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Acordaos, ¡oh piadosísima Virgen
María!, que jamás se ha oído decir que
ninguno de los que han acudido a vuestra
protección, implorando vuestro auxilio,
haya sido desamparado. Animado por esta
confianza, a Vos acudo, oh Madre, Virgen
de las vírgenes, y gimiendo bajo el peso
de mis pecados me atrevo a comparecer
ante Vos. Oh Madre de Dios, no desechéis
mis súplicas, antes bien, escuchadlas y
acogedlas benignamente. Amén.
EL CAMINO DE MARÍA
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MES CONSAGRADO A MARÍA SANTÍSIMA
EN LOS PAÍSES DEL HEMISFERIO SUR
Edición 1050 - 21 de Noviembre de 2016
El 21 de noviembre celebramos el memorial de LA PRESENTACIÓN DE LA VIRGEN
MARÍA EN EL TEMPLO, o sea la «dedicación» que María Santísima hizo
de Sí misma a Dios, ya desde su infancia, movida por el Espíritu Santo, cuya
gracia la llenaba plenamente.
La festividad de la Presentación de María al Templo que procede de una
antigua tradición está históricamente ligada a la consagración de una basílica
en honor de Santa María, -el edificio fue deseado por Monseñor Elías, obispo de
Jerusalén, y fue terminado bajo los auspicios del emperador Justiniano
(527-565)- al lado de la zona del templo de Jerusalén, ahí donde la Virgen pasó
su infancia dedicada al servicio divino. Esta iglesia fue consagrada el 21 de
noviembre del año 543, y fue llamada Nueva Iglesia, para distinguirla de la
antigua, dedicada a la Natividad de María. En el transcurso del siglo VIII la
festividad se extendió por todas las Iglesias orientales, y, con el favor del
pueblo de Dios, pasa a ser parte de las grandes doce festividades del año.
Todavía hoy se celebra en Oriente con una vigilia preparatoria y algunos días de
post-festividad, hasta el 25 de noviembre.
Esta memoria litúrgica constituye una buena oportunidad para que hagamos un examen
hondo sobre nuestras actitudes más íntimas para ser completamente hombres y
mujeres de Dios. Esforcémonos más para ser muy fieles a la vocación cristiana
que hemos recibido en el Bautismo. Y, para eso, consideremos con qué amor
recibimos, con la frecuencia necesaria, el Sacramento de la Reconciliación.
En la meditación antes del rezo del Ángelus del 19 de noviembre de 2006, San
Juan Pablo II expresó.
El 21 de noviembre, con ocasión de la memoria litúrgica de la Presentación de
María Santísima en el templo, celebraremos la Jornada pro orantibus, dedicada al
recuerdo de las comunidades religiosas de clausura. Es una ocasión muy oportuna
para dar gracias al Señor por el don de tantas personas que, en los monasterios
y en los eremitorios, se dedican totalmente a Dios en la oración, en el silencio
y en el ocultamiento.
Algunos se preguntan qué sentido y qué valor puede tener su presencia en nuestro
tiempo, en el que hay numerosas y urgentes situaciones de pobreza y de necesidad
que se deben afrontar. ¿Por qué "encerrarse" para siempre entre las paredes de
un monasterio y privar así a los demás de la contribución de las propias
capacidades y experiencias? ¿Qué eficacia puede tener su oración para la
solución de los numerosos problemas concretos que siguen afligiendo a la
humanidad?
Sin embargo, de hecho también hoy, suscitando con frecuencia la sorpresa de
amigos y conocidos, muchas personas abandonan carreras profesionales a menudo
prometedoras para abrazar la austera regla de un monasterio de clausura. Sólo
las impulsa a un paso tan comprometedor el haber comprendido, como enseña el
Evangelio, que el Reino de los cielos es "un tesoro" por el cual vale de verdad
la pena abandonarlo todo (cf. Mt 13, 44). En efecto, estos hermanos y hermanas
nuestros testimonian silenciosamente que en medio de los acontecimientos
diarios, a veces bastante turbulentos, el único apoyo que no vacila jamás es
Dios, roca inquebrantable de fidelidad y de amor.
"Todo se pasa, Dios no se muda", escribió la gran maestra espiritual santa
Teresa de Ávila en uno de sus célebres textos. Y ante la necesidad generalizada
que muchos sienten de salir de la rutina diaria de las grandes aglomeraciones
urbanas en busca de lugares propicios para el silencio y la meditación, los
monasterios de vida contemplativa se presentan como "oasis" en los que el
hombre, peregrino en la tierra, puede beber mejor en las fuentes del Espíritu y
saciarse a lo largo del camino. Por tanto, estos lugares, aparentemente
inútiles, son en realidad indispensables, como los "pulmones" verdes de una
ciudad: hacen bien a todos, incluso a quienes no los frecuentan y tal vez
ignoran su existencia.
Queridos hermanos y hermanas, demos gracias al Señor, que en su providencia ha
querido las comunidades de clausura, masculinas y femeninas. No les privemos de
nuestro apoyo espiritual y también material, para que puedan cumplir su misión:
mantener viva en la Iglesia la ardiente espera de la vuelta de Cristo. Para
ello, invoquemos la intercesión de María, a quien, en la memoria de su
Presentación en el templo, contemplaremos como Madre y Modelo de la Iglesia, que
reúne en sí ambas vocaciones: a la virginidad y al matrimonio, a la vida
contemplativa y a la activa."
La Virgen es conducida hoy a la Casa del Señor.
«El Templo purísimo del Salvador, la preciosa habitación nupcial, la Virgen,
Tesoro sagrado de la gloria divina, es conducida hoy a la Casa del Señor y lleva
con Ella la gracia del Espíritu divino; los ángeles la alaban: Ella es el
Tabernáculo celeste» (de la Liturgia oriental.)
Oh María sin pecado concebida,
ruega por nosotros que recurrimos a Vos.
Esta es la oración que tú inspiraste, oh María, a Santa
Catalina Labouré, y esta invocación, grabada en la
Medalla la llevan y pronuncian ahora muchos fieles por
el mundo entero.
¡Bendita tú entre todas las mujeres! ¡Bienaventurada tú
que has creído! ¡El Poderoso ha hecho maravillas en Ti!
¡La maravilla de tu Maternidad divina! Y con vistas a
ésta, ¡la maravilla de tu Inmaculada Concepción! ¡La
maravilla de tu fiat! ¡Has sido asociada tan íntimamente
a toda la obra de nuestra redención, has sido asociada a
la Cruz de nuestro Salvador!
Tu Corazón fue traspasado junto con su Corazón. Y ahora,
en la gloria de tu Hijo, no cesas de interceder por
nosotros, pobres pecadores. Velas sobre la Iglesia de la
que eres Madre. Velas sobre cada uno de tus hijos.
Obtienes de Dios para nosotros todas esas gracias que
simbolizan los rayos de luz que irradian de tus manos
abiertas. Con la única condición de que nos atrevamos a
pedírtelas, de que nos acerquemos a Ti con la confianza,
osadía y sencillez de un niño. Y precisamente así nos
encaminas sin cesar a tu Divino Hijo.
Te consagramos nuestras fuerzas y disponibilidad para
estar al servicio del designio de salvación actuado por
tu Hijo. Te pedimos que por medio del Espíritu Santo la
fe se arraigue y consolide en todo el pueblo cristiano,
que la comunión supere todos los gérmenes de división
que la esperanza cobre nueva vida en los que están
desalentados. Te pedimos por los que padecen pruebas
particulares, físicas o morales, por los que están
tentados de infidelidad, por los que son zarandeados por
la duda de un clima de incredulidad, y también por los
que padecen persecución a causa de su fe.
Te confiamos el apostolado de los laicos, el ministerio
de los sacerdotes, el testimonio de las religiosas.
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es
contigo, bendita Tú eres entre todas las mujeres y
bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María,
Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en
la hora de nuestra muerte. Amén.
(Oración de San Juan Pablo II. 31-mayo-1980)
«Escucha, hija, mira, inclina el
oído, olvida tu pueblo y la casa
paterna. Prendado está el Rey de tu
belleza. Ya entra la princesa
bellísima, vestida de perlas y
brocado». (Salmo 44)
LA ORACIÓN A
MARÍA SANTÍSIMA
Audiencia semanal.
5/11/1997
1. A
lo largo de los siglos el
culto mariano ha
experimentado un desarrollo
ininterrumpido. Además de
las fiestas litúrgicas
tradicionales dedicadas a la
Madre del Señor, ha visto
florecer innumerables
expresiones de piedad, a
menudo aprobadas y
fomentadas por el Magisterio
de la Iglesia.
Muchas devociones y
plegarias marianas
constituyen una prolongación
de la misma liturgia y a
veces han contribuido a
enriquecerla, como en el
caso del Oficio
en honor de la
Bienaventurada Virgen María y
de otras composiciones que
han entrado a formar parte
del Breviario.
La primera invocación
mariana que se conoce se
remonta al siglo III y
comienza con las palabras: «Bajo
tu amparo nos acogemos,
Santa Madre de Dios...». Pero
la oración a la Virgen más
común entre los cristianos
desde el siglo XIV es el «Ave
María».
Repitiendo las primeras
palabras que el Ángel
dirigió a María, introduce a
los fieles en la
contemplación del misterio
de la Encarnación. La
palabra latina «Ave», que
corresponde al vocablo
griego cañre,
constituye una invitación a
la alegría y se podría
traducir como «Alégrate».
El
hermoso himno oriental «Akáthistos» repite
este
«Alégrate»
.
En el Ave
María llamamos
a la Virgen «llena
de gracia» y
de este modo reconocemos la
perfección y belleza de su
alma.
La expresión «El
señor está contigo» revela
la especial relación
personal entre Dios y María,
que se sitúa en el gran
designio de la alianza de
Dios con toda la humanidad.
Además, la expresión «Bendita
tú eres entre todas las
mujeres y bendito es el
fruto de tu vientre, Jesús», afirma
la realización del designio
divino en el cuerpo virginal
de la Hija de Sión.
Al invocar «Santa
María, Madre de Dios»,
los cristianos suplican a
aquella que por singular
privilegio es Inmaculada
Madre del Señor: «Ruega
por nosotros pecadores», y
se encomiendan a Ella ahora
y en la hora suprema de la
muerte.
2.
También la oración
tradicional del Ángelus invita
a meditar el misterio de la
Encarnación, exhortando al
cristiano a tomar a María
como punto de referencia en
los diversos momentos de su
jornada para imitarla en su
disponibilidad a realizar el
plan divino de la salvación.
Esta oración nos hace
revivir el gran evento de la
historia de la humanidad, la
Encarnación, al que hace ya
referencia cada «Ave
María». He
aquí el valor y el atractivo
delAngelus,
que tantas veces han puesto
de manifiesto no sólo
teólogos y pastores, sino
también poetas y pintores.
En la devoción mariana ha
adquirido un puesto de
relieve el Santo
Rosario,que
a través de la repetición
del «Ave
María» lleva
a contemplar los misterios
de la fe. También esta
plegaria sencilla, que
alimenta el amor del pueblo
cristiano a la Madre de
Dios, orienta más claramente
la plegaria mariana a su
fin: la glorificación de
Cristo.
El Papa Pablo VI, como sus
predecesores, especialmente
León XIII, Pío XII y Juan
XXIII, tuvo en gran
consideración el rezo del
Rosario y recomendó su
difusión en las familias.
Además, en la exhortación
apostólica Marialis
cultus, ilustró su
doctrina, recordando que se
trata de una «oración
evangélica, centrada en el
misterio de la Encarnación
redentora», y reafirmando su
«orientación claramente
cristológica»
A menudo, la piedad popular
une al Santo
Rosario las Letanías,
entre las cuales las más
conocidas son las que se
rezan en el santuario de
Loreto y por eso se llaman «lauretanas». Con
invocaciones muy sencillas,
ayudan a concentrarse en la
persona de María para captar
la riqueza espiritual que el
amor del Padre ha derramado
en ella.
3.
Como la liturgia y la piedad
cristiana demuestran, la
Iglesia ha tenido siempre en
gran estima el culto a
María, considerándolo
indisolublemente vinculado a
la fe en Cristo. En efecto,
halla su fundamento en el
designio del Padre, en la
voluntad del Salvador y en
la acción inspiradora del
Paráclito.
La Virgen, habiendo recibido
de Cristo la salvación y la
gracia, está llamada a
desempeñar un papel
relevante en la redención de
la humanidad. Con
la devoción mariana los
cristianos reconocen el
valor de la presencia de
María en el camino hacia la
salvación, acudiendo a Ella
para obtener todo tipo de
gracias. Sobre
todo, saben que pueden
contar con su maternal
intercesión para recibir del
Señor cuanto necesitan para
el desarrollo de la vida
divina y a fin de alcanzar
la salvación eterna.
Como atestiguan los
numerosos títulos atribuidos
a la Virgen y las
peregrinaciones
ininterrumpidas a los
santuarios marianos, la
confianza de los fieles en
la Madre de Jesús los
impulsa a invocarla en sus
necesidades diarias. Están
seguros de que su
corazón materno no puede
permanecer insensible ante
las necesidades materiales y
espirituales de sus hijos.
Así, la
devoción a la Madre de Dios,
alentando la confianza y la
espontaneidad, contribuye a
infundir serenidad en la
vida espiritual y hace
progresar a los fieles por
el camino exigente de las
bienaventuranzas.
4.
Finalmente, queremos
recordar que la
devoción a María dando
relieve a la dimensión
humana de la Encarnación,
ayuda a descubrir mejor el
Rostro de un Dios que
comparte las alegrías y los
sufrimientos de la
humanidad, el «Dios
con nosotros», que Ella
concibió como hombre en su
seno purísimo, engendró,
asistió y siguió con
inefable amor desde los días
de Nazaret y de Belén a los
de la Cruz y la
Resurrección.
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