El Santo Rosario           

  María en la vida de la Iglesia y de cada cristiano

 LA MISERICORDIA DIVINA   MARÍA MADRE DE MISERICORDIA

Bienvenido a este sitio en honor a la Santísima Virgen María, Mediadora de todas las Gracias, que fue inaugurado en Internet el 28 de Junio de 2003, Solemnidad del Inmaculado Corazón de María. 

En esta página queremos unir la Devoción a la Misericordia Divina con la Devoción a  María,  Madre de Misericordia: 

 
Juan Pablo II, en el rezo del  "Regina Coeli" del  Domingo 22 de abril de 2001.
 
 

CATEQUESIS DEL PAPA JUAN PABLO II

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MARÍA EN LA PERSPECTIVA TRINITARIA

 Durante la Audiencia del miércoles 10 de enero de 1996

EL CAMINO DE MARÍA DURANTE SU VIDA EN LA TIERRA

 Durante la Audiencia del miércoles 19 de junio de 1996

MARÍA MADRE DE DIOS Y MADRE DE MISERICORDIA

Conclusión de la Encíclica "Veritaris Splendor" - 6 de agosto de 1993

María en la perspectiva trinitaria
 
1. El capítulo VIII de la constitución Lumen gentium indica en el misterio de Cristo la referencia necesaria e imprescindible de la doctrina mariana. A este respecto, son significativas las primeras palabras de la introducción: «Dios, en su gran bondad y sabiduría, queriendo realizar la redención del mundo, "al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos la adopción de hijos" (Gál 4,4-5)»(35). Este Hijo es el Mesías, esperado por el pueblo de la antigua alianza y enviado por el Padre en un momento decisivo de la historia, «al llegar la plenitud de los tiempos» (Gál 4,4), que coincide con su nacimiento de una mujer en nuestro mundo. La mujer que introdujo en la humanidad al Hijo eterno de Dios nunca podrá ser separada de Aquel que se encuentra en el centro del designio divino realizado en la historia.
El primado de Cristo se manifiesta en la Iglesia, su Cuerpo místico. En efecto, en ella «los fieles están unidos a Cristo, su cabeza, en comunión con todos los santos»(36). Es Cristo quien atrae a sí a todos los hombres. Dado que, en su papel materno, María está íntimamente unida a su Hijo, contribuye a orientar hacia él la mirada y el corazón de los creyentes.
Ella es el camino que lleva a Cristo. En efecto, la que «al anunciarle el ángel la Palabra de Dios, la acogió en su corazón y en su cuerpo»(37), nos muestra cómo acoger en nuestra existencia al Hijo bajado del cielo, educándonos para hacer de Jesús el centro y la ley suprema de nuestra existencia.
 
2. Además, María nos ayuda a descubrir en el origen de toda la obra de la salvación la acción soberana del Padre, que invita a los hombres a hacerse hijos en el Hijo único. Evocando las hermosísimas expresiones de la carta a los Efesios: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo» (Ef 2,4-5), el Concilio atribuye a Dios el título de infinitamente misericordioso. Así, el Hijo «nacido de una mujer» se presenta como fruto de la misericordia del Padre, y nos hace comprender mejor cómo esta mujer es Madre de misericordia.
En el mismo contexto, el Concilio llama también a Dios infinitamente sabio, sugiriendo una atención particular al estrecho vínculo que existe entre María y la sabiduría divina que, en su arcano designio, quiso la maternidad de la Virgen.
 
3. El texto conciliar nos recuerda, asimismo, el vínculo singular que une a María con el Espíritu Santo, con las palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, que recitamos en la liturgia eucarística: «El cual, [el Hijo] por nosotros los hombres y por nuestra salvación, bajó del cielo y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen»(38).
Expresando la fe inmutable de la Iglesia, el Concilio nos recuerda que la Encarnación prodigiosa del Hijo se realizó en el seno de la Virgen María sin participación del hombre, por obra del Espíritu Santo.
Así pues, la introducción del capítulo VIII de la Lumen gentium indica, en la perspectiva trinitaria, una dimensión esencial de la doctrina mariana. En efecto, todo viene de la voluntad del Padre, que envió al Hijo al mundo, manifestándolo a los hombres y constituyéndolo cabeza de la Iglesia y centro de la historia. Se trata de un designio que se realizó con la Encarnación, obra del Espíritu Santo, pero con la colaboración esencial de una mujer, la Virgen María, que, de ese modo, entró a formar parte de la economía de la comunicación de la Trinidad al género humano.
 
4. La triple relación de María con las Personas divinas se afirma con palabras precisas también en la ilustración de la relación típica que une a la Madre del Señor con la Iglesia: «Está enriquecida con este don y dignidad: es la Madre del Hijo de Dios. Por tanto, es la hija predilecta del Padre y el templo del Espíritu Santo»(39).
La dignidad fundamental de María es la de ser Madre del Hijo, que se expresa en la doctrina y en el culto cristiano con el título de Madre de Dios.
Se trata de una calificación sorprendente, que manifiesta la humildad del Hijo unigénito de Dios en su Encarnación, y, en relación con ella, el máximo privilegio concedido a la criatura llamada a engendrarlo en la carne.
María, como Madre del Hijo, es hija predilecta del Padre de modo único. A ella se le concede una semejanza del todo especial entre su maternidad y la paternidad divina.
Más aún: todo cristiano es «templo del Espíritu Santo», según la expresión del Apóstol Pablo (1Cor 6,19). Pero esta afirmación tiene un significado excepcional en María. En efecto, en ella la relación con el Espíritu Santo se enriquece con la dimensión esponsal. Lo he recordado en la encíclica Redemptoris Mater: «El Espíritu Santo ya ha descendido a ella, que se ha convertido en su esposa fiel en la Anunciación acogiendo al Verbo de Dios verdadero...»(40).
 
5. La relación privilegiada de María con la Trinidad le confiere, por tanto, una dignidad que supera en gran medida a la de todas las demás criaturas. El Concilio lo recuerda expresamente: debido a esta «gracia tan extraordinaria», María «aventaja con mucho a todas las criaturas del cielo y de la tierra»(41). Sin embargo, esta dignidad tan elevada no impide que María sea solidaria con cada uno de nosotros. En efecto, la constitución Lumen gentium prosigue: «Se encuentra unida, en la descendencia de Adán, a todos los hombres que necesitan ser salvados», y fue «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo»(42).
Aquí se manifiesta el significado auténtico de los privilegios de María y de sus relaciones excepcionales con la Trinidad: tienen la finalidad de hacerla idónea para cooperar en la salvación del género humano. Por tanto, la grandeza inconmensurable de la Madre del Señor sigue siendo un don del amor de Dios a todos los hombres. Proclamándola «bienaventurada» (Lc 1,48), las generaciones exaltan las «maravillas» (Lc 1,49) que el Todopoderoso hizo en ella en favor de la humanidad, «acordándose de su misericordia» (Lc 1,54).

El Camino de María durante su vida en la tierra
 
1. La definición del dogma de la Inmaculada Concepción se refiere de modo directo únicamente al primer instante de la existencia de María, a partir del cual fue «preservada inmune de toda mancha de la culpa original». El Magisterio pontificio quiso definir así sólo la verdad que había sido objeto de controversias a lo largo de los siglos: la preservación del pecado original, sin preocuparse de definir la santidad permanente de la Virgen Madre del Señor.
Esa verdad pertenece ya al sentir común del pueblo cristiano, que sostiene que María, libre del pecado original, fue preservada también de todo pecado actual y la santidad inicial le fue concedida para que colmara su existencia entera.
 
2. La Iglesia ha reconocido constantemente que María fue santa e inmune de todo pecado o imperfección moral. El Concilio de Trento expresa esa convicción afirmando que nadie «puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales, si no es ello por privilegio especial de Dios, como de la bienaventurada Virgen lo enseña la Iglesia»(70). También el cristiano transformado y renovado por la gracia tiene la posibilidad de pecar. En efecto, la gracia no preserva de todo pecado durante el entero curso de la vida, salvo que, como afirma el Concilio de Trento, un privilegio especial asegure esa inmunidad del pecado. Y eso es lo que aconteció en María.
El Concilio tridentino no quiso definir este privilegio, pero declaró que la Iglesia lo afirma con vigor: Tenet, es decir, lo mantiene con firmeza. Se trata de una opción que, lejos de incluir esa verdad entre las creencias piadosas o las opiniones de devoción, confirma su carácter de doctrina sólida, bien presente en la fe del pueblo de Dios. Por lo demás, esa convicción se funda en la gracia que el ángel atribuye a María en el momento de la Anunciación. Al llamarla «llena de gracia», kecaritwmevnh, el ángel reconoce en ella a la mujer dotada de una perfección permanente y de una plenitud de santidad, sin sombra de culpa ni de imperfección moral o espiritual.
 
3. Algunos Padres de la Iglesia de los primeros siglos, al no estar aún convencidos de su santidad perfecta, atribuyeron a María imperfecciones o defectos morales. También algunos autores recientes han hecho suya esta posición. Pero los textos evangélicos citados para justificar estas opiniones no permiten en ningún caso fundar la atribución de un pecado, ni siquiera una imperfección moral, a la Madre del Redentor.
La respuesta de Jesús a su madre, a la edad de doce años: «¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49) fue, en ocasiones, interpretada como un reproche encubierto. Ahora bien, una lectura atenta de ese episodio lleva a comprender que Jesús no reprochó a su madre y a José el hecho de que lo estaban buscando, dado que tenían la responsabilidad de velar por él.
Al encontrar a Jesús después de una ardua búsqueda, María se limita a preguntarle solamente el porqué de su conducta: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?» (Lc 2,48). Y Jesús responde con otro porqué, sin hacer ningún reproche y refiriéndose al misterio de su filiación divina.
Ni siquiera las palabras que pronunció en Caná: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora» (Jn 2,4) pueden interpretarse como un reproche. Ante el probable malestar que hubiera provocado en los recién casados la falta de vino, María se dirige a Jesús con sencillez, confiándole el problema. Jesús, a pesar de tener conciencia de que como Mesías sólo estaba obligado a cumplir la voluntad del Padre, accede a la solicitud de su madre. Sobre todo, responde a la fe de la Virgen y de ese modo comienza sus milagros, manifestando su gloria.
 
4. Algunos han interpretado en sentido negativo la declaración que hace Jesús cuando, al inicio de la vida pública, María y sus parientes desean verlo. Refiriéndose a la respuesta de Jesús a quien le dijo: «Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte» (Lc 8,20), el evangelista San Lucas nos brinda la clave de lectura del relato, que se ha de entender a partir de las disposiciones íntimas de María, muy diversas de las de los «hermanos» (ver Jn 7,5). Jesús respondió: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). En efecto, en el relato de la Anunciación San Lucas ha mostrado cómo María ha sido el modelo de escucha de la palabra de Dios y de docilidad generosa. Interpretado de acuerdo con esa perspectiva, el episodio constituye un gran elogio de María, que realizó perfectamente en su vida el plan divino. Las palabras de Jesús, a la vez que se oponen al intento de los hermanos, exaltan la fidelidad de María a la voluntad de Dios y la grandeza de su maternidad, que vivió no sólo física sino también espiritualmente.
Al hacer esta alabanza indirecta, Jesús usa un método particular: pone de relieve la nobleza de la conducta de María, a la luz de afirmaciones de alcance más general, y muestra mejor la solidaridad y la cercanía de la Virgen a la humanidad en el difícil camino de la santidad.
Por último, las palabras «Dichosos más bien los que oyen la palabra de Dios y la guardan» (Lc 11,28), que pronuncia Jesús para responder a la mujer que declaraba dichosa a su madre, lejos de poner en duda la perfección personal de María, destacan su cumplimiento fiel de la palabra de Dios: así las ha entendido la Iglesia, incluyendo esa expresión en las celebraciones litúrgicas en honor de María.
El texto evangélico sugiere, en efecto, que con esta declaración Jesús quiso revelar que el motivo más alto de la dicha de María consiste precisamente en la íntima unión con Dios y en la adhesión perfecta a la palabra divina.
 
5. El privilegio especial que Dios otorgó a la toda santa nos lleva a admirar las maravillas realizadas por la gracia en su vida. Y nos recuerda también que María fue siempre toda del Señor, y que ninguna imperfección disminuyó la perfecta armonía entre ella y Dios.
Su vida terrena, por tanto, se caracterizó por el desarrollo constante y sublime de la fe, la esperanza y la caridad. Por ello, María es para los creyentes signo luminoso de la Misericordia divina y guía segura hacia las altas metas de la perfección evangélica y la santidad.

María, Madre de Dios y Madre de Misericordia

118. Al concluir estas consideraciones, encomendamos a María, Madre de Dios y Madre de Misericordia, nuestras personas, los sufrimientos y las alegrías de nuestra existencia, la vida moral de los creyentes y de los hombres de buena voluntad, las investigaciones de los estudiosos de moral.

María es Madre de Misericordia porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación de la Misericordia de Dios (cf. Jn 3, 16-18). El ha venido no para condenar sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9, 13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros y en la llamada que nos ha dirigido para encontrarlo y proclamarlo, junto con Pedro, como «el Hijo de Dios vivo» (Mt 16, 16). Ningún pecado del hombre puede cancelar la Misericordia de Dios, ni impedirle poner en acto toda su fuerza victoriosa, con tal de que la invoquemos. Más aún, el mismo pecado hace resplandecer con mayor fuerza el amor del Padre que, para rescatar al esclavo, ha sacrificado a su Hijo: Su misericordia para nosotros es redención. Esta misericordia alcanza la plenitud con el don del Espíritu Santo, que genera y exige la vida nueva. Por numerosos y grandes que sean los obstáculos opuestos por la fragilidad y el pecado del hombre, el Espíritu, que renueva la faz de la tierra (cf. Sal 104 [103], 30), posibilita el milagro del cumplimiento perfecto del bien. Esta renovación, que capacita para hacer lo que es bueno, noble, bello, grato a Dios y conforme a su voluntad, es en cierto sentido el colofón del don de la misericordia, que libera de la esclavitud del mal y da la fuerza para no pecar más. Mediante el don de la vida nueva, Jesús nos hace partícipes de su amor y nos conduce al Padre en el Espíritu.

119. Esta es la consoladora certeza de la fe cristiana, a la cual ella debe su profunda humanidad y su extraordinaria sencillez. A veces, en las discusiones sobre los nuevos y complejos problemas morales, puede parecer como si la moral cristiana fuese en sí misma demasiado difícil: ardua para ser comprendida y casi imposible de practicarse. Esto es falso, porque -en términos de sencillez evangélica- ella consiste fundamentalmente en el seguimiento de Jesucristo, en el abandonarse a El, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su Misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia.«Quien quiera vivir -nos recuerda san Agustín-, tiene en donde vivir, tiene de donde vivir. Que se acerque, que crea, que se deje incorporar para ser vivificado. No rehuya la compañía de los miembros». Con la luz del Espíritu, cualquier persona puede entenderlo, incluso la menos erudita, sobre todo quien sabe conservar un «corazón entero»(Sal 86 [85], 11). Por otra parte, esta sencillez evangélica no exime de afrontar la complejidad de la realidad, pero puede conducir a su comprensión más verdadera porque el seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización. Vigilar para que el dinamismo del seguimiento de Cristo se desarrolle de modo orgánico, sin que sean falsificadas o soslayadas sus exigencias morales -con todas las consecuencias que ello comporta- es tarea del Magisterio de la Iglesia. Quien ama a Cristo observa sus mandamientos (cf. Jn 14, 15).

120. También María es Madre de Misericordia porque Jesús le confía su Iglesia y toda la humanidad. A los pies de la Cruz, cuando acepta a Juan como hijo; cuando, junto con Cristo, pide al Padre el perdón para aquellos que no saben lo que hacen (cf. Lc 23, 34), María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita para abrazar a todo el género humano. De este modo, se nos entrega como Madre de todos y de cada uno de nosotros. Se convierte en la Madre que nos alcanza la Misericordia Divina.

María es signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral:«la vida de ella sola es enseñanza para todos», escribe san Ambrosio, que dirigiéndose en particular a las vírgenes, pero en un horizonte abierto a todos, afirma:«El primer deseo ardiente de aprender lo da la nobleza del maestro. Y ¿quién es más noble que la Madre de Dios o más espléndida que Aquélla que fue elegida por el mismo Esplendor?». Vive y realiza la propia libertad donándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios. Hasta el momento del nacimiento, custodia en su seno virginal al Hijo de Dios hecho hombre, lo nutre, lo hace crecer y lo acompaña en aquel gesto supremo de libertad que es el sacrificio total de la propia vida. Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cf. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cf. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría». Esta Sabiduría es Jesucristo mismo, el Verbo eterno de Dios, que revela y cumple perfectamente la voluntad del Padre (cf. Heb 10, 5-10).

María invita a todo ser humano a acoger esta Sabiduría. También nos dirige la orden dada a los sirvientes en Caná de Galilea durante el banquete de bodas:«Haced lo que él os diga» (Jn 2, 5).

María condivide nuestra condición humana pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre. Precisamente por esto se pone de parte de la verdad y condivide el peso de la Iglesia en el recordar constantemente a todos las exigencias morales. Por el mismo motivo, no acepta que el hombre pecador sea engañado por quien pretende amarlo justificando su pecado, pues sabe que, de este modo, se vaciaría de contenido el sacrificio de Cristo, su Hijo. Ninguna absolución, incluso la ofrecida por complacientes doctrinas filosóficas o teológicas, puede hacer verdaderamente feliz al hombre: sólo la Cruz y la gloria de Cristo resucitado pueden dar paz a su conciencia y salvación a su vida.

María
Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil
la cruz de Cristo,
para que el hombre
no pierda el camino del bien,
no pierda la conciencia del pecado y crezca
en la esperanza en Dios,
«rico en misericordia»  (Ef 2, 4),
para que haga libremente las buenas obras
que El le asignó (cf. Ef 2, 10) y,
de esta manera, toda su vida sea
«un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

JUAN PABLO II -CONCLUSIÓN DE LA CARTA ENCÍCLICA "VERITATIS SPLENDOR" -  SOBRE ALGUNAS CUESTIONES FUNDAMENTALES DE LA ENSEÑANZA MORAL DE LA IGLESIA - 6 de Agosto de 1993

Carta-Encíclica "Dives in Misericordia"

CARTA ENCÍCLICA
DIVES IN MISERICORDIA
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II
SOBRE LA MISERICORDIA DIVINA

 

Fiesta de la Divina Misericordia

FIESTA  DE LA DIVINA MISERICORDIA

(Se celebra el Segundo Domingo de Pascua)

"La humanidad no conseguirá la paz hasta que no se dirija con confianza a Mi misericordia" (Santa Faustina, Diario, 300)

Dios es Misericordioso y nos ama a todos ... "y cuanto más grande es el pecador, tanto más grande es el derecho que tiene a Mi misericordia" (Santa Faustina, Diario, 723).

 

Oraciones a la  Misericordia Divina

 

Oh, Sangre y Agua que brota del Sagrado Corazón de Jesús, como una Fuente de Misericordia para nosotros: En Ti confío.

LETANÍAS A LA MISERICORDIA DIVINA

V Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, ten misericordia de nosotros
R. Cristo, ten misericordia de nosotros
V. Señor, ten misericordia de nosotros
R. Señor, ten misericordia de nosotros
V. Cristo, óyenos
R. Cristo, óyenos
V. Cristo, escúchanos
R. Cristo, escúchanos
V. Dios, Padre celestial
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Hijo Redentor del mundo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Dios Espíritu Santo
R. Ten misericordia de nosotros
V. Trinidad Santa, un solo Dios
R. Ten misericordia de nosotros

(A las siguientes invocaciones se responde: "Ten misericordia de nosotros")

1    Misericordia Divina, que brota del seno del Padre.
2.   Misericordia Divina, supremo atributo de Dios.
3.   Misericordia Divina, misterio incomprensible.
4.   Misericordia Divina, fuente que brota del misterio de la Santísima Trinidad.
5.   Misericordia Divina, insondable para todo entendimiento humano o angélico.
6.   Misericordia Divina, de donde brotan toda vida y felicidad.
7.   Misericordia Divina, más sublime que los cielos.
8.   Misericordia Divina, fuente de milagros y maravillas.
9.   Misericordia Divina, que abarca todo el universo.
10. Misericordia Divina, que baja al mundo en la Persona del Verbo Encarnado.
11. Misericordia Divina, que manó de la herida abierta del Corazón de Jesús.
12. Misericordia Divina, encerrada en el Corazón de Jesús para los pecadores.
13. Misericordia Divina, impenetrable en la institución de la Sagrada Eucaristía.
14. Misericordia Divina, en la institución de la Santa Iglesia.
15. Misericordia Divina, en el sacramento del Santo Bautismo.
16. Misericordia Divina, en nuestra justificación por Jesucristo.
17. Misericordia Divina, que nos acompaña durante toda la vida.
18. Misericordia Divina, que nos abraza especialmente a la hora de la muerte.
19. Misericordia Divina, que nos otorga la vida inmortal.
20. Misericordia Divina, que nos acompaña en cada momento de nuestra vida.
21. Misericordia Divina, que nos protege del fuego infernal.
22. Misericordia Divina, en la conversión de los pecadores empedernidos.
23. Misericordia Divina, asombro para los Ángeles, incomprensible para los Santos.
24. Misericordia Divina, insondable en todos los misterios de Dios.
25. Misericordia Divina, que nos rescata de toda miseria.
26. Misericordia Divina, fuente de nuestra felicidad y deleite.
27. Misericordia Divina, que de la nada nos llamó a la existencia.
28. Misericordia Divina, que abarca todas las obras de sus manos.
29. Misericordia Divina, corona de todas las obras de Dios.
30. Misericordia Divina, en la que estamos todos sumergidos.
31. Misericordia Divina, dulce consuelo para los corazones angustiados.
32. Misericordia Divina, única esperanza de las almas desesperadas.
33. Misericordia Divina, remanso de corazones, paz ante el temor.
34. Misericordia Divina, gozo y éxtasis de las almas santas.
35. Misericordia Divina, que infunde esperanza, perdida ya toda esperanza.

Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
- Perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo,
- Escúchanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo.
- Ten misericordia de nosotros.

V. Las Misericordias de Dios son más grandes que todas sus Obras.
R. Por eso cantaré las Misericordias de Dios para siempre.

ORACIÓN

Oh Dios Eterno, en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable, vuelve a nosotros Tu mirada bondadosa y aumenta Tu misericordia en nosotros, para que en momentos difíciles no nos desesperemos ni nos desalentemos, sino que, con gran confianza, nos sometamos a Tu santa voluntad, que es el Amor y la Misericordia Mismos. Amén" 

Santuario de la Misericordia Divina

 

CONSAGRACIÓN DEL SANTUARIO DE LA MISERICORDIA DIVINA  

JUAN PABLO II , 17 DE AGOSTO DE 2002

Amadísimos hermanos y hermanas: 

1. Repito hoy estas sencillas y sinceras palabras de Santa Faustina, para adorar juntamente con ella y con todos vosotros el misterio inconcebible e insondable de la misericordia de Dios. Como ella, queremos profesar que, fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre. Deseamos repetir con fe:  Jesús, confío en ti.

De este anuncio, que expresa la confianza en el amor omnipotente de Dios, tenemos particularmente necesidad en nuestro tiempo, en el que el hombre se siente perdido ante las múltiples manifestaciones del mal. Es preciso que la invocación de la misericordia de Dios brote de lo más íntimo de los corazones llenos de sufrimiento, de temor e incertidumbre, pero, al mismo tiempo, en busca de una fuente infalible de esperanza. Por eso, venimos hoy aquí, al santuario de Lagiewniki, para redescubrir en Cristo el rostro del Padre:  de aquel que es "Padre misericordioso y Dios de toda consolación" (2 Co 1, 3). Con los ojos del alma deseamos contemplar los ojos de Jesús misericordioso, para descubrir en la profundidad de esta mirada el reflejo de su vida, así como la luz de la gracia que hemos recibido ya tantas veces, y que Dios nos reserva para todos los días y para el último día.

2. Estamos a punto de dedicar este nuevo templo a la Misericordia de Dios. Antes de este acto, quiero dar las gracias de corazón a los que han contribuido a su construcción. Doy las gracias de modo especial al cardenal Franciszek Macharski, que ha trabajado tanto por esta iniciativa, manifestando su devoción a la Misericordia divina. Abrazo con afecto a las Religiosas de la Bienaventurada Virgen María de la Misericordia y les agradezco su obra de difusión del mensaje legado por santa Faustina. Saludo a los cardenales y a los obispos de Polonia, encabezados por el cardenal primado, así como a los obispos procedentes de diversas partes del mundo. Me alegra la presencia de los sacerdotes diocesanos y religiosos, así como de los seminaristas.

Saludo de corazón a todos los que participan en esta celebración y, de modo particular, a los representantes de la Fundación del Santuario de la Misericordia Divina, que se ocupó de su construcción, y a los obreros de las diversas empresas. Sé que muchos de los aquí presentes han sostenido materialmente con generosidad esta construcción. Pido a Dios que recompense su magnanimidad y su compromiso con su bendición.

3. Hermanos y hermanas, mientras dedicamos esta nueva iglesia, podemos hacernos la pregunta que afligía al rey Salomón cuando estaba consagrando como morada de Dios el templo de Jerusalén:  "¿Es que verdaderamente habitará Dios con los hombres sobre la tierra? Si los cielos y los cielos de los cielos no pueden contenerte, ¡cuánto menos esta casa que yo te he construido!" (1 R 8, 27). Sí, a primera vista, vincular determinados "espacios" a la presencia de Dios podría parecer inoportuno. Sin embargo, es preciso recordar que el tiempo y el espacio pertenecen totalmente a Dios. Aunque el tiempo y todo el mundo pueden considerarse su "templo", existen tiempos y lugares que Dios elige para que en ellos los hombres experimenten de modo especial su presencia y su gracia. Y la gente, impulsada por el sentido de la fe, acude a estos lugares, segura de ponerse verdaderamente delante de Dios, presente en ellos.

Con este mismo espíritu de fe he venido a Lagiewniki, para dedicar este nuevo templo, convencido de que es un lugar especial elegido por Dios para derramar la gracia de su misericordia. Oro para que esta iglesia sea siempre un lugar de anuncio del mensaje sobre el amor misericordioso de Dios; un lugar de conversión y de penitencia; un lugar de celebración de la Eucaristía, fuente de la misericordia; un lugar de oración y de imploración asidua de la misericordia para nosotros y para el mundo. Oro con las palabras de Salomón:  "Atiende a la plegaria de tu siervo y a su petición, Señor Dios mío, y escucha el clamor y la plegaria que tu siervo hace hoy en tu presencia, que tus ojos estén abiertos día y noche sobre esta casa. (...) Oye, pues, la plegaria de tu siervo y de tu pueblo Israel cuando oren en este lugar. Escucha tú desde el lugar de tu morada, desde el cielo, escucha y perdona" (1 R 8, 28-30).

4. "Pero llega la hora, ya está aquí, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en Espíritu y en verdad, porque el Padre desea que le den culto así" (Jn 4, 23). Cuando leemos estas palabras de nuestro Señor Jesucristo en el santuario de la Misericordia Divina, nos damos cuenta de modo muy particular de que no podemos presentarnos aquí si no es en Espíritu y en verdad. Es el Espíritu Santo, Consolador y Espíritu de verdad, quien nos conduce por los caminos de la Misericordia divina. Él, convenciendo al mundo "en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio" (Jn 16, 8), al mismo tiempo revela la plenitud de la salvación en Cristo. Este convencer en lo referente al pecado tiene lugar en una doble relación con la cruz de Cristo. Por una parte, el Espíritu Santo nos permite reconocer, mediante la cruz de Cristo, el pecado, todo pecado, en toda la dimensión del mal, que encierra y esconde en sí. Por otra, el Espíritu Santo nos permite ver, siempre mediante la cruz de Cristo, el pecado a la luz del "mysterium pietatis", es decir, del amor misericordioso e indulgente de Dios (cf. Dominum et vivificantem, 32).

Y así, el "convencer en lo referente al pecado", se transforma al mismo tiempo en un convencer de que el pecado puede ser perdonado y el hombre puede corresponder de nuevo a la dignidad de hijo predilecto de Dios. En efecto, la cruz "es la inclinación más profunda de la Divinidad hacia el hombre (...). La cruz es como un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (Dives in misericordia, 8). La piedra angular de este santuario, tomada del monte Calvario, en cierto modo de la base de la cruz en la que Jesucristo venció el pecado y la muerte, recordará siempre esta verdad.

Creo firmemente que en este nuevo templo las personas se presentarán siempre ante Dios en Espíritu y en verdad. Vendrán con la confianza que asiste a cuantos abren humildemente su corazón a la acción misericordiosa de Dios, al amor que ni siquiera el pecado más grande puede derrotar. Aquí, en el fuego del amor divino, los corazones arderán anhelando la conversión, y todo el que busque la esperanza encontrará alivio.

5. "Padre eterno, te ofrezco el Cuerpo y la Sangre, el alma y la divinidad de tu amadísimo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por los pecados nuestros y del mundo entero; por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero" (Diario, 476, ed. it., p. 193). De nosotros y del mundo entero... ¡Cuánta necesidad de la misericordia de Dios tiene el mundo de hoy! En todos los continentes, desde lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse la invocación de la misericordia. Donde reinan el odio y la sed de venganza, donde la guerra causa el dolor y la muerte de los inocentes se necesita la gracia de la misericordia para calmar las mentes y los corazones, y hacer que brote la paz. Donde no se respeta la vida y la dignidad del hombre se necesita el amor misericordioso de Dios, a cuya luz se manifiesta el inexpresable valor de todo ser humano. Se necesita la misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el resplandor de la verdad.

Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la firme promesa del Señor Jesús:  de aquí debe salir "la chispa que preparará al mundo para su última venida" (cf. Diario, 1732, ed. it., p. 568). Es preciso encender esta chispa de la gracia de Dios. Es preciso transmitir al mundo este fuego de la misericordia. En la misericordia de Dios el mundo encontrará la paz, y el hombre, la felicidad. Os encomiendo esta tarea a vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, a la Iglesia que está en Cracovia y en Polonia, y a todos los devotos de la Misericordia divina que vengan de Polonia y del mundo entero. ¡Sed testigos de la misericordia!

6. Dios, Padre Misericordioso, que has revelado tu amor en tu Hijo Jesucristo y lo has derramado sobre nosotros en el Espíritu Santo, Consolador, te encomendamos hoy el destino del mundo y de todo hombre.

Inclínate hacia nosotros, pecadores; sana nuestra debilidad; derrota todo mal; haz que todos los habitantes de la tierra experimenten tu misericordia, para que en ti, Dios uno y trino, encuentren siempre la fuente de la esperanza.

Padre eterno, por la dolorosa pasión y resurrección de tu Hijo, ten misericordia de nosotros y del mundo entero. Amén.

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