EL CAMINO DE MARÍA

Bone Pastor, panis vere, Iesu, nostri miserere...

Buen Pastor, Pan verdadero, o Jesús, piedad de nosotros: nútrenos y defiéndenos, llévanos a los bienes eternos en la tierra de los vivos.

Tú que todo lo sabes y todo lo puedes,y que nos alimentas en la tierra,
conduce a Tus hermanos
a la mesa del Cielo
en la gloria de Tus santos.

JESUS, CONFIO EN TI

ADORO TE DEVOTE

 Te adoro con devoción, Dios escondido, oculto verdaderamente bajo estas apariencias. A Ti se somete mi corazón por completo, y se rinde totalmente al contemplarte.

Al juzgar de Ti, se equivocan la vista, el tacto, el gusto; pero basta el oído para creer con firmeza; creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios: nada es más verdadero que esta Palabra de verdad.

En la Cruz se escondía sólo la Divinidad, pero aquí se esconde también la Humanidad; sin embargo, creo y confieso ambas cosas, y pido lo que pidió aquel ladrón arrepentido.

No veo las llagas como las vio Tomás pero confieso que eres mi Dios: haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere y que Te ame.

¡Memorial de la muerte del Señor! Pan vivo que das vida al hombre: concede a mi alma que de Ti viva y que siempre saboree Tu dulzura.

Señor Jesús, Pelícano bueno, límpiame a mí, inmundo, con Tu Sangre, de la que una sola gota puede liberar de todos los crímenes al mundo entero.

Jesús, a quien ahora veo oculto, te ruego, que se cumpla lo que tanto ansío: que al mirar Tu Rostro cara a cara, sea yo feliz viendo Tu gloria. Amén.
 
(Santo Tomás de Aquino, teólogo y cantor apasionado de Cristo Eucarístico)

Newsletter 365

EL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Jueves 22 de mayo de 2008

Domingo 25 de mayo de 2008

Soy todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida. Dame tu Corazón, oh María.

  Soy todo tuyo, María
Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo. Amen.

Oh Dios Padre Misericordioso, que por mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo, concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,  la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina, de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su intercesión el favor que te pido... (pídase).  A Tí, Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos de los siglos. Amén.

Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

 LA HORA DE LA DIVINA MISERICORDIA

"A las tres, ruega por Mi Misericordia, en especial para los pecadores y aunque sólo sea por un brevísimo momento, sumérgete en Mi Pasión, especialmente en Mi Abandono en el momento de Mi Agonía.  Ésta es la Hora de la gran Misericordia para el mundo entero (...) En esta Hora nada le será negado al alma que lo pida por los méritos de Mi Pasión" (...)

 (Diario, 1320)

25 de marzo al 25 de diciembre

 

 La Ultima Cena

"Yo soy el Pan vivo que ha bajado del Cielo" (Jn 6, 51).

«Mi carne es verdadera comida, y Mi Sangre verdadera bebida; el que come Mi Carne, y bebe Mi Sangre, en Mí mora, y Yo en él.» (Jn 6, 56-57)

"El que come este Pan vivirá para siempre" (Jn 6, 58).

 
SALVE, CUERPO VERDADERO, NACIDO DE MARÍA VIRGEN
 
Salve, Cuerpo verdadero, nacido de María Virgen;
Que has padecido, has sido inmolado en la Cruz por el hombre;
Haz que podamos recibirte en la hora de la muerte,
antes de presentarnos ante el Juicio de Dios.

 

Salve, Cuerpo verdadero, nacido de María Virgen. ("Ave verum Corpus natum / ex Maria Virgine...")

Mientras hoy, aquí en esta plaza de San Pedro, queremos manifestar el particular culto hacia la Eucaristía, hacia el Santísimo Cuerpo de Cristo, nuestros pensamientos se dirigen a Aquella de quien el Hijo de Dios, tomó este Cuerpo: a la Virgen, cuyo nombre es María. Especialmente, mientras nos encontramos aquí para rezar, como todos los Domingos, el Angelus, la oración que tres veces al día nos recuerda el misterio de la Encarnación: "Verbum caro factum est, et habitavit in nobis" (El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros).

Saludamos, pues, con veneración y honor a ese Cuerpo del Verbo Eterno y a Aquella que, como Madre, dio el Cuerpo al Verbo Eterno. Este Cuerpo es el Sacramento de la redención del hombre y del mundo

Que has padecido, has sido inmolado en la Cruz por el hombre. ("Vere passum, immolatum / in cruce pro homine")

Este Cuerpo martirizado hasta la muerte en la Cruz, juntamente con la Sangre derramada en señal de la Nueva y Eterna Alianza, se ha convertido en el Sacramento más grande de la Iglesia, al que hoy deseamos tributar particular adoración, demostrar particular amor y gratitud. Efectivamente, este Cuerpo es verdaderamente la comida, así como la Sangre es verdaderamente la bebida de nuestras almas, bajo las especies del pan y del vino. Restaura las fuerzas interiores del hombre y fortalece en el camino hacia las vías de la eternidad. Ya aquí en la tierra nos permite pregustar esa unión con Dios en la verdad y en el amor, a la que nos llama el Padre, en Cristo, su Hijo.

Haz que podamos recibirte en la hora de la muerte, antes de presentarnos ante el Juicio de Dios. ("esto nobis praegustatum / mortis in examine").

Que todos nosotros podamos recibirte Cuerpo de Dios, en la última hora de nuestra vida terrena, antes de comparecer en la presencia de Dios.

 

Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

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El próximo jueves 22 de mayo la Iglesia celebra la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor, aunque en algunos países se celebrará el próximo Domingo 25 de mayo. La fiesta, extendida en 1269 por el Papa Urbano IV a toda la Iglesia latina, por una parte constituyó una respuesta de fe y de culto a doctrinas heréticas acerca del misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, por otra parte fue la culminación de un movimiento de ardiente devoción hacia el augusto Sacramento del altar.

La piedad popular favoreció el proceso que instituyó la fiesta del Corpus Christi; a su vez, esta fue causa y motivo de la aparición de nuevas formas de piedad eucarística en el pueblo de Dios. Esta festividad es una ocasión propicia para que podamos  profundizar en nuestra fe y en nuestro amor hacia la Eucaristía.

Según tradiciones locales consolidadas, la Solemnidad del Corpus Christi comprende dos momentos: la Santa Misa, en la que se realiza la ofrenda del Sacrificio, y la procesión, que manifiesta públicamente la adoración al Santísimo Sacramento. La procesión es la "forma tipo" de las procesiones eucarísticas porque prolonga la celebración de la Eucaristía. En efecto, inmediatamente después de la Santa Misa, la Hostia que ha sido consagrada  se conduce fuera de la Iglesia para que el Pueblo de Dios dé un testimonio público de fe y de veneración al Santísimo Sacramento.

"...La fiesta del Corpus Christi se caracteriza de modo particular por la tradición de llevar el Santísimo Sacramento en procesión, un gesto denso de significado. Al llevar la Eucaristía por las calles y las plazas, queremos introducir el Pan bajado del Cielo en nuestra vida diaria; queremos que Jesús camine por donde caminamos nosotros, que viva donde vivimos nosotros. Nuestro mundo, nuestra existencia debe transformarse en su templo. En este día la comunidad cristiana proclama que la Eucaristía es todo para ella, es su vida misma, la fuente del amor que vence la muerte. De la comunión con Cristo Eucaristía brota la caridad que transforma nuestra existencia y sostiene el camino de todos nosotros hacia la patria celestial. Por eso la liturgia nos invita a cantar: "Buen Pastor, Pan verdadero (...). Tú que todo lo sabes y todo lo puedes, y que nos alimentas en la tierra, conduce a Tus hermanos a la mesa del Cielo, en la gloria de Tus santos"..." (Benedicto XVI. Ángelus 18 de junio de 2006).

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En la Solemnidad del Corpus Christi del año 2008, el Santo Padre Benedicto XVI celebró la Santa Misa en la explanada de la Basílica de San Juan de Letrán y posteriormente presidió la procesión eucarística hasta la basílica de Santa María la Mayor.
 
En la homilía, el Papa habló del significado de esa Solemnidad a través de los tres gestos fundamentales de la celebración.. El primero es la reunión "alrededor del altar del Señor para estar juntos en su presencia"; en segundo lugar, la procesión, "caminar con el Señor", y por último, "arrodillarse ante el Señor, la adoración".
 
El siguiente es el texto completo de su Homilía.
 

¡Queridos hermanos y hermanas!

"Tras el tiempo fuerte del año litúrgico, que centrándose en la Pascua se extiende durante tres meses --primero los cuarenta días de la Cuaresma, después los cincuenta días del Tiempo Pascual--, la liturgia nos permite celebrar tres fiestas que tienen un carácter "sintético": la Santísima Trinidad, el Corpus Christi, y por último el Sagrado Corazón de Jesús.

¿Cuál es el significado de la Solemnidad de hoy, del Cuerpo y la Sangre de Cristo? Nos los explica la misma celebración que estamos realizando, con el desarrollo de sus gestos fundamentales: ante todo, nos hemos reunido alrededor del Señor para estar juntos en su presencia; en segundo lugar, tendrá lugar la procesión, es decir, caminar con el Señor; por último, vendrá el arrodillarse ante el Señor, la adoración que comienza ya en la Misa y acompaña toda la procesión, pero que culmina en el momento final de la bendición eucarística, cuando todos nos postraremos ante Aquél que se ha agachado hasta nosotros y ha dado la Vida por nosotros.

Analicemos brevemente estas tres actitudes para que sean realmente expresión de nuestra fe y de nuestra vida.

Reunirse en la presencia del Señor

El primer acto es el de reunirse en la presencia del Señor. Es lo que antiguamente se llamaba "statio". Imaginemos por un momento que en toda Roma sólo existiera este altar, y que se invitara a todos los cristianos de la ciudad a reunirse aquí, para celebrar al Salvador, muerto y resucitado. Esto nos permite hacernos una idea de cuáles fueron los orígenes de la celebración eucarística, en Roma y en otras muchas ciudades, a las que llegaba el mensaje evangélico: en cada Iglesia particular había un solo obispo y, a su alrededor, alrededor de la Eucaristía celebrada por él, se constituía la comunidad, única, pues uno era el Cáliz bendecido y uno era el Pan partido, como hemos escuchado en las palabras del apóstol Pablo en la segunda lectura (Cf. 1 Corintios 10,16-17).

Pasa por la mente otra famosa expresión de Pablo: "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Gálatas 3, 28). "¡Todos vosotros sois uno!". En estas palabras se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana, la revolución más profunda de la historia humana, que se experimenta precisamente alrededor de la Eucaristía: aquí se reúnen en la presencia del Señor personas de diferentes edades, sexo, condición social, ideas políticas. La Eucaristía no puede ser nunca un hecho privado, reservado a personas escogidas según afinidades o amistad. La Eucaristía es un culto público, que no tiene nada de esotérico, de exclusivo. En esta tarde, no hemos decidido con quién queríamos reunirnos, hemos venido y nos encontramos unos junto a otros, reunidos por la fe y llamados a convertirnos en un único cuerpo, compartiendo el único Pan que es Cristo. Estamos unidos más allá de nuestras diferencias de nacionalidad, de profesión, de clase social, de ideas políticas: nos abrimos los unos a los otros para convertirnos en una sola cosa a partir de Él. Esta ha sido desde los inicios la característica del cristianismo, realizada visiblemente alrededor de la Eucaristía, y es necesario velar siempre para que las tentaciones del particularismo, aunque sea de buena fe, no vayan en el sentido opuesto. Por tanto, el Corpus Christi nos recuerda ante todo esto: ser cristianos quiere decir reunirse desde todas las partes para estar en la presencia del único Señor y ser uno en Él y con Él.

Caminar con el Señor

El segundo aspecto constitutivo es caminar con el Señor. Es la realidad manifestada por la procesión, que viviremos juntos tras la Santa Misa, como una prolongación natural de la misma, avanzando tras Aquél que es el Camino. Con el don de Sí mismo en la Eucaristía, el Señor Jesús nos libera de nuestras "parálisis", nos vuelve a levantar y nos hace "pro-ceder", nos hace dar un paso adelante, y luego otro, y de este modo nos pone en camino, con la fuerza de este Pan de la vida. Como le sucedió al profeta Elías, que se había refugiado en el desierto por miedo de sus enemigos, y había decidido dejarse morir (Cf. 1 Reyes 19,1-4). Pero Dios le despertó y le puso a su lado una torta recién cocida: "Levántate y come -le dijo--, porque el camino es demasiado largo para ti" (1 Reyes 19, 5.7). La procesión del Corpus Christi nos enseña que la Eucaristía nos quiere liberar de todo abatimiento y desconsuelo, quiere volver a levantarnos para que podamos retomar el camino con la fuerza que Dios nos da a través de Jesucristo. Es la experiencia del pueblo de Israel en el éxodo de Egipto, la larga peregrinación a través del desierto, de la que nos ha hablado la primera lectura. Una experiencia que para Israel es constitutiva, pero que para toda la humanidad resulta ejemplar. De hecho, la expresión "no sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca del Señor" (Deuteronomio 8,3) es una afirmación universal, que se refiere a cada hombre en cuanto hombre. Cada uno puede encontrar su propio camino, si encuentra a Aquél que es Palabra y Pan de vida y se deja guiar por su amigable presencia. Sin el Dios-con-nosotros, el Dios cercano, ¿cómo podemos afrontar la peregrinación de la existencia, ya sea individualmente ya sea como sociedad y familia de los pueblos?

La Eucaristía es el sacramento del Dios que no nos deja solos en el camino, sino que se pone a nuestro lado y nos indica la dirección. De hecho, ¡no es suficiente avanzar, es necesario ver hacia dónde se va! No basta el "progreso", sino no hay criterios de referencia. Es más, se sale del camino, se corre el riesgo de caer en un precipicio, o de alejarse de la meta. Dios nos ha creado libres, pero no nos ha dejado solos: se ha hecho Él mismo "camino" y ha venido a caminar junto a nosotros para que nuestra libertad tenga el criterio para discernir el camino justo y recorrerlo.

Arrodillarse en adoración ante el Señor

Al llegar a este momento no es posible de dejar de pensar en el inicio del "decálogo", los diez mandamientos, en donde está escrito: "Yo, el Señor, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de Mí" (Éxodo 20, 2-3). Encontramos aquí el tercer elemento constitutivo del Corpus Christi: arrodillarse en adoración ante el Señor. Adorar al Dios de Jesucristo, que se hizo pan partido por Amor, es el remedio más válido y radical contra las idolatrías de ayer y hoy. Arrodillarse ante la Eucaristía es una profesión de libertad: quien se inclina ante Jesús no puede y no debe postrarse ante ningún poder terreno, por más fuerte que sea. Nosotros, los cristianos, sólo nos arrodillamos ante el Santísimo Sacramento, porque en Él sabemos y creemos que está presente el único Dios verdadero, que ha creado el mundo y lo ha amado hasta el punto de entregar a su unigénito Hijo (Cf. Juan 3, 16).

Nos postramos ante un Dios que se ha abajado en primer lugar hacia el hombre, como el Buen Samaritano, para socorrerle y volverle a dar la vida, y se ha arrodillado ante nosotros para lavar nuestros pies sucios. Adorar el Cuerpo de Cristo quiere decir creer que allí, en ese pedazo de pan, se encuentra realmente Cristo, quien da verdaderamente sentido a la vida, al inmenso universo y a la más pequeña criatura, a toda la historia humana y a la más breve existencia. La adoración es oración que prolonga la celebración y la comunión eucarística, en la que el alma sigue alimentándose: se alimenta de amor, de verdad, de paz; se alimenta de esperanza, pues Aquél ante el que nos postramos no nos juzga, no nos aplasta, sino que nos libera y nos transforma.

Por este motivo, reunirnos, caminar, adorar, nos llena de alegría. Al hacer nuestra la actitud de adoración de María, a quien recordamos particularmente en este mes de mayo, rezamos por nosotros y por todos; rezamos por cada persona que vive en esta ciudad para que pueda conocerte a Ti, Padre, y a Aquél que Tú has enviado, Jesucristo. Y de este modo tener la vida en abundancia. Amén." (Benedicto XVI. Homilía . Santa Misa. Corpus Christi. 22 de mayo de 2008).

Benedicto XVI  

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El próximo 30 de mayo (viernes siguiente al 2do. Domingo después de Pentecostés) celebraremos junto con toda la Iglesia la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús.

Por ello hemos redactado y diseñado un e-Curso con textos extraídos de la extensa Catequesis del Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II que lleva por título SAGRADO CORAZÓN: SÍMBOLO DEL AMOR DE CRISTO. Este e-Curso gratuito contiene los textos catequéticos sobre cada una de las Letanías al Sagrado Corazón de Jesús  que serán enviadas  diariamente a la dirección de correo electrónico de quienes deseen inscribirse a través de de la siguiente dirección:
 
 
"...El mes de junio está dedicado, de modo especial, a la veneración del Corazón divino. No sólo un día, la fiesta litúrgica que, de ordinario, cae en junio, sino todos los días. Con esto se vincula la devota práctica de rezar o cantar diariamente las Letanías al Sacratísimo Corazón de Jesús...." (Ángelus, 27 de junio de 1982).

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Oh Dios Eterno, en quien la Misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta Tu Misericordia en nosotros, para que en momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu Santa Voluntad, que es el Amor y la Misericordia mismos. Amén. (Santa Faustina, Diario, 950)

 

CATEQUESIS DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II 

              

EL SACRAMENTO DE LA CERCANÍA DE DIOS AL HOMBRE

Audiencia general del miércoles, 13 de junio de 1979

 EL SACRAMENTO DE LA CERCANÍA DE DIOS AL HOMBRE

 

¡Queridos hermanos y hermanas!

1. "Pange, lingua, gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi..." (Santo Tomás, Himno de I Vísperas de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo).
 
He aquí que se acerca el día, y prácticamente ya ha comenzado, en el que la Iglesia hablará, por medio de su solemne liturgia, para venerar este misterio, del que ella vive cada día: la Eucaristía. Gloriosi Corporis mysterium Sanguinisque pretiosi. El fundamento y, a la vez, la cumbre de la vida de la Iglesia. Su fiesta incesante y, al mismo tiempo, su vida diaria.
 
Cada año, el Jueves Santo, al comienzo del triduo sacro, nos reúne en el Cenáculo, donde celebramos el memorial de la Última Cena. Y éste precisamente sería el día más adecuado a fin de meditar con veneración todo lo que es para la Iglesia la Eucaristía, el Sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Pero se ha demostrado en el curso de la historia que este día más adecuado, único, no basta. Está, además, insertado orgánicamente en el conjunto del recuerdo pascual; toda la Pasión, Muerte y Resurrección ocupan entonces nuestros pensamientos y nuestros corazones. No podemos decir, pues, de la Eucaristía todo aquello de lo que están colmados nuestros corazones. Por esto, desde la Edad Media, y precisamente desde 1264, la necesidad de la adoración, al mismo tiempo litúrgica y pública del Santísimo Sacramento ha encontrado su expresión en una Solemnidad aparte, que la Iglesia celebra el primer jueves después del Domingo de la Santísima Trinidad, esto es, precisamente mañana, comenzando por las primeras Vísperas del día precedente, es decir, hoy. Deseo que esta meditación nos introduzca en plena atmósfera de la fiesta eucarística.
 
El Sacramento de la cercanía de Dios al hombre 
 
2. "Non est alia natio tam grandis, quae habeat deos appropinquantes sibi, sicut Deus noster adest nobis": "No hay nación tan grande, que tenga a sus dioses tan cerca, como nuestro Dios está presente entre nosotros" (Santo Tomás, Officium SS. Corporis Christi, II Nocturni; cf. Opusc. 57).
 
Se puede hablar de varias maneras sobre la Eucaristía. Se ha hablado de diversos modos sobre Ella en el curso de la historia. Es difícil decir algo que no se haya dicho ya. Y, al mismo tiempo, cualquier cosa que se diga, desde cualquier parte que nos acerquemos a este gran misterio de la fe y de la vida de la Iglesia, siempre descubrimos algo nuevo. No porque nuestras palabras revelen esta novedad. La novedad se encuentra en el misterio mismo. Cada tentativa de vivir con Ella en espíritu de fe, comporta nueva luz, nuevo estupor y nueva alegría.   
 
"Y maravillándose de esto el hijo del trueno, y considerando la sublimidad del amor divino (...), exclamaba: 'Tanto amó Dios al mundo (Jn 3, 16)' (...). Dinos, pues, San Juan, ¿en qué sentido tanto? Di la medida, di la grandeza, enséñanos la sublimidad. Dios amó tanto al mundo..." (San Juan Crisóstomo, In cap. Genes. VIII: Homilia XXVII, 1; Opera omnia: PG 4, 241).
 
La Eucaristía nos acerca a Dios de modo único. Y es el Sacramento de su cercanía en relación con el hombre. Dios en la Eucaristía es precisamente este Dios que ha querido entrar en la historia del hombre. Ha querido aceptar la humanidad misma. Ha querido hacerse hombre. El Sacramento del Cuerpo y de la Sangre nos recuerda continuamente su Divina Humanidad.
 
Cantamos Ave, verum corpus, natum ex Maria Virgine. Y viviendo con la Eucaristía, volvemos a encontrar toda la sencillez y profundidad del misterio de la Encarnación.
 
Es el Sacramento del descenso de Dios hacia el hombre, del acercamiento a todo lo que es humano. Es el Sacramento de la divina "condescendencia" (cf. San Juan Crisóstomo, In Genes. 3, 8: Homilía XXVII, 1: PG 53, 134). La entrada divina en la realidad humana ha alcanzado su culmen mediante la Pasión y la Muerte. Mediante la Pasión y la Muerte en la Cruz, el Hijo de Dios Encarnado se ha convertido, de manera especialmente radical, en el Hijo del hombre, ha compartido hasta el extremo lo que es la condición de cada uno de los hombres. La Eucaristía, Sacramento del Cuerpo y de la Sangre, nos recuerda sobre todo esta muerte, que Cristo sufrió en la Cruz; la recuerda y, en cierto modo, es decir, incruento, renueva su realidad histórica. Lo testifican las palabras pronunciadas en el Cenáculo separadamente sobre el pan y sobre el vino, las palabras que, en la institución de Cristo, realizan el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre; el sacramento de la muerte, que fue sacrificio expiatorio. El sacramento de la muerte, en el que se expresa toda la potencia del Amor. El sacramento de la muerte, que consistió en dar la vida para reconquistar la plenitud de la vida.
 
"Manduca vitam, bibe vitam: habebis vitam, et integra est vita: Come la vida, bebe la vida: tendrás la vida, y es la vida total" (San Agustín, Sermones ad populum, Series I, Sermo CXXXI, I, 1). 
 
Por medio de este Sacramento se anuncia continuamente en la historia del hombre, la muerte que da la vida (cf. 1 Cor 11, 26). Se realiza continuamente en ese signo sencillísimo, que es el signo del pan y del vino. Dios en Él está presente y cercano al hombre con esa cercanía penetrante de su muerte en la Cruz, de la que ha brotado la potencia de la Resurrección. El hombre, mediante la Eucaristía, se hace partícipe de esta potencia.
 
3. La Eucaristía es el Sacramento de la comunión. Cristo se da a Sí mismo a cada uno de nosotros, que lo recibimos bajo las especies eucarísticas. Se da a Sí mismo a cada uno de nosotros que comemos el manjar eucarístico y bebemos la bebida eucarística. Este comer es signo de la comunión. Es signo de la unión espiritual, en la que el hombre recibe a Cristo, se le ofrece la participación en su Espíritu, encuentra de nuevo en Él particularmente íntima la relación con el Padre: siente particularmente cercano el acceso a Él.
 
Dice un gran poeta (Mickiewocz, Coloquios vespertinos):  "Hablo Contigo, que reinas en el Cielo y, que al mismo tiempo eres Huésped en la casa de mí espíritu... ¡Hablo Contigo!, me faltan palabras para Ti. Tu pensamiento escucha cada uno de mis pensamientos. Reinas lejos y sirves en cercanía, Rey en los cielos y en mi corazón sobre la cruz..." 

Nos acercamos a la comunión eucarística, recitando antes el "Padrenuestro". La comunión es un vínculo bilateral. Nos conviene decir, pues, que no sólo recibimos a Cristo, no sólo lo recibe cada uno de nosotros en este signo eucarístico, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Por así decirlo, Él acepta siempre en este Sacramento al hombre, lo hace Su amigo, tal como dijo en el Cenáculo: "Vosotros sois Mis amigos" (Jn 15, 14). Esta acogida y la aceptación del hombre por parte de Cristo es un beneficio inaudito. El hombre siente muy profundamente el deseo de ser aceptado. Toda la vida del hombre tiende en esta dirección, para ser acogido y aceptado por Dios; y la Eucaristía expresa esto sacramentalmente. Sin embargo, el hombre debe, como dice San Pablo, "examinarse a sí mismo" (cf. 1 Cor 11, 28), de si es digno de ser aceptado por Cristo. La Eucaristía es, en cierto sentido, un desafío constante para que el hombre trate de ser aceptado, para que adapte su conciencia a las exigencias de la santísima amistad divina.
 
4. Deseamos expresar en el marco de esta Solemnidad de hoy, como también el próximo Domingo y todos los días, esta veneración y amor particular, público, con que rodeamos siempre al Santísimo Sacramento. Permitid que, en este momento, mis pensamientos vuelvan, una vez más, a Polonia, de donde he regresado hace unos días (...)
 
Pues bien, precisamente allí, en mi tierra natal, he aprendido la ferviente veneración y amor a la Eucaristía. Allí he aprendido el culto al Cuerpo del Señor. En la fiesta del Corpus Domini se tienen, desde hace siglos, las procesiones eucarísticas, en las que mis compatriotas trataban de expresar comunitaria y públicamente lo que representa la Eucaristía para ellos. Y también lo hacen hoy. Me uno, pues, espiritualmente a ellos, mientras por vez primera tengo la alegría de celebrar la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre de Cristo aquí, en la Ciudad Eterna, en la que Pedro, de generación en generación, responde en cierto modo a Cristo: "Señor..., Tú sabes que te amo... Señor, Tú sabes que te amo" (Jn 21, 15-17). La Eucaristía es, en cierto modo, el punto culminante de esta respuesta. Quiero repetirla junto con toda la Iglesia a Aquel que ha manifestado su Amor por medio del Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre, permaneciendo con nosotros "hasta la consumación del mundo" (Mt 28, 20).

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