|
Jesús expresó:
«El que me ama será fiel a mi Palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y
habitaremos en él. El que no me ama no es fiel a mis Palabras. La Palabra que
ustedes oyeron no es mía, sino del Padre que me envió. Yo les digo estas cosas
mientras permanezco con ustedes. Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el
Padre enviará en mi Nombre, les enseñará todo y les recordará lo que les he
dicho. Les dejo la paz, les doy mi paz, pero no como la da el mundo. ¡No se
inquieten ni teman! Me han oído decir: «Me voy y volveré a ustedes».
Si me amaran,
se alegrarían de que vuelva junto al Padre, porque el Padre es más grande que
Yo. Les he dicho esto antes que suceda, para que cuando se cumpla, ustedes
crean. Ya no hablaré mucho más con ustedes, porque está por llegar el Príncipe
de este mundo: él nada puede hacer contra Mí, pero es necesario que el mundo
sepa que yo amo al Padre y obro como Él me ha ordenado. Levántense, salgamos de
aquí».
(Jn
14, 23-31)
Querido(a) suscriptor(a) de
El Camino de María:
%EmailAddress%
En el
Evangelio del VI Domingo de Pascua la Iglesia nos invita
a reflexionar sobre el final del discurso de
despedida que Jesús hace con sus discípulos en la Última
Cena.
Este texto evangélico tomado del capítulo 14 de San
Juan, nos ofrece un retrato espiritual implícito de la
Virgen María, donde Jesús dice: “El que me ama
guardará mi palabra y mi Padre lo amará, iremos a él y
habitaremos en él” (Jn 14,23). Estas expresiones
van dirigidas a los discípulos, pero se pueden aplicar
en sumo grado precisamente a Aquella que es la primera y
perfecta discípula de Jesús.
En efecto, María fue la
primera que guardó plenamente la Palabra de su Hijo,
demostrando así que lo amaba no sólo como madre, sino
antes aún como sierva humilde y obediente; por esto Dios
Padre la amó y en Ella puso su morada la Santísima
Trinidad.
Además, donde Jesús promete a sus amigos que el Espíritu
Santo los asistirá ayudándoles a recordar cada palabra
suya y a comprenderla profundamente (cf. Jn 14, 26),
¿cómo no pensar en María que en su corazón, templo del
Espíritu, meditaba e interpretaba fielmente todo lo que
su Hijo decía y hacía? De este modo, ya antes y sobre
todo después de la Pascua, la Madre de Jesús se
convirtió también en la Madre y el modelo de la Iglesia.
Salve, oh
Madre, Reina del mundo.
Tú eres la Madre del Amor Hermoso,
Tú eres la Madre de Jesús, fuente de toda gracia,
el perfume de toda virtud,
el espejo de toda pureza.
Tú eres alegría en el llanto, victoria en la batalla,
esperanza en la muerte.
¡Como dulce sabor tu nombre en nuestra boca,
como suave armonía en nuestros oídos,
como embriaguez en nuestro corazón!
Tú eres la felicidad de los que sufren,
la corona de los mártires,
la belleza de las vírgenes.
Te suplicamos que nos guíes, después de este destierro,
a la posesión de tu Hijo, Jesús.
Amén.
"...En este día primero del mes de Mayo, junto con
todos vosotros, también yo he querido venir en
peregrinación a este lugar bendito, para arrodillarme a
los pies de la imagen milagrosa, que, desde hace siglos,
no cesa de dispensar gracias y consuelo espiritual, y
para dar así comienzo solemne al mes mariano, que en la
piedad popular encuentra expresiones sumamente delicadas
de veneración y afecto hacia nuestra Madre Dulcísima.
La
tradición cristiana, que nos hace ofrecer flores,
ramilletes y piadosos propósitos a la Toda-hermosa y
Toda-Santa, encuentre en este Santuario, que sugiere en
medio de la campiña romana, rica de luz y verdor, el
punto ideal de referencia en este mes consagrado a Ella.
Tanto más que Su Imagen, representada sentada en el
trono, con el Niño Jesús en sus brazos, y con la paloma
descendiendo sobre Ella, como símbolo del Espíritu
Santo, que es precisamente el Divino Amor, nos trae a la
mente los vínculos dulces y puros que unen a la Virgen
María con el Espíritu Santo y con el Señor Jesús. Flor
nacida de Su Seno, en la obra de nuestra redención.
Cuadro admirable, ya contemplado, en una evocación
lírica, por el mayor poeta italiano cuando hace exclamar
a San Bernardo: "En Tu Seno se enciende el Amor por el
que caldeada en la eterna paz ha brotado así esta Flor."
(Paradiso, 33, 7-9)..." (San
Juan Pablo II Santuario del Divino Amore. 1 de mayo de
1979)
MARÍA SANTÍSIMA,
HIJA PREDILECTA
DEL PADRE
San Juan Pablo II
Audiencia General del miércoles 5 de enero
de 2000
Queridos hermanos y
hermanas.
1. Pocos días después de la inauguración del gran
jubileo, me alegra iniciar hoy la primera audiencia general del
año 2000 expresando a todos los presentes mi más cordial deseo
para el Año jubilar: que constituya realmente un "tiempo
fuerte" de gracia, reconciliación y renovación interior.
El año pasado, el último de los que dedicamos a la preparación
inmediata del jubileo, profundizamos juntos en el misterio del
Padre. Hoy, al concluir ese ciclo de reflexiones y casi como una
especial introducción a las catequesis del Año
santo, queremos hablar una vez más con amor sobre la persona de
María.
En ella,
"Hija predilecta del Padre"
(Lumen
gentium, 53),
se manifestó el plan divino de amor para la humanidad. El Padre,
al destinarla a convertirse en la madre de su Hijo, la
eligió entre todas las criaturas y la elevó a la más alta
dignidad y misión al servicio de su pueblo.
Este plan del Padre comienza a manifestarse en el "Protoevangelio",
cuando, después de la caída de Adán y Eva, Dios anuncia que
pondrá enemistad entre la serpiente y la mujer: el hijo de
la mujer aplastará la cabeza de la serpiente (cf. Gn 3,
15).
La promesa comienza a realizarse en la Anunciación, cuando el
ángel dirige a María la propuesta de convertirse en Madre del
Salvador.
2. "Alégrate,
llena de gracia"
(Lc 1,
28). Las primeras palabras que el Padre dirige a María, a través
del ángel, son una fórmula de saludo que se puede entender como
una invitación a la alegría, invitación que recuerda la que
dirigió a todo el pueblo de Israel el profeta Zacarías:
"¡Alégrate sobremanera, hija de Sión; grita de júbilo, hija de
Jerusalén! He aquí que viene a ti tu rey" (Za 9,
9; cf. también So 3,
14-18). Con estas primeras palabras dirigidas a María, el Padre
revela su intención de comunicar a la humanidad la alegría
verdadera y definitiva. La alegría propia del Padre, que
consiste en tener a su lado al Hijo, es ofrecida a todos, pero
ante todo es encomendada a María, para que desde Ella se difunda
a la comunidad humana.
3. En María la invitación a la alegría está vinculada al don
especial que había recibido del Padre:
"Llena de gracia".
La expresión griega, con acierto, suele traducirse
"llena de gracia",
pues se trata de una abundancia que alcanza su máximo grado.
Podemos notar que la expresión suena como si constituyera el
nombre mismo de María, el "nombre" que le dio el Padre desde el
origen de su existencia. En efecto, desde su concepción su alma
está colmada de todas las bendiciones, que le permitirán un
camino de eminente santidad a lo largo de toda su existencia
terrena. En el Rostro de María se refleja el Rostro misterioso
del Padre. La ternura infinita de Dios-Amor se revela en los
rasgos maternos de la Madre de Jesús.
4. María es la única madre que puede decir, hablando de Jesús,
"mi hijo", como lo dice el Padre:
"Tú eres mi Hijo"
(Mc 1,
11). Por su parte, Jesús dice al Padre:
"Abbá", "Papá" (cf. Mc 14,
36), mientras dice "mamá" a María, poniendo en este nombre todo
su afecto filial
.
En la vida pública, cuando deja a su madre en Nazaret, al
encontrarse con ella la llama "mujer", para subrayar que
Él ya
sólo recibe órdenes del Padre, pero también para declarar que
Ella no es simplemente una madre biológica, sino que tiene una
misión que desempeñar como "Hija de Sión"
y madre del pueblo de
la nueva Alianza. En cuanto tal, María permanece siempre
orientada a la plena adhesión a la Voluntad del Padre.
No era el caso de toda la familia de Jesús. El cuarto Evangelio
nos revela que sus parientes
"no creían en Él"
(Jn 7,
5) y san Marcos refiere que
"fueron a hacerse cargo de
Él, pues
decían: "Está fuera de sí"" (Mc 3,
21). Podemos tener la certeza de que las disposiciones íntimas
de María eran completamente diversas. Nos lo asegura el
Evangelio de san Lucas, en el que María se presenta a Sí misma
como la humilde "esclava del Señor" (Lc 1,
38). Desde esta perspectiva se ha de leer la respuesta que dio
Jesús cuando "le anunciaron:
"Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte""
(Lc 8,
20; cf. Mt 12,
46-47; Mc 3,
32); Jesús respondió:
"Mi
madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y
la cumplen"
(Lc 8,
21). En efecto, María es un modelo de escucha de la Palabra de
Dios (cf. Lc 2,
19. 51) y de docilidad a ella.
5. La Virgen conservó y renovó con perseverancia la completa
disponibilidad que había expresado en la Anunciación. El inmenso
privilegio y la excelsa misión de ser Madre del Hijo de Dios no
cambiaron su conducta de humilde sumisión al plan del Padre.
Entre los demás aspectos de ese plan divino, Ella asumió el
compromiso educativo implicado en su maternidad. La madre no es
sólo la que da a luz, sino también la que se compromete
activamente en la formación y el desarrollo de la personalidad
del hijo. Seguramente, el comportamiento de María influyó en la
conducta de Jesús. Se puede pensar, por ejemplo, que el gesto
del lavatorio de los pies (cf. Jn 13,
4-5), que dejó a sus discípulos como modelo para seguir (cf. Jn 13,
14-15), reflejaba lo que Jesús mismo había observado desde su
infancia en el comportamiento de María, cuando ella lavaba los
pies a los huéspedes, con espíritu de servicio humilde.
Según el testimonio del Evangelio, Jesús, en el período
transcurrido en Nazaret, estaba "sujeto" a María y a José (cf. Lc 2,
51). Así recibió de María una verdadera educación, que forjó su
humanidad. Por otra parte, María se dejaba influir y formar por
su hijo. En la progresiva manifestación de Jesús descubrió cada
vez más profundamente al Padre y le hizo el homenaje de todo el
amor de su corazón filial. Su tarea consiste ahora en ayudar
a la Iglesia a caminar como Ella tras las huellas de Cristo.
|
|