EL CAMINO DE MARÍA

Edición nro. 101

   Oh Virgen fiel, que fuiste siempre solícita y dispuesta a recibir,
conservar y meditar la Palabra de Dios!:
Haz que también nosotros, en medio de las  dramáticas vicisitudes de la historia, sepamos mantener siempre intacta nuestra fe cristiana.

 

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«Al inicio del Año Eucarístico, esforzaos por seguir a Jesús, camino, verdad y vida. ¡Sed adoradores frecuentes de la Santísima Eucaristía!» (Juan Pablo II, 13-X-2004)

 

 
 
 
 
 
 
 
 
 

 

 

"O Sacrum Convivium, in quo Christus sumitur! El Año de la Eucaristía nace de la conmoción de la Iglesia ante este gran Misterio. Una conmoción que me embarga continuamente. De ella surgió la Encíclica Ecclesia de Eucharistia. Considero como una grande gracia del vigésimo séptimo año de ministerio petrino que estoy a punto de iniciar, el poder invitar ahora a toda la Iglesia a contemplar, alabar y adorar de manera especial este inefable Sacramento...". (Juan Pablo II, Carta Apostólica MANE NOBISCUM DOMINE, 29)

Estimado/a Suscriptor/a de "El Camino de María"

El Año de la Eucaristía, que comienza el domingo 17 de octubre, se ha convertido en el eje de la vida y el ministerio de Juan Pablo II. En la Carta Apostólica que publicó el 7 de octubre titulada: «Mane nobiscum, Domine» («Quédate con nosotros, Señor»), el Santo Padre menciona en el punto 29:   "...Que el Año de la Eucaristía sea para todos una excelente ocasión para tomar conciencia del tesoro incomparable que Cristo ha confiado a su Iglesia. Que sea estímulo para celebrar la Eucaristía con mayor vitalidad y fervor, y que ello se traduzca en una vida cristiana transformada por el amor..." .

Luego el Santo Padre escribe :"Aunque el fruto de este Año fuera solamente avivar en todas las comunidades cristianas la celebración de la Misa dominical e incrementar la Adoración Eucarística fuera de la Misa, este Año de gracia habría conseguido un resultado significativo. No obstante, es bueno apuntar hacia arriba, sin conformarse con medidas mediocres, porque sabemos que podemos contar siempre con la ayuda Dios."

Desde el Camino de María les proponemos comenzar este Año de la Eucaristía, meditando con María el capítulo 6 de la Encíclica "Ecclesia de Eucharistía", que Juan Pablo II diera a conocer el Jueves Santo del año 2003. Dicho capítulo se titula: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA.

Como todas las semanas incluímos en esta edición el texto de una Catequesis de la serie El Espíritu Santo prometido PENTECOSTÉS, FIESTA DE LA NUEVA MIES.

En el día de hoy, 16 de octubre, Juan Pablo II cumple el vigésimo sexto año de de su ministerio petrino, iniciado  el 16 de octubre de 1978. Elevemos nuestras acciones de gracias a nuestro Señor Jesucristo, Único Pastor de la Iglesia, por los frutos de los 26 años del ministerio del Santo Padre al servicio del pueblo de Dios.

Pidamos a María "que ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios", que nos guíe hacia el Santísimo Sacramento  porque tiene una relación profunda con él.

 

 

María es mi Madre!


Bajo su manto me amparo, con sus frutos me alimento, con el Pan Eucarístico que me proporciona.
Ella es mi Madre!
Me arrojo en sus brazos y Ella me estrecha contra su corazón. La escucho y su palabra me instruye. La miro y su belleza me alumbra.
Ella es mi Madre!
Si estoy débil me sostiene, la invoco y su bondad me atiende. Si enfermo me sana, si muerto por el pecado me da la vida de la gracia.
Ella es mi Madre!
 En la lucha me socorre, en la tentación me auxilia, en la angustia me consuela, en el trabajo me sostiene, en la agonía me acompaña.
Ella es mi Madre!
Cuando voy a Jesús, me conduce, cuando llego a sus pies, me presenta.Cuando le pido favores, me protege.
Ella es mi Madre!
Si soy constante en mi súplica, me escucha. Si la visito me atiende.
En la vida me guía al cielo y en la muerte recibiré de sus manos la eterna corona.
Ella es mi Madre!
Que buena es María, que dulce y hermosa es!
Ella es mi Madre!

Nuestra Señora del Santísimo Sacramento.
Ruega por nosotros
!

Marisa y Eduardo Vinante 

Editores de "El Camino de María".  

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

EL ESPÍRITU SANTO PROMETIDO

PENTECOSTÉS, FIESTA DE LA NUEVA MIES

Audiencia General del miércoles 5 de julio  de 1989

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ECCLESIA DE EUCHARISTÍA

EN LA ESCUELA DE MARÍA, "MUJER "EUCARÍSTICA"

 Capítulo VI de la Carta  Encíclica Ecclesia de Eucharistia,

 PENTECOSTÉS, FIESTA DE LA NUEVA MIES

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. De las catequesis que hemos dedicado al articulo de los Símbolos de la fe acerca del Espíritu Santo se puede deducir el rico fundamento bíblico de la verdad neumatológica. Sin embargo, es preciso al mismo tiempo señalar el diferente matiz que, en la Revelación divina, tiene esta verdad en relación con la verdad cristológica. En efecto, de los textos sagrados se deduce que el Hijo eterno, consubstancial con el Padre es la plenitud de la autorrevelación de Dios en la historia de la humanidad. Al hacerse 'hijo del hombre', 'nacido de mujer' (Cfr. Gal 4, 4), él se manifestó y actuó como verdadero hombre. Como tal también reveló definitivamente al Espíritu Santo, anunciando su venida y dando a conocer su relación con el Padre y con el Hijo en la misión salvífica, y, por consiguiente, en el misterio de la Trinidad. Según el anuncio y la promesa de Jesús, con la venida del Paráclito comienza la Iglesia, Cuerpo de Cristo (Cfr. 1 Cor 12, 27) y sacramento de su presencia con nosotros hasta el fin del mundo' (Cfr. Mt 28, 20).
 
Sin embargo, el Espíritu Santo, consubstancial con el Padre y el Hijo, permanece como el 'Dios escondido'. Aun obrando en la Iglesia y en el mundo, no se manifiesta visiblemente, a diferencia del Hijo, que asumió la naturaleza humana y se hizo semejante a nosotros, de forma que los discípulos, durante su vida mortal, pudieron verlo y 'tocarlo con la mano', a Él, la palabra de vida (Cfr. 1 Jn 1, 1).
 
Por el contrario, el conocimiento del Espíritu Santo, fundado en la fe en la revelación de Cristo, no tiene para su consuelo la visión de una Persona divina viviente en medio de nosotros de forma humana, sino sólo la constatación de los efectos de su presencia y de su actuación en nosotros y en el mundo. El punto clave para este conocimiento es el acontecimiento de Pentecostés.
 
2. Según la tradición religiosa de Israel, Pentecostés era originariamente la fiesta de la siega. Tres veces al año se presentarán todos tus varones ante Yahvéh, el Señor, el Dios de Israel' (Ex 34, 23). La primera vez era con ocasión de la fiesta de Pascua; la segunda, con ocasión de la fiesta de la siega, y la tercera, con ocasión de la fiesta de las Tiendas.
 
La fiesta de la siega, 'de las primicias de tus trabajos, de lo que hayas sembrado en el campo' (Ex 23, 16) se llamaba en griego Pentecostés puesto que se celebraba 50 días después de la fiesta de Pascua. Solía también llamarse fiesta de las semanas, por el hecho de que caía siete semanas después de la fiesta de Pascua. Luego se celebraba por separado la fiesta de la cosecha, hacia el fin del año (Cfr. Ex 23, 16; 34, 22). Los libros de la Ley contenían prescripciones detalladas acerca de la celebración de Pentecostés (Cfr. Lv 23,15 ss.; Nm 28. 26-31), Que a continuación se transformó también en la fiesta de la renovación de la alianza (Cfr. 2 Cor 15,10-13), como veremos a su tiempo.
 
3. La bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos de Cristo que en el Cenáculo 'perseveraban en la oración, con un mismo espíritu' en compañía de María, la madre de Jesús (Cfr. Hech 1,14), hace referencia al significado veterotestamentario de Pentecostés La fiesta de la siega se convierte en la fiesta de la nueva 'mies' que es obra del Espíritu Santo: la mies en el Espíritu.
 
Esta mies es el fruto de la siembra de Cristo Sembrador. Recordemos las palabras de Jesús que nos refiere el Evangelio de Juan: Pues bien, yo os digo: alzad vuestros ojos y ved los campos, que blanquean ya para la siega' (Jn 4, 35). Jesús daba a entender que los Apóstoles recogerían ya tras su muerte la mies de esta siembra: 'Uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga' (Jn 4, 37)38).
 
Desde el día de Pentecostés, por obra del Espíritu Santo, los Apóstoles se transformarán en segadores de la siembra de Cristo 'El segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna de modo que el sembrador se alegra igual que el segador' (Jn 4, 36). Y, en verdad, ya el día de Pentecostés, tras el primer discurso de Pedro, la mies se manifiesta abundante porque se convirtieron 'cerca de tres mil personas' (Hech 2, 41 ) de forma que eso constituyó motivo de una alegría común: la alegría de los apóstoles y de su Maestro, el divino Sembrador.
 
4. Efectivamente, la mies es fruto de su sacrificio. Si Jesús habla de la 'fatiga' del Sembrador, ella consiste, sobre todo, en su pasión y muerte en la Cruz. Cristo es aquel 'Otro' que se ha fatigado para esta siega. 'Otro' que ha abierto el camino al Espíritu de verdad, que, desde el día de Pentecostés, comienza a obrar eficazmente por medio del kerigma apostólico.
 
El camino ha sido abierto mediante la ofrenda que Cristo hizo de sí mismo en la Cruz: mediante la muerte redentora, confirmada por el costado atravesado del Crucificado. En efecto, de su corazón 'al instante salió sangre y agua' (Jn 19, 34), señal de la muerte física. Pero en este hecho se puede ver también el cumplimiento de las misteriosas palabras que dijo en una ocasión Jesús, el último día de la fiesta de las Tiendas, acerca de la venida del Espíritu Santo. 'Si alguno tiene sed, venga a mi y beba el que crea en mi, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva'. El Evangelista comenta: Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él' (Jn 7, 37-39). Quiere decir que los creyentes recibirían mucho más que la lluvia implorada en la fiesta de las Tiendas, alcanzando una fuente de la que vendría en verdad el agua regeneradora de Sión, anunciada por los profetas (Cfr. Za 14, 8, Ez 47, 1 ss.).
 
5. Acerca del Espíritu Santo Jesús había prometido: 'Si me voy, os lo enviaré' (Jn 16, 7). Verdaderamente el agua que mana del costado atravesado de Cristo (Cfr. Jn 19, 34) es la señal de este 'envío'. Será una efusión 'abundante': incluso, un río de agua viva', metáfora que expresa una especial generosidad y benevolencia de Dios que se da al hombre.
 
Pentecostés, en Jerusalén, es la confirmación de esta abundancia divina, prometida y concedida por Cristo mediante el Espíritu.
 
Las mismas circunstancias de la fiesta parecen tener en la narración de Lucas un significado simbólico. La bajada del Paráclito sucede efectivamente, en el apogeo de la fiesta. La expresión usada por el Evangelista alude a una plenitud, ya que dice: 'Al llegar el día de Pentecostés' (Hech 2, 1). Por otra parte, San Lucas refiere incluso que 'estaban todos reunidos en un mismo lugar', lo que indica la totalidad de la comunidad reunida: todos reunidos', no sólo los Apóstoles, sino también la totalidad del grupo originario de la Iglesia naciente hombres y mujeres, en compañía de la Madre de Jesús. Es un primer detalle que conviene tener presente. Pero en la descripción de aquel acontecimiento hay también otros detalles que, siempre desde el punto de vista de la 'plenitud', se revelan igualmente importantes.
 
Como escribe Lucas, 'de repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban... y quedaron todos llenos del Espíritu Santo' (Hech 2, 2, 4). Observemos la insistencia en la plenitud ('llenó', 'quedaron todos llenos'). Esta observación puede relacionarse con lo que dijo Jesús al irse a su Padre: 'pero vosotros seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días' (Hech 1, 5). Bautizados' quiere decir 'inmersos' en el Espíritu Santo: es lo que expresa el rito de la inmersión en el agua durante el bautismo. La 'inmersión' y el 'estar llenos' significan la misma realidad espiritual, obrada en los Apóstoles, y en todos los que se hallaban presentes en el Cenáculo, por la bajada del Espíritu Santo.
 
6. Aquel estar llenos', vivido por la pequeña comunidad de los comienzos el día de Pentecostés, se puede considerar casi una prolongación espiritual de la plenitud del Espíritu Santo que habita' en Cristo, en quien reside 'toda plenitud' (Cfr. Col 1, 19). Como leemos en la Encíclica Dominum et Vivificantem todo 'lo que dice (Jesús) del Padre y de sí como Hijo, brota de la plenitud del Espíritu que está en Él y que se derrama en su corazón, penetra su mismo 'yo', inspira y vivifica profunda mente su acción' (n. 21). Por eso el Evangelio puede decir que Jesús 'se llenó de gozo en el Espíritu Santo' (Lc 10,21). Así la 'plenitud' del Espíritu Santo, que se halla en Cristo, se manifestó el día de Pentecostés llenando de Espíritu Santo' a todos aquellos que estaban reunidos en el Cenáculo. Así se constituyó aquella realidad cristológico eclesiológica a que alude el apóstol Pablo: 'alcanzáis la plenitud en él, que es la Cabeza' (Col 2, 10).
 
7. Se puede añadir que el Espíritu Santo en Pentecostés 'se transforma en amo' de los Apóstoles, demostrando su poder sobre la comunidad. La manifestación de este poder re viste el carácter de una plenitud del don espiritual que se manifiesta como poder del espíritu, poder de la mente, de la voluntad y del corazón. En efecto, San Juan escribe que 'Aquel a quien Dios ha enviado... da el Espíritu sin medida (Jn 3, 34): esto vale en primer lugar para Cristo, pero puede aplicarse también a los Apóstoles, a quienes Cristo dio el Espíritu, para que ellos, a su vez, lo transmitieran a los demás.
 
8. Por último, observamos que en Pentecostés se han cumplido también las palabras de Ezequiel: infundiré en vosotros un espíritu nuevo' (36, 26). Y verdaderamente este 'soplo' ha producido la alegría de los segadores, de forma que se puede decir con Isaías: 'Alegría por su presencia, cual la alegría en la siega' (Is 9, 2).
 
Pentecostés, ha adquirido ahora en Jerusalén un significado nuevo, como una especial 'mies' del divino Paráclito' Así se ha cumplido la profecía de Joel: '... yo derramaré mi Espíritu en toda carne' (Jl3, 1).
 
    

  En la escuela de María, Mujer "Eucarística"

 
 

 

María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios.

 

Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía. Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.

A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, « concordes en la oración » (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos « en la fracción del pan » (Hch 2, 42).

Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento de su mandato: « ¡Haced esto en conmemoración mía! », se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: « Haced lo que él os diga » (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: « no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida” ».

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió « por obra del Espíritu Santo » era el « Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

« Feliz la que ha creído » (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en « tabernáculo » –el primer « tabernáculo » de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como « irradiando » su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

56. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén « para presentarle al Señor » (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería « señal de contradicción » y también que una « espada » traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el « stabat Mater » de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de « Eucaristía anticipada » se podría decir, una « comunión espiritual » de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como « memorial » de la pasión.

¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: « Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros » (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. « Haced esto en recuerdo mío » (Lc 22, 19). En el « memorial » del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: « !He aquí a tu hijo¡ ». Igualmente dice también a todos nosotros: « ¡He aquí a tu madre! » (cf. Jn 19, 26.27).

Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama « mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador », lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre « por » Jesús, pero también lo alaba « en » Jesús y « con » Jesús. Esto es precisamente la verdadera « actitud eucarística ».

Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la « pobreza » de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se « derriba del trono a los poderosos » y se « enaltece a los humildes » (cf. Lc 1, 52). María canta el « cielo nuevo » y la « tierra nueva » que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!

 

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