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EL CAMINO DE MARÍA

SAGRADO CORAZÓN: SÍMBOLO DEL AMOR DE CRISTO

 ¡Sacratísimo Corazón de Jesús, en Ti confío!

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JUNIO, MES DEDICADO A LA DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN

JESUS, CONFIO EN TI

ADORO TE DEVOTE

 Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que Te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree Tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con Tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar Tu Rostro cara a cara, sea yo feliz viendo Tu gloria. Amén.
 
(Santo Tomás de Aquino, teólogo y cantor apasionado de Cristo Eucarístico)

Newsletter 516

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Jueves 3 de junio de 2010

Domingo 6 de junio de 2010

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 La Ultima Cena

"Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo" (Jn 6, 51).

«Mi carne es verdadera comida, y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)

"El que come este Pan vivirá para siempre" (Jn 6, 58).

 
SALVE, CUERPO VERDADERO, NACIDO DE MARÍA VIRGEN
 
Salve, Cuerpo verdadero, nacido de María Virgen;
Que has padecido, has sido inmolado en la Cruz por el hombre;
Haz que podamos recibirte en la hora de la muerte,
antes de presentarnos ante el Juicio de Dios.

 

Salve, Cuerpo verdadero, nacido de María Virgen. ("Ave verum Corpus natum / ex Maria Virgine...")

Mientras hoy, aquí en esta plaza de San Pedro, queremos manifestar el particular culto hacia la Eucaristía, hacia el Santísimo Cuerpo de Cristo, nuestros pensamientos se dirigen a Aquella de quien el Hijo de Dios, tomó este Cuerpo: a la Virgen, cuyo nombre es María. Especialmente, mientras nos encontramos aquí para rezar, como todos los Domingos, el Angelus, la oración que día tras día nos recuerda el misterio de la Encarnación: "Verbum caro factum est, et habitavit in nobis" (El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros).

Saludamos, pues, con veneración y honor a ese Cuerpo del Verbo Eterno y a Aquella que, como Madre, dio el Cuerpo al Verbo Eterno. Este Cuerpo es el Sacramento de la redención del hombre y del mundo

Que has padecido, has sido inmolado en la Cruz por el hombre. ("Vere passum, immolatum / in cruce pro homine")

Este Cuerpo martirizado hasta la muerte en la Cruz, juntamente con la Sangre derramada en señal de la Nueva y Eterna Alianza, se ha convertido en el Sacramento más grande de la Iglesia, al que hoy deseamos tributar particular adoración, demostrar particular amor y gratitud. Efectivamente, este Cuerpo es verdaderamente la comida, así como la Sangre es verdaderamente la bebida de nuestras almas, bajo las especies del pan y del vino. Restaura las fuerzas interiores del hombre y fortalece en el camino hacia las vías de la eternidad. Ya aquí en la tierra nos permite pregustar esa unión con Dios en la verdad y en el amor, a la que nos llama el Padre, en Cristo, su Hijo.

Haz que podamos recibirte en la hora de la muerte, antes de presentarnos ante el Juicio de Dios. ("esto nobis praegustatum / mortis in examine").

Que todos nosotros podamos recibirte Cuerpo de Dios, en la última hora de nuestra vida terrena, antes de comparecer en la presencia de Dios.

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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El próximo jueves 3 de junio la Iglesia celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, aunque en algunos países se celebrará el próximo Domingo 6 de junio. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.

La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios. Esta festividad es una ocasión propicia para que podamos  profundizar en nuestra fe y en nuestro amor hacia la Eucaristía.

Según tradiciones locales consolidadas, la Solemnidad del Corpus Christi comprende dos momentos: la Santa Misa, en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la procesión, que manifiesta públicamente la adoración al Santísimo Sacramento. La procesión es la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas porque prolonga la celebración de la Eucaristía. En efecto, inmediatamente después de la Santa Misa, la Hostia que ha sido consagrada  se conduce fuera de la Iglesia para que el Pueblo de Dios dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento.

"...La fiesta del Corpus Christi se caracteriza de modo particular por la tradición de llevar el Santísimo Sacramento en procesión, un gesto denso de significado. Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas, queremos introducir el Pan bajado del Cielo en nuestra vida diaria; queremos que Jesús camine por donde caminamos nosotros, que viva donde vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia debe transformarse en su templo. En este día la comunidad cristiana proclama que la Eucaristía es todo para ella, es su vida misma, la fuente del amor que vence la muerte. De la comunión con Cristo Eucaristía brota la caridad que transforma nuestra existencia y sostiene el camino de todos nosotros hacia la patria celestial. Por eso la liturgia nos invita a cantar: "Buen Pastor, Pan verdadero (...). Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, y que nos alimentas en la tierra, conduce a Tus hermanos a la mesa del Cielo, en la gloria de Tus santos"..." (Benedicto XVI. Ángelus 18 de junio de 2006).

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En la Solemnidad del Corpus Christi del año 2010, el Santo Padre Benedicto XVI celebró la Santa Misa en la explanada de la Basílica de San Juan de Letrán y posteriormente presidió la procesión eucarística hasta la Basílica de Santa María la Mayor. En la homilía, el Papa habló del significado de esa Solemnidad a través de los tres gestos fundamentales de la celebración:

Queridos hermanos y hermanas

El sacerdocio del Nuevo Testamento está estrechamente ligado a la Eucaristía. Por esto hoy, en la Solemnidad del Corpus Domini y casi al término del Año Sacerdotal, somos invitados a meditar sobre la relación entre la Eucaristía y el Sacerdocio de Cristo. En esta dirección nos orientan también la primera lectura y el salmo responsorial, que presentan la figura de Melquisedec. El breve pasaje del Libro del Génesis (cfr 14,18-20) afirma que Melquisedec, rey de Salem, era "sacerdote del Dios altísimo", y por esto "ofreció pan y vino" y "bendijo a Abraham", que volvía de una victoria en la batalla; Abraham mismo le dio el diezmo de todo. El salmo, a su vez, contiene en la última estrofa una expresión solemne, un juramento de Dios mismo, que declara al Rey Mesías: “Tú eres sacerdote para siempre / a semejanza de Melquisedec" (Sal 110,4); así el Mesías es proclamado no sólo Rey, sino también Sacerdote. De este pasaje parte el autor de la Carta a los Hebreos para su amplia y articulada exposición. Y nosotros lo hemos recogido en el estribillo: "Tu eres sacerdote para siempre, Cristo Señor": casi una profesión de fe, que adquiere un particular significado en la fiesta de hoy. Es la alegría de la comunidad, la alegría de la Iglesia entera, que contemplando y adorando al Santísimo Sacramento, reconoce en Él la presencia real y permanente de Jesús Sumo y Eterno Sacerdote.

La segunda lectura y el Evangelio llevan en cambio la atención al misterio eucarístico. De la Primera Carta a los Corintios (cfr 11,23-26) se ha tomado el pasaje fundamental en el que San Pablo recuerda a esa comunidad el significado y el valor de la "Cena del Señor", que el Apóstol había transmitido y enseñado, pero que corría el riesgo de perderse. El Evangelio en cambio es el relato del milagro de los panes y de los peces, en la redacción de San Lucas: un signo atestiguado por todos los evangelistas y que preanuncia el don que Cristo hará de Sí mismo, para dar a la humanidad la vida eterna. Ambos textos ponen de relieve la oración de Cristo, en el momento de partir el pan. Naturalmente, hay una diferencia clara entre los dos momentos; cuando reparte los panes y los peces a la multitud, Jesús da gracias al Padre celestial por su Providencia, confiando en que Él no hará faltar el alimento a toda aquella gente. En la Última Cena, en cambio, Jesús transforma el pan y el vino en su propio Cuerpo y Sangre, para que los discípulos puedan nutrirse de Él y vivir en comunión íntima y real con Él.

La primera cosa que hay que recordar siempre es que Jesús no era un sacerdote según la tradición judaica. La suya no era una familia sacerdotal. No pertenecía a la descendencia de Aarón, sino a la de Judas, y por tanto legalmente le estaba excluida la vía del sacerdocio. La persona y la actividad de Jesús de Nazaret no se colocan en la estela de los sacerdotes antiguos, sino más bien en la de los profetas. Y en esta línea, Jesús tomó distancia con una concepción ritual de la religión, criticando la postura que daba mayor valor a los preceptos humanos ligados a la pureza ritual más que a la observancia de los mandamientos de Dios, es decir, al amor de Dios y al prójimo, que como dice el Evangelio, “vale más que todos los holocaustos y sacrificios” (Mc 12,33). Incluso dentro del Templo de Jerusalén, lugar sagrado por excelencia, Jesús lleva a cabo un gesto exquisitamente profético, cuando expulsa a los cambistas y a los vendedores de animales, cosas todas que servían para la ofrenda de los sacrificios tradicionales. Por tanto, Jesús no es reconocido como un Mesías sacerdotal, sino profético y real. También su muerte, que nosotros los cristianos llamamos justamente "sacrificio", no tenía nada de los sacrificios antiguos, al contrario, era totalmente lo opuesto: la ejecución de una condena a muerte, por crucifixión, la más infamante, sucedida fuera de los muros de Jerusalén.

Entonces, ¿en qué sentido Jesús es sacerdote? Nos lo dice precisamente la Eucaristía. Podemos volver a partir de esas sencillas palabras que describen a Melquisedec: “ofreció pan y vino” (Gn 14,18). Y esto es lo que hizo Jesús en la Última Cena: ofreció pan y vino, y en ese gesto se resumió totalmente a Sí mismo y a su propia Misión. En ese acto, en la oración que lo precede y en las palabras que lo acompañan está todo el sentido del misterio de Cristo, tal y como lo expresa la Carta a los Hebreos en un pasaje decisivo, que es necesario citar: "Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal – escribe el autor, refiriéndose a Jesús – ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec" (5,8-10). En este texto, que claramente alude a la agonía espiritual del Getsemaní, la Pasión de Cristo se presenta como una oración y como una ofrenda. Jesús afronta su “Hora”, que lo conduce a la muerte de cruz, inmerso en una profunda oración, que consiste en la unión de su propia Voluntad con la del Padre. Esta doble y única Voluntad es una voluntad de amor. Vivida en esta oración, la trágica prueba que Jesús afronta es transformada en ofrenda, en sacrificio viviente.

Dice la Carta que Jesús "fue escuchado". ¿En qué sentido? En el sentido de que Dios Padre lo liberó de la muerte y lo resucitó. Fue escuchado precisamente por su pleno abandono a la Voluntad del Padre: el designio de Amor de Dios ha podido realizarse perfectamente en Jesús, que, habiendo obedecido hasta el extremo de la muerte en cruz, se ha convertido en “causa de salvación” para todos aquellos que Le obedecen. Se ha convertido en Sumo Sacerdote por haber tomado Él mismo sobre Sí todo el pecado del mundo, como “Cordero de Dios”. Es el Padre el que le confiere este sacerdocio en el momento mismo en que Jesús atraviesa el paso de su muerte y resurrección. No es un sacerdocio según el ordenamiento de la ley mosaica (cfr Lv 8-9), sino "según el orden de Melquisedec", según un orden profético, dependiente sólo de su relación singular con Dios.

Volvamos a la expresión de la Carta a los Hebreos que dice: “aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia”. El sacerdocio de Cristo comporta el sufrimiento. Jesús ha sufrido verdaderamente, y lo ha hecho por nosotros. Él era el Hijo y no tenía necesidad de aprender la obediencia, pero nosotros sí, teníamos y tenemos necesidad siempre de ella. Por ello el Hijo asumió nuestra humanidad y se dejó “educar” por nosotros en el crisol del sufrimiento, se dejó transformar por él, como el grano de trigo que para dar fruto debe morir en la tierra. A través de este proceso Jesús ha sido “perfeccionado”, en griego teleiotheis. Debemos detenernos en este término, porque es muy significativo. Éste indica el cumplimiento de un camino, es decir, precisamente el camino de educación y transformación del Hijo de Dios mediante el sufrimiento, mediante la pasión dolorosa. Es gracias a esta transformación que Jesucristo se ha convertido en "sumo sacerdote" y puede salvar a todos aquellos que se confían a Él. El término teleiotheis, traducida justamente como “hecho perfecto”, pertenece a una raíz verbal que, en la versión griega del Pentateuco, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia, se usa siempre para indicar la consagración de los antiguos sacerdotes. Este descubrimiento es muy precioso, porque nos dice que la pasión fue para Jesús como una consagración sacerdotal. Él no era sacerdote según la Ley, pero lo ha llegado a ser de forma existencial en su Pascua de Pasión, Muerte y Resurrección: se ofreció a Sí mismo en expiación y el Padre, exhaltándolo por encima de toda criatura, lo ha constituido Mediador universal de salvación.

Volvamos, en nuestra meditación, a la Eucaristía, que dentro de poco estará en el centro de nuestra asamblea litúrgica. En Ella Jesús anticipó su Sacrificio, un Sacrificio no ritual, sino personal. En la Última Cena Él actúa movido por ese "espíritu eterno" con el que se ofrecerá después sobre la Cruz (cfr Hb 9,14). Dando las gracias y bendiciendo, Jesús transforma el pan y el vino. Es el Amor Divino que transforma: el Amor con que Jesús acepta por anticipado darse completamente a Sí mismo por nosotros. Este Amor no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu del Padre y del Hijo, que consagra el pan y el vino y cambia su sustancia en el Cuerpo y en la Sangre del Señor, haciendo presente en el Sacramento el mismo Sacrificio que se realiza después de forma cruenta en la Cruz. Podemos por tanto concluir que Cristo fue sacerdote verdadero y eficaz porque estaba lleno de la fuerza del Espíritu Santo, estaba lleno de toda la plenitud del amor de Dios, y esto precisamente “en la noche en que fue traicionado”, precisamente en la “hora de las tinieblas” (cfr Lc 22,53). Es esta fuerza divina, la misma que realizó la Encarnación del Verbo, la que transforma la extrema violencia y la extrema injusticia en un acto supremo de amor y de justicia. Esta es la obra del sacerdocio de Cristo, que la Iglesia ha heredado y prolonga en la historia, en la doble forma del sacerdocio común de los bautizados y del ordenado de los ministros, para transformar el mundo con el amor de Dios. Todos, sacerdotes y fieles, nos nutrimos de la misma Eucaristía, todos nos postramos a adorarla, porque en Ella está presente nuestro Maestro y Señor, está presente el verdadero Cuerpo de Jesús, Víctima y Sacerdote, salvación del mundo. ¡Venid, exultemos con cantos de alegría! ¡Venid, adoremos! Amén.

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El próximo 11 de junio (viernes siguiente al 2do. Domingo después de Pentecostés) celebraremos junto con toda la Iglesia la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Por ello hemos redactado y diseñado un e-Curso con textos extraídos de la extensa Catequesis del Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II que lleva por título SAGRADO CORAZÓN: SÍMBOLO DEL AMOR DE CRISTO. Este e-Curso gratuito contiene los textos catequéticos sobre cada una de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús  que serán enviadas  diariamente a la dirección de correo electrónico de quienes deseen inscribirse a través de de la siguiente dirección:
 
 
"...El mes de junio está dedicado, de modo especial, a la veneración del Corazón divino. No sólo un día, la fiesta litúrgica que, de ordinario, cae en junio, sino todos los días. Con esto se vincula la devota práctica de rezar o cantar diariamente las Letanías al Sacratísimo Corazón de Jesús...." (Ángelus, 27 de junio de 1982).

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"¡Queridos hijos, hoy los invito, para que a través de la oración y del ayuno, tracen el camino por el cual mi Hijo entrará en sus corazones. Acéptenme como Madre y Mensajera del Amor de Dios y del deseo Suyo de salvarlos. Libérense de todo aquello que les pesa de su pasado y que les produce un sentimiento de culpa, y de cuanto los ha llevado al error, a las tinieblas. ¡Acepten la luz! Renazcan en la justicia de mi Hijo. Les agradezco!” Mensaje de Nuestra Señora Reina de la Paz en Medjugorge. 2/6/2010
 
 

El sacerdote debe transmitir alegría y esperanza

San Juan María Vianney subrayaba el papel indispensable del sacerdote, cuando decía: “Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, este es el mayor tesoro que Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los más precioso dones de la Misericordia Divina” (El cura de Ars, Pensamientos, Bernard Nodet, Desclée de Brouwer, Foi Vivante, 2000, p. 101). En este Año sacerdotal, se nos llama a todos a explorar y redescubrir la grandeza del Sacramento que nos ha configurado para siempre a Cristo Sumo Sacerdote y nos ha “santificado en la verdad” (Jn 17, 19) a todos.

Elegido entre los hombres, el sacerdote sigue siendo uno de ellos y está llamado a servirles entregándoles la vida de Dios. Es él el que “continúa la obra de redención en la tierra” (Nodet, p. 98). Nuestra vocación sacerdotal es un tesoro que llevamos en vasos de barro (cfr 2 Cor 4, 7). San Pablo expresó felizmente la infinita distancia que existe entre nuestra vocación y la pobreza de las respuestas que podemos dar a Dios. Tengamos presente en nuestros oídos y en lo íntimo de nuestro corazón la exclamación llena de confianza del Apóstol, que decía: “pues cuando soy débil, entonces es cuando soy fuerte” (2 Co 12, 10). La conciencia de esta debilidad nos abre a la intimidad de Dios, que nos da fuerza y alegría. Cuanto más persevere el sacerdote en la amistad de Dios, más continuará la obra del Redentor en la tierra (cfr Nodet, p. 98). El sacerdote ya no es más para si mismo, es para todos (cfr Nodet, p. 100).

Precisamente allí reside uno de los mayores desafíos de nuestro tiempo. El sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza. A los hombres que ya no pueden concebir que Dios sea Amor puro, él afirmará siempre que la vida vale la pena ser vivida, y que Cristo le da todo su sentido porque ama a todos los hombres. La religión del Cura de Ars es una religión de la alegría, no una búsqueda morbosa de la mortificación, como a veces se ha creído: “Nuestra felicidad es demasiado grande, no, no, nunca podremos comprenderla” (Nodet, p. 110), decía, y también “cuando estamos de camino y divisamos un campanario, éste debería hacer latir nuestro corazón como la vista del tejado de la morada del bienamado hacer latir el corazón de la esposa”. Así, yo quisiera saludar con un afecto particular a aquellos de vosotros que tienen la carga pastoral de varias iglesias y que se desgastan sin llevar cuentas por mantener una vida sacramental en sus diferentes comunidades. ¡El reconocimiento de la Iglesia es inmenso hacia todos vosotros! No perdáis el valor, sino seguid rezando para que numerosos jóvenes acepten responder a la llamada de Cristo, que no deja de querer aumentar el número de sus apóstoles para misionar en sus campos.

Benedicto XVI . Videomensaje . Retiro Internacional Sacerdotal en Ars.   28/09/2009

DEL VENERABLE SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II 

              

EL SACRAMENTO DE LA CERCANÍA DE DIOS AL HOMBRE

Audiencia general del miércoles, 13 de junio de 1979

 EL SACRAMENTO DE LA CERCANÍA DE DIOS AL HOMBRE

 

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. "Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi..." (Santo Tomás, Himno de I Vísperas de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo).
 
He aquí que se acerca el día, y prácticamente ya ha comenzado, en el que la Iglesia hablará, por medio de su solemne liturgia, para venerar este misterio, del que ella vive cada día: la Eucaristía. Gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi. El fundamento y, a la vez, la cumbre de la vida de la Iglesia. Su fiesta incesante y, al mismo tiempo, su vida diaria.
 
Cada año, el Jueves Santo, al comienzo del triduo sacro, nos reúne en el Cenáculo, donde celebramos el memorial de la Última Cena. Y éste precisamente sería el día más adecuado a fin de meditar con veneración todo lo que es para la Iglesia la Eucaristía, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero se ha demostrado en el curso de la historia que este día más adecuado, único, no basta. Está, además, insertado orgánicamente en el conjunto del recuerdo pascual; toda la Pasión, Muerte y Resurrección ocupan entonces nuestros pensamientos y nuestros corazones. No podemos decir, pues, de la Eucaristía todo aquello de lo que están colmados nuestros corazones. Por esto, desde la Edad Media, y precisamente desde 1264, la necesidad de la adoración, al mismo tiempo litúrgica y pública del Santísimo Sacramento ha encontrado su expresión en una Solemnidad aparte, que la Iglesia celebra el primer jueves después del Domingo de la Santísima Trinidad, esto es, precisamente mañana, comenzando por las primeras Vísperas del día precedente, es decir, hoy. Deseo que esta meditación nos introduzca en plena atmósfera de la fiesta eucarística.
 
El Sacramento de la cercanía de Dios al hombre 
 
2. "Non est alia natio tam grandis, quae habeat deos appropinquantes sibi, sicut Deus noster adest nobis": "No hay nación tan grande, que tenga a sus dioses tan cerca, como nuestro Dios está presente entre nosotros" (Santo Tomás, Officium SS. Corporis Christi, II Nocturni; cf. Opusc. 57).
 
Se puede hablar de varias maneras sobre la Eucaristía. Se ha hablado de diversos modos sobre Ella en el curso de la historia. Es difícil decir algo que no se haya dicho ya. Y, al mismo tiempo, cualquier cosa que se diga, desde cualquier parte que nos acerquemos a este gran misterio de la fe y de la vida de la Iglesia, siempre descubrimos algo nuevo. No porque nuestras palabras revelen esta novedad. La novedad se encuentra en el misterio mismo. Cada tentativa de vivir con Ella en espíritu de fe, comporta nueva luz, nuevo estupor y nueva alegría.   
 
"Y maravillándose de esto el hijo del trueno, y considerando la sublimidad del amor divino (...), exclamaba: 'Tanto amó Dios al mundo (Jn 3, 16)' (...). Dinos, pues, San Juan, ¿en qué sentido tanto? Di la medida, di la grandeza, enséñanos la sublimidad. Dios amó tanto al mundo..." (San Juan Crisóstomo, In cap. Genes. VIII: Homilia XXVII, 1; Opera omnia: PG 4, 241).
 
La Eucaristía nos acerca a Dios de modo único. Y es el Sacramento de su cercanía en relación con el hombre. Dios en la Eucaristía es precisamente este Dios que ha querido entrar en la historia del hombre. Ha querido aceptar la humanidad misma. Ha querido hacerse hombre. El Sacramento del Cuerpo y de la Sangre nos recuerda continuamente su Divina Humanidad.
 
Cantamos Ave, verum corpus, natum ex Maria Virgine. Y viviendo con la Eucaristía, volvemos a encontrar toda la sencillez y profundidad del misterio de la Encarnación.
 
Es el Sacramento del descenso de Dios hacia el hombre, del acercamiento a todo lo que es humano. Es el Sacramento de la divina "condescendencia" (cf. San Juan Crisóstomo, In Genes. 3, 8: Homilía XXVII, 1: PG 53, 134). La entrada divina en la realidad humana ha alcanzado su culmen mediante la Pasión y la Muerte. Mediante la Pasión y la Muerte en la Cruz, el Hijo de Dios Encarnado se ha convertido, de manera especialmente radical, en el Hijo del hombre, ha compartido hasta el extremo lo que es la condición de cada uno de los hombres. La Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y de la Sangre, nos recuerda sobre todo esta muerte, que Cristo sufrió en la Cruz; la recuerda y, en cierto modo, es decir, incruento, renueva su realidad histórica. Lo testifican las palabras pronunciadas en el Cenáculo separadamente sobre el pan y sobre el vino, las palabras que, en la institución de Cristo, realizan el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; el sacramento de la muerte, que fue sacrificio expiatorio. El sacramento de la muerte, en el que se expresa toda la potencia del Amor. El sacramento de la muerte, que consistió en dar la vida para reconquistar la plenitud de la vida.
 
"Manduca vitam, bibe vitam: habebis vitam, et integra est vita: Come la vida, bebe la vida: tendrás la vida, y es la vida total" (San Agustín, Sermones ad populum, Series I, Sermo CXXXI, I, 1). 
 
Por medio de este Sacramento se anuncia continuamente en la historia del hombre, la muerte que da la vida (cf. 1 Cor 11, 26). Se realiza continuamente en ese signo sencillísimo, que es el signo del pan y del vino. Dios en Él está presente y cercano al hombre con esa cercanía penetrante de su muerte en la Cruz, de la que ha brotado la potencia de la Resurrección. El hombre, mediante la Eucaristía, se hace partícipe de esta potencia.
 
3. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión. Cristo se da a Sí mismo a cada uno de nosotros, que lo recibimos bajo las especies eucarísticas. Se da a Sí mismo a cada uno de nosotros que comemos el manjar eucarístico y bebemos la bebida eucarística. Este comer es signo de la comunión. Es signo de la unión espiritual, en la que el hombre recibe a Cristo, se le ofrece la participación en su Espíritu, encuentra de nuevo en Él particularmente íntima la relación con el Padre: siente particularmente cercano el acceso a Él.
 
Dice un gran poeta (Mickiewocz, Coloquios vespertinos):  "Hablo Contigo, que reinas en el Cielo y, que al mismo tiempo eres Huésped en la casa de mí espíritu... ¡Hablo Contigo!, me faltan palabras para Ti. Tu pensamiento escucha cada uno de mis pensamientos. Reinas lejos y sirves en cercanía, Rey en los cielos y en mi corazón sobre la cruz..." 

Nos acercamos a la comunión eucarística, recitando antes el "Padrenuestro". La comunión es un vínculo bilateral. Nos conviene decir, pues, que no sólo recibimos a Cristo, no sólo lo recibe cada uno de nosotros en este signo eucarístico, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Por así decirlo, Él acepta siempre en este Sacramento al hombre, lo hace Su amigo, tal como dijo en el Cenáculo: "Vosotros sois Mis amigos" (Jn 15, 14). Esta acogida y la aceptación del hombre por parte de Cristo es un beneficio inaudito. El hombre siente muy profundamente el deseo de ser aceptado. Toda la vida del hombre tiende en esta dirección, para ser acogido y aceptado por Dios; y la Eucaristía expresa esto sacramentalmente. Sin embargo, el hombre debe, como dice San Pablo, "examinarse a sí mismo" (cf. 1 Cor 11, 28), de si es digno de ser aceptado por Cristo. La Eucaristía es, en cierto sentido, un desafío constante para que el hombre trate de ser aceptado, para que adapte su conciencia a las exigencias de la santísima amistad divina.
 
4. Deseamos expresar en el marco de esta Solemnidad de hoy, como también el próximo Domingo y todos los días, esta veneración y amor particular, público, con que rodeamos siempre al Santísimo Sacramento. Permitid que, en este momento, mis pensamientos vuelvan, una vez más, a Polonia, de donde he regresado hace unos días (...)
 
Pues bien, precisamente allí, en mi tierra natal, he aprendido la ferviente veneración y amor a la Eucaristía. Allí he aprendido el culto al Cuerpo del Señor. En la fiesta del Corpus Domini se tienen, desde hace siglos, las procesiones eucarísticas, en las que mis compatriotas trataban de expresar comunitaria y públicamente lo que representa la Eucaristía para ellos. Y también lo hacen hoy. Me uno, pues, espiritualmente a ellos, mientras por vez primera tengo la alegría de celebrar la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo aquí, en la Ciudad Eterna, en la que Pedro, de generación en generación, responde en cierto modo a Cristo: "Señor..., Tú sabes que te amo... Señor, Tú sabes que te amo" (Jn 21, 15-17). La Eucaristía es, en cierto modo, el punto culminante de esta respuesta. Quiero repetirla junto con toda la Iglesia a Aquel que ha manifestado su Amor por medio del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, permaneciendo con nosotros "hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20).

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