ALABANZAS A MARÍA SANTÍSIMA,
VIRGEN
DEL ADVIENTO
¡Oh Santísima Virgen María! sea
una y mil veces bendito vuestro purismo seno, en que por nueve
meses hizo su morada el Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud
a mi alma. Avemaría.
¡Oh Santísima Virgen María! sea
una y mil veces bendito vuestro maternal regazo en que reposó y durmió
dulcemente el Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.
¡Oh Santísima Virgen María! sean
una y mil veces benditos vuestros santísimos brazos, que llevaron, abrazaron y
tiernamente estrecharon al Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.
¡Oh Santísima Virgen María! sean
una y mil veces benditas vuestras hermosísimas manos, que acariciaron y
cuidadosamente sirvieron al Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.
¡Oh Santísima Virgen
María! sean una y mil veces
benditos vuestros ojos virginales que con tanto deleite se recrearon
contemplando el Rostro del Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.
¡Oh
Santísima Virgen María! sean una
y mil veces benditos vuestros oídos castísimos, que con tanta frecuencia oyeron
el dulce nombre de Madre de la boca del Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud
a mi alma. Avemaría.
¡Oh
Santísima Virgen María! sean una
y mil veces benditos vuestros candidísimos labios, que con gozo inexplicable
imprimieron tiernos besos en el Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi
alma. Avemaría.
¡Oh Santísima Virgen María! sea
una y mil veces bendita vuestra lengua angelical, que sin cesar alabó y llamó
hijo querido al Hijo de Dios, hecho hombre por dar salud a mi alma. Avemaría.
EL CAMINO DE MARÍA
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
8 de Diciembre de 2017
Dogma de la
Inmaculada Concepción de María
"Declaramos, pronunciamos y definimos que la doctrina que
sostiene que la Santísima Virgen María, en el primer instante de
su concepción, fue por singular gracia y privilegio de Dios
omnipotente en previsión de los méritos de Cristo Jesús,
Salvador del genero humano, preservada inmune de toda mancha de
culpa original, ha sido revelada por Dios, por tanto, debe ser
firme y constantemente creída por todos los fieles".- (Dz.
1641) .
Papa Pío IX, Bula Ineffabilis Deus.
8 de Diciembre de 1854.
LA INMACULADA CONCEPCIÓN
SAN JUAN PABLO II
Audiencia General.
29 de mayo de 1996
1. En la reflexión
doctrinal de la Iglesia
de oriente, la expresión
Llena de gracia, como
hemos visto en las
anteriores catequesis,
fue interpretada, ya
desde el siglo VI, en el
sentido de una santidad
singular que reina en
María durante toda su
existencia. Ella
inaugura así la nueva
creación.
Además del relato lucano
de la Anunciación, la
Tradición y el
Magisterio han
considerado el así
llamado Protoevangelio (Gén
3,15) como una fuente
escriturística de la
verdad de la Inmaculada
Concepción de María. Ese
texto, a partir de la
antigua versión latina:
«Ella te aplastará la
cabeza», ha inspirado
muchas representaciones
de la Inmaculada que
aplasta la serpiente
bajo sus pies.
Ya hemos recordado con
anterioridad que esta
traducción no
corresponde al texto
hebraico, en el que
quien pisa la cabeza de
la serpiente no es la
mujer, sino su linaje,
su descendiente. Ese
texto, por consiguiente,
no atribuye a María,
sino a su Hijo la
victoria sobre satanás.
Sin embargo, dado que la
concepción bíblica
establece una profunda
solidaridad entre el
progenitor y la
descendencia, es
coherente con el sentido
original del pasaje la
representación de la
Inmaculada que aplasta a
la serpiente, no por
virtud propia sino de la
gracia del Hijo.
2. En el mismo texto
bíblico, además, se
proclama la enemistad
entre la mujer y su
linaje, por una parte, y
la serpiente y su
descendencia, por otra.
Se trata de una
hostilidad expresamente
establecida por Dios,
que cobra un relieve
singular si consideramos
la cuestión de la
santidad personal de la
Virgen. Para ser la
enemiga irreconciliable
de la serpiente y de su
linaje, María debía
estar exenta de todo
dominio del pecado. Y
esto desde el primer
momento de su
existencia.
A este respecto, la
Encíclica "Fulgens
corona", publicada por
el Papa Pío XII en 1953
para conmemorar el
centenario de la
definición del dogma de
la Inmaculada
Concepción, argumenta
así:
-
«Si en un
momento determinado la
Santísima Virgen María
hubiera quedado privada
de la gracia divina, por
haber sido contaminada
en su concepción por la
mancha hereditaria del
pecado, entre Ella y la
serpiente no habría ya
-al menos durante ese
periodo de tiempo, por
más breve que fuera- la
enemistad eterna de la
que se habla desde la
tradición primitiva
hasta la solemne
definición de la
Inmaculada Concepción...»
La absoluta enemistad
puesta por Dios entre la
Mujer y el demonio
exige, por tanto, en
María, la Inmaculada
Concepción, es decir,
una ausencia total de
pecado, ya desde el
inicio de su vida.
El Hijo de María obtuvo
la victoria definitiva
sobre satanás e hizo
beneficiaria
anticipadamente a su
Madre,
preservándola del pecado.
Como consecuencia, el
Hijo le concedió el
poder de resistir al
demonio, realizando así
en el misterio de la
Inmaculada Concepción el
más notable efecto de su
obra redentora.
3. El apelativo llena de
gracia y el
Protoevangelio, al
atraer nuestra atención
hacia la santidad
especial de María y
hacia el hecho de que
fue completamente
librada del influjo de
satanás, nos hacen
intuir en el privilegio
único concedido a María
por el Señor el inicio
de un nuevo orden, que
es fruto de la amistad
con Dios y que implica,
en consecuencia, una
enemistad profunda entre
la serpiente y los
hombres.
Como testimonio bíblico
en favor de la
Inmaculada Concepción de
María, se suele
citar también el
capítulo 12 del
Apocalipsis, en el que
se habla de la «mujer
vestida de sol» (Ap
12,1). La exégesis
actual concuerda en ver
en esa mujer a la
comunidad del pueblo de
Dios, que da a luz con
dolor al Mesías
resucitado. Pero, además
de la interpretación
colectiva, el texto
sugiere también una
individual, cuando
afirma: «La mujer dio a
luz un hijo varón, el
que ha de regir a todas
las naciones con cetro
de hierro» (Ap 12,5).
Así, haciendo referencia
al parto, se admite
cierta identificación de
la mujer vestida de sol
con María, la mujer que
dio a luz al Mesías. La
mujer-comunidad está
descrita con los rasgos
de la mujer-Madre de
Jesús.
Caracterizada por su
maternidad, la mujer
«está encinta, y grita
con los dolores del
parto y con el tormento
de dar a luz» (Ap 12,2).
Esta observación remite
a la Madre de Jesús al
pie de la Cruz (ver Jn
19,25), donde participa,
con el alma traspasada
por la espada (ver Lc
2,35), en los dolores
del parto de la
comunidad de los
discípulos. A pesar de
sus sufrimientos, está
vestida de sol, es
decir, lleva el reflejo
del esplendor divino, y
aparece como signo
grandioso de la relación
esponsal de Dios con su
pueblo.
Estas imágenes, aunque
no indican directamente
el privilegio de la
Inmaculada Concepción,
pueden interpretarse
como expresión de la
solicitud amorosa del
Padre que llena a María
con la gracia de Cristo
y el esplendor del
Espíritu.
Por último, el
Apocalipsis invita a
reconocer más
particularmente la
dimensión eclesial de la
personalidad de María:
la mujer vestida de sol
representa la santidad
de la Iglesia,
que se realiza
plenamente en la
Santísima Virgen, en
virtud de una gracia
singular.
4. A esas afirmaciones
escriturísticas, en las
que se basan la
Tradición y el
Magisterio para
fundamentar la doctrina
de la Inmaculada
Concepción, parecerían
oponerse los textos
bíblicos que afirman la
universalidad del
pecado.
El Antiguo Testamento
habla de un contagio del
pecado que afecta a
«todo nacido de mujer»
(Sal 50[51],7; Job
14,2). En el Nuevo
Testamento, San Pablo
declara que, como
consecuencia de la culpa
de Adán, «todos pecaron»
y que «el delito de uno
solo atrajo sobre todos
los hombres la
condenación» (Rom
5,12.18). Por
consiguiente, como
recuerda el Catecismo de
la Iglesia católica, el
pecado original «afecta
a la naturaleza humana»,
que se encuentra así «en
un estado caído». Por
eso, el pecado se
transmite «por
propagación a toda la
humanidad, es decir, por
la transmisión de una
naturaleza humana
privada de la santidad y
de la justicia
originales». San
Pablo admite una
excepción de esa ley
universal: Cristo, que
«no conoció pecado»
(2Cor 5,21) y así pudo
hacer que sobreabundara
la gracia «donde abundó
el pecado» (Rom 5,20).
Estas afirmaciones no
llevan necesariamente a
concluir que María forma
parte de la humanidad
pecadora. El paralelismo
que San Pablo establece
entre Adán y Cristo se
completa con el que
establece entre Eva y
María: el papel de la
mujer, notable en el
drama del pecado, lo es
también en la redención
de la humanidad.
San Ireneo presenta a
María como la nueva Eva
que, con su fe y su
obediencia, contrapesa
la incredulidad y la
desobediencia de Eva.
Ese papel en la economía
de la salvación exige la
ausencia de pecado. Era
conveniente que, al
igual que Cristo, nuevo
Adán, también María,
nueva Eva, no conociera
el pecado y fuera así
más apta para cooperar
en la redención.
El pecado, que como
torrente arrastra a la
humanidad, se detiene
ante el Redentor y su
fiel colaboradora.
Con una diferencia
sustancial: Cristo
es totalmente santo en
virtud de la gracia que
en su humanidad brota de
la Persona divina; y
María es totalmente
santa en virtud de la
gracia recibida por los
méritos del Salvador.
SAN JUAN PABLO II
HOMENAJE A LA INMACULADA. 8-DICIEMBRE-1984
¡OH
INMACULADA. MADRE QUE NOS CONOCES, PERMANECE
CON TUS HIJOS!
1.
«Establezco hostilidades entre ti y la mujer
... / ella te herirá en la cabeza» (Gén
3, 15).
Estas palabras pronunciadas por el Creador
en el jardín del Edén, están presentes en la
liturgia de la fiesta de hoy.
Están presentes en la teología de la
Inmaculada Concepción. Con ellas Dios ha
abrazado la historia del hombre en la tierra
después del pecado original:
“Hostilidad” entre el tentador —el
instigador del pecado— y la mujer.
«Hostilidad»: lucha entre el bien y el mal,
entre la gracia y el pecado.
Esta lucha colma la historia del hombre en
la tierra, crece en la historia de los
pueblos, de las naciones, de los sistemas y,
finalmente, de toda la humanidad.
Esta lucha alcanza, en nuestra época, un
nuevo nivel de tensión.
Tú, Madre de Dios, estás en medio de nuestra
historia. Estás en medio de esta tensión.
La Inmaculada Concepción no te ha excluido
de ella, sino que te ha enraizado aún más en
ella.
2. Venimos hoy, como todos los años, a Ti,
Virgen de la Plaza de España, conscientes
más que nunca de esa lucha y del combate que
se desarrolla en las almas de los hombres,
entre la gracia y el pecado, entre la fe y
la indiferencia o incluso el rechazo de
Dios.
Somos conscientes de estas luchas que
perturban el mundo contemporáneo.
Conscientes de esta «hostilidad» que desde
los orígenes te contrapone al tentador, a
aquel que engaña al hombre desde el
principio y es el «padre de la mentira», el
«príncipe de las tinieblas» y, a la vez, el
«príncipe de este mundo» (Jn 12, 31).
Tú, que «aplastas la cabeza de la
serpiente», no permitas que cedamos.
No permitas que nos dejemos vencer por el
mal, sino haz que nosotros mismos venzamos
al mal con el bien.
3. Oh, Tú, victoriosa en tu Inmaculada
Concepción, victoriosa con la fuerza de Dios
mismo, con la fuerza de la gracia.
Mira que se inclina ante Ti Dios Padre
Eterno.
Mira que se inclina ante Ti el Hijo, de la
misma naturaleza que el Padre, tu Hijo
crucificado y resucitado.
Mira que te abraza la potencia del Altísimo:
el Espíritu Santo, el Autor de la Santidad.
La heredad del pecado es extraña a Ti.
Eres «Llena de gracia»,
Se abre en Ti el Reino de Dios mismo.
Se abre en Ti el nuevo porvenir del hombre,
del hombre redimido, liberado del pecado.
Que este porvenir penetre, como la luz del
Adviento, las tinieblas que se extienden
sobre la tierra, que caen sobre los
corazones humanos y sobre las conciencias.
¡Oh Inmaculada!
«Madre que nos conoces, permanece con tus
hijos».!
Amén.
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