"Quiero que María corone estas reflexiones, porque Ella vivió
como nadie las bienaventuranzas de Jesús. Ella es la que se estremecía de gozo
en la presencia de Dios, la que conservaba todo en su Corazón y se dejó
atravesar por la espada. Es la santa entre los santos, la más bendita, la que
nos enseña el camino de la santidad y nos acompaña. Ella no acepta que nos
quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con
Ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas
palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que
nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».
(GAUDETE ET EXSULTATE,176)
EL CAMINO DE MARÍA
TERCER DOMINGO DE PASCUA
Edición 1176-
15 de abril de 2018
Querido(a) suscriptor(a) de
El Camino de María:
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«Alegraos y
regocijaos»
(Mt 5,12).
Empieza con
las palabras
de Jesús
«a los que
son
perseguidos
o humillados
por su
causa»,
la
Exhortación
Apostólica
GAUDETE
ET EXSULTATE
firmada por
el Santo
Padre
Francisco el
19 de marzo,
Solemnidad
de San José,
del año
2018, sexto
de su
Pontificado,
y publicada
el lunes 9
de abril.
«El Llamado
a la
santidad»;
«Dos sutiles
enemigos de
la
santidad»;
«A la luz
del
Maestro»;
«Algunas
notas de la
santidad en
el mundo
actual» y
«Combate,
vigilancia y
discernimiento»
Son los
cinco
capítulos,
del
documento
pontificio -
publicado en
español,
italiano,
francés,
inglés,
portugués,
alemán,
polaco y
árabe - en
el que el
Papa
Francisco
recuerda las
Bienaventuranzas
como camino
«a
contracorriente»
que Jesús
nos indica
para ser un
buen
cristiano:
«Puede
haber muchas
teorías
sobre lo que
es la
santidad,
abundantes
explicaciones
y
distinciones.
Esa
reflexión
podría ser
útil, pero
nada es más
iluminador
que volver a
las palabras
de Jesús y
recoger su
modo de
transmitir
la verdad.
Jesús
explicó con
toda
sencillez
qué es ser
santos, y lo
hizo cuando
nos dejó las
bienaventuranzas
(cf. Mt
5,3-12; Lc
6,20-23).
Son como el
carnet de
identidad
del
cristiano.
Así, si
alguno de
nosotros se
plantea la
pregunta:
«¿Cómo se
hace para
llegar a ser
un buen
cristiano?»,
la respuesta
es sencilla:
es necesario
hacer, cada
uno a su
modo, lo que
dice Jesús
en el sermón
de las
bienaventuranzas.
En ellas se
dibuja el
rostro del
Maestro, que
estamos
llamados a
transparentar
en lo
cotidiano de
nuestras
vidas»
(63).
No es un
tratado sino
el anhelo de
hacer
resonar el
llamado a la
santidad
«No es de
esperar aquí
un tratado
sobre la
santidad,
con tantas
definiciones
y
distinciones
que podrían
enriquecer
este
importante
tema, o con
análisis que
podrían
hacerse
acerca de
los medios
de
santificación.
Mi humilde
objetivo es
hacer
resonar una
vez más el
llamado a la
santidad,
procurando
encarnarlo
en el
contexto
actual, con
sus riesgos,
desafíos y
oportunidades.
Porque a
cada uno de
nosotros el
Señor nos
eligió «para
que fuésemos
santos e
irreprochables
ante Él por
el amor»
(Ef 1,4).
(2)
CARTA
APOSTÓLICA
MANE
NOBISCUM
DOMINE
SAN
JUAN PABLO
II
El icono
de los
discípulos
de Emaús viene
bien para
orientar un
Año en que
la Iglesia
estará
dedicada
especialmente
a vivir el
misterio de
la Santísima
Eucaristía.
En el camino
de nuestras
dudas e
inquietudes,
y a veces de
nuestras
amargas
desilusiones,
el divino
Caminante
sigue
haciéndose
nuestro
compañero
para
introducirnos,
con la
interpretación
de las
Escrituras,
en la
comprensión
de los
misterios de
Dios. Cuando
el encuentro
llega a su
plenitud, a
la luz de la
Palabra se
añade la que
brota del
«Pan de
vida», con
el cual
Cristo
cumple a la
perfección
su promesa
de «estar
con nosotros
todos los
días hasta
el fin del
mundo» (cf. Mt 28,20).
(CARTA
APOSTÓLICA
MANE
NOBISCUM
DOMINE, 2)
«Les
explicó lo
que se
refería a Él
en toda la
Escritura» (Lc 24,27)
El
relato de la
aparición de
Jesús
Resucitado a
los dos
discípulos
de Emaús nos
ayuda a
enfocar un
primer
aspecto del
misterio
eucarístico
que nunca
debe faltar
en la
devoción del
Pueblo de
Dios: ¡La
Eucaristía
misterio de
luz! ¿En
qué sentido
puede
decirse esto
y qué
implica para
la
espiritualidad
y la vida
cristiana?
Jesús se
presentó a
Sí mismo
como la
«luz del
mundo» (Jn 8,12),
y esta
característica
resulta
evidente en
aquellos
momentos de
su vida,
como la
Transfiguración
y la
Resurrección,
en los que
resplandece
claramente
su gloria
divina. En
la
Eucaristía,
sin embargo,
la gloria de
Cristo está
velada. El
Sacramento
eucarístico
es un «mysterium
fidei»
por
excelencia.
Pero,
precisamente
a través del
misterio de
su
ocultamiento
total,
Cristo se
convierte en
misterio de
luz, gracias
al cual se
introduce al
creyente en
las
profundidades
de la vida
divina.
(CARTA
APOSTÓLICA
MANE
NOBISCUM
DOMINE, 11)
«Lo
reconocieron
al partir el
pan» (Lc 24,35)
Es
significativo
que los dos
discípulos
de Emaús,
oportunamente
preparados
por las
palabras del
Señor, lo
reconocieran
mientras
estaban a la
mesa en el
gesto
sencillo de
la
«fracción
del pan».
Una vez que
las mentes
están
iluminadas y
los
corazones
enfervorizados,
los signos
«hablan». La
Eucaristía
se
desarrolla
por entero
en el
contexto
dinámico de
signos que
llevan
consigo un
mensaje
denso y
luminoso. A
través de
los signos,
el misterio
se abre de
alguna
manera a los
ojos del
creyente.
Como he
subrayado en
la Encíclica Ecclesia
de
Eucharistia,
es
importante
que no se
olvide
ningún
aspecto de
este
Sacramento.
En efecto,
el hombre
está siempre
tentado a
reducir a su
propia
medida la
Eucaristía,
mientras que
en realidad es
él quien
debe abrirse
a las
dimensiones
del Misterio.
«La
Eucaristía
es un don
demasiado
grande para
admitir
ambigüedades
y
reducciones».
(CARTA
APOSTÓLICA
MANE
NOBISCUM
DOMINE, 14)
«Levantándose
al momento,
se volvieron
a Jerusalén» (Lc 24,33)
24. Los dos
discípulos
de Emaús,
tras haber
reconocido
al Señor,
«se
levantaron
al momento»
(Lc 24,33)
para ir a
comunicar lo
que habían
visto y
oído. Cuando
se ha tenido
verdadera
experiencia
del
Resucitado,
alimentándose
de su Cuerpo
y de su
Sangre, no
se puede
guardar la
alegría sólo
para uno
mismo. El
encuentro
con Cristo,
profundizado
continuamente
en la
intimidad
eucarística,
suscita en
la Iglesia y
en cada
cristiano la
exigencia de
evangelizar
y dar
testimonio.
Lo subrayé
precisamente
en la homilía en
que anuncié
el Año
de la
Eucaristía,
refiriéndome
a las
palabras de
Pablo:
«Cada vez
que coméis
de este pan
y bebéis de
la copa,
proclamaréis
la muerte
del Señor,
hasta que
vuelva»
(1Co 11,26).
El Apóstol
relaciona
íntimamente
el banquete
y el
anuncio:
entrar en
comunión con
Cristo en el
memorial de
la Pascua
significa
experimentar
al mismo
tiempo el
deber de ser
misioneros
del
acontecimiento
actualizado
en el rito. La
despedida al
finalizar la
Misa es como una
consigna que
impulsa al
cristiano a
comprometerse
en la
propagación
del
Evangelio y
en la
animación
cristiana de
la sociedad.
(CARTA
APOSTÓLICA
MANE
NOBISCUM
DOMINE, 24)
NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
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