todos.
Si, con su gracia, asimilamos su visión, podemos superar
nuestras divisiones".
Aprendamos a ser más hospitalarios
Por último, el Papa hizo hincapié en un tercer aspecto
que emana de la narración y que ha estado en el centro
de esta Semana de Oración por la Unidad de los
cristianos: la hospitalidad.
San Lucas, en el último capítulo de los Hechos de los
Apóstoles, dice que los habitantes de Malta recibieron a
los náufragos "con amabilidad", o "con una humanidad
poco común". Es por ello que a partir de esta Semana de
Oración el Pontífice exhortó a "aprender a ser más
hospitalarios", en primer lugar "entre nosotros los
cristianos", y también entre hermanos y hermanas de
diferentes confesiones.
La hospitalidad- aseveró Francisco- pertenece a la
tradición de las comunidades y familias cristianas.
Nuestros ancianos nos han enseñado con el ejemplo que en
la mesa de una casa cristiana siempre hay un plato de
sopa para el amigo que pasa o el necesitado que llama a
la puerta. Y en los monasterios el huésped es tratado
con gran respeto. ¡No perdamos, al contrario, revivamos
estas costumbres que tienen sabor a Evangelio! ,alentó
el Papa.
Sigamos rezando por el don de la unidad
Antes de concluir su homilía, el Santo Padre dirigió un
saludo cordial y fraterno a Su Eminencia el Metropolita
Gennadios, representante del Patriarcado ecuménico, a Su
Gracia Ian Ernest, representante personal en Roma del
Arzobispo de Canterbury, y a todos los representantes de
las distintas Iglesias y Comunidades eclesiales reunidas
en la Basílica de San Pablo Extramuros.
Asimismo, dedicó unas palabras especiales de
agradecimiento a los estudiantes del Instituto ecuménico
de Bossey, que visitan Roma para profundizar en el
conocimiento de la Iglesia católica, y a los jóvenes
ortodoxos y ortodoxos orientales que estudian en Roma
becados por el Comité para la colaboración cultural con
las Iglesias ortodoxas, que trabaja en el Pontificio
Consejo para la promoción de la unidad de los
cristianos.
"Juntos, sin cansarnos nunca, sigamos rezando para
invocar a Dios el don de la plena unidad entre nosotros",
puntualizó Francisco.
DOMINGO DE LA PALABRA DE DIOS
HOMILÍA DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
Basílica de San Pedro
III Domingo del Tiempo Ordinario, 26 de enero de 2020
«Jesús comenzó a predicar» (Mt 4,17).
Así, el evangelista Mateo introdujo el ministerio de Jesús: Él,
que es la Palabra de Dios, vino a hablarnos con sus
palabras y con su vida. En este primer Domingo de la Palabra de
Dios vamos a los orígenes de su predicación, a las fuentes de la
Palabra de vida. Hoy nos ayuda el Evangelio (Mt 4,
12-23), que nos dice cómo, dónde y a quién Jesús
comenzó a predicar.
1. ¿Cómo comenzó? Con una frase muy simple:
«Convertíos, porque está cerca el Reino de los cielos» (v.
17). Esta es la base de todos sus discursos: Nos dice que el
Reino de los cielos está cerca. ¿Qué significa? Por Reino de los
cielos se entiende el Reino de Dios, es decir su forma de
reinar, de estar ante nosotros. Ahora, Jesús nos dice que el
Reino de los cielos está cerca, que Dios está cerca. Aquí
está la novedad, el primer mensaje: Dios no está lejos, el
que habita los cielos descendió a la tierra, se hizo hombre.
Eliminó las barreras, canceló las distancias. No lo merecíamos:
Él vino a nosotros, vino a nuestro encuentro. Y esta
cercanía de Dios con su pueblo es una costumbre suya, desde el
principio, incluso desde el Antiguo Testamento. Le dijo al
pueblo: “Piensa: ¿Dónde hay una nación tan grande que tenga unos
dioses tan cercanos como yo lo estoy contigo?” (cf. Dt 4,7).
Y esta cercanía se hizo carne en Jesús.
Es un mensaje de alegría: Dios vino a visitarnos en persona,
haciéndose hombre. No tomó nuestra condición humana por un
sentido de responsabilidad, no, sino por Amor. Por Amor asumió
nuestra humanidad, porque se asume lo que se ama. Y Dios asumió
nuestra humanidad porque nos ama y libremente quiere darnos esa
salvación que nosotros solos no podemos darnos. Él desea estar
con nosotros, darnos la belleza de vivir, la paz del corazón, la
alegría de ser perdonados y de sentirnos amados.
Entonces entendemos la invitación directa de Jesús:
“Convertíos”, es decir, “cambia tu vida”. Cambia tu vida
porque ha comenzado una nueva forma de vivir: ha terminado el
tiempo de vivir para ti mismo; ha comenzado el tiempo de vivir
con Dios y para Dios, con los demás y para los demás, con amor y
por amor. Jesús también te repite hoy: “¡Ánimo, estoy cerca
de ti, hazme espacio y tu vida cambiará!”. Jesús llama a la
puerta. Es por eso que el Señor te da su Palabra, para que
puedas aceptarla como la carta de amor que escribió para ti,
para hacerte sentir que está a tu lado. Su Palabra nos consuela
y nos anima. Al mismo tiempo, provoca la conversión, nos sacude,
nos libera de la parálisis del egoísmo. Porque su Palabra tiene
este poder: cambia la vida, hace pasar de la oscuridad a la luz.
Esta es la fuerza de su Palabra.
2. Si vemos dónde Jesús comenzó a predicar, descubrimos
que comenzó precisamente en las regiones que entonces se
consideraban “oscuras”. La primera lectura y el Evangelio, de
hecho, nos hablan de aquellos que estaban «en tierra y sombras
de muerte»: son los habitantes del «territorio de Zabulón y
Neftalí, camino del mar, al otro lado del Jordán, Galilea de los
gentiles» (Mt 4,15-16; cf. Is 8,23-9,1). Galilea
de los gentiles: la región donde Jesús inició a predicar se
llamaba así porque estaba habitada por diferentes personas y era
una verdadera mezcla de pueblos, idiomas y culturas. De hecho,
estaba la vía del mar, que representaba una encrucijada. Allí
vivían pescadores, comerciantes y extranjeros: ciertamente no
era el lugar donde se encontraba la pureza religiosa del pueblo
elegido. Sin embargo, Jesús comenzó desde allí: no desde el
atrio del templo en Jerusalén, sino desde el lado opuesto del
país, desde la Galilea de los gentiles, desde un lugar
fronterizo. Comenzó desde una periferia.
De esto podemos sacar un mensaje: la Palabra que salva no va en
busca de lugares preservados, esterilizados y seguros. Viene en
nuestras complejidades, en nuestra oscuridad. Hoy, como
entonces, Dios desea visitar aquellos lugares donde creemos que
no llega. Cuántas veces preferimos cerrar la puerta, ocultando
nuestras confusiones, nuestras opacidades y dobleces. Las
sellamos dentro de nosotros mientras vamos al Señor con algunas
oraciones formales, teniendo cuidado de que su verdad no nos
sacuda por dentro. Y esta es una hipocresía escondida. Pero
Jesús —dice el Evangelio hoy— «recorría toda Galilea […],
proclamando el Evangelio del reino y curando toda enfermedad»
(v. 23). Atravesó toda aquella región multifacética y
compleja. Del mismo modo, no tiene miedo de explorar nuestros
corazones, nuestros lugares más ásperos y difíciles. Él sabe que
sólo su perdón nos cura, sólo su presencia nos transforma, sólo
su Palabra nos renueva. A Él, que ha recorrido la vía del mar,
abramos nuestros caminos más tortuosos —aquellos que tenemos
dentro y que no deseamos ver, o escondemos—; dejemos que su
Palabra entre en nosotros, que es «viva y eficaz, tajante […] y
juzga los deseos e intenciones del corazón» (Hb 4,12).
3. Finalmente, ¿a quién comenzó Jesús a hablar? El
Evangelio dice que «paseando junto al mar de Galilea vio a dos
hermanos […] que estaban echando la red en el mar, pues eran
pescadores. Les dijo: “Venid en pos de mí y os haré
pescadores de hombres”» (Mt 4,18-19). Los
primeros destinatarios de la llamada fueron pescadores; no
personas cuidadosamente seleccionadas en base a sus habilidades,
ni hombres piadosos que estaban en el templo rezando, sino
personas comunes y corrientes que trabajaban.
Evidenciamos lo que Jesús les dijo: os haré pescadores de
hombres. Habla a los pescadores y usa un lenguaje
comprensible para ellos. Los atrae a partir de su propia vida.
Los llama donde están y como son, para involucrarlos en su misma
misión. «Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron»
(v. 20). ¿Por qué inmediatamente? Sencillamente porque se
sintieron atraídos. No fueron rápidos y dispuestos porque habían
recibido una orden, sino porque habían sido atraídos por el
Amor. Los buenos compromisos no son suficientes para seguir a
Jesús, sino que es necesario escuchar su llamada todos los días.
Sólo Él, que nos conoce y nos ama hasta el final, nos hace salir
al mar de la vida. Como lo hizo con aquellos discípulos que lo
escucharon.
Por eso necesitamos su Palabra: en medio de tantas palabras
diarias, necesitamos escuchar esa Palabra que no nos habla de
cosas, sino nos habla de vida.
Queridos hermanos y hermanas: Hagamos espacio dentro de nosotros
a la Palabra de Dios. Leamos algún versículo de la Biblia cada
día. Comencemos por el Evangelio; mantengámoslo abierto en casa,
en la mesita de noche, llevémoslo en nuestro bolsillo o en el
bolso, veámoslo en la pantalla del teléfono, dejemos que nos
inspire diariamente. Descubriremos que Dios está cerca de
nosotros, que ilumina nuestra oscuridad y que nos guía con amor
a lo largo de nuestra vida.
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