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      Oración del Papa Francisco

 
Señor Jesucristo, Tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del Cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu Rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la esclavitud del dinero; a la adúltera y a la Magdalena del buscar la felicidad solamente en una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!

Tú eres el Rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón y la misericordia: haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de debilidad para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado, amado y perdonado por Dios.

Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del Señor y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia, a Ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén.

 


EL CAMINO DE MARÍA

Edición 1192 - 17 de Junio de 2018


Querido/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

 

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El Papa emérito Benedicto XVI alertó durante una Misa multitudinaria oficiada en Múnich sobre la tendencia de las sociedades modernas a permitir que la fe en la ciencia y la tecnología les impida escuchar el mensaje de Dios.

En una memorable homilía, pronunciada el 10 de septiembre de 2006  en  Múnich Benedicto  XVI afirmó que la gente moderna sufre de "dureza de oído" cuando se trata de Dios. "Dicho claramente, ya no somos capaces de escuchar a Dios; hay demasiadas frecuencias saturando nuestros oídos", afirmó. "Lo que se dice de Dios nos suena a pre-científico, algo que no tiene que ver con nuestra época", señaló.

"La gente de África admira nuestro progreso científico y tecnológico, pero, al mismo tiempo, les asusta una forma de racionalidad que excluye por completo a Dios de la visión del hombre, como si fuera ésta la más alta forma de raciocinio", valoró.

"Hay quien piensa que los proyectos sociales deben ser asumidos con urgencia, mientras que cualquier cosa que tenga que ver con Dios o incluso con la fe católica tiene una menor importancia", afirmó.

 

 

Nuestra Señora de Medjugorge

Mensaje. 2 de junio de 2018 - Aparición a Mirjana

 

"Queridos hijos, os invito a que con simplicidad de corazón acojáis mis palabras, que yo como Madre os digo para poder encaminaros por el camino de la luz, por la vía de la pureza, por el Amor único de mi Hijo, hombre y Dios. Una alegría, una luz indescriptible con las palabras humanas penetrará en vuestra alma y os envolverá con la paz y el Amor de mi Hijo: eso deseo a todos mis hijos. Por eso vosotros, apóstoles de mi amor, vosotros que sabéis amar, vosotros que sabéis perdonar, vosotros que no juzgáis, vosotros a los que yo exhorto, sed ejemplo para todos aquellos que no se han encaminado por el camino de la luz y del amor y han tomado otros caminos. Con vuestra vida mostradles la verdad, mostradles el amor, porque el amor supera todas las dificultades, y todos mis hijos tienen sed de amor. Vuestra unión en el amor es el don a mi Hijo y a mí. Por eso, hijos míos, recordad: amar significa, a veces querer bien al prójimo, a veces desear la conversión del alma de vuestro prójimo. Mientras os miro reunidos en torno a mí, mi Corazón está triste, porque veo muy poco el amor fraterno, el amor misericordioso. Hijos míos, la Eucaristía, mi Hijo vivo en medio de vosotros, y sus palabras os ayudarán a comprender; porque su Palabra es la Vida, su Palabra hace que el alma respire, su Palabra hace comprender el amor. Hijos míos, nuevamente os invito como Madre que desea el bien de sus hijos: amad a vuestros pastores, orad por ellos. Os doy las gracias".

 

  

 

EL MUNDO TIENE NECESIDAD DE DIOS

NOSOTROS NECESITAMOS A DIOS

 

HOMILÍA DE BENEDICTO XVI

MUNICH. 10 DE SEPTIEMBRE DE 2006

 

Queridos hermanos y hermanas:  
 


Acabamos de escuchar las tres lecturas bíblicas que la liturgia de la Iglesia ha elegido para este domingo. Todas ellas desarrollan un tema doble, que en el fondo es un único tema, acentuando un aspecto u otro según las circunstancias. Las tres lecturas hablan de Dios como centro de la realidad y centro de nuestra vida personal. "Mirad a vuestro Dios", dice el profeta Isaías en la primera lectura (Is 35, 4). La carta de Santiago y el pasaje del Evangelio dicen a su modo lo mismo. Quieren guiarnos hacia Dios, llevándonos por el camino recto de la vida.

Sin embargo, al tema de Dios va unido el tema social:  nuestra responsabilidad recíproca, nuestra responsabilidad para que reine la justicia y el amor en el mundo. Esto se expresa de modo dramático en la segunda lectura, en la que nos habla Santiago, un pariente cercano de Jesús. Se dirige a una comunidad en la que algunos comienzan a ser soberbios, porque en ella se encuentran también personas acomodadas y distinguidas, mientras existe el peligro de que disminuya la preocupación por el derecho de los pobres.

Santiago, en sus palabras, deja intuir la imagen de Jesús, del Dios que se hizo hombre y, a pesar de ser descendiente de David, es decir, de linaje real, se hizo un hombre como los demás; no se sentó en un trono, sino que al final murió en la pobreza extrema de la cruz. El amor al prójimo, que es en primer lugar preocupación por la justicia, es el metro para medir la fe y el amor a Dios. Santiago lo llama "ley regia" (St 2, 8), dejando vislumbrar la palabra preferida de Jesús:  la realeza de Dios, la soberanía de Dios.

Esto no indica un reino cualquiera, que llegará más tarde o más temprano; significa que Dios debe llegar a ser ahora la fuerza decisiva para nuestra vida y nuestro obrar. Esto es lo que pedimos cuando oramos:  "Venga a nosotros tu Reino". No pedimos algo lejano, que en el fondo nosotros mismos ni siquiera deseamos experimentar. Por el contrario, pedimos que la Voluntad de Dios determine ahora nuestra voluntad y así Dios reine en el mundo; pedimos, por consiguiente, que la justicia y el amor se transformen en las fuerzas decisivas en el orden del mundo.

Esa oración, como es natural, se dirige en primer lugar a Dios, pero también toca nuestro corazón. En el fondo, ¿lo deseamos de verdad? ¿Estamos orientando nuestra vida en esa dirección? A la "ley regia", la ley de la realeza de Dios, Santiago la llama también "ley de la libertad":  si todos pensamos y vivimos según Dios, entonces somos todos iguales, somos libres, y así nace la verdadera fraternidad. Isaías, en la primera lectura, al hablar de Dios —"Mirad a vuestro Dios"— habla al mismo tiempo de la salvación para los que sufren, y Santiago, hablando del orden social como expresión irrenunciable de nuestra fe, lógicamente también habla de Dios, del que somos hijos.

Pero ahora vamos a centrar nuestra atención en el Evangelio, que narra la curación de un sordomudo por obra de Jesús. También aquí encontramos de nuevo dos aspectos del único tema. Jesús se dedica a los que sufren, a los marginados de la sociedad. Los cura y, abriéndoles así la posibilidad de vivir y decidir juntamente con los demás, los introduce en la igualdad y en la fraternidad.

Esto, como es obvio, nos atañe también a todos nosotros:  Jesús nos señala a todos la dirección de nuestro obrar, nos dice cómo debemos actuar. Sin embargo, todo el episodio presenta también otra dimensión, que los Padres de la Iglesia pusieron de relieve con insistencia y que también nos concierne de modo especial a nosotros hoy. Los Padres hablan de los hombres y para los hombres de su tiempo. Pero lo que dicen nos atañe de modo nuevo también a los hombres modernos. 

No sólo existe la sordera física, que en gran medida aparta al hombre de la vida social. Existe un defecto de oído con respecto a Dios, y lo sufrimos especialmente en nuestro tiempo. Nosotros, simplemente, ya no logramos escucharlo; son demasiadas las frecuencias diversas que ocupan nuestros oídos. Lo que se dice de Él nos parece pre-científico, ya no parece adecuado a nuestro tiempo. Con el defecto de oído, o incluso la sordera, con respecto a Dios, naturalmente perdemos también nuestra capacidad de hablar con Él o a Él. Sin embargo, de este modo nos falta una percepción decisiva. Nuestros sentidos interiores corren el peligro de atrofiarse. Al faltar esa percepción, queda limitado, de un modo drástico y peligroso, el radio de nuestra relación con la realidad en general. El horizonte de nuestra vida se reduce de modo preocupante. 

El Evangelio nos narra que Jesús metió sus dedos en los oídos del sordomudo, puso un poco de su saliva en la lengua del enfermo y dijo:  "Effetá", "Ábrete". El evangelista nos conservó la palabra aramea original que pronunció Jesús en esa ocasión, remontándonos así directamente a ese momento. Lo que allí se nos relata es algo excepcional y, sin embargo, no pertenece a un pasado lejano:  eso mismo lo realiza Jesús a menudo, de modo nuevo, también hoy. 

En nuestro bautismo Él realizó sobre nosotros ese gesto de tocar y dijo:  "Effetá", "Ábrete", para hacernos capaces de escuchar a Dios y para devolvernos la posibilidad de hablarle a Él. Pero este acontecimiento, el Sacramento del Bautismo, no tiene nada de mágico. El Bautismo abre un camino.

Nos introduce en la comunidad de los que son capaces de escuchar y de hablar; nos introduce en la comunión con Jesús mismo, el único que ha visto a Dios y que, por consiguiente, ha podido hablar de Él (cf. Jn 1, 18):  mediante la fe, Jesús quiere compartir con nosotros su ver a Dios, su escuchar al Padre y hablar con Él. El camino de los bautizados debe ser un proceso de desarrollo progresivo, en el que crecemos en la vida de comunión con Dios, adquiriendo así también una mirada diversa sobre el hombre y sobre la creación. 

El Evangelio nos invita a caer en la cuenta de que tenemos un defecto en nuestra capacidad de percepción, una carencia que al principio no reconocemos como tal, porque precisamente todo lo demás se nos impone con su urgencia y racionalidad; porque, aunque ya no tengamos oídos para escuchar a Dios ni ojos para verlo, aunque vivamos sin Él, aparentemente todo se desarrolla de un modo normal. Pero, ¿es verdad que todo se desarrolla de un modo normal cuando Dios falta en nuestra vida y en nuestro mundo?

Antes de plantear más preguntas, quisiera referir algunas de mis experiencias en los encuentros con los obispos de todo el mundo. La Iglesia católica en Alemania es excelente en sus actividades sociales, en su disponibilidad a ayudar en todos los lugares donde existan necesidades. Durante sus visitas ad limina, los obispos, recientemente los de África, me hablan siempre con gratitud de la generosidad de los católicos alemanes y me piden que me haga intérprete de esta gratitud; y es lo que quisiera hacer ahora públicamente.

También los obispos de los países bálticos, que vinieron antes de las vacaciones, me explicaron que los católicos alemanes les han ayudado con gran generosidad para la reconstrucción  de  sus iglesias, muy deterioradas a causa de las décadas de dominio comunista. De vez  en cuando, sin embargo, algún obispo africano me decía:  "Si presento a Alemania proyectos sociales, encuentro inmediatamente las puertas abiertas. Pero si voy con un proyecto de evangelización, más bien encuentro reservas".

Como es obvio, algunos piensan que los proyectos sociales se han de promover con la máxima urgencia, mientras que las cosas que conciernen a Dios, o incluso la fe católica, son más bien particulares y menos prioritarias. Sin embargo, la experiencia de esos obispos es precisamente que la evangelización debe tener la precedencia; que es necesario hacer que se conozca, se ame y se crea en el Dios de Jesucristo; que hay que convertir los corazones, para que exista también progreso en el campo social, para que se inicie la reconciliación, para que se pueda curar a los enfermos con la debida atención y con amor.

La cuestión social y el Evangelio son realmente inseparables. Pero si damos a los hombres sólo conocimientos, habilidades, capacidades técnicas e instrumentos, les damos demasiado poco. En ese caso, sobrevienen pronto los mecanismos de la violencia, y prevalece la capacidad de destruir y matar, el afán de conseguir el poder, un poder que debería llevar más tarde o más temprano al establecimiento  del derecho, pero que en realidad nunca será capaz de lograrlo.

De este modo se aleja cada vez más la posibilidad de la reconciliación, del compromiso común en favor de la justicia y del amor. Entonces se pierden los criterios según los cuales la técnica se pone al servicio del derecho y del amor. Pero precisamente todo depende de estos criterios, que no son sólo teorías, sino que iluminan el corazón, haciendo así que la razón y la acción avancen por el camino recto.

Queridos amigos, este cinismo no es el tipo de tolerancia y apertura cultural que los pueblos esperan y que todos deseamos. La tolerancia que necesitamos con urgencia incluye el amor a  Dios, el respeto de lo que es sagrado para el otro. Pero este respeto de lo que los demás consideran sagrado exige que nosotros mismos aprendamos de nuevo el amor a Dios. Este sentido de respeto sólo puede renovarse en el mundo occidental si crece de nuevo la fe en Dios, si Dios está de nuevo presente para nosotros y en nosotros.

Nuestra fe no la imponemos a nadie. Este tipo de proselitismo es contrario al cristianismo. La fe sólo puede desarrollarse en la libertad. Pero a la libertad de los hombres pedimos que se abra a Dios, que lo busque, que lo escuche. Nosotros, aquí reunidos, pedimos al Señor con todo nuestro corazón que pronuncie de nuevo su "Effetá", que cure nuestro defecto de oído con respecto a Dios, a su acción y a su palabra, y que nos haga capaces de ver y de escuchar. Le pedimos que nos ayude a volver a encontrar la palabra de la oración, a la que nos invita en la liturgia y cuya fórmula esencial nos enseñó en el Padrenuestro.

El mundo necesita a Dios. Nosotros necesitamos a Dios. ¿Qué Dios necesitamos? En  la primera lectura, el profeta se dirige a un pueblo oprimido, diciendo:  "Llegará la venganza de Dios" (Is 35, 4). Nosotros podemos fácilmente intuir cómo se imaginaba la gente esa venganza. Pero el profeta mismo revela luego en qué consiste:  en la bondad de Dios, que vendrá a sanarlos. Y la explicación definitiva de las palabras del profeta la encontramos en Aquel que murió por nosotros en la Cruz:  en Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que aquí nos contempla con tanta insistencia. Su "venganza" es la Cruz:  el "no" a la violencia, el "amor hasta el extremo".

Este es el Dios que necesitamos. No faltamos al respeto a las demás religiones y culturas, no faltamos al respeto a su fe, si confesamos en voz alta y sin medios términos a aquel Dios que opuso su sufrimiento a la violencia, que ante el mal y su poder eleva su Misericordia como límite y superación.

A Él dirigimos nuestra súplica, para que esté en medio de nosotros y nos ayude a ser sus testigos creíbles. Amén.


Video: La vida de la Virgen en catorce escenas

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