SAGRADO
CORAZÓN: SÍMBOLO DEL AMOR DE CRISTO
¡Sacratísimo Corazón de Jesús, en Ti
confío!
¯¯¯
JUNIO, MES DEDICADO A LA DEVOCIÓN AL
SAGRADO CORAZÓN
ADORO TE DEVOTE
Te adoro con devoción,
Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se
somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.
Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el
oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.
En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la
Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió
aquel ladrón arrepentido.
No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz
que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que Te ame.
¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede
a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree Tu dulzura.
Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con Tu Sangre, de la
que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.
Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto
ansío: que al mirar Tu Rostro cara a cara, sea yo feliz viendo Tu gloria.
Amén.
(Santo Tomás de Aquino, teólogo y
cantor apasionado de Cristo Eucarístico)
Newsletter 516
EL
SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO
Jueves 3 de
junio de
2010
Domingo 6 de
junio de 2010
Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
|
"Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo" (Jn 6, 51).
«Mi carne es verdadera comida,
y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi
Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)
"El que come este Pan
vivirá para siempre" (Jn 6, 58).
SALVE, CUERPO
VERDADERO, NACIDO DE MARÍA VIRGEN
Salve, Cuerpo verdadero,
nacido de María Virgen;
Que has padecido, has sido inmolado en la Cruz por el
hombre;
Haz que podamos recibirte en la hora de la muerte,
antes de presentarnos ante el Juicio de Dios.
Salve, Cuerpo
verdadero, nacido de María Virgen. ("Ave
verum Corpus natum / ex Maria Virgine...")
Mientras hoy, aquí
en esta plaza de San Pedro, queremos manifestar el
particular culto hacia la Eucaristía, hacia el Santísimo
Cuerpo de Cristo, nuestros pensamientos se dirigen a Aquella
de quien el Hijo de Dios, tomó este Cuerpo: a la
Virgen, cuyo nombre es María. Especialmente, mientras nos
encontramos aquí para rezar, como todos los Domingos, el
Angelus, la oración que día tras día nos recuerda
el misterio de la Encarnación: "Verbum caro factum est,
et habitavit in nobis" (El Verbo se hizo carne, y habitó
entre nosotros).
Saludamos, pues,
con veneración y honor a ese Cuerpo del Verbo Eterno y a
Aquella que, como Madre, dio el Cuerpo al Verbo Eterno. Este
Cuerpo es el Sacramento de la redención del hombre y del
mundo
Que has
padecido, has sido inmolado en la Cruz por el hombre.
("Vere passum,
immolatum / in cruce pro homine")
Este Cuerpo
martirizado hasta la muerte en la Cruz, juntamente con la
Sangre derramada en señal de la Nueva y Eterna Alianza, se
ha convertido en el Sacramento más grande de la Iglesia, al
que hoy deseamos tributar particular adoración, demostrar
particular amor y gratitud. Efectivamente, este Cuerpo es
verdaderamente la comida, así como la Sangre es
verdaderamente la bebida de nuestras almas, bajo las
especies del pan y del vino. Restaura las fuerzas interiores
del hombre y fortalece en el camino hacia las vías de la
eternidad. Ya aquí en la tierra nos permite pregustar esa
unión con Dios en la verdad y en el amor, a la que nos llama
el Padre, en Cristo, su Hijo.
Haz que
podamos recibirte en la hora de la muerte, antes de
presentarnos ante el Juicio de Dios. ("esto
nobis praegustatum / mortis in examine").
Que todos nosotros
podamos recibirte Cuerpo de Dios, en la última hora de
nuestra vida terrena, antes de comparecer en la presencia de
Dios.
|
Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
%EmailAddress%
El próximo jueves
3 de junio la
Iglesia celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y
Sangre del Señor, aunque en algunos países se
celebrará el próximo Domingo 6 de junio. La fiesta, extendida en 1269 por el
Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte
constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas
heréticas acerca del misterio de la presencia real de
Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la
culminación de un movimiento de ardiente devoción
hacia el augusto Sacramento del altar.
La piedad popular favoreció el proceso que instituyó
la fiesta del Corpus Christi; a su vez,
esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas
formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios.
Esta festividad es una ocasión propicia para que
podamos profundizar en nuestra fe y en nuestro
amor hacia la Eucaristía.
Según tradiciones
locales consolidadas, la Solemnidad del Corpus
Christi comprende dos momentos: la Santa Misa,
en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la
procesión, que manifiesta públicamente la adoración al
Santísimo Sacramento. La
procesión es la "forma tipo" de
las procesiones eucarísticas porque prolonga la celebración
de la Eucaristía. En efecto, inmediatamente después de la
Santa Misa,
la Hostia que ha sido consagrada se
conduce fuera de la Iglesia para que el Pueblo de Dios dé un testimonio público de fe y de
veneración al Santísimo Sacramento.
"...La fiesta del
Corpus Christi se caracteriza de modo
particular por la tradición de llevar el Santísimo
Sacramento en procesión, un gesto denso de
significado. Al llevar la Eucaristía por las calles y
las plazas, queremos introducir el Pan bajado del
Cielo en nuestra vida diaria; queremos que Jesús
camine por donde caminamos nosotros, que viva donde
vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia
debe transformarse en su templo. En este día la
comunidad cristiana proclama que la Eucaristía es todo
para ella, es su vida misma, la fuente del amor que
vence la muerte. De la comunión con Cristo
Eucaristía brota la caridad que transforma nuestra
existencia y sostiene el camino de todos nosotros
hacia la patria celestial. Por eso la liturgia nos
invita a cantar: "Buen Pastor, Pan verdadero (...).
Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, y que nos
alimentas en la tierra, conduce a Tus hermanos a la
mesa del Cielo, en la gloria de Tus santos"..."
(Benedicto
XVI. Ángelus 18 de junio de 2006).
¯¯¯
En la
Solemnidad del Corpus Christi del año 2010, el
Santo Padre Benedicto XVI celebró la Santa Misa en
la explanada de la Basílica de San Juan de Letrán
y posteriormente presidió la procesión eucarística
hasta la Basílica de Santa María la Mayor. En la
homilía, el Papa habló del significado de esa
Solemnidad a través de los tres gestos fundamentales
de la celebración:
Queridos
hermanos y hermanas
El sacerdocio del Nuevo Testamento está
estrechamente ligado a la Eucaristía. Por esto hoy,
en la Solemnidad del Corpus Domini y casi al término
del Año Sacerdotal, somos invitados a meditar sobre
la relación entre la Eucaristía y el Sacerdocio de
Cristo. En esta dirección nos orientan también la
primera lectura y el salmo responsorial, que
presentan la figura de Melquisedec. El breve pasaje
del Libro del Génesis (cfr 14,18-20) afirma que
Melquisedec, rey de Salem, era "sacerdote del Dios
altísimo", y por esto "ofreció pan y vino" y
"bendijo a Abraham", que volvía de una victoria en
la batalla; Abraham mismo le dio el diezmo de todo.
El salmo, a su vez, contiene en la última estrofa
una expresión solemne, un juramento de Dios mismo,
que declara al Rey Mesías: “Tú eres sacerdote para
siempre / a semejanza de Melquisedec" (Sal 110,4);
así el Mesías es proclamado no sólo Rey, sino
también Sacerdote. De este pasaje parte el autor de
la Carta a los Hebreos para su amplia y articulada
exposición. Y nosotros lo hemos recogido en el
estribillo: "Tu eres sacerdote para siempre, Cristo
Señor": casi una profesión de fe, que adquiere un
particular significado en la fiesta de hoy. Es la
alegría de la comunidad, la alegría de la Iglesia
entera, que contemplando y adorando al Santísimo
Sacramento, reconoce en Él la presencia real y
permanente de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote.
La segunda lectura y el Evangelio llevan en cambio
la atención al misterio eucarístico. De la Primera
Carta a los Corintios (cfr 11,23-26) se ha tomado el
pasaje fundamental en el que San Pablo recuerda a
esa comunidad el significado y el valor de la "Cena
del Señor", que el Apóstol había transmitido y
enseñado, pero que corría el riesgo de perderse. El
Evangelio en cambio es el relato del milagro de los
panes y de los peces, en la redacción de San Lucas:
un signo atestiguado por todos los evangelistas y
que preanuncia el don que Cristo hará de Sí mismo,
para dar a la humanidad la vida eterna. Ambos textos
ponen de relieve la oración de Cristo, en el momento
de partir el pan. Naturalmente, hay una diferencia
clara entre los dos momentos; cuando reparte los
panes y los peces a la multitud, Jesús da gracias al
Padre celestial por su Providencia, confiando en que
Él no hará faltar el alimento a toda aquella gente.
En la Última Cena, en cambio, Jesús transforma el
pan y el vino en su propio Cuerpo y Sangre, para que
los discípulos puedan nutrirse de Él y vivir en
comunión íntima y real con Él.
La primera cosa que hay que recordar siempre es que
Jesús no era un sacerdote según la tradición
judaica. La suya no era una familia sacerdotal. No
pertenecía a la descendencia de Aarón, sino a la de
Judas, y por tanto legalmente le estaba excluida la
vía del sacerdocio. La persona y la actividad de
Jesús de Nazaret no se colocan en la estela de los
sacerdotes antiguos, sino más bien en la de los
profetas. Y en esta línea, Jesús tomó distancia con
una concepción ritual de la religión, criticando la
postura que daba mayor valor a los preceptos humanos
ligados a la pureza ritual más que a la observancia
de los mandamientos de Dios, es decir, al amor de
Dios y al prójimo, que como dice el Evangelio, “vale
más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc
12,33). Incluso dentro del Templo de Jerusalén,
lugar sagrado por excelencia, Jesús lleva a cabo un
gesto exquisitamente profético, cuando expulsa a los
cambistas y a los vendedores de animales, cosas
todas que servían para la ofrenda de los sacrificios
tradicionales. Por tanto, Jesús no es reconocido
como un Mesías sacerdotal, sino profético y real.
También su muerte, que nosotros los cristianos
llamamos justamente "sacrificio", no tenía nada de
los sacrificios antiguos, al contrario, era
totalmente lo opuesto: la ejecución de una condena a
muerte, por crucifixión, la más infamante, sucedida
fuera de los muros de Jerusalén.
Entonces, ¿en qué sentido Jesús es sacerdote? Nos lo
dice precisamente la Eucaristía. Podemos volver a
partir de esas sencillas palabras que describen a
Melquisedec: “ofreció pan y vino” (Gn 14,18). Y esto
es lo que hizo Jesús en la Última Cena: ofreció pan
y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a Sí
mismo y a su propia Misión. En ese acto, en la
oración que lo precede y en las palabras que lo
acompañan está todo el sentido del misterio de
Cristo, tal y como lo expresa la Carta a los Hebreos
en un pasaje decisivo, que es necesario citar:
"Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal –
escribe el autor, refiriéndose a Jesús – ruegos y
súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía
salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud
reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia; y llegado a la
perfección, se convirtió en causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen, proclamado
por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec"
(5,8-10). En este texto, que claramente alude a la
agonía espiritual del Getsemaní, la Pasión de Cristo
se presenta como una oración y como una ofrenda.
Jesús afronta su “Hora”, que lo conduce a la muerte
de cruz, inmerso en una profunda oración, que
consiste en la unión de su propia Voluntad con la
del Padre. Esta doble y única Voluntad es una
voluntad de amor. Vivida en esta oración, la trágica
prueba que Jesús afronta es transformada en ofrenda,
en sacrificio viviente.
Dice la Carta que Jesús "fue escuchado". ¿En qué
sentido? En el sentido de que Dios Padre lo liberó
de la muerte y lo resucitó. Fue escuchado
precisamente por su pleno abandono a la Voluntad del
Padre: el designio de Amor de Dios ha podido
realizarse perfectamente en Jesús, que, habiendo
obedecido hasta el extremo de la muerte en cruz, se
ha convertido en “causa de salvación” para todos
aquellos que Le obedecen. Se ha convertido en Sumo
Sacerdote por haber tomado Él mismo sobre Sí todo el
pecado del mundo, como “Cordero de Dios”. Es el
Padre el que le confiere este sacerdocio en el
momento mismo en que Jesús atraviesa el paso de su
muerte y resurrección. No es un sacerdocio según el
ordenamiento de la ley mosaica (cfr Lv 8-9), sino
"según el orden de Melquisedec", según un orden
profético, dependiente sólo de su relación singular
con Dios.
Volvamos a la expresión de la Carta a los Hebreos
que dice: “aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia”. El sacerdocio de Cristo
comporta el sufrimiento. Jesús ha sufrido
verdaderamente, y lo ha hecho por nosotros. Él era
el Hijo y no tenía necesidad de aprender la
obediencia, pero nosotros sí, teníamos y tenemos
necesidad siempre de ella. Por ello el Hijo asumió
nuestra humanidad y se dejó “educar” por nosotros en
el crisol del sufrimiento, se dejó transformar por
él, como el grano de trigo que para dar fruto debe
morir en la tierra. A través de este proceso Jesús
ha sido “perfeccionado”, en griego teleiotheis.
Debemos detenernos en este término, porque es muy
significativo. Éste indica el cumplimiento de un
camino, es decir, precisamente el camino de
educación y transformación del Hijo de Dios mediante
el sufrimiento, mediante la pasión dolorosa. Es
gracias a esta transformación que Jesucristo se ha
convertido en "sumo sacerdote" y puede salvar a
todos aquellos que se confían a Él. El término
teleiotheis, traducida justamente como “hecho
perfecto”, pertenece a una raíz verbal que, en la
versión griega del Pentateuco, es decir, los
primeros cinco libros de la Biblia, se usa siempre
para indicar la consagración de los antiguos
sacerdotes. Este descubrimiento es muy precioso,
porque nos dice que la pasión fue para Jesús como
una consagración sacerdotal. Él no era sacerdote
según la Ley, pero lo ha llegado a ser de forma
existencial en su Pascua de Pasión, Muerte y
Resurrección: se ofreció a Sí mismo en expiación y
el Padre, exhaltándolo por encima de toda criatura,
lo ha constituido Mediador universal de salvación.
Volvamos, en nuestra meditación, a la Eucaristía,
que dentro de poco estará en el centro de nuestra
asamblea litúrgica. En Ella Jesús anticipó su
Sacrificio, un Sacrificio no ritual, sino personal.
En la Última Cena Él actúa movido por ese "espíritu
eterno" con el que se ofrecerá después sobre la Cruz
(cfr Hb 9,14). Dando las gracias y bendiciendo,
Jesús transforma el pan y el vino. Es el Amor Divino
que transforma: el Amor con que Jesús acepta por
anticipado darse completamente a Sí mismo por
nosotros. Este Amor no es otro que el Espíritu
Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, que
consagra el pan y el vino y cambia su sustancia en
el Cuerpo y en la Sangre del Señor, haciendo
presente en el Sacramento el mismo Sacrificio que se
realiza después de forma cruenta en la Cruz. Podemos
por tanto concluir que Cristo fue sacerdote
verdadero y eficaz porque estaba lleno de la fuerza
del Espíritu Santo, estaba lleno de toda la plenitud
del amor de Dios, y esto precisamente “en la noche
en que fue traicionado”, precisamente en la “hora de
las tinieblas” (cfr Lc 22,53). Es esta fuerza
divina, la misma que realizó la Encarnación del
Verbo, la que transforma la extrema violencia y la
extrema injusticia en un acto supremo de amor y de
justicia. Esta es la obra del sacerdocio de Cristo,
que la Iglesia ha heredado y prolonga en la
historia, en la doble forma del sacerdocio común de
los bautizados y del ordenado de los ministros, para
transformar el mundo con el amor de Dios. Todos,
sacerdotes y fieles, nos nutrimos de la misma
Eucaristía, todos nos postramos a adorarla, porque
en Ella está presente nuestro Maestro y Señor, está
presente el verdadero Cuerpo de Jesús, Víctima y
Sacerdote, salvación del mundo. ¡Venid, exultemos
con cantos de alegría! ¡Venid, adoremos! Amén.
El
próximo 11 de junio (viernes siguiente al 2do. Domingo después de Pentecostés)
celebraremos junto con toda la Iglesia la
Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.
Por ello hemos redactado y diseñado un e-Curso con
textos extraídos de la extensa Catequesis del Siervo
de Dios el Papa Juan Pablo II que lleva por título
SAGRADO CORAZÓN: SÍMBOLO DEL AMOR DE CRISTO.
Este e-Curso gratuito contiene los textos
catequéticos sobre cada una de las
Letanías al Sagrado Corazón de Jesús
que
serán enviadas diariamente a la dirección de
correo electrónico de quienes deseen inscribirse a
través de de la siguiente dirección:
"...El mes de junio está dedicado, de modo
especial, a la veneración del Corazón divino. No
sólo un día, la fiesta litúrgica que, de
ordinario, cae en junio, sino todos los días.
Con esto se vincula la devota práctica de rezar o
cantar diariamente las
Letanías al Sacratísimo Corazón de Jesús...."
(Ángelus, 27 de
junio de 1982).
"¡Queridos hijos, hoy los invito, para que a través de la oración y del ayuno, tracen el camino por el cual mi Hijo entrará en sus corazones. Acéptenme como Madre y Mensajera del Amor de Dios y del deseo Suyo de salvarlos. Libérense de todo aquello que les pesa de su pasado y que les produce un sentimiento de culpa, y de cuanto los ha llevado al error, a las tinieblas. ¡Acepten la luz! Renazcan en la justicia de mi Hijo. Les agradezco!” Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 2/6/2010
El sacerdote debe transmitir alegría y esperanza
San Juan María Vianney subrayaba el papel indispensable del sacerdote, cuando decía: “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, este es el mayor tesoro que Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los más precioso dones de la Misericordia Divina” (El cura de Ars, Pensamientos, Bernard Nodet, Desclée de Brouwer, Foi Vivante, 2000, p. 101). En este Año sacerdotal, se nos llama a todos a explorar y redescubrir la grandeza del Sacramento que nos ha configurado para siempre a Cristo Sumo Sacerdote y nos ha “santificado en la verdad” (Jn 17, 19) a todos.
Elegido entre los hombres, el sacerdote sigue siendo uno de ellos y está llamado a servirles entregándoles la vida de Dios. Es él el que “continúa la obra de redención en la tierra” (Nodet, p. 98). Nuestra vocación sacerdotal es un tesoro que llevamos en vasos de barro (cfr 2 Cor 4, 7). San Pablo expresó felizmente la infinita distancia que existe entre nuestra vocación y la pobreza de las respuestas que podemos dar a Dios. Tengamos presente en nuestros oídos y en lo íntimo de nuestro corazón la exclamación llena de confianza del Apóstol, que decía: “pues cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12, 10). La conciencia de esta debilidad nos abre a la intimidad de Dios, que nos da fuerza y alegría. Cuanto más persevere el sacerdote en la amistad de Dios, más continuará la obra del Redentor en la tierra (cfr Nodet, p. 98). El sacerdote ya no es más para si mismo, es para todos (cfr Nodet, p. 100).
Precisamente allí reside uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. El sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza. A los hombres que ya no pueden concebir que Dios sea Amor puro, él afirmará siempre que la vida vale la pena ser vivida, y que Cristo le da todo su sentido porque ama a todos los hombres. La religión del Cura de Ars es una religión de la alegría, no una búsqueda morbosa de la mortificación, como a veces se ha creído: “Nuestra felicidad es demasiado grande, no, no, nunca podremos comprenderla” (Nodet, p. 110), decía, y también “cuando estamos de camino y divisamos un campanario, éste debería hacer latir nuestro corazón como la vista del tejado de la morada del bienamado hacer latir el corazón de la esposa”. Así, yo quisiera saludar con un afecto particular a aquellos de vosotros que tienen la carga pastoral de varias iglesias y que se desgastan sin llevar cuentas por mantener una vida sacramental en sus diferentes comunidades. ¡El reconocimiento de la Iglesia es inmenso hacia todos vosotros! No perdáis el valor, sino seguid rezando para que numerosos jóvenes acepten responder a la llamada de Cristo, que no deja de querer aumentar el número de sus apóstoles para misionar en sus campos.
Benedicto XVI . Videomensaje . Retiro Internacional Sacerdotal en Ars. 28/09/2009
|
|
|