LA NATIVIDAD DE MARÍA
SANTÍSIMA 8 de septiembre de
2006
OFICIO DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
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Soy
todo tuyo y todas mis cosas Te pertenecen. Te pongo al centro de mi vida.
Dame tu Corazón, oh María.
Soy
todo tuyo, María Oh Dios Padre
Misericordioso,
que por
mediación de Jesucristo, nuestro Redentor, y de su Madre, la
Bienaventurada Virgen María, y la acción del Espíritu Santo,
concediste a tu Siervo Juan Pablo II, Servus Servorum Dei,
la gracia de ser Pastor ejemplar en el servicio de la Iglesia peregrina,
de los hijos e hijas de la Iglesia y de todos los hombres y mujeres
de buena voluntad, haz que yo sepa también responder con fidelidad
a las exigencias de la vocación cristiana, convirtiendo todos los
momentos y circunstancias de mi vida en ocasión de amarte y de servir
al Reino de Jesucristo. Te ruego que te dignes glorificar a tu Siervo
Juan Pablo II, Servus Servorum Dei, y que me concedas por su
intercesión el favor que te pido... (pídase). A Tí,
Padre Omnipotente, origen del cosmos y del hombre, por Cristo, el que
vive, Señor del tiempo y de la historia, en el Espíritu Santo que
santifica el universo, alabanza, honor y gloria ahora y por los siglos
de los siglos. Amén.
ESCUELA DE ORACIÓN DE JUAN PABLO II
VELADAS DE ORACIÓN CON JUAN PABLO II
HIMNO
A LA NATIVIDAD DE MARÍA
Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"
El próximo
8 de septiembre celebraremos la fiesta de la Natividad
de la Santísima Virgen María. Su nacimiento constituye
una especie de «prólogo» de la Encarnación: María,
como aurora, precede al sol del «nuevo día»,
anunciando la Alegría del Redentor.
"...Todo
en el Antiguo Testamento converge hacia el tiempo de
la Encarnación, y en este punto comienza el Nuevo
Testamento. En ese momento de plenitud se inserta
María. "La Natividad de María Santísima
—comenta San Andrés de Creta en la homilía sobre
la segunda lectura del oficio de la fiesta (cf Sermón
1: PG 97, 810)— representa el tránsito de un régimen
al otro, en cuanto que convierte en realidad lo que no
era más que símbolo y figura, sustituyendo lo
antiguo por lo nuevo"..."
En la
meditación antes del rezo del Ángelus del Domingo 5
de julio de 1987, el Papa Juan Pablo II invitó a
quienes estaban presentes en la Plaza de San Pedro a
hacer una Peregrinación espiritual al Santuario de la
Natividad de la Virgen, con estas palabras. Felicidades,
Madre!
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Madre de nuestro Redentor
Virgen Madre de Dios, Virgen piadosa. Madre del Salvador del mundo.
Amen.
Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
Suave, discreta y escondida,
Llega María a nuestra tierra,
Virgen y Madre prometida.
La luz del Hijo la rodea,
Por Él es bella sin medida,
Y no hay bondad entre los hombres
Que pueda serle parecida.
Suba al Señor cual blanca nube
Esta alabanza proferida;
A Dios Bendito bendecimos
Por la que fue la Bendecida. Amén
Innumerables
generaciones, a lo
largo de los
siglos, se han
dirigido en
peregrinación a
santuarios célebres
o humildes para "honrar
a la Virgen, en
sus preciosas o
modestas imágenes,
y en ellos han
encontrado gracia
y consuelo, luz de
fe y fuerza de
conversión,
refugio en las
adversidades de la
vida y en las
crisis del
alma" (Insegnamenti
di Paulo VI, IV,
1966, pág. 902).
Cada uno de
nosotros conserva
quizá en el
propio corazón el
recuerdo y el vínculo
con un santuario
mariano, donde
nuestra vida ha
estado marcada por
una llamada, por
una invitación de
la Virgen, que con
dulzura y decisión
ha dicho: "Haz
lo
que te diga Mi
Hijo" (cf. Jn
2, 5).
2. Hoy nos
dirigimos en
peregrinación
espiritual a un
santuario ligado a
la memoria del
Nacimiento de la
Virgen Santísima.
Una antigua
tradición, a la
cual se hace
referencia en un
apócrifo del
siglo II, el
Protoevangelio de
Santiago, sitúa
en Jerusalén,
junto al templo,
la casa en que
nació la Virgen.
Los cristianos,
desde el siglo V
en adelante, han
celebrado la
memoria de la
Natividad de María
en la gran iglesia
construida frente
al templo, sobre
la Piscina Probática,
donde Jesús curó
al paralítico
(cf. Jn 5, 1-9).
En el siglo VII,
San Sofronio,
Patriarca de
Jerusalén,
exaltaba así ese
Santuario:
"Al entrar en
la santa iglesia
probática, donde
la ilustre Ana dio
a luz a María,
pondré el pie en
el templo, en ese
templo de la purísima
Madre de Dios,
besaré y abrazaré
esos muros tan
queridos para mí.
No atravesaré con
indiferencia ese
lugar en el que
nació la Virgen
Reina en casa de
sus padres. Veré
también ese lugar
en el que el paralítico,
curado por orden
del Verbo, se
levantó de tierra
llevándose
consigo la camilla"
(Anacr., XX: PG
87/3, 3821-3824).
A lo largo de los
siglos se han
reunido allí
numerosos
peregrinos para
venerar a María
Santísima y para
implorar su
intercesión
maternal, haciendo
propio su
Magnificat; han
encontrado en Ella
el modelo de toda
auténtica
peregrinación,
que es siempre un
camino de fe, un
itinerario
espiritual en la
escucha continua y
fiel de la Palabra
de Dios.